Resistencia en el flanco débil

octubre 28, 2013

Lampedusa. Una historia mediterránea, de Rafael Argullol


Primera novela de Rafael Argullol. Empieza cansina y casi te vence, luego repunta y va ganando enteros. Al final el saldo arroja positivos. No sólo hay que tener en cuenta que es su primera novela, también hay que señalar que corría el año 81, claro, y que si hoy día le das a leer a un editor un libro en que los personajes se entregan al ayuntamiento carnal de la siguiente afectada y prerrafaelita manera: "La derribé sobre aquel lecho de hiedra y losa. Clavé mi boca en la suya, desnudé con violencia su piel morena, hundí mi cuerpo en sus entrañas", automáticamente te la tira a la cabeza y llama a los de Seguridad. Por tanto, si uno es capaz de vencer ese rechazo inicial que da leer una novelilla en la que hasta el pescadero habla como catedrático de la lengua, al final se acaba regalando una interesante historia con vampira buenorra, pelandusca y semidivina, nacida del óxido de los evos y de la espuma del mar, todo ella maciza, fatale y por supuesto sin despeinar.

octubre 11, 2013

Banderitas, mentiras, idiotas y plebeyos supremos...



Un humilde profesor de secundaria en mitad del absurdo en espiral ascendente del Tercer Reich. Intenta meter en las seseras de sus arios discípulos, entre otras dignidades, que un negro también es un ser humano, caballeretes, lo que se dice "un igual", vamos... Craso error. Gran parte de estos pequeños nazis y gran parte de sus nazificados padres opinan lo opuesto, es decir, que el profesorucho de marras debería ser despedido ipso facto: "¡¿Acaso no se da cuenta de que está envenando las arias mentes de nuestros rubios vástagos con su moral degenerada, maestro?!".

En unos años esos pequeños vástagos nazis reducirán Europa a cenizas. Pocos años después serán ellos mismos los reducidos a cenizas, y sus diminutos padres nazis, los que sobrevivieron, claro, tendrán serios problemas para darles sepultura, ya que apenas podrán distinguir las cenizas de sus hijos de las cenizas de los crematorios.

Ödön Von Horváth escribió Juventud sin Dios en 1937, a un año vista de que una rama caída en plena tormenta lo descalabrase en mitad de los Campos Elíseos, y a dos de que el fanático bigotudo y retaco, o como a Horváth le gustaba llamarlo, "el plebeyo supremo", prendiese la mecha de una bomba que haría saltar en pedazos todo un continente y prácticamente el mundo.
 

"Al despertarme al día siguiente supe que había soñado mucho, aunque ya no me acordaba de nada.
Era fiesta.
Se conmemoraba el cumpleaños del plebeyo supremo.
La ciudad estaba repleta de banderas y pancartas.
Y por ella desfilaban las chicas, las que buscan al piloto desaparecido, los chicos, que dejan que mueran todos los negros, y los padres, que se creen las mentiras que aparecen en las pancartas. Y los que no las creen, desfilan también. Divisiones de gente sin carácter bajo las órdenes de un comando de idiotas. Todos marcando el paso.
Cantan algo acerca de un pajarillo que está piando sobre la tumba de un héroe, de un soldado que se asfixia con gas, de las muchachas de cabellos negros que comen la inmundicia que queda en casa, y de un enemigo que en realidad no existe.
Así celebran los imbéciles y los mentirosos el día en que nació el plebeyo supremo."

Juventud sin Dios (Jugend ohne Gott, 1937)
Ödön Von Horváth
versión de Berta Vias Mahou




octubre 08, 2013

Los últimos de la clase


Un tipo que a los 28 años ya lo tiene todo pero que, a cambio, es incapaz de conseguir que le corten el pelo en el transcurso de todo un día merece, sin ningún género de dudas, la extinción: se ha copado a sí mismo, ha alcanzado su tope. Cosmópolis, de Don Delillo va de eso. Cosmópolis, de David Cronenberg, también, aunque yo vengo a largar del libro, la película tendría que verla otra vez...

La frase clave de este libro es ésta: "La vida es demasiado contemporánea". De hecho, es tan contemporánea que apesta. La vida moderna es una verdadera cacarruta. Y una cacarruta, para colmo, acelerada. Caquita caliente a velocidades de fibra óptica. En eso nos hemos convertido. 

El psicodrama del hombre moderno ya ni siquiera es haber llegado al techo de sus posibilidades como especie racional, tampoco su inveterado aún antropocentrismo en un universo probablemente infinito, su lacra peor no es otra que una completa incapacidad para asimilar la asimetría. Para entenderla, para quererla, para prendarse de ella. Para follársela. Esto ya lo dijo mucho mejor y más molón el tío Lem en Solaris, pero a Delillo tampoco le sale mal.

No es que estemos solos en el Universo, es que somos tan patéticos y diminutos y ciegos que las demás inteligencias diseminadas por los evos desoyen a posta nuestra llamada. Ellos están ahí, observándonos por la mirilla de la puerta, riéndose de nosotros al tiempo que nos maldicen y echan pestes de nuestra inoportunidad, silentes y calmos, aguardando a que abandonemos el rellano.

Hicimos pellas en la lección de Asimetría y ahora nos toca apechugar con un curriculum gañán. Somos los puerta fría del cosmos.

agosto 29, 2013

Doblegado




DOBLEGADO

Ese derrumbe del edificio de tus sueños
lluvia de cascotes
de cuanto te pensaste
besa final la copa de un árbol su base
la tierra que fue su alimento
el gusano que lo devorará
roto el tronco
el ancho tronco todo roto
quebrado sobre su derrota
es la corona de un rey desbrozado por la revolución.

Incendio de metas
plomo en los párpados
pulmón derrengado
a qué levantar la mirada
a qué cualquier tentativa
se vienen encima los fríos
se viene encima el otoño
se viene encima la negra langosta de la remembranza
la patética, desaforada mueca del absurdo
carcajeo de puñales. 

Abatido
Derribado
En retirada
ovillado, disforme, gacho
husmeando tu humillación
presintiendo la sombra que llega
la sombra que ciega
rodillas en tierra
doblegado pero dispuesto
corajudo
histriónico
suicida
amigo de la muerte
irracional.

Luz que agoniza
La mirada
Luz infinita
La mirada
Ojos que miran finales
manando la rabia
Jaguar o madre gata moribundos
acorralados
garras para la muerte
dispuestas sobre su ocaso
ansiando terribles lanzar un aliento último
un último zarpazo
sobre el cazador
ahora también desbrozado.

Ahora también él tirano pasado a cuchillo.

agosto 12, 2013

El copartícipe secreto de Joseph Conrad


El otro día me topé de bruces con una situación que no tendré la desfachatez ni la inelegancia de adjetivar como kafkiana, pero casi casi, anduvo cerca, aunque a estas callejonas necias que merodeo les quede ancho y tan lejos el siquiera imaginarse Praga.

Salía yo de comprar alimento para mis gaturros y unas margarinas vegatales para mi molleja cuando ipso facto, en mitad de la acera pringosa de calores estivales, de la nada me saltó al encuentro mi doble: "Oye, compay, échame un cable, anda, hermano, que acabo de dejar listo de papeles a un fulano por un quítame allá esas pajas y ahora se me vienen encima los maderos". Mi actitud ante semejante tesitura, por supuesto, no pudo ser otra que la obvia: salir de allí por piernas, abandonando en cuestión de un segundo a mi doble a su suerte y mal destino, pues aunque ambos dos somos prácticamente iguales en todo, disímiles en apenas nada, él corre poco y mal y nunca, y además con el pie izquierdo huérfano de dedos.

Es por actitudes ruines como ésta que nunca saldré en un libro de Joseph Conrad, ya lo tengo asumido, pero qué quieren que les diga: me pudo la cagalera.

Porque si algo se confirma en la obra conradiana una vez sí y la siguiente también, libro tras libro, ya sea novela, relato o novelette, es que un hombre puede ser destruído, incluso puede ser derrotado jódete Hemingway, pero lo que no puede ser es un ladino hijo de la gran puta. Eso no.

De hecho, el fenotipo conradiano puede tener flaquezas, vicios, cagarla una y mil veces y darse una tras otra la misma hostia contra la misma pared, y de hecho es preferible que así sea, ya que el hombre de una pieza y sin aristas a quién cojones le interesa. Pero lo que un hombre no puede ser de ninguna de las maneras es artero, es tibio, es mendaz. En Joseph Conrad no hay lugar para los hombres diminutos.

El copartícipe secreto novela corta irrenunciable que ustedes deberían leer en VO, o en su defecto en versión al castellano del gran  Francisco Torres Oliver ¡siempre Torres Oliver!, y no como hice yo, que la leí en una edición de Bruguera Todolibro de a céntimo la hoja, pero eso sí, con ilustraciones molonas de las que ya no se hacen, El copartícipe secreto, como decía, es relato bueno de trincárselo en una tarde y estar después toda la noche rumiándole las vueltas, en el que Conrad coge el guante del mito del doble, del sobado lugar común del doppelgänger, lo dobla, lo vuelve a doblar, y con él, acto seguido, nos propina no dos, sino tres hostias: ¡plas!, ¡plas!... ¡replas!

Un joven capitán está a punto de zarpar con su primer mando bajo el brazo. No conoce el barco, ni la tripulación, nunca antes ha mandado un navío. Todos creen allí que es un mequetrefe. Y lo peor: él mismo no tiene claro sí es o no un mequetrefe. Es entonces cuando Conrad, genio cabronaco, hace surgir al doble del protagonista nada más y nada menos que de la superficie en espejo del agua. He matado a un tipo, le dice; fue una causa de fuerza mayor, le dice; estoy en sus manos, le dice. Y el joven capitán no sólo no lo delata, sino que lo esconde en su camarote.

La historia es una historia, más que de aprendizaje, de encrucijada: el doble nace del espejo del océano o del inconsciente del protagonista para ponerlo a prueba: demostrarse a sí mismo y a los demás de la nave que no habita un alma pequeñita. Demostrarse a sí mismo y a los demás si sirve para el mar, si sirve para la vida.

Nunca sabemos si el doble es real o imaginación o pesadilla. Nunca sabemos si hubo en verdad una muerte o no a manos del doble, y si, en consecuencia, el protagonista se convirtió en cómplice al ayudar a un asesino. Tampoco nos importa. Estamos en la última escena de la historia, y la blanca gorra de capitán flota en el agua negra del océano: simboliza lo esencial y desencadenado.

Ahora la procesión va por dentro. Ahora la progresión va por dentro. Un navío surca los mares y la estatura interior de su amo es ya a todos los efectos una víscera confirmada.


agosto 05, 2013

Las ilusiones de Jonás Trueba



Para Nacho C.


El friki. ¿Nace o se hace? Pregunta del millón.

Pongamos por caso un niño fermoso y sanote. Habita lo que podemos llamar esa tierna edad en la que su entrepierna, la andropierna, aún está lejos de arruinarle la vida al chaval, y su íntima aspiración diaria, por tanto, no es otra que la de devorar un bollycao o trincarse un phosquito, para acto seguido churrupetear gustoso y febril el muñequito de colorainas que éstos llevaban dentro. Lo encontramos en la escuela. Al chaval me refiero, no al phosquito ya deglutido, ni al muñeco plasticoso ya extraviado. ¿Corren los años 80? Podría ser. Que corran, pues. El caso es que a la típica y deleznable pregunta de la profesorona, el niño de mofletes feraces y cabezorra gorda responde lo normal, lo homogéneo, lo que se espera, lo políticamente correcto: "Yo de mayor quiero ser policía, señorita". No me dirán que no es una delicia...

Pero en años sucesivos la cosa se tuerce, se aviesa, se embarra y se emborrona, la cabeza gorda del clavo se esmocha, desconocemos el cómo y el porqué, también se nos escapa en qué momento este jóveno chicuerele se ha perdido para la buena y productiva sociedad, dánosla hoy y también pasado mañana, Amén... Un año, preguntado por la misma mierda de siempre, el sujeto responde esto: "Yo de mayor quiero ser el doctor Jeckyll, señorita"... El hecho de que el mastuerzo, al fin y al cabo, no aspire a otra cosa que a ejercer la muy honorable y aún más provechosa profesión médica, aunque sea en modo Mad Doctor, no pasa inadvertido a la profesoresa, que lo apunta en su bloc. Lo apunta como "Bicho raro potencial. Vigílese al sujeto". Nuestro nene cabezón y zampabollos es ya un hombre marcado para sus restos.

Pero la cosa no acaba ahí. El año siguiente el niño quiere ser vampiro technicolor de la Hammer, y al siguiente matazombis negrata del Romero, y así hasta que llega la sentencia: "Yo de mayor lo que quiero ser es Blade Runner, señorita. Ex policía, ex marido, Shushi Man, Pescado frío".

Al año siguiente lo que quiere ser nuestro mendrugo es escritor. De ciencia ficción, de mierda ficción, de cierta ficción, de lo que sea. Pero escritor. Aunque para ese entonces ya nadie le pregunta qué narices va a hacer de su vida cuando los cojones empiecen a criarle pelos. Hace tiempo que se le ha dado por perdido.

La principal similitud entre, por ejemplo, Mensaka y Las ilusiones es que ambos dos libros van de lo mismo: jóvenes que sueñan o aspiran a dedicarse el día de mañana al artisteo musical los unos, kinetofílmico los otros, pero artisteo en definitiva, y se engañan mequetrefes, ingenuos, gilipollas, se obvian en el ínterin que nunca llegarán a nada porque para empezar, más allá del intalento de cada cual, habitan un país y una cultura una incultura, por ende en que el artisteo no es algo que sume, antes al contrario, más bien penaliza. 

La principal diferencia entre, por ejemplo, Mensaka y Las ilusiones es que Jonás Trueba sabe escribir.

Luego, claro, está la gente del margen. La gente del margen son todos aquellos que rebasada ampiamente la treintena, con trabajos de mierda, que nada tienen que ver con el artisteo algunos de ellos con trabajos que ni siquiera tienen que ver con el trabajo, con un trabajo digno, me refiero, a veces locos solitarios, a veces miembros de familias deshechas o en vías de destrucción, porque la familia, todos lo sabemos, es algo incompatible con la vida en la heterogenia si es que ésta no es compartida, perseveran en el pequeño artisteo de guerrilla, al margen de la corriente principal de ese río que nos lleva tan trabajosamente al demonio del silencio. 

Pequeños y humildes cultivadores del arrozal de la marginalia. 

Inveterados eternos aspirantes a Blade Runner, siempre nacidos a destiempo y de través.

Creo que ni el libro ni la peli de Jonás Trueba van de ellos, nosotros, yo, la gente del margen, porque peli y libro suceden y recrean el justo antes a la íntima renuncia. Pero todo está implícito y una corriente lleva a la otra. Y en el Océano del Silencio uno y otros y todos nos encontraremos. 

Mañas también.

julio 28, 2013

Mensaka de José Ángel Mañas



Pienso que una de las facultades primeras de un buen editor está en saber cuándo uno de los libros que está a punto de entregar a la imprenta va a a ser una cagarruta. Saber que no te queda otra que sacarlo, vale, bien, cosas del mercado y demás servidumbres, pero tener bien claro que no va a gustar, que no va a vender una mierda: Oye, tú... ya sabes que la cosa esta no va a vender una mierda, ¿no? Sí, lo sé. Ah, bueno, vale, es tu dinero... Por eso mismo me le vas a poner una cubierta guapa. Me le vas a poner un lienzo chungo de George Grosz... He ahí un editor con arrestos, que tiene lo que hay que tener, que sabe de qué carajo va su trabajo. Yo compré el libro este por el dibujaco estupendo de Grosz en la cubierta. Por eso, y porque me le pedían un euro, a qué engañarse.

También una de las facultades primeras de un buen lector es saber cuándo escritor y editor se le están queriendo mear encima ya antes de apoquinar la cosa... y aun así apoquinar la cosa. Entregarse consciente y voluntario a dicha meadura, porque el buen lector sabe que de tanto en cuando es bueno meterle a la maquinaria un buen purgante que limpie las tuberías. Yo sabía que estaba poniendo mi calva a tiro de meada nada más verlo. Pese a lo cual me fue imposible decir no: tome el euro, buena mujer, gracias amable caballero bibliómano, buen día tenga usted, que usted lo tenga también.

Mensaka de José Ángel Mañas va de lo que hacen los jóvenes sin estudios superiores después de dejar el instituto o la efepé y hasta traer al mundo al primero de sus mastuerzos, y eso que hacen no es otra cosa que ser unos gañanes perdedores con un eterno sueño dentro, es decir, unos medianías. El sueño truncado del mámá, quiero ser artista, pero va a ser que no, que no me llega ni para meterle gasofa a la vespino... Claro que eso era en los 90. Ahora el ejemplo es también extensible a los universitarios, incluidos ingenieros... Una pena todo.

Por lo demás, señalar que este libro tiene el curioso (de)mérito de no albergar ni una sola línea de literatura en las 163 páginas, edición bolsillo mediante, que lo contemplan. Eso es algo que no está al alcance de cualquiera. Uno piensa que a base de rellenar folios por fuerza se ha de acabar arrejuntando una buena imagen o una triste metáfora, aunque sólo sea por acumulación. Aunque sólo sea por estadística. Pero no. Mañas es un auténtico crack. Repito lo de CRACK...

En este sentido, como ésta es la segunda vez que dejo que el crack Mañas me meta un gol, la primera fue con aquella cosa meliflua del soy un escritor frustrante, esto, perdón, frustrado... Pues entiendo que ahora la culpa es sí o sí del todo mía.

Pero es que mirad la portada: ¡Goerge Grosz nada menos! Puto genio.



mayo 10, 2013

Dimensión de milagros de Robert Sheckley

 


 

 

    Empecemos por el test idiota del día.
  
    Observen fijamente la portada de este libro durante treinta segundos. No desvíen la mirada. Ahora cierren los ojos... ¿Acaso no sienten ya subir el ataque epiléptico desde las honduras de su cerebro?... Pues bien, sabemos  que el responsable de esta dantesca némesis del diseño la perpetró un tal Nelson Leiva. Lo que no sabemos es qué clase de alcaloides se metía, allá por los finales 70.

    El caso es que el verdadero milagro de este «Dimensión de milagros» es que yo alcanzase a acabar de leerlo en lugar de prenderle candela, que es lo que tenía que haber hecho no bien comenzado.

    El tema es que si ustedes han videado las pelis del gran Sergio Leone  ya saben que todas las cosas de este mundo se dividen en dos: los pellejos, las espuelas, las novelas guarras, los hijosdeuncabestro... Pues los libros lo mismo.

    Por ejemplo: están los libros que son para ser leídos, ¿no? ¿Hasta aquí me siguen? Pero luego están también los libros para que los lea otro... Y nos los cuente después. Ese otro es por lo común un primo, un tonto, un gilipollas, o sea, yo, que estoy aquí, alma filantrópica y tontalaba, para contarles este libro infumable y salvarles de que cualquier día de estos no vayan, la caguen, se lo lean, y viertan así por el sumidero lo menos entre cinco y nueve horas hábiles de su patética vida.

    Los cataloguistas y demás encasilladores de la página dicen que este libro es «Ciencia-Ficción-Humorística-de-la-Buena». Así. Tal cual. Literal... Dentro de la ciencia ficción hay un buen montonarro de libros que son del segundo grupo, que son para que se los lea el otro, the other, el primo, el gilipollas, pues eso, lo dicho, que se los lea el tonto y después nos los cuente —total, por tonto que sea dificílmente lo va a empeorar—. Porque sí, en efecto, han acertado ustedes... Porque hay un buen montonarro de libros de ciencia ficción —humorística y de la que no hace ni puta la gracia— que están repletos de buenísimas ideas escritas con el orto.

    Por eso es mejor no tener que leer esos libros. Mejor que nos hagan un destilado y toda esa morralla que nos ahorramos.

    Pero ustedes, ojo, ustedes no digan esto que yo he dicho ni en público, ni en casa, ni debajo del agua, ya que los fans fanáticos de la ciencia ficcción son gente muy suya, muy de dárselas de adalides de la Razón y de la Mente Abierta y Sensata, pero como les escuchen mentarles la madre a su Hall of Fame de idolatrados escribas ya los veo mondándoles hasta el último de sus higadillos. Avisados están.

    El caso es que la mejor escena, la mejor idea de este libruno sucede cuando Sheckley nos cuenta que Dios encargó este nuetro planeta Tierra a un hacedor de mundos, una especie de Pepe Gotera del gotelé cósmico, y éste le acabó edificando el albañal de mundo que hoy habitamos, lleno de taras y de absurdos nonsenses. Cuando Dios le dijo: «Pero oye, tipo, vaya mierda de mundo me has hecho, que está todo inundado, y la poca tierra que hay está llena de selvas impracticables, de montañas insubibles, de alimañas venenosas y sobre todo ¡de Gravedad! ¡Un montón de Gravedad por todas partes, copón! ¡Todo se cae, todo rescuelga, todo es una puta ruina por culpa de la cochina gravedad!... ¡Y yo tengo que plantar en este bebedero de patos que me has creado la semilla de una raza virtuosa de excelsos hombres —¡y mujeres!— a mi imagen y semejanza, leñe!»

    Y el Pepe Goteras de marras, todo pancho él, no le responde otra cosa que la siguiente perogrullada: «Es queee... Ya sabeusté cómo es esto...Emnnn... Las cosas son como son... Ej... Err... Las cosas son como todo...».

    A lo que Dios, peripatético, imbécil, subnormal, responde: «¡¡¡Determinismo!!! ¡Claro! ¡Por supuesto! ¡Cómo no me había dado cuenta! ¡Gracias, gracias, caballero, muchas gracias por esta basura de planeta que me ha manufacturado! ¡Me lo quedo tal cual! ¡Servirá muy bien a mis virtuosos y excelsos fines!».

    Y ya está. Éste es el chiste carajillero de «Dimensión de Milagros». Tal es el gran bromazo Sheckley: Habitamos un mundo de mierda en un universo de mierda porque a nuestro Dios mequetrefe y cabronaco le dio apuro pedir la Hoja de Reclamaciones...

    No me dirán que no es para mear y no echar gota. Jajaja. 

    Ja.

    Ay...
 

 

abril 26, 2013

Yo de mayor también quiero ser Mastermind...

 



   Ustedes, almas bondadosas de la letra vesánica, espíritus nunca bien ponderados de la rijosidad leída, quienes reinciden por aquí un día sí y al cuarto otra vez, tan inopinadamente, ya van viendo que tengo por higiénica costumbre princpiar el mío discurso con foto de la cosa, y acabar la mi infecta perorata con el punto y final de una foto del autor de la cosa, pero hoy, sin que sirva de precedente ni mucho menos de eximente, invertiré el orden de ambas impresiones fotográficas, ya que, de no hacerlo, pasaría algo tan trivial y a la par tan esencial como lo siguiente: que si no, no me sale el chiste.

   Así que si tienen a bien observar atentívoramente este dibujote saleroso de más arriba no parece que el amigo Wilhelm Hauff fuese poseedor de un imponente cabezón, de una ubicua testa mollera, de una molondra espectacular y paneuropea. Lo que sí tuvo, apercíbanse de este detalle, fue un cuello a todas luces excesivo, luenguilargo y jirafesco. Desconocemos, empero, si esta herejía y contravención de las más elemetales normas del darwinismo tuvo mucho o poco o nada que ver con que el amigo Hauff durase en el mundo germánico de las letras, en el mundo —el germánico y el no— en general, de hecho, tanto (y tan poco) como 25 años, se cuenta por ahí que víctima de un atracón tifoideo.


   El caso es que todo y no tener en su haber, como decía, una testuz superlativa, Hauff nos legó, entre otros cuentos entrañables, «El Pequeño Muck», "Der Kleine Muck", todo un manifiesto y alegato y perorata en favor del individuo de enorme cabeza y pequeños miembros. Una soflama a la par que monserga en pro del Hombre Cabezón.


   El Hombre Cabezón, y más en concreto, el Enano Cabezón, ¿es más listo e ingenioso que el resto de mortales piaras de hombres por qué motivo?... Está claro: porque a mayor capacidad craneal mayor cantidad de ideas grandes, medianas y pequeñas, y también más grande número de luminiscestes pensamientos. Una testa mayúscula semejante, en consecuencia, necesitará de todos los recursos supervitaminescos e hipermineralizantes, amén de todo el azúcar presentes en el organismo para ordenar y gestionar tamaño volumen de cerebrosis superdotada. Lógico, por tanto, que el resto del cuerpo sea enanoide y enteco, una poca cosa esmirriada y flojarucha, no por nada todo lo bueno y rico se lo queda la cabeza, la muy egoísta.  


   ¡Ah!, pero eso sí, seguid riéndoos del enano cabezón, miserables pueblerinos, nos dijo Hauff... Seguid partiéndoos la caja a costa del Pequeño Muck, del kliene Muck, bastardos hijos del chucrut, que antes o después vendrá a zurraros la badana la moraleja de éste, mi cuento infantiloide y romántico...

   (Ahora viene cuando el instinto lectutriz de ustedes, tan bien entrenado, les pide que yo les cuente el qué y el cómo, el cuándo y el porqué, y en general la entraña y la morcilla de la susodicha moraleja, pero supongo que a estas alturas, ustedes todos, ánimas pacientes y dolientes, también deben haberse apercibido a estas alturas, no sé si asumido, que un servidor es también, las más de las veces, bastante cabrón)

   El caso es que de lo de verdad para mí importante, es decir, los escotes lindos y los perniles prietos, nuetro Wilhelm "cuello de gollete" Hauff no menciona una palabra, se lo guardó todo, el muy truhán, así que de las mujeres cabezonas nunca supimos qué pensaba... 

 


 

marzo 30, 2013

Los espectros de Leonid Andréiev


    «Espectros». Leonid Andréiev. Obra Maestra del cuento corto. Obra Maestra del horror existencial. ¿Acaso hay algo que pueda provocar mayor pavor que el retablo de un fenopático? Leánla ustedes y luego empiecen a escupir sobre las letras en oro de ese tal Stephen King.

    Hay  en este cuento cabronaco y aturdidor un loco que llama constantemente a las puertas. Sólo hace eso. Llamar a las puertas. Todo el tiempo. Hasta que los nudillos se le hacen pulpa. ¿Adónde coño llama? ¿Quién demonio está del otro lado de esa perturbada puerta mental? Evidentemente, siendo simplistas, ustedes podrían aventurar lo típico: que el loco de marras está llamando a las puertas de la muerte... Error. Caca de la vaca. ¡NOT! El loco está llamando a los cuerdos, ¿estáis ahí?, vosotros, los cuerdos, los verdaderos espectros, ¿estáis ahí, fútiles almitas de Dios?...

    Andréiev, hijo de puta, nos dice: igual que no hay mayor vivo que aquél que padece en carne viva la enfermedad, que sufre la intensidad del dolor físico, no hay mayor vivo, por tanto  y también, en efecto, que el mochales de la cabeza, el apestado mental. Vosotros los vivos, los cuerdos, los intocados por el estigma, sois vosotros los muertos, los fantasmas, los espectros: el médico decadente y nocharniego,  la enfermera estúpidamente enamorada, vagando en pena por una realidad sin dirección, que no tiene solución de continuidad. 

    El loco sabe que no hay sentido y no se preocupa más que de la críptica arquitectura de su psicosis. El espectro/cuerdo, en cambio, empeña la vida en el husmeo de un sentido vital que es sólo espejismo.

    He aquí, pues, la demostración de que los ruskis no sólo hacen literatura para cagarse uno las patas abajo cuando escriben tochanarros de 500 paginotes de guerras contra Hitler, Napoleón o contra sí mismos. 

 


febrero 02, 2013

Umbral y su barra de (dar con el) pan

 

 
   De hecho, hubo un tiempo en que cada vez que Paco Umbral salía a comprar el pan la derechona de este país se ponía a temblar.

    De hecho, si la izquierda de este país tuviera un mínimo de imaginación, cosa que no, ya lo sé, pero ando en modo hipótesis, por poco más de la mitad de su presupuesto para corbatas podría haber mandado clonar a Umbral, y con la otra parca mitad mandar al susodicho clon a comprar el pan.

    De hecho, si los dineros y las tecnologías no alcanzan para tanto, tampoco es necesario clonar al gran Paco, bastaría con volver a reeditar este libro, tal cual, sin cambiar una sola letra, sólo que actualizando los nombres propios, cambiando los de aquel 1976 por los de este siglo 21, tan triste y desustanciado, no en vano este país sigue siendo ahora mismo (ahora más que nunca) el mismo barco a la deriva y la misma feria de la sinvergüencería que ya era entonces. 

    De hecho, si este lírico entremés tragicómico llamado España se ha convertido en un eterno naufragio es porque en él las ratas, en lugar de ser las primeras en abandonar la nave, se han dado cuenta de que es más rentable hacerse con el timón e ir parcheando cuidadosa y selectivamente las vías de agua, que el barco nunca termine de hundirse pero que al mismo tiempo no deje de hacerlo... Y en el entretando, por supuesto, la bodega llena de esclavos, que siga remando. Y pagando.

    De hecho, y no en vano, aquí se gritó a voz en cuello aquello de ¡Vivan las caenas!, y es porque dentro de cada español, y el bueno de Umbral lo sabía, hay un pequeño derechón luchando por salir. Salir y pedir su sobre...

 

enero 29, 2013

Noches blancas de Fedor Dostoyevski


Que levante la mano aquel que no recibió alguna vez de boca de mujer el siguiente mensaje: "A mí también me gustas y me caes genial, de verdad, pero te veo sólo como amigo"... Todos aquellos que habéis alzado el brazo, confirmado, sois unos ruines y unos protervos, mentís que es cosa mala. Porque en efecto, no hay ni hubo hombre nacido de mujer (y con apetito por mujer) que no haya recibido, al menos una vez en su puñetera vida, calabazas semejantes. Esto es un porque sí, no observa excepción ni admite discusión.


Es este un clásico que nos acompaña desde antiguo y se repite generación tras genereación, en cualquier lugar donde exista fémina de bandera y un par de mastuerzos que le fueren detrás. 

Nadie como Dostoyevsky nos ha retratado esta problemática de las relaciones hombre-mujer-otro hombre, en el difícil marco de la Rusia del siglo XIX, sin ir más lejos, que hacía un frío que te cagabas y encima te tenías que enamorar de la interfecta por lo guapita de cara y el pedazo de carne blanca apenas visible entre el final del faldonazo y el principio de la alpargata. Qué tiempos aquellos, cuando había que pasar sí o sí por la vicaría para mojar el churro.

De este modo tenemos que Noches Blancas es la mejor historia de pagafantas que en las ruskis literaturas ha sido. Más en concreto, y lejos de lo que podría llegar a aventurarse si es que no se ha leído la obra, las noches blancas del título no hacen referencia a las noches nevadas de la Rusia de la Pulmonía y el Tentetieso, sino que refieren la cantidad de noches en blanco que el susodicho pagafantas se pasa solo en casa, tirado en la cama, llorando desconsolado, compadeciéndose de todo su maldito ser. Largas noches de insomnio, las del resto de su vida, intentando convencerse de que haber compartido cinco minutos de dicha con aquélla a la que no le costó ni tres segundos dejarlo por otro, ya es darse por bien pagado y mejor recompensado. ¡Cuántos hay que espichan y ni siquiera han paladeado esos cinco minutos de almibaroide felicidad!...

Todo aquel con dos dedos de frente y algo más de 100 gramos de amor propio no sólo sabe que este consuelo es una puta mierda que no sirve para nada, sabe también que es una mayúscula mentira. Mentirse uno mismo para seguir viviendo... y aun así vivir poco, mal y nunca. 

Tal es la vicisitud y la maldición del pagafantas.

Imprescindible bonus track la adaptación de Visconti a la pantalla, Italia, 1957, Marcello Mastroianni dejándose toda la dignidad y cuarto y mitad de sus rótulas en un baile alucinado, mequetréfico y gañán.  

No perderse el uno ni la otra, oigan.
 

 

enero 15, 2013

Tanto leer puede volverte loco, loco, loco... ¡LOOOOOOOCOOOOO!



   Primero llegó Cervantes, con una sola mano, y nos soltó El Quijote: un tipo se atiborraba de novelas de caballerías y mandobles a diestro y siniestro, hasta que se le pudrían los sesos y se volvía majareta, y después se moría, silencioso y triste y afiebrado, porque con los sesos caducados ya no se puede vivir ni ser persona de provecho, ni por lo común siquiera ser persona de clase ninguna.

   Luego llegó Flaubert, con dos manos y un mostacho plagado de mots justs, y nos soltó la Bobary: una chicuela-mujer se atiborraba de novelas romanticonas y de caballeros de una pieza, hasta que se le trasnochaba el sieso (que no el sexo, ése lo tenía bien engrasado), y en semejante ataque de melodramatismo sucedió que se le fue tanto la pinza que se mata o se deja morir, ahora bien bien no me acuerdo.

   Después está esto, que nos lo soltó George Sand, venga, toma: no sé si con la derecha o la izquierda, pero desde luego vestida de hombre y descojonándose de la risa en la cara de la biempensancia de su época, y lo tituló «Cora»: un inglés fatuo lee demasiados libros de E.T.A Hoffman, Novalis, Jean-Paul y el cojo Byron, así todo el rato hasta que se vuelve loco por la hija de un tendero francés, que no es para tanto, la moza, pero resulta  que a él le parece la hostia, ya que, recordémoslo, se le ha entelado completa la sesera de tanta lectura de lo fantástico romántico y de tanto himno a la noche mágica. Por suerte para él, lo echan a patadas del pueblo, por pesao, y cuando regresa al poblarucho tras los años, con la mollera repuesta de tanta insana lectura, vuelve a ver la tal Cora, y es entonces que se percata el tipo que no era para tanto la cosa, ni la tipa, que era incluso hasta fea, ¡madre de dios!; y ante todo y sobre todo y lo que es peor: ¡toda ella del todo e irreversiblemente francesa!

   Finalmente, ya inmersos en ese cajón de sastre baqueteadísimo que convenimos en llamar la posmodernidad, llegó David Cronenberg, sólo armado de su imaginancia aviesa y unas gafas de pasta de lo más ordinario, y nos soltó «Videodrome»: un tipo ve tanta pornografía, tanto hardcore sádico e ultraviolento, que inmediatamente pierde la chaveta y cree que todas las mujeres del mundo quieren encamarse con él y que les apague cigarrillos en las tetas. Como eso de matarse o dejarse morir ya estaba muy visto en los 80, Cronenberg cambia el pistón y añade una vuelta de tuerca, convirtiendo al loco en una cinta de vídeo (porno) o una Sala X, ahora bien bien no lo recuerdo.

   La cultura es una cosa grande, oigan.

 


enero 13, 2013

Ugo Cornia: De cómo la felicidad es posible (incluso sin escribir)

 


   «Sobre la felicidad a ultranza». Hoy les traigo este libro para hablarles de otra cosa, soy así de cabrales, para hablarles de qué cosa: de los libros de autoayuda, esa cosa infecta, epítome de la impudicia moral. Toma.

   ¿Acaso existe literatura más dogmática que la autoayuda? Al menos la Biblia te amenaza con el Infierno. La autoayuda ni siquiera se molesta en amonestarte, te dice llanamente: «si no me sigues a mí, allá tú, seguirás siendo tú mismo para el resto de tus días», es decir, una masa doliente de pena y desesperación.

   No sólo te dice qué tienes que sentir y a qué debes aspirar. No sólo te dice cómo tienes que hacer para conseguir todo eso que previamente te ha dicho que tienes que ser y sentir. Te dice, además, que no puede ser que no lo consigas, que todo el mundo lo consigue. Si compra el libro, claro...

   Más en concreto: no sólo tienes la aspiración de ser feliz, tienes la obligación de serlo, y ¿cómo conseguirlo? Comprando y leyendo mi libro, ¡mis libros!, porque nunca hay sólo uno... No hay fallo posible. Si sigues mis instrucciones, nuestras instrucciones, porque una vez lees uno no debes tampoco dejar de leer estos otros, entonces y sólo entonces, llegarás a ello. No hay pérdida posible. Todo el mundo lo consigue, ¿por qué no ibas a consegurilo tú?... «¿Y si resulta que yo he pagado a tocateja el libro, los libros, y me los he leído de arriba abajo y he seguido los pasos y a pesar de eso siento que mi vida sigue siendo una caquita?»... Entonces una de dos; o no lo has leído bien, ¡vuelve a leerlo! (a ser posible, compra un ejemplar nuevo y pásale el viejo a tu sobrina); o bien no sabes leer, ¡vuelve a la escuela, ganapán!

   En resumen, «Usted Puede Sanar Su Vida Si Yo Le Digo Cómo»... Me viene una palabra a la mollera y esa palabra es: ¡SECTA!

   En fin, una vez establecido lo cual pasamos a qué es «Sobre la felicidad a ultranza» de Ugo Cornia, quiero decir, a parte del libro de un italiano de las montañas al que le publican un libro en español con la típica portada de un libro de Foster Wallace.

   Pues es un libro en el que un italiano de las montañas nos cuenta cómo digirió la muerte de sus seres queridos en un muy breve lapso de tiempo y siguió palante como buenamente pudo. ¿Que cómo lo hizo? Pues follando mucho, todo lo que pudo, pues conduciendo el coche a 140 por la autopista mientras albergaba pensamientos absurdos, y pues conversando muy mucho con los fantasmas ectoplásmico-mentales de sus padres muertos... Y he aquí el detalle clave: nos cuenta cómo lo hizo él, no nos da la brasa con cómo hacerlo. No universaliza sus capacidadades y sus métodos. Yo encontré mi solución y fue ésta. A partir de ahí que cada cual se busque sus habichuelas, gente.

   ¿Y cómo fue que salí palante como buenamente pude? Pues porque la vida sigue, lo queramos o no, porque no hay más cojones. Porque la vida puede ser trágica y de hecho acaba siéndolo siempre, antes o después, pero sólo en nuestras manos está el convertir lo trágico en un invierno eterno y terrible.

   La Autoayuda te dice ser infeliz es terrible. Cornia: ser infeliz es inevitable.

   La Autoayuda te dice ser feliz es posible y puede ser además para siempre. Cornia: ser feliz es una cosa fabulosa y si fuese para siempre dejaría de serlo automáticamente.   

   ¿Quién quiere sonreír todo el puto día? ¿Quién quiere vivir hasta los ruinosos 80 años? ¿Quién quiere tener un orgasmo en la punta de los genitales las 24 horas de día? Es de gilipollas, cierto, hasta un gilipollas redomado podría verlo. Pero aun así anda que no está a reventar de gilipollas el mundo.

  Otra cosa que me ha gustado de este Ugo Cornia es que escribe pero no nos lo dice. Esa renuncia a darnos la murga y el tostón del escritor ya te da una medida de que no es un tío ni medio normal. No sé, cualquier italiano está en una playa italiana y da dos saltos y aterriza en otra playa italiana, pero de la costa opuesta. El caso es lucir el moreno latin lover sí o sí. Pero Cornia no. Cornia sólo da un salto y se queda en mitad, es decir, en las montañas. Y aun así el tipo no para de echar sus buenos polvos, sin necesidad de morenos ni nada. Es un tipo outré, esquinado, lateral... Por eso hace una cosa que casi ningún escritor hace, que es hablar de sí mismo diciendo que hace cualquier otra cosa, lo que sea, desde no hacer absolutamente nada, hasta irse a bañar el culo al río, o pasarse los días contemplando los andares de un ciempiés trepado a la pared, lo que sea, menos escribir.

   Admiro profundamente a un escritor que es capaz de darnos a leer todo un libro entero, entera o supuestamente biográfico, en el que su personaje o alter ego o sosias es capaz de renunciar a decirnos que escribe o bien que se va a poner a escribir o que, maldición, no puedo —o no me dejan— escribir.

   En una charca donde el proselitismo es endémico, ése se me antoja un gesto de titanes. 

 


 

enero 12, 2013

Deletérea humedad de los cajones

 


 

    Si hacemos caso a lo que circula por ahí, este libro que no llega a 200 páginas (en formato bolsillo) es una selección, recopilación, licuefacción de las, al parecer, 4000 páginas de "cartas de amor" que Henry Miller le escribió a la "actriz" Brenda Venus, entre 1976 y 1980. Todas las comillas son mías.

    Miller contaba entonces 85 años y estaba hecho fosfatina, como es menester en semejantes dígitos. La Venus, en cambio, literalmente apenas si cabía en los vestidos de lo cañón que la habían traído al mundo su madre y la genética. No en vano se acababa de cepillar al gran Clint Eastwood en The Eiger Sanction, y siendo biempensantes habrá que suponer que sólo en la ficción.

    Miller se pasó los últimos años de su existencia mendigándole sexo a la Venus a través de estas cartas. Lo que fuese, le daba igual, ni siquiera le pedía follar el pobre viejo; sólo un magreo nocturno, o un par de tocamientos mañaneros, o un tetazo en toda la cara, qué sabe uno, ¡pero algo, copón! Aun así la Venus no cedió ni media. Ni mierda. Nada. Cero. Kaputt. Poluciones nocturnas.

    Luego Miller espichó y la Venus, como veía que no era capaz de conseguir ni un sólo papel en condiciones por sí misma (¿por qué sería?), se puso desesperada a rebuscar en los cajones, y al poco entregó a la imprenta estas cartas. Qué gran estilo, amigos todos. ¿No? Eso sí que es señorío, prestancia, saber estar, y lo demás es filfa.

    Y bien, puede que cuanto llevo dicho hasta aquí se les antoje todo lo parcial, extemporáneo y cruel que ustedes quieran, cosa que admito al tiempo que afirmo que no me parece más parcial ni extemporáneo ni cruel que publicar un libro semejante, y ni siquiera la mitad de mezquino.

    Esto es todo cuanto mi Mr. Hyde quiere decir de este libro, que por supuesto, y acto seguido, pienso entregar a las llamas.
 
 

 

enero 10, 2013

La noche del pedroncio

Miracle Mile (1988) de Steve de Jarnatt                                                                        


Era la noche del fin del mundo y yo había quedado con Felisa, mi novia, para pasarla juntos, abrazaditos, acarameladillos y, si se terciaba y había lugar, echando nuestra última canilla al aire crepuscular. Era, como decía, la noche del Apocalipsis, y yo llegaba tarde a mi cita, entre otras cosas, porque me había quedado enganchado jugando a la consola, ametrallando boches junto al puente de Arnhem... Volé con el coche sobre las calles desiertas y cerca anduve de matarme hasta en tres ocasiones. Imaginen qué disgusto, mi madre, si llega a enterarse de que espiché antes de la gran Hecatombe y además de muerte no natural... Cuando llegué a su portal y pegué un timbrazo, dos, al tercero ya me salió gritando la vieja del quinto, bruja donde las hubiere, que a qué coño venían esas prisas a aquellas alturas de Humanidad, ¡habráse visto!, ¡sinvergüenza!, ¡alcornoque!, ¡gañán!... Miré el reloj mientras la vieja me bañaba de improperios: pasaban cincuenta minutos de las once, exactamente cincuenta, y yo arrastraba como hora y media de retraso sobre la hora fijada. Todos los científicos del Mundo habían coincidido en vaticinar el fin de los tiempos, el pedroncio estelar, para aquella misma medianoche, lo que implicaba que el Armaguedón, el Gran Silencio, la Rehostia Puta Consagrada se nos vendría encima más o menos en diez minutos... Solté un bufido y se me levantó el flequillo. Justo entonces me contestó Felisa, toda ella eufónica dulzura, toda ella silábica beldad, por el telefonillo: "Cariñoooo, aún ando maquillándome... ¡Dame sólo quince minutos, eh! ¡Muá!"... Así que aquello fue todo.