

Resistencia en el flanco débil
"Allí me senté. ¡Todo estaba detrás de mí! Todo estaba terminado. Las batallas, la victoria, la derrota, la amargura y el placer. Y entonces, ¿qué? ¿Estaba viejo y cansado? No. La batalla se encarnizaba tan salvajemente como nunca, a mayor escala y para objetivos más importantes, siempre, adelante, adelante. Y si mis enemigos se habían situado delante de mí, ahora se ubicaban tanto delante como detrás. Sólo había estado descansando para el próximo avance. Y mientras me sentaba allí, en ese sofá, me sentí tan joven y tan listo para la pelea como en el pasado. Sólo que ahora el objetivo era diferente; los viejos hitos quedaban atrás, muy detrás de mí. Aquellos que habían quedado atrás querían retenerme a mí también, por supuesto, pero no podía esperar. Y por ello tendría que seguir solo mi propio camino, explorando los páramos, buscando nuevos caminos y abriendo nuevas sendas, algunas veces defraudado por espejismos, obligado a volver hacia atrás, pero no más allá de los caminos transversales, y luego hacia adelante otra vez".
En lo literario, Union Atlantic es un río tranquilo, de esos que ni aun crecido se llevaría a nadie por delante. Discurre temperado y sinuoso, ni ofende ni sorpende, con el agua justa. Y fin. Y punto. Y lo que viene después es el océano del olvido literario. Si acaso, por sacar algo, la novela de Haslett rezuma un tufo algo maniqueo, que acaba por irritar: de un lado están los inmorales que juegan a ser Dios con el dinero de los demás, a los que todo importa un huevo, y que acaban saliéndose de rositas; del otro están las buenas y honradas gentes, mártires de su propio y recto obrar, a quienes un injusto demiurgo parece castigar por su osada sed de justicia. Y en el meollo de todo, el dinero que todo lo pudre. El poder. Sin grises ni matices ni dobleces. ¡Quién pudiese toparse en la vida real con seres tan monolíticos! La de tiempo que ibamos a ahorrar en colas.
Por eso entiendo que la publicación de Union Atlantic es esencialmente coyuntural. Si tanto venden los libros de no ficción sobre la crisis, ¿venderá también una novela? No pongo en duda que en Estados Unidos un libro como el de Haslett puede y debe funcionar, pero me pregunto hasta qué punto es exportable a una latitud e idiosincrasia como las nuestras, acostumbrados como estamos ya a desayunarnos la tostada mañanera untadísima del palabro de moda desde que la democracia es democracia —qué chiste—: y esa palabra no es otra que "corrupción". Qué puede decirnos que no sepamos ya sobre banqueros ladrones, políticos comprables, empresarios mafiosos, precisamente a nosotros, españolitos de a pie, que terminamos inmunizándonos del sistemático saqueo de nuestro bolsillo y nuestra dignidad cuando optamos por asimilar a estos nuevos bandoleros trajeados de la única forma que excluía la ejecución pública: convertirlos en una pieza más del circo mediático, transformarlos en los bufones de nuestra diaria opereta de desheredados.
Porque al españolito de a pie no le importa que le roben una y dos y mil veces si a cambio adquiere la prerrogativa del quejarse eternamente. Tener excusa siempre, un día sí y el otro también, para cagarse en dios y en vuestros muertos y romper de tanto en cuando, de huelga en huelga, un par de escaparates... Eso, no tiene precio.
Foto: Al Chang (28 de agosto de 1950, Haktong-Ni, Corea)
Imagen: elreydespaña
Todo y ser una novela memoralística sobre la Primera Guerra Mundial, en Un año en el Altiplano no son recurrentes los pasajes de absurda masacre; las grandes masas de hombres al asalto con la bayoneta calada que terminan, sí o sí, desventrados en Tierra de Nadie, a los pies de la trinchera enemiga o la propia, o semienterrados en el fondo de un cráter de obús. Algo hay de todo eso, por supuesto, pero queda claro que a Emilio Lussu le pareció mucho más importante retratar a fondo el que él mismo creía, a buen seguro, el verdadero mal, MAL con mayúsculas, de todo aquel asunto. Mucho más terribles que la sangría y la matanza de aquellos hombres, más terrible aún que el propio sinsentido de la guerra, fueron, nos quiso decir Lussu, sus mandos; los generaluchos y comandantitos que se servieron del pretexto de la guerra para, mediante su ineptitud, su altanería, su ceguera, propiciar dichas masacres. Hombres que no tuvieron el menor escrúpulo en enviar a la muerte a miles de soldados por la simple ambición de un asecenso o una medalla, y que a la postre sólo conseguieron, una y otra vez, miles de vidas sacrificadas por apenas un palmo de tierra ganada al enemigo, las más de las veces ni siquiera eso. Aquí se hace inevitable recordar la figura del General Paul Mireau de Senderos de Gloria. Claro que donde Stanley Kubrick era trágico Emilio Lussu es irónico; evidencia la incompetencia y la tiranía de los mandos del Ejército, cualquier Ejército, a través de la humorada y la caricatura. Y he ahí el gran acierto del libro, introducir la sorna y la sonrisa cómplice en un escenario tan luctuoso como el de la guerra. Hasta tal punto que en ocasiones uno tiene la sensación de que se está asistiendo a la representación de una opereta con las trincheras por decorado, y que cada vez que aparece un tipo con la pechera floreada de galones, el uniforme inmaculado, se sabe que el bufón acaba de entrar en escena y que el catálogo de sus ridículos y payasadas es inagotable. Lástima es que cada una de esas bufonadas acabase por costar la vida de tantos hombres que no tuvieron la oportunidad ni de reír los últimos ni reír mejor. El pez grande se sigue comiendo al chico, por más que aquél sea un redomado estúpido.