Resistencia en el flanco débil

mayo 27, 2012

El genoma es una venganza que se sirve fría


Trabajo de Philippe Druillet para el libro Père et Mère (2011) de Yves Haddad


Si los ojos son el espejo del alma entonces nuestros padres son la superficie especular, el azogue plateado, mercurial y ponzoñoso, sobre es que se desliza, baila y se desmorona, finalmente, nuestro reflejo. En ellos estuvimos, nos hallamos y seremos. De ellos fuimos su potencia, de ellos encarnamos su estigma y su marca, de ellos nos quedaremos, a los años, sólo con su escoria, su sangre enferma y cansada. El suyo es también nuestro genoma, la herencia intolerable, el árbol geneaológico terrible, la prosecución de un caos y una estirpe innominable. "Todos los hombres quieren la muerte de su padre". Lo dejó dicho o escrito no sé bien Dostoyesvsky, y a ciencia cierta que no debió ser gratuito, lo dijo así por algo, sus muy buenos motivos tendría, seguro. Por eso mismo, mucho tiempo después, en el 2019 ya lo vamos teniendo cada vez más cerca, Roy Batty matará a su padre y creador hundiéndole los ojos en las cuencas con sus propias manos: ya no soportará por más tiempo contemplar en los ojos paternos su reflejo...


El meu nom és Druillet (2012) de Montserrat Besses y Pere López                                                       

mayo 01, 2012

Aquel perfume en los tebeos


Las batallas en el desierto (1981) de José Emilio Pacheco                                                                 

La elegante y sofisticada madre del gran amigo de aquellos años, que nos fue robado tan pronto, lo mudaron de colegio para no volverse a saber más. O la rubia profesora de desnudísimos hombros increíbles, cuya dicción exquisita, de puro perfecta, hacía imposible cualquier intento de aprendizaje. O la amable dueña del quiosco de al lado del semáforo, donde comprábamos los Mortadelo, los Superlópez, los Sir Tim O'Theo, y mangábamos los cromos del Sherlock Holmes perruno sólo muchos años después rebautizaríamos, por esnobismo freak, de Miyazaki. O la ama y señora del bar de cuyo nombre mejor no acordarnos, que nos invitaba a cocacola y bolsa de patatas fritas cada vez que nos aparecíamos por allí, con la cara llena de vergüenza y más llena aún de ojos tristoides, casi llorosos, en busca de nuestro padre borracho y con pulgas de muy pocos amigos. Quien no se enamoró nunca, perdida y platónicamente, de mujeres así cuando canijo, de todas y cada una de ellas o de todas ellas a la vez en una sola madura mujer, no puede decir con todas las letras que alguna vez fue niño. La intensidad de un amor que se sabía imposible sólo podía equipararse a la desolación que producía el conocerse a lo sumo divertidamente comprendido, pero jamás correspondido... Respecto a todo lo demás, se sabe a ciencia cierta que un amor, a doble cara de la moneda o no, es verdadero cuando todos los que lo rodean se conjuran contra él, de ordinario con éxito...