En la solapa de Sukkwan Island comparan a su autor, David Vann, con Cormac McCarthy y Ernie Hemingway, casi nada; la primera comparación se me antoja de cajón y la segunda, gratuita, un lugar común tan baqueteado como lo pueda ser Kafka, al que antes o después todos los editores y críticos pretenden que todos los escritores se parezcan. Filfa.
De todos modos, si es que al menos por esta vez las comparaciones no son odiosas, la novela de Vann respira —y expira— tanto McCarthy que uno no sabe si los pulmones que le dan el fuelle pertencen a éste o bien a aquél. Si La carretera era la historia de un padre y un hijo en mitad de la autovía del fin del mundo, universales; Sukkwan Island es la de un hijo y su padre tiñalpa en mitad del culo de un mundo, éste nuestro de ahora y aquí, todos ellos particulares. El protagonista de McCarthy era "El Padre", con mayúsculas, es decir: todos los padres; mientras que el protagonista de Vann es sencillamente un gilipollas, como los hay a patadas, cierto, mas no extrapolable, porque aunque hay mucho idiota y mucho anormal pateando el mundo, cada cretino es él y sólo él, y es por tanto Uno, singular e intransferible. McCarthy habla de la Idea de Padre, en modo platónico, monolítico, casi casi totémico, en tanto Vann retrata al padre cafre, pusilánime y egoísta que tantos de nosotros podríamos llegar a ser. Usted, usted, yo mismo, pero sobre todo usted... sí, sí, usted, no me haga como que no se da por aludido.
Sukkwan Island es un mal viaje que se digiere bien, sin embargo, mientras La carretera era un viaje peor, que no se digería de ninguna manera. La superioridad de McCarthy, si acaso, reside en el bombardeo inasequible de desesperanza, que no hay estómago que le pueda, pero no el tratamiento de fondo, que es infinitamente más simple que el de Vann. Eso sí, ambos dos coinciden en la moralina facilona y perversa: que en cuanto no hay mujer de por medio, ocupándose de la casa y de la chavalada —esto es, "Famlia-como-lo-manda-el-Buen-Dios"—, a los hombres, a los machos, quiero decir, se nos va la castaña. Pues vale. Lo capto. Si tú lo dices...
Con todo, si alguna comparativa no es odiosa ésa es desde luego la que juega el palo de Werner Herzog y su Grizzly man, el tontolaba aquél, que creía que todos los osos podían y debían ser amorosos. Y la cosa acabó como acabó: se lo jalaron. Y es que el gallinero está hasta la bandera de tiñalpas que todo lo esencial lo entienden tarde y mal y nunca.
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