Resistencia en el flanco débil

diciembre 27, 2011

Ayrton Senna: A Martyrology


                                                                                                                                                                                             


...Y así es como la verdad y los hechos fijados en la imagen de archivo se convierten, a través del nuevo collage documental, en significantes que decantan significados nuevos, ya abiertamente inscritos en el ámbito de la reescritura histórica: es decir, el género documental como artefacto de plena ficción. Una muestra ejemplar es Senna (2010) de Asif Kapadia. Senna empieza como un western clásico, sin zonas de incertidumbre ni claroscuros, con un bueno muy bueno (Ayrton Senna) enfrentándose siempre en inferioridad de condiciones a un malo muy malo (Alain Prost) y al sheriff corrupto (Jean-Marie Balestre), pero triunfando sobre el podrido sistema gracias a su talento natural como piloto y a la integridad de sus valores como gran deportista y mejor persona. Pasa el film inmediatamente después a adquirir los tonos del western crepuscular, cuando sus otrora archienemigos, Prost y Balestre, desaparecen de escena y Senna debe afrontar el cambio y el paso del tiempo, enfrentarse, más sabio pero también más viejo y, por lo tanto, más cansado, a la entrada de la guerra electrónica en su mundo. El equivalente del ferrocarril en Once Upon a Time in the West (1968) de Leone. Senna es un pistolero a la vieja usanza, el mejor de los pilotos de la antigua escuela, pero el nuevo signo de los tiempos lo persigue y arrincona. Además, un nuevo antagonista, un Billy the Kid, un nuevo enfant terrible (Michael Schumacher), futuro mejor piloto/pistolero de la Historia, recién ha entrado en el circo y está dispuesto a empezar a labrarse su nombre a fuego, pasando por encima del cadáver del héroe cansado si es preciso. Es en este momento cuando el western crepuscular deja paso a la tragedia griega: de algún modo Senna sabe que ha llegado el momento de orquestar su caída, y que no existe otra vía de escape ni destino que ésa. De algún modo Senna asume que para obtener su entrada franca en el Olimpo de los Dioses de la Formula 1 debe inmolarse, convertirse en leyenda. Dejarse la vida en la pista y aplastarse contra el muro, escribiendo así, con letras de sangre sobre el cemento y el asfalto, su nombre en lo más alto del podio. Una caída que se articulará, por tanto, como ascensión a través del sacrificio. Senna, profundamente religioso, siempre en contacto con Dios, recibe el mensaje de la más alta instancia: él debe erigirse en el Gran Mártir de la Formula 1, sacrificarse por todos sus compañeros presentes y futuros, salvando a través de la entrega de su propia vida la de todos los que son y todos los que vendrán después de él. Si Aquiles, el de los pies ligeros, el  más veloz de los hombres, muere cuando Paris le clava una flecha en el talón, su único punto vulnerable; Senna, el más inteligente de los pistoleros, el más veloz de los pilotos, choca contra el muro de Tamburello justo en el ángulo y velocidad necesarios para que la fatalidad lo trascienda a mito, justo en el ángulo y velocidad necesarios para que una pieza de su propio auto, su propia cuádriga (Ben-Hur actualizado y también reescrito), convertida en flecha mediante la tremenda colisión, atraviese mortalmente su cabeza justo a través del visor, el único punto débil de su casco. Tras el accidente terrorírfico de Barrichello en los entrenamientos del viernes y la muerte de Ratzenberger en los del sábado, Senna parace intuir que ese espantoso fin de semana de 1994 en Imola no puede ni debe acabar en otra cosa que en tragedia mayúscula. La Colisión Total y Seminal que instaure un nuevo orden e impida más muertes. En los minutos previos a la que será su última carrera podemos ver en su rostro resignado, en su gesto abatido, que no conoce con la razón lo que sabe por intuición, lo que siente en las propias entrañas: Senna debe morir para que la Formula 1 siga viviendo más grande que nunca tras el sacrificio del más carismático de sus pilotos. Porque Senna simboliza la viva pasión por los propios sueños llevada hasta las últimas consecuencias. Pilotar hasta las últimas consecuencias. Ser el mejor hasta las últimas consecuencias. Estamos, por tanto, ante el retrato de un martirologio: la confirmación de que uno es, por encima de cualesquiera otras consideraciones y responsabilidades, el contenido de sus sueños, y que la primera responsabilidad, en consecuencia, es y debe ser siempre el respeto hacia aquello que uno es y hace, el respeto hacia uno mismo y el contenido de sus propios sueños. Un respeto que sólo se consigue a través de la dignidad, una dignidad que se lleva dentro o no se lleva, se tiene o no se tiene; no se puede entrenar, y sobre todo, ni el éxito ni el dinero la pueden comprar. El sumo sacrificio, aunque sea a nivel subconsciente, por unos ideales claros y objetivamente buenos. He ahí la catarsis. De este modo es como Asif Kapadia, a través de un estudiadísmo guion y un muy hábil uso y montaje de las imágenes de archivo, convierte al Senna piloto, y sin embargo hombre, en el Senna semidios redentor, y reescribe de paso su muerte en clave de Última Cena, Crucifixión y Muerte. Así pues, el propio film, Senna, el documental, es en sí mismo La Resurrección del Mesías de la Formula 1, y todos los grandes nombres de este deporte que después han sido, desde Schumacher a Alonso, pasando por Button, Hamilton y Vettel, deben su entronización mediática y popular tanto a sus habilidades al volante como a una huella indeleble, la impresa en el imaginario colectivo por el crístico sacrificio de Senna, retransmitido en directo para todo el mundo; su sangre derramada sobre el asfalto de Tamburello aquel primero de mayo...
Javier Jorba-Prat, Antropología del Nuevo Cine Documental, Isla Misteriosa Ediciones, 2011
 


Senna (2010) de Asif Kapadia