Resistencia en el flanco débil

junio 17, 2010

La pica de Ockham



Toda la poética y a la vez toda la épica de Una educación siberiana se encuentra ahí, en el síndrome stevensoniano, en Mr. Hyde. Es el gran atractor. El lado oscuro de la fuerza, Pequeño Saltamontes. Como con los Corleone, lo mismo. ¿Quién no quisiera dar rienda suelta a su genieciello maligno? Vivir el lado salvaje hasta las últimas consecuencias. Lo contrario de coger el mismo autobús todos los días para ir a fichar y apurar la estrecha noche del domingo para echar el polvo del mes, con suerte el de la semana. Vivir a tope el lado izquierdo de la niebla, pero bajo un código de honor. Honor. He ahí la palabra que hace saltar la banca. Criminales con honor. No nos va a dar de sí el siglo para tanto antihéroe... El corazón y a la vez la trampa de todo el asunto. Ser los malos y a la vez los buenos de la película. De ahí su seducción, su erótica, sobre todo para aquellos todos, la inmensa mayoría, que se conforman con ser buenos corderos en un mundo sin otro código deontológico que el sálvese quien pueda. Nikolái Lilin ha tenido la habilidad de convertir en novela de una vida la suya y la de todos los suyos, honorables criminales, urcas siberianos, con un verismo fresco libre de todo artificio, y eso es precisamente lo que al tiempo convierte su obra en un mecanismo peligroso y terrible de brillante literadura, ya que cuestionarse si Lilin inventa o bien tira de memoria sólo parece admitir como respuesta la navaja de Ockham.


junio 09, 2010

¡Yo amé a una Mujer Tigre Vampiro!

Así a grandes rasgos, el final de Vampire Circus es el comienzo de Monster Squad, ¡y que viva el homanaje!: tan pena es que Fred Dekker no sobreviviese a Robocop 3 como que la Hammer tampoco lo hiciese a la década de los 70. Todo eso que perdimos. Más o menos...

Vampire Circus es una cosa demente y sin sazón que sólo se puede aguantar en pie, mal que bien, si se la defiende desde ese repóker de imágenes tremebundas y el par de secuencias de sicalíptica antología que la postulan, aún hoy, como un pequeño bizarro tesoro dentro del panteón filmográfico fantastique. Le perdona uno, pues, su total desbarajuste en el ritmo y en el montaje, la esquizofrénica ilación de los mimbres argumentales, así como la tibieza mantecosa de gran parte de su propuesta formal, en su mayor parte ya risible en aquel lejano 1972, todo eso se le perdona, como digo, aunque sólo sea por paladear ese prólogo made in Hammer, adulteresco y pederástico, pura y esencial lección psicológica del comportamiento de la humana turba; aunque sólo sea por la escena del baile sexual animal animamuertos, con esa mujer tigre, esa tiger woman hasta las trancas de tetas al aire y polvos implícitos en todos y cada uno de los poros de su desnuda y pintada piel; aunque sólo sea por ese coraje iconoclasta de mostrar a mujeres, niñas púberes y señoras de, todas ellas ahítas de ninfomanismo, sedientas de esa lefa vampírica que si bien no conduce a la vida eterna sí al menos es el camino del folleteo padre, el Polvo entre los Polvos.


¿Mujer Tigre en época de celo? ¿Caracono?

Vampiros con una sota de bastos por tranca de un lado, mujeres con la bilirrubina felátrica por las nubes del otro, y en medio los humanos maridos pueblerinos, cornudos, ultrajados, con la pichulina hecha fosfatina, heterónimo de gorrión. Y como colofón, para aderazar semejante ensalada de pornopatía, un circo de freaks mugrientos, encabezados por el forzudo carapalo David Prowse, futuro Darth Vader para los restos.




Adaptación al cómic de Vampire Circus a cargo de Brian Bolland y Steve Parkhouse

(The House of Hammer nº 17, febrero 1978)


Lo mejor de la Hammer, Cushings aparte, fue siempre el rojo vivo de la sangre y lo generoso de los escotazos. Ninguno de estos elementos falta en Vampire Circus, todo y que estén al servicio de una película endeble y mediocre que convierte uno en degustable a base de ilusión y fiebre de bragueta. Con ese título y semejante planteamiento uno hubiese preferido algo de más empaque, una suerte de híbrido entre La Feria de las Tinieblas de Ray Bradbury y la Feria de Monstruos de Berni Whrightson y Bruces Jones. Pero a falta de pan buenas deben ser, por fuerza, un par de tiernas y golosas madalenas... Digo yo.






junio 02, 2010

El Esnucador de las Tinieblas (es un gremlin tiñoso)





Que la nómina de dioses profundos, primigenios e impronunciables, Chtulhu, Yog-Sothoth, Nyarlathotep, ya saben ustedes, toda aquella basca disforme y tentacular, existen única y exclusivamente en el mundo de la ficción y en las películas de Guillermo del Toro está más que probado. De lo contrario a estas alturas ya hubiésemos tenido noticia de la horrífera y preternatural venganza de alguna de esta deidades sobre más de uno y de dos directorcillos mequetrefes y dislocados mentales. Y es que muy probablemente no hay ni ha de haber en el futuro escritor más maltratado por el cine que Lovecraft.

El Morador de las Tinieblas comienza con buen pulso, a la alargada sombra de los éxitos semi-lovecraftianos de Stuart Gordon, léanse Re-Animator y From Beyond, pero es todo un espejismo, enseguida decae, se pone morcillona y vacila torpe hasta el desaguisado rijoso. Si lo hubiesen dejado en el estupendo prólogo con el chiquilinapia de Jeffrey Combs un servidor ya hubiese dicho basta, pero no, tuvieron que alargarlo, y lo hicieron hasta tal punto, todo tarde y todo mal, que al final lo único que acaba teniendo de lovecraftiano es el título. Las parcas dosis de gore y desmembración, así como de anatomía femenina destapada, apenas compensan un visionado que combina el tedioso letargo con alguna que otra carcajada esporádica, sobre todo en las escenas con el monstruo truñotrónico, que parece más enfermo de fibromialgia o Parkinson que otra cosa: un gremlin atiborrado de clembuterol y anfetas con la agilidad y el gracejo de Stephen Hawking.

Pero te partes, te saca el geniecillo cabrón, porque ya han pasado todos estos años y uno ya no es el mismo para nada, y los ochenta fueron muy grandes pese a toda la increíble basura que nos tiraron encima. Basura hecha con tres ochavos y sin pretensión. Ambición de programa doble y aires creepy, poco más. ¡Viva la vida camp!

Conque hay que verla. Verla como si fuese la adaptación de Fantasmas de Palahniuk en un universo en el que Bill Cosby se hubiese adelantado a Obama. Purgativo y tentetieso.




junio 01, 2010

La LOGSE que me sulibella



De los japoneses siempre se aprende algo, eso hay que ponderarlo sí o sí, me entren por donde me entren. "De cajón", que se dice... Y lo que es mejor: por más que te acuestes sabiendo esa cosa de más, esto es así, con estos nipones cabronzuelos siempre SIEMPRE te quedas del otro lado, la mandíbula como soga de badajo, colgando que es un gusto de pura estupefacción. Les debe venir de tener incorporado a la dieta el pescado crudo desde antiguo. Qué decir. Eso es ya en sí un bonus de la hostia. Un mirar por encima del hombro indiscutible. Y luego, por supuesto, están el millón de vicios negros y parafilias y necromancias de tapadillo de las que no se avergüenza ni uno. Eso también. Por puro exceso llegaron al otro extremo de la perversión y ahora están de vuelta: se ríen hasta de la madre que nos parió. ¿Quiénes otros, si no, que me lo diga alguien, serían capaces de orquestar un duelo de spaguetti-western en mitad de un instituto de adolescentes criminales, pero cambiando disparos a bocajarro por obscenas culadas pélvicas y revólveres por bragas de combate? A eso ni siquiera se le puede llamar ir a una velocidad por encima de la media. Eso es directamente ir con un colisionador a positrones enchufado en el culo.