Resistencia en el flanco débil

diciembre 23, 2008

A mí me daban tres



Eso, eso. En realidad te hartas de cosas así; este rebanarte día a día las pelotas. La mermelada de ciruela sobre la mantequilla (siempre preferiste la de melocotón); los tumultos de caterva esperando agónicos que se abra la puerta del metro para vomitarse como carne picada y podrida y vestida sobre la máquina de raíles horadadora de oscuridades (siempre preferiste haber nacido Trífido); mires donde mires un velo de zafiedad impregna el aire en una especie de rocío mucilaginoso y letal. Respira una, dos, tres veces y ya estás listo, empiezas a transformarte; como Jekyll, o no; como Hyde si es que hubiese ido un paso más allá, se hubiese ventilado entera una barrica de absenta rebajada con líquido de frenos. Roña humana que apesta por dentro y por fuera. Y quiere hacerte partícipe de su coyuntura vital en tanto que basural genético. Aproximan su cara a tu cara, siempre peor (por lo humana y por lo cercana) a mil alfileres en lo tierno de la uretra. Y no contentos con eso, te hablan. Te expelen en la mismísima jeta, tu mismísima pituitaria, informes sartas de sonidos articulados cargados hasta las trancas de guerra bacteriológica. ¿Cómo puede haber individuos que expulsen gases más mortíferos por la garganta que por el recto? Pues ahí los tienes... Son el paso que va más allá. El apocalipsis definitivo. Doctor Moreau desatado y perdido de la chaveta. Reíros de los anticuerpos, mofaos de los ultracuerpos: someteos esclavos a la tiranía de los roñocuerpos. ¡Coming soon! Dios no necesita televisión digital, mira constantemente el VideoCirco: Canal Atrocity Exhibition; sorbe hidromiel todo el rato, esnifa chocolatina en polvo y come nachos con la mano con que no se la pela... No estoy hablando de una maldita metamorfosis (jódete Kafka!!!), ni de una involución (jódete Ballard!!!) , es más bien una "transpestación"; dejas de ser una mierda para ser otra distinta. Que todo cambie para que todo apeste igual (jódete Lampedusa!!!), sobre todo si a mediodía has comido judías pintas. O acelgas. O un telediario... Pero te quedan el recato y la baturra sabiduría: ¿quién es el guapo que no apestaría a topillo de las marismas a poco que se lo propusiese?, esto es, ¿se dejase un tanto y otro poco?... Ahora bien, por lo que no pasas, por ahí ya no, es la falta de maneras. De estilo. De educación. Un mínimo común múltiplo de vergüenza. Seres que se creen en la potestad y la prerrogativa de abordarte e invadirte sin siquiera pasar por el sencillo y tan barato peaje de un "Disculpe usted (es mi intención mearme en su tiempo)", un "Hola, muy buenas tardes (venía a a ver si era posible timarle unos euros)", un "Perdona, pero es que (no vengo más que a cagarme en tus muertos)". De las hijoputadas no hay quien se salve, cierto, pero ¡ojo!, al menos con la putísima educación por delante, coño... Mi padre, mal rayo lo parta, siempre tuvo una cantinela popular para estas cosas mundanas: "Los buenos modos, Maruja, con sangre no, pero a hostias sí entran... Mira si no... SPLAF! SPLAF! PLATAF!!!!". Anda que no me cayeron chuflas... Y así sucedió que encajé una tras otra cientos de palizas hasta que aprendí a dirigirme al prójimo como es de recibo. De aquellos polvos estos lodos. Y estas pajas. De ahí mi chufflo nombre. De ahí, también, que tan a menudo te topes circulando por este puerco mundo —por un cerdo Dios sintonizado (jódete Rouco Varela!!!)— con interfectos pestosos y maleducados a los que propinarías una hostia tras otra, tras otra, tras otra, tras otra, tras otra, tras otra... y así hasta que al tipo lo llamasen Trinidad.

diciembre 19, 2008

Ángeles de alas sucias

El día sucedió al día, y digo "el día" en lugar de "un día" porque fue como si lo conociese de siempre, desde canijo, como si cada maldito día estuviese siendo el mismo maldito día; como visitar la taza con prisas y cagándote; como rascarte el culo por debajo del pijama, recién levantado, camino del lavabo; o masticar pan, contarte las arrugas ante el espejo, darle sorbos a un café siempre peor que la propia vida... Siempre igual y siempre lo mismo; nada de temerario o luminoso en todo ello. Sólo veinticuatro horas más lejos de todo y de todos. Veinticuatro más acá del umbral que arruinará a todos los cerrajeros. Y ocurre que al escucharme así: "El día sucedió al día", me dije, y acto seguido me puse hecho una furia y me quise matar. Las manos convertidas en garras que hubiesen oscurecido de envidia a las grandes águilas. "Morirás, morirás, ¡morirás!", me susurré al oído, emprendiendo la carrera en pos de mi sombra en plan basilisco, rojo de rabia. Eché a correr al instante, preventivo, abusando del reptil instinto, y salí por piernas. Me dejé allí, plantado en mitad de una nada terrosa y con olor a espermicida, las manos en garfio buscando la presa perdida en su propio cerebro —que era el mío también—, enterito él —enterito yo— copado de enajenaciones. Sí, me dije, "la diñaré", no te preocupes... un día de estos... Y a partir de ahí nada más, salvo que desaparezco: siempre se le espera a uno en algún lugar.

diciembre 11, 2008

Escaneando la Oscuridad: huele a orines y a podrido

El Gran Sbragia te vigila...


Andaba ocupado en no hacer nada, optimizando mi alma en la vagancia, cuando sonó el teléfono. Sólo pensar en la muy hipotética posibilidad de tener que levantarme y coger la llamada ya me cortó el rollo: me destrempó en un segundo la caraja mental. Giré sobre mí mismo, apoltronado en el sofá, dándole el culo al aparato. Dejó de sonar. Segundos de silencio. Retorno a la divinidad… Intenté imaginar cómo picaría tener el hemisferio izquierdo de la chola infestado de piojos.

Al poco el trasto volvió a sonar. Sus muertos. Rastreé pretextos en mi cabeza. Un motivo con cara y ojos por el que levantarme y coger el maldito teléfono. Pronto encontré una tipa bien buena, su voz sensual al otro lado del hilo intentando camelarme; que comprase, contratase su servicio; mierdas de esas; y mientras yo, ni que sí ni no te digo, guapa, tocándome la entrepierna a costa de tu escala de agudos untada en mi maná semental… Así que fui y contesté: "Diga lo que sea". Y lo hizo, una voz de tía, sí, pero castrante y camionera, con caja de resonancia de cómo poco los cien kilos en báscula farmacéutica: "Buenos días, ¿es usted Wilson el interconectado?". ¡Mierda, no! Una vez más me habían descubierto. Maldito programa de protección de testigos… Estaba claro aquel desliz en el lavabo de tías jamás me dejaría vivir en paz.

Tenía que volver a despistarlos a cualquier precio. Debía hacerlo por mi integridad; la de ellos, los dos, mi par de innombrables. Conque puse en ello todo mi ingenio: "Sí, joder, soy yo, qué coño pasa…". "Ah, bien, bien, lo sabía... Verá, caballero, llamo en nombre de la Compañía QWERTY y quería hablarle acerca de nuestras ofertas en desconexión alámbrica, inálambrica, alambicada, guayrless y blutúz... Según observo en mis ficheros ha sufrido usted problemas de caídas en la interconexión últimamente y bla bla bla…".

Me tenían pillado, joder si me tenían. Del todo, me habían pillado el culo, hasta los últimos pelillos del ojal, vaya que sí… "Estoo… errr… se equivoca usted, preciosa… yo estoy muy satisfecho con mi servicio de lavandería… Es más, incluso me atrevería a decir que la palabra es ‹‹TERRIBLEMENTE››. Eso es: te-rri-ble-men-te satisfecho con mi servicio de lavandería". "¡¿Lavandería?!... pero... oiga, yo le llamo de QWERT...". "No, no, nooo… me parece que te has equivocado de interconectado, nena; yo soy el Wilson que repara neveras en Trafalgar Escuer. Conque adiós". "Pero oigame, yo...".

Y fin: colgué. Ya estaba hecho. Tenía ganas de fruta, un zumito. Sentía una como sed enfermiza en el fondo del hígado. Fui al frigorífico, había uno de leche con plátano... y luego... luego... bueno… Luego ya no supe cómo narices continuar esta basura. Tampoco ahora, así que mejor dejarlo estar...

En otro orden de cosas, ahora que caigo, el otro día vi a Sbragia por la calle y me dio mucha vergüenza porque todavía me acordaba de cuando me había reído de él en su misma cara, pero como no se dio mucha cuenta y además es un completo ingenuo, va el tío y me saluda. Se paró a charlar. Así que yo me tuve que parar también. Hasta acabó invitándome a unas pintas. El tipo tenía que soltar su mierda a alguien y ese día yo me hallé en el momento y lugar contraindicados.

Estuvimos allí un buen rato, repantingados en las sillas, estirados como gatos allí, con nuestras cervezas, al calorcito, y mientras me hablaba y hablaba, el majo de Sbragia, yo no podía dejar de pensar: "Pues no es tonto ni nada, el bragas éste", y luego echaba un buen trago de birra, y me reía mucho por dentro, por donde no se notara.

Yo acababa de leer A Scanner Darkly de Phil Dick, en la pésima traducción de César Terrón, aquella de Acervo, con ilustración horrible en las sobrecubiertas blancas, y no podía parar de imaginar al bueno de Sbragia comido vivo por los áfidos, es decir, por los piojos. Y luego mi cara, la cara que él veía, la misma que las holocámaras instaladas en el bar grababan; mi cara, que no era mi auténtica cara porque era la suma de todas las caras, cambiando de rasgos constantemente gracias al “monotraje mezclador”, como si mi jeto fuese una condenada máquina tragaperras en constante tránsito hacia el Trío de Jackpots del Juicio Final.

¿Acaso soy por ello un cabrón? ¿Un auténtico hijo de puta? Bien, pues lo seré...

¿Qué más? Ah sí, luego llegué a casa de mi hermano, Lionel, que trabaja de sexador de pollos no siendo japonés, lo que bien mirado tiene mucho mérito, aunque luego todo el mérito que gana por ahí lo pierda siendo un borrachuzo fracasado que ya no pega a su mujer porque ésta hace tres años que lo abandonó en su propio charco de vómitos.

Estaba allí, en su cuchitril mierdoso, pero él no; suerte que tengo llaves de su cubil y más suerte aún que él no sabe que se las copié a hurtadillas. Le mangué otra birra de la nevera. El pobre desgraciado está obsesionado con que en su casa hay fantasmas. ¿Podéis creerlo? En fin… Luego sonó el teléfono. Me picaba la cabeza. Intenté recordar cuánto hacía que no me duchaba mientras descolgaba el aparato: "Oye, Wilson, pedazo de mierda chabacana, hicisite muy mal al colgarnos, sabeees... Ahora sí que la has cagaaado, sabeees... Ahora sí que te vamos a interconectarrrr".

Y después de aquello reconozco que ya no tuve más sed en todo el día y desde entonces observo un tanto paranoico las aristas de las esquinas...

noviembre 05, 2008

Visto y no visto

una paja cyberpunk


La liquidación del tiempo considerada como una carrera en cuesta descendente hacia el agujero del infierno de la nada; rojo glacial de silencios encadenados. En ésas andamos. Viajamos más rápido que nunca hacia cierta suerte de ninguna parte, ese no-lugar, ese no-transcurso que nos tiene reservada, al fin, la tan trabajada y merecida ataraxia. Entropía acelerada. Los ciberciudadanos del primer mundo muy pronto podrán disfrutar de las comodidades y ventajas lúdicas del siglo 22: domingos de petanca con Yul Brinner; partidas de mus con Gregory Peck; polvos mágicos con una Scarlett Johansson robotizada y hologramática, de paredes vaginales, empero, del todo carnales. Guepardos de calendarios y almanaques. Nos será dado recorrer tres centurias en los apenas 40 años que separan el primer pelo púbico de la última angina de pecho. Si el XX terminó en el 89, con la farsa del muro comercializable; el 21 acaba aquí. Ha empezado la cuenta atrás. El próximo magnicidio lo viviremos en directo, desde la ubicua nitidez de la televisión digital; repetido una y mil veces en las diversas y sucesivas pantallas: ultranoticiarios; Youtube; blogociénaga; y finalmente The Obama Strike, la última de Oliver Stone, poco antes de espicharla de enfisema pulmonar. Inviernos nucleares y avernos digitales. Matt Groening for President! y Mad Max Más Allá del Hongo Nuclear ya están aguardando a la vuelta de la esquina, en espera del pistoletazo de salida.



MicroPoemos de la Era PostNocillar, 2008

noviembre 01, 2008

Lápidas



Dijo no sé quién,
que también está muerto:
‹‹quien planee vengarse, que cave dos tumbas››...
Tu sonrisa ensartada por la espada de Damocles;
he ahí mi sepultura...
MicroPoemos de la Era PostNocillar, 2008

octubre 26, 2008

Mocasines limpios





Shangai, Dresde, Guernica
la sangre de los poetas no mancha las calles
el haiku está sobrevalorado
MicroPoemos de la Era PostNocillar, 2008


octubre 16, 2008

Empapados en crack

La vida es este lugar devastado que rinde pleitesía a lo feo y lo gañán, ni siquiera se le puede llamar "imperfección", y un regalo del estilo de "carente de armonía" desde luego sería algo así como el techo alto del subterfugio. De ahí la literatura, y el cine, también la pintura, y, bueno, en general todo tipo de manufactura artística que se imparta como materia en las facultades de humanidades, esas chimeneas de marasmo contumaz. Hay que devolverle al mundo algo de credibilidad, de esperanza barata, aunque sea con trampas, aunque sea con copias más reales que la propia realidad, que no por ello "replicantes". Somos patéticos del primero al último y la espera podría llegar a ser muy larga. Invertir en tiempo es siempre una apuesta suicida; peligrosa a corto plazo y fulminante a largo. Eso sin contar el TAE, el euribor, y la madre que nos parió a todos. La mejor forma de llegar a final de mes con el saldo de sueño en positivo es abrazar de una vez la certeza: que más allá de los 29 todo esqueleto es un cadáver en aceleración progresiva, y que con un depósito de combustible tan en las últimas no se puede llegar demasiado lejos.


octubre 07, 2008

Welcome to ‹‹Repo! The Fascist Opera!››



Cuesta creer que en los años que lleva como responsable último del Festival de Sitges, el señor Ángel Sala haya hecho más progresos en el campo del bilingüismo —trilingüismo si es que tenemos en cuenta sus denodados esfuerzos con el catalán— que en el ámbito del tacto o el sentido común. Parece que este caballero todavía no se ha apercibido en todo este tiempo de que el Festival lo hacen los espectadores. Los mismos espectadores que año tras año reservan parte de su mes de vacaciones anual para poder asistir al Festival. Los mismos que sacrifican horas de sueño y juicio para poder ir, en ocasiones, a tres y hasta a cuatro pases en un sólo día, andando y desandando una y otra vez la maratoniana cuesta que separa el Retiro del Auditori. Los mismos que dan vida con sus miradas y sus flashes al Brigadoon, las paradas de merchandising, las exposiciones. Los mismos que se dejan tan grande parte de su sueldo en los restaurantes, cafeterías, hoteles y hostales de Sitges —ninguno de ellos precisamente barato—. Los mismos que se patean las inmediaciones del Melià de arriba abajo en pos de una instantánea amable con esta o aquella celebridad...


Los mismos espectadores, en definitiva, que el pasado sábado tuvieron, tuvimos que asistir Los mismos espectadores, en definitiva, que el pasado sábado tuvieron, tuvimos que asistir —ya es hora de que abandone un tono neutral que ninguno de los responsables del suceso merece— a un espectáculo deplorable, un acto vergonzoso de fascista neoliberalismo.


El asunto empezó por la mañana, el pase matinal de Repo! The Genetic Opera! se suspende, al parecer, porque el retraso acumulado había llegado a solapar horarios con la siguiente película a proyectar. La versión oficial pretende hacer creer que dicho retraso respondía a una imposibilidad por parte de la organización del Festival de garantizar la seguridad del estreno, esto es, de que nadie "grabara" la película para inmediatamente pasar a colgarla gratis en la Red. Otras versiones, no oficiales, eso sí, afirman que el retraso respondió a eso, en efecto, pero desde un punto de vista bastante más prosaico: sencillamente todavía no habían llegado los detectores de metales con los que se pensaba "cachear" al público asistente, en busca de esa "videocámara terrorista" que había de piratear el estreno.


Ya de noche, en el Auditori, guardando la cola del estreno de Repo!, doce y media de la madrugada, la película estaba programada a la una, nos vienen dos voluntarias y nos comunican que no se permitirá el acceso a la sala con cámaras de fotos, y que éstas habrán de dejarse en consigna. Todos los móviles, por supuesto, deberán permanecer apagados. Esta peculiaridad, este prerrequisito, que yo recuerde, no se anunciaba en el programa. Si se me llega a avisar con antelación de este particular, por supuesto, se habrían metido su entrada y su ópera genética por el sitio oscuro y húmedo que yo me sé.


Pero está visto que la distribuidora de Repo! tiene al señor director del Festival Internacional de Cine de Catalunya cogido por los mismísmos. Después de una media hora de retraso sobre el horario previsto las colas comienzan a avanzar, y enseguida se confirman las peores sospechas. Las colas avanzan muy despacio. ¿Por qué? Porque la seguridad del evento está procediendo a despojar a todos los espectadores de sus cámaras fotográficas, haciendo apagar los móviles en su presencia, y "cacheando" al personal mediante detectores de metales. Por lo visto, hoy día, la integridad de una película es equiparable a la de un aeropuerto, un juzgado o una comisaría, tan grande es la paranoia que se ha instaurado en ciertas mentes más estrechas que amuebladas.


No obstante, no contentos con el infumable circo de los detectores, la seguridad a cargo del evento procedió también a registrar bolsos y mochilas en busca de "esas cámaras terroristas del Eje del Mal" que gritaban bien a las claras que todo asistente al Festival era un pirata y un delincuente a priori. Señor Sala, querido, supongo que ya está usted al corriente de que esos registros, en manos de quienes los llevaron a cabo, fueron poco menos que ilegales. Una total vulneración del derecho a la intimidad. Nos trataron como delincuentes cuando los delincuentes estaban siendo ustedes, nada menos.


Al final, entre pitos y flautas y venga meter mano en bolsa ajena, el público asistente, hasta las mismísimas narices, toma asiento, indignado y dispuesto a dejarse sentir, como creo que lógico y del todo comprensible. A estas alturas ya llevamos una hora de retraso sobre el programa: las dos de la mañana. Sale Gemma Ruiz a presentar la película, Ángel Sala en retaguradia, por si hay que sacar la artillería, y nada más abrir la boca la susodicha, el público empiez a silbar. Y aun, señores míos, silbaron poco. La afrenta requería bastante más. A mi tenor, de "hijos de puta fascistas" para arriba y quizá me estoy quedando corto. Suerte tuvieron de que el público del Festival Sitges sea bastante más educado que su organización.


Porque como si no hubiésemos tenido ya bastante vejación y suficiente atropello, en ese instante toma la palabra el señor Sala para acallar los abucheos y no se le ocurre otra cosa al buen hombre que pedir respeto... ¡¡¡Un poco de respeto, eh!!! ¡¡¡un poco de respeto!!!


Muy señor mío. El respeto, si alguien lo merecía, se lo había ganado, era el público, pero no, encima tuvimos que aguantar su legendario de natural malcarado, y además su soberbia. El señor organizador del Festival de Sitges en ningún motivo pidió perdón, en ningún momento se disculpó ante los asistentes por la suspensión del estreno aquella misma mañana, ni pidió disculpas por el retraso de una hora que ya llevaba aquella misma noche, como tampoco explicó a qué había venido la ignominia de los detectores y los registros de la entrada. No, señores míos, ante todo y sobre todo, un respeto para Gemma Ruiz, que la pobre ninguna culpa tenía de que los mandamases de Repo! The Fascist Opera! me tuviesen acongojadito...


Está visto que las cosas en este mundo cabrón están cambiando a una velocidad de vértigo. Ahora el consumidor ya no sólo no tiene ningún tipo de razón, además, adjunto al tiquet de compra, viene la imposición de que te bajes los pantalones y te dejes dar por el culo.


Felicidades, señor Sala, el pasado sábado usted permitió que a los espectadores asistentes a la sesión nos la metieran doblada. Bravo. Bravo. De todos modos, hágaselo mirar, creo que se pierde usted algo; un problema de comunicación. Algo en el aire, en la lengua, en el agua. No sé. Creo que no ha captado todavía usted la esencia: Sitges, la ciudad, y Sitges, el Festival, son bastante más que eso...


Y desde luego ha demostrado usted que no está a la altura de ninguno.





septiembre 28, 2008

‹‹Shangai Jim›› y su último saludo en el escenario



Probablamente éste no sólo será su último libro, también es el menos ballardiano de toda su bibliografía. El de Ballard fue siempre el territorio de la ficción y este Milagros de vida pretendía ser una biografía, el relato, esta vez sí, veraz de su vida, o al menos de los momentos que el autor creyó decisivos en su vida. Y si algo le queda a uno claro después de leer este libro, esta autobiografía que no es una autobiografía, es que Ballard no es uno de esos escritores cuya vida se antoja más interesante que sus ficciones. Todo lo contrario. Ballard siempre fue un hombre normal, de aspecto incluso, si me apuráis, del todo ordinario, que albergó, no obstante, una de las imaginaciones más inquietantes y potentes de su tiempo. O tal vez fue al revés, una imaginación portentosa y visionaria encerrada en la carne y los años de un hombre de lo más corriente.

La imagen es chocante, la leyes no escritas del tópico y de la apariencia dictaban que el creador de las obscenidades psicótico-mécanicas de Crash debía ser –o al menos semejar– una especie de perturbado autodestructivo, de ojos desorbitados y mirada huidiza, al más puro estilo Charlie Manson, pero Ballard, más allá de sus ficciones, destacó por ser una persona discreta, volcado en su vida familiar.

El mayor interés de Milagros de vida sea seguramente ese, el de mostrarnos cómo ese hombre sencillo, en muchos aspectos superficiales quizá hasta anodino, pudo sacarse del magín libros tan perturbadores como Crash o La exhibición de atrocidades, al tiempo que luchaba por sacar adelante tres hijos sin madre –fallecida muy joven– en el marco de una Inglaterra sin rumbo, en busca de su identidad perdida tras la Segunda Guerra Mundial.

Digo que no es una autobiografía y creo que digo bien, su verdadera autobiografía –con ciertas licencias dramáticas– ya la escribió Ballard en dos volúmenes excepcionales, El Imperio del Sol y La bondad de las mujeres –ambos recientemente reeditados después de llevar algunos años agotados–, novelas de ficción a la par que bellísimos testimonios de vida. En este sentido, pues, Milagros de vida no nos ofrece prácticamente nada que no esté ya en esos dos libros –a excepción de su enfermedad y la sobria asunción de una muerte que sabe a la vuelta de la esquina–, erigiéndose más bien en una suerte de regalo –a sus tres hijos primero, a su pequeña legión de lectores después–; ese último saludo en el escenario antes del fin, cada día más próximo.

Milagros de vida es un muy rápido repaso a los picos de un encefalograma que se sabe justo a un paso del abismo, los hechos y escenarios clave que derivaron en que Ballard acabase siendo el Ballard que efectivamente hemos conocido. Su infancia en Shangai y los años de reclusión en el campo de prisioneros japonés de Lunghua; su paso de la infancia a la adolescencia en medio del horror de la guerra mundial tuvo una importancial capital, siendo hasta tal punto así que el propio Ballard reconoce que toda su obra de ficción posterior no fue más que un intento subconsciente por recrear aquella época y aquellos lugares, Shangai, Lunghua, las penalidades y horrores que nunca dejó de sentir como su verdadero hogar. Motivo por el cual toda su vida posterior, ya en Inglaterra, fue la de un exiliado que nunca encontró su lugar. Se trata del mismo desapego que le permitirá convertirse en un gran crítico para con la sociedad británica de la época, todavía atascada en los sueños de un imperio que se desintegraba por momentos, y atada siempre a las ridículas convenciones y lugares comunes de un modo de vida que apenas si había cambiado desde los tiempos victorianos, a pesar de dos guerras mundiales, inmersa en la Guerra Fría y la escalada nuclear.


"Me obsesionaba la conflictiva percepción que tenía de mi persona, y me animaba a pensar en mí mismo como un forastero y un inconformista de por vida. Seguramente eso me llevó a convertirme en un escritor dedicado a realizar predicciones y, si es posible, a provocar cambios. Creía que lo que Inglaterra necesitaba urgentemente era cambiar, y lo sigo creyendo".

Tambén tuvieron un peso específico notable su primera formación como estudiante universitario de medicina y su posterior experiencia como piloto militar de la RAF en Canadá, ambas esenciales para conformar la mente que años después diseñaría las pesadillas eróticomécanicas de Crash o escenarios desolados como los descritos en La sequía o Mundo de cristal. Destacan con luz propia sus vivencias en las salas de disección de cadáveres de la facultad de medicina, merced a las cuales descubrió hasta el último de los recovecos de la anatomía humana, mientras daba pábulo al pensamiento de que aquellos cuerpos sin vida, a su manera, seguían viviendo, sostenidos por el formol y las atentas miradas y aún más precisos cortes de los cirujanos del mañana.


"Los años que pasé en la sala de disección fueron importantes porque me enseñaron que, si bien la muerte es el final, la imaginación y el espíritu humano pueden triunfar sobre la propia disolución. En muchos aspectos, toda mi obra de ficción constituye la disección de una profunda patología que había presenciado en Shangai y más tarde en el mundo de posguerra, de la amenaza de la guerra nuclear al asesinato del presidente Kennedy, de la muerte de mi esposa a la violencia que sustentó la cultura del ocio de las últimas décadas de siglo. O puede que los dos años que pasé en la sala de disección fueran una forma inconsciente de mantener Shangai con vida por otros medios".

Otro suceso fundamental; la trágica muerte de su esposa, que provocará un cambo radical en el rumbo y los temas de la ficción ballardiana, alejándose de las catástrofes de ciencia ficcíón para adentrarse de lleno en la psicopatalogía de la sociedad de masas; llega el momento crucial, los años de La exhibición de atrocidades y la gran trilogía urbana: Isla de cemento, Crash y Rascacielos. Y mientras da forma a estas pesadillas de locura y aleación, Ballard se convierte en padre y madre de sus tres hijos, auténtico motor de su vida hasta hoy, esos "milagros de vida" del título, a quienes dedica las que serán sus última líneas.

En la década de los 80 Ballard alcanza fama internacional gracias al éxito de su novela sobre la Segunda Guerra Mundial y, sobre todo, gracias a la adpatación que de ella hizo Steven Spielberg. Jamás ha de tener tantos lectores como entonces, muchos de ellos, si no la mayoría, ni se asomarán al resto de su obra de ficción o bien saldrán de ella despavoridos, incapaces de asimilar que la misma pluma que firmó una noevela tan sutilmente bella como El Imperio del Sol fuese también responsable de la mórbida y cuasi pornográfica violencia silenciosa que destilan todos los párrafos de Crash.

No obstante, más importante que cualquiera de sus éxitos, la posibilidad de volver a Shangai después de cincuenta años de ausencia se presenta como la última prueba antes de dar por concluido su periplo vital. Este reencuentro se produce en 1991, enmarcado en el rodaje de un documental sobre su obra, rodado por la BBC –al calor, ironías de la vida, de su éxito masivo con El Imperio del Sol y su secuela, La bondad de las mujeres–. Ballard regresa al hogar del que su mente nunca llegó a escapar, territorios físicos, la Shangai y el campo Lunghua actuales, que ya apenas corresponden con el mental del escritor. Pese a todo, la experiencia acaba siendo catártica.


"Shangai se había olvidado de nosotros, del mismo modo que se había olvidado de mí, y las destartaladas casas de estilo at déco de la Concesión Francesa formaban parte de un decorado abandonado que estaba siendo desmontado poco a poco (...) Diez minutos más tarde llegamos a las puertas del antiguo campo de Lunghua, el actual Instituto de Enseñanza Secundaria de Shangai (...) y todas las habitaciones se encontraban cerradas con llave salvo la antigua habitación de los Ballard, que ahora era una especie de basurero. Había un montón de desperdicios, cual recuerdos desechados, metidos en sacos entre los armazones de madera de las camas donde mi madre había leído Orgullo y prejuicio por décima vez y yo había dormido y soñado. El campo de Lunghua estaba allí, pero no estaba. Llegué al aeropuerto de Heathrow sintiéndome mentalmente herido pero renovado, como si hubera realizado el equivalente psicológico de un viaje de aventura. Me había acercado a un espejo, había aceptado que era real a su manera, y luego lo había cruzado hasta el otro lado. Los siguientes diez años se cuentan entre los más satisfactorios de mi vida".
¿Cuántos lectores de Milagros de vida se acercarán tras su lectura a un libro como El Imperio del Sol? Puede que unos pocos, es un libro tan bello como brutal, además de impecablemente escrito. ¿Y cuántos de estos se entregarían a Crash? Más que probablemente, unos muy pocos, lectores desprejuiciados y de miras tan anchas como un paraje desolado, con un altísimo componente de audacia en sus mecanismos psicológicos. Crash, a su manera, está tan impecablemente bien escrito y es tanto o más bello y brutal que el mejor de los textos ballardianos, pero requiere además un acto de fe por parte de lector, un salto al vacío, del otro lado del espejo, de imprevisibles consecuencias, al que no todos están dispuestos.

Ballard acaba aquí, pero el paisaje ballardiano no ha hecho más que comenzar...

septiembre 11, 2008

El Apocalipsis es un plato que se sirve... a los cretinos

—¡Eh!, un momento… Tu jeta me resulta familiar.
—¿Sí?
—Sí…
—Vaya.
—¿Nos conocemos?
—No sé, yo soy Chufflo, ¿y tú?
—¡¿Qué?!
—Eso.
—Estás pirado, tío. Yo soy Chufflo.
—¿Sí?
—Sí…
—Vaya.
—¿Qué coño quieres decir con “vaya”, ¿eh? A mí no me jodas con “vayas”…
—Está bien.
—No obstante, he de reconocer que tu puta cara es mi puta cara…, y eso me cabrea.
—Ya te lo dije.
—¿Me dijiste qué narices?
—Que soy Chufflo.
—¿Y yo?
—Tú también.
—¿Y cómo coño se come eso?
—Los hadrones.
—¡¿Qué?!
—Hadrones.
—No sé de qué maldita cosa me hablas, tío.
—Bueno, los hadrones, cómo decirlo, son como…, bueno, van y vienen y eso, ¿no?, y…, luego…, perooo, no se ven, lo cual es toda una tocada de huevos…, por eso hay que sacarlos a la superficie, y bueno..., ya después todo se junta, aquello y lo otro y lo de más allá y bueno… En fin…
—¡¿Qué?!
—Tú quédate con un par de conceptos: envidia y complejo de inferioridad. Ahí está todo.
—Creo que te voy a dar un par de hostias, mano abierta, nada personal…
—Joder, tío, cualquiera diría que eres yo… Dios juega a los dados, ¿no?, ¿hasta ahí llegas?... Bien, pero el hombre ni siquiera es barro, ni tan siquiera lapo de los dioses, es caca, larva fecal; por eso tiene envidia, por eso mismo también complejo de inferioridad. Así que se pone a jugar a las canicas. Por despecho. Por cochino rencor. A ver si así lo manda todo a tomar por culo. Los hadrones son sus canicas, sus balas; la ruleta rusa de un niño pobre al que nunca compraron dados.
—¿Y entonces?
—Entonces nada, si tú estás aquí y yo estoy aquí es que se acabó la partida.
—Pues yo he quedado a las nueve con una piba del gentemessenger, es más fea que el pecado, pero dice que si le invito a marisco me la chupa.
—Te jodes.
—De todos modos no acabo de ver la situación.
—Un agujerazo negro.
—¿Negro?
—Del todo. Los hadrones se han petado el cacas entre ellos y ahora tu universo está abismándose sobre mi universo. Pero sólo puede quedar uno.
—¡Coño!, como en Los Inmortales...
—Más o menos.
—En ésa estuvo fino el Christopher Lambert, ¿eh?
—¿Lambert? ¿Quién demonios es ese hijo de puta?
—Ah…, claro, ya entiendo. El Agujerazo Negro.
—El mismo.
—Pero hay una cosa que no entiendo…
—(Díos mío…)
—Si es agujerazo y es negro, cómo es que todavía seguimos aquí tú y yo, dándole a la sin hueso.
—Bueno, en realidad es bien fácil, hay que partir de la certidumbre de que los físicos de tu universo no tenían repajolera idea de una mierda. A partir de ahí, bien, comencemos de nuevo: un agujerazo negro es como cualquier sumidero de este y cualesquiera otros mundos, o mejor, como un culo, un ojal de yack. Evacuar el intestino no es cosa de un nanosegundo, no señor. Ahora mismo tu universo es una enorme bosta de masa y energía, descolgándose morcillesca desde el orto hadronero hasta mi puñetera dimensión. Que alguien o algo tire de la cadena es sólo cuestión de tiempo.
—¿Y entonces cómo acaba la cosa?
—Uno de los dos debe comerse al otro.
—¿Quieres decir en plan antropófago, Humberto Lenzi y todo eso?
—No, sólo a nivel simbólico y molecular.
—Joder, qué putada… ¿Ya te dije que esta noche me la mamaban?
—Te jodes.
—Eres un cabrón.
—Lo sé.
—…
—(imbécil…)
—¿Sabes qué? Creo que me estás tangando, me quieres empapelar… ¿Cómo sé de verdad que eres Chufflo?
Soy Chufflo.
—A ver, demuéstramelo, cágate en todo…
—Mendiós!
—No, así no, pedazo de marica, así: MENDIÓS!!!
MENDIÓS!!!
—Mierda, pues sí que eres Chufflo.
—Te lo dije.
—¿Y no divergemos en nada?
—Sí, yo tengo un miembro viril de 27 centímetros de longitud, así como cierta dificultad para pronunciar la elle.
—Conque la elle, ¿eh?
—Esa misma.
—Di “arroz con conejo”
—Arroz con conejo.
—¡Anda!, pues es verdad…
—(idiota…)
—¿Y entonces ahora qué hay que hacer?
—Nos la jugamos.
—¿A cervezas y salchichas?
—Lo siento, Bud Spencer todavía no ha nacido en esta dimensión, y su madre que se alegra, oye.
—¿Y entonces cómo?
—Ahora mismo no se me ocurre nada.
—¿Y por qué no un duelo de chorras? Tal vez sea cierto que te llega al ombligo, cabrón, pero yo la tengo como vaso de cubata.
—¿Como Nacho Vidal?
—Ah, pero conocéis aquí al Nachete…
—Es ministro de Sanidad.
—¡La hostia!
—De todos modos no puedes sacarte la minga en público, este universo es un estado policial.
—Joder… ¿Y entonces qué coño?
—Y digo yo, porque no nos vamos a tomar unas bravas al bar de la esquina, hacemos tiempo hasta que el chorongo se desoville y dejamos que él decida…
—Me parece una idea de putísima madre, tú.
—Pues vamos.
—¿Sabes?, creo que este puede ser el principio de una chuffla amistad…
—¿Querrás decir el final?
—¡¡¡Ouch!!!

septiembre 01, 2008

Le petit déjeuner

Despierto de un sueño demente a la par que lucrativo, en él, cada vez que desfilaba una tipa jamona ante mis ojos libidinosos, o bien albergaba en mis adentros perineales un pensamineto húmedo y casi tumescente, va y me salían los tres jackpots en la tragaperras de la duermevela, que acto seguido procedía a soltarme mil sonoras pesetas, en monedas de a cien de las de antes, cuando había rubias. Me froto los ojos empegotados de legañas y me paso la diestra mano por la cabezorra, de atrás adelante, de alante patrás, como calibrando la resaca, gesto que no sirve para una mierda pero que es en sí mismo asaz peliculero a la par que chorras, y que únicamente se aprovecha en su ciento por ciento de inutilidad cuando lo alto de tu mollera culmina en frondosa cabellera de pelardos. Al final no me queda otra, tomar consciencia y mando de la situación: "¡Coño!, pero si sigo aquí...": la puta vida esta.

Desayuno café solo con almendras. Lo del café sólo observa su justificación en que el culillo de leche que me quedaba en el tetrabrick de la vaca rijosa está agrio, grumoso, como lefa frita de calor sobre el salpicadero de un simca 1000 abandonado en lo peor del desierto de almería, justo allí donde casi la casca el bueno de Eastwood, que de bueno nada, que era tan cabrón como el resto; la suerte que tuvo el tipo es que pasaba del metro ochenta. Lo de las almendras, en cambio, no tiene conexión alguna con que no me saliera de las pelotas comprar galletas ni madalenas ni tostadas con la mermelada ya untada de fábrica, lo último en chifladura alimentaria. Simplemente me gustan las jodidas, malditas, calóricas almendras. Así que las desayuno. Y punto.

Salgo. Bajo las escaleras. Una maruja haciendo la escalera, es decir, fregando la entrada del edificio, y cuando digo "maruja" lo que en realidad pretendo es precisamente esto: ahorrarme el tener que describir que es una analfabeta de pueblo, orillados los 50, escarola horrífera y teñida coronando su testa, cara de bolso, alma negra de mazapán carbonizado tras treinta o más años de trabajo cabrón y servil. Le piso el suelo recién fregado al pasar, qué remedio, pero ella no levanta la cabeza, sigue a lo suyo.

Pero mierda, me he dejado el móvil arriba, vaya por dios. ¿Debería subir? Nunca me llama nadie, es cierto, pero quién sabe. Miro la calle, hoy pintan bastos en el cielo... Doy media vuelta y subo: vuelvo a pisar lo fregado. Sin comentarios por sus partes.

Ya estoy de vuelta, móvil en el bolsillo. Nuevamente en la entrada y de nuevo mis huellas en el suelo húmedo. La chacha no chista mueca. De inmediato pasa la fregona sobre mis zapatos recién impresos por segunda vez en su barniz de lejía.

Pero, uy, me he dejado el cargador del teléfono y lo llevo con apenas un hilillo de batería. Debería recargarlo en el curro, por si aquello de que va y alguien se le rompe una tripa y del cielo llueven chuzos de puta —sí, leyeron bien, de puta, de PUTA y no de punta — y hasta, quién sabe, va y recibo una triste llamada...

Voy por él. Pasos que dejan huella los míos, todo un carácter mi menda. A la ida nada pero a la vuelta, quiero decir a la bajada, ya con el cargador en la bolsa, la mujerona me mira no sé bien si con odio o con asco, o con algo intermedio, monstruoso e informe, cruce contra natura de ambos, cuyo apelativo nominal me habría de entretener en buscar cualquier día de estos en el María Moliner.

Me piro, me piro, ya llego tarde veinte minutos, pero, uy... ay... ¡rediós!... que me entra, que me entra... que de pronto me estoy cagando almendras afuera, como puños de Mazinger, lo que se dice a base de bien. Me he puesto que rompo aguas y me viene de cabeza el truño grandón y retortijero.

Subo corriendo antes de que se me escape pierna abajo "la criatura" y, claro, vuelvo a pisarle a la pobre desgraciada el suelo bañado inundado en desinfectante barato..., pero bueno, pienso mientras asciendo escalones a ritmo de tres por zancada, mejor eso que dejarle allí plantado todo un señor Mojón, Rodin en potencia, ¿no?, todo él escultura perecedera, monolito apestador.

Lo hago. Me refiero a cagar. En mi casa. Mi inodoro. Luego tiro de la cadena. Floooossshhhhh... En el curro me crujen fijo, pero qué voy a hacerle si me viene de improviso el momento "olbrán". Bajo otra vez, todo descanso y cara de ancha felicidad, tan grande ha sido el muerto que me he sacado de encima. Me dejé vacío, talmente sin mierda en las tripas, que diría el Monterito Glez. Ufff. Como éste ya se van viendo pocos...

Vuelvo a pisar: "¡¡¡¡Pero hay que ver que está el mundo lleno de hijos de la gran putaaaa, ehhhhhh!!!!... ¡¡Y no se acaban, no, no se acaban!!", pero claro, esto lo escribo yo así de bien y sin faltas porque soy un tío con educación y estudios y me falta sólo una desde hace tres años para ser licenciado, que la tía bestiaja me lo suelta más o menos de esta guisa: "Pero ay que vé questá er mundo yeno dihjo de la gran putaaaaaaa, eeeeeeee!!!!... y nosacabanno... nosacabannnn!!".

"Cuánta razón tiene usted, señora mía, no sabe usted cuánta", le respondo, pronunciado lo cual tengo a bien desaparecer por el resto del día. Y en verdad que razón no le faltaba a la bendita.



agosto 21, 2008

"Mundo Sumergido": Último verano de lujurias y azoteas



Nueva edición de "El Mundo Sumergido", en ocasión de la recién inaugurada exposición del CCCB, dedicada a Ballard



En Ballard la sombra del hongo nuclear de Nagasaki es alargada, su fantasma recorre de forma más o menos implícita el conjunto de sus libros, siendo hasta tal punto así que uno echa en falta una mejor traducción al castellano del título de su primera novela, El Mundo Sumergido -ya que el propio Ballard renegó siempre de El Viento de Ninguna Parte, su auténtico primer libro-, en inglés, Drowned World: el mundo ahogado. Por el agua, obviamente. Pero también por la radiación: "Dejó la laguna y entró de nuevo en la selva, y al cabo de unos pocos días había perdido el rumbo y caminaba a orillas del agua hacia el sur, bajo el calor y la lluvia crecientes, atacado por caimanes y murciélagos gigantescos, como un segundo Adán en busca de los olvidados paraísos del sol renacido". De hecho, toda mención del sol en Ballard no parece remitir nunca a nuestra estrella astronómica, sino a los abismos de luz lanzados contra Japón en 1945. En Ballard toda fuente de luz y calor es, ante todo, "radiación".


Es precisamente la entronización del sol, esa deificación de la radiación, la base argumental de Drowned World. Un inusitado incremento de la actividad solar produce el aumento de la temperatura en el planeta y el consecuente deshielo de los casquetes polares y las nieves eternas. El agua dulce anega la civilización en pocos años y el calor extremo hace imposible la vida en la mayor parte del globo. Un cada vez más reducido grupo de seres humanos consigue sobrevivir en las regiones septentrionales, cercanas al polo norte, donde la temperatura es aún soportable, libres aún, no se saber por cuánto tiempo, de las terribles tormentas y huracanes que asolan las regiones tropicales, que ahora se han extendido prácticamente a todo el planeta. La humanidad languidece lentamente en un estío sin fin... El Sol, antaño valedor de toda vida, decide imponer unilateralmente una dictadura de radiación que acabará a la larga con la mayor parte de formas de vida en la Tierra -incluida el hombre-, exterminio del que sólo parecen librarse la jungla mutante y los reptiles gigantes.


Porque Mundo Sumergido es una historia de extinción: "La temperatura se había elevado considerablemente, y Kerans pensaba que había viajado por lo menos doscientos killómetros hacia el sur. El calor lo invadía todo de nuevo, con temperaturas de cincuenta grados. Kerans se resistía a dejar la laguna de playas desiertas y el anillo silencioso de la selva. Sabía de algún modo que Hardman moriría muy pronto y que él mismo no podría sobrevivir en las junglas del sur". El fin inminente de Kerans se ha de convertir a medio plazo en colapso universal; la extinción de la especie. Ballard juega al despiste durante gran parte de la historia -no sé si conscientemente- hablándonos de una incipiente "involución psíquica", una readaptación al nuevo medio en forma de incursión neural en lo hondo de nuestros archivos genéticos. Las temperaturas y radiaciones extremas sacando a flote los códigos de tiempo impresos en nuestro genoma, fruto de miles de años de evolución, avocándonos a una regresión natural como especie en un intento desesperado por adaptarnos al nuevo ecosistema o morir: "No nos dejemos engañar por la brevedad de la vida del individuo. Cada uno de nosotros tiene la edad de todo el reino biológico, y nuestras corrientes sanguíneas son ríos que desembocan en el vasto océano de la memoria de ese reino". Los personajes de Mundo Sumergido, cada vez más "ahogados", más "asfixiados" en esa tiranía de radiación, empiezan a ser víctimas de sueños -que no son tales, que más bien parecen "antiguos recuerdos orgánicos de millones de años atrás"-, y a desarrollar una reorientación de la personalidad, dirigida al pasado, apuntada al reptil, abandonándose a la inacción y la abulia, sometidos a la humedad y el calor terribles, prácticamente como largartos tostándose al sol.






Edición de la mítica -y horrífera- colección Galaxia Ciencia Ficción de editorial Vértice, pagué por ella 25 pesetas en un rastro, se cae a pedazos...




No es casualidad, por tanto, que Ballard nombre a los reptiles de nuevo herederos de la Tierra tras este silencioso, agónico, térmico apocalipsis; en ellos predomina ese "cerebro reptiliano" -concepto tan caro al escritor británico- que en el hombre, por contra, es tan sólo una evolución pretérita, un estadio superado y oculto bajo el dominio de la autoconsciencia y de un pensamiento privilegiado. Pero ha regresado el tiempo de los lagartos, y con él la sentencia para el homo sapiens, que siente la llamada del Sur, el instinto del Sur, como esas ballenas moribundas sintiendo el canto de sirena de la última playa, la playa terminal; viajar hacia el sur implica la desmbocadura, el fin de la camino. El ocaso. Que es a la vez el descenso al tiempo ubicuo y expandido, la ataraxia del último atardecer: "Kerans sentía entonces una angustia exquisita y tierna, y anhelaba que este descenso por el tiempo arqueopsíquico llegara a su fin, tratando de no pensar que en ese entonces el mundo exterior se habría transformado en algo extraño e insoportable (...) Pero ambos estaban cada vez más encerrados en sí mismos, descenciendo al tiempo total".





Ediciones originales de 1962 y 1966




Las historias de Ballard destilan un mucho de crepúsculo, el mundo, la realidad tal y como sus personajes la conocían se apaga mientras una fuerza innominada empieza a removerse en su interior, pugnando por iniciar una aventura psíquica de insospechados alcances; el colapso del paisaje exterior desencadena el desarrollo tumoral del espacio interior, no siempre maligno aunque sí fuera de toda escala humana de valores. Las crisis ballardianas implican un dejar de ser humanos. En ocasiones es un simple y conciso dejar de ser, como en Mundo Sumergido; otras un dejar de ser humanos para ser otra cosa, como sucede en Crash. El concepto de "nueva carne" debe casi tanto a Ballard como a Cronenberg, era lógico que ambos acabaran encontrándose...


Con todo, Mundo Sumergido deja qué desear en algunos aspectos, Ballard no está aún en ese momento dulce como narrador y creador de malsanas arquitecturas psicológicas que alcanzará una década después con su "trilogía urbana", formada por Isla de Cemento, Crash y Rascacielos, cuyo turbador prólogo, Exhibición de Atrocidades, es todavía hoy un libro inclasificable. En Mundo Sumergido, en cambio, todos los personajes, a excepción de su protagonista y narrador, Kerans, están esbozados con esa misma desgana y abulia que parece adueñarse de ellos en la novela; sin apenas desarrollo y evolución, su contribución es demasiado pobre. El mejor ejemplo es la figura de Beatrice Dahl, auténtica mujer-florero cuya simbología en la narración equivale a cero, y cuya única función en el libro parace ser mantener un idilio con Kerans, amén de representar el típico y tópico papel de frágil e indefensa dama en peligro... Aunque el peor lastre de la novela es, con diferencia, la figura del albino Strangman y su tropa de negros cazadores de tesoros submarinos -¡blanco y negro!, menudo maniqueo contraste...- Este Ballard primerizo en la larga distancia, quizá consciente de que estaba escribiendo una novela en la que "no pasaba nada", sintió la necesidad de "asegurar" el tiro introduciendo las prescindibles fechorías de Strangman y sus gratuitas orgías de cráneos, directamente sacadas del Señor de las Moscas; un poco de acción a mitad de libro, en suma, para saciar el apetito de editores y lectores ortodoxos. Con el paso de los años y las novelas Ballard conseguiría convertir en sello personal esa -tan sólo- aparente "inacción" en sus novelas. Y siempre es curioso en este sentido acabar encontrando aquí o allá por leer críticas al autor británico por la morosidad con la que desarrolla sus tramas, cuando ésta es precisamente una característica esencial de la narrativa ballardiana, en la que la acción siempre se desarrolla en el interior de los personajes, no en el exterior. Acción, por tanto, psíquica, neural, y como toda evolución -o involución- a nivel mental; desapercibida, lenta y progresiva, casi siempre, también, irreversible.


A cambio de estos desequilibrios e inseguridades narrativas, Ballard es ya a los 30 años el poderoso creador de imágenes que conocemos: "Tarde o temprano una de las tormentas térmicas caería sobre la embarcación y la anclaría para siempre en una calle sumergida, a treinta metros de profundidad"; "Durante las noches siguientes, en sueños, Kerans había visto a Riggs vestido de Guillermo Tell, arrastrándose por un vasto paisaje daliniano, plantando pastosos relojes, como dagas, en una arena fundida"; "Eran ya las siete y treinta y la luz brillante del sol que se reflejaba en la laguna metía los dedos en la habitación oscura como un codicioso monstruo dorado"... Pura poética ballardiana, nunca exenta de ese singular tono decadente y enfermo.






La portada de la izquierda se acerca vivamente al texto de Ballard, la de la derecha, de Penguin, es sospechosa: empieza uno a ver claro de dónde se sacaba Martínez Roca sus diseños...





Mundo Sumergido, en definitiva, inicia la tetralogía ballardiana sobre las catástrofes -vendrán después La Sequía, El Día Eterno y Mundo de Cristal- a un nivel más que notable pese a sus rémoras, rebatiendo, a mi juicio, a quienes tachan esta su primera tentativa sobre la larga distancia de aburrida o tocada por la indefinición, sobre todo si se tiene en cuenta que hasta el Ballard más asequible -como podría ser éste- exige siempre del lector un plus en capacidad de extrañamiento, así como cierta voluntad de abismación en lo perverso.


Tan es así que el mismo Ballard, consciente de que su obra habría de ser una isla desolada en mitad del panorama narrativo de su época, quiso desmarcarse de sus coétaneos ya en su primera novela, autores de ciencia ficción en su gran mayoría más preocupados por el futuro del hombre más allá del planeta Tierra que por las potencialidades encerradas en su propia mente: "Examinó a Kerans críticamente, mientras el doctor esperaba que le pusieran la escafandra. Diseñada para inmersiones de no más de diez metros, era una bola de plástico transparente, con dos barras metálicas laterales, y permitía una visibilidad máxima.- Le queda bien, Kerans, parece usted un hombre del espacio interior". Quizá Ballard ya sospechaba entonces que por mucho que la ciencia ficción se empeñe en augurar lo contrario, nunca saldremos vivos de este planeta...


agosto 10, 2008

63 años después...





"Un soldado japonés que patrullaba el camino de entrada se acercó y cruzó la hierba, mirando a Jim. Fastidiado por la cantinela, estaba a punto de darle un puntapié con la bota gastada. Un resplandor inundó entonces el estadio, fulgurando sobre las graderías del sudoeste como si una inmensa bomba americana hubiese estallado en alguna parte, al noroeste de Shangai. El centinela vaciló, mirando por encima del hombro cuando la luz se hizo más intensa. Pocos segundos más tarde se desvaneció, pero una pálida claridad cubría ahora todo el estadio, los muebles robados, los coches detrás del arco, los prisioneros sobre la hierba. Estaban en el interior de un horno calentado por un segundo sol.
Jim se miró las manos y rodillas blancas, y observó el rostro flaco del soldado japonés, que parecía desconcertado por la luz. Ambos aguardaban el estruendo que seguía al relámpago de las explosiones, pero un silencio ininterrumpido cayó sobre el estadio y sobre la tierra circundante, como si el sol hubiese parpadeado, desanimado durante unos pocos segundos. Jim sonrió al soldado japonés; sintió el deseo de decirle que aquella luz era una premonición de la muerte, la visión de un alma pequeña que se unía a la gran alma
del mundo agonizante"



El Imperio del Sol
J. G. Ballard




julio 20, 2008

En picado

Esto es casi como ponerse a los mandos de una aeronave alienígena, quiero decir que sí, que sabes que te encuentras en la cabina del piloto —tal vez— y que el cacharro —en teoría— debería emprender el vuelo, pero poco más, del resto ni idea, los mandos se te antojan dildos para hembras mutantes recién salidas del invierno nuclear y los controles se alojan en tu cerebro como el esperanto de un universo paralelo. Y ahora que caigo, ¿a cuento de qué esta imagen? Será por lo de ayer, la caja tonta, minutos antes de irme a la piltra borracho de tedio, y Bruce Willis dentro del tubo catódico, repitiendo por enésima vez lo del aerotaxi made in Moebius, tal que si fuese un Spitfire...

El teclado es el de siempre, supongo. La pantalla también, o al menos eso quiero creer. Pero mis dedos, mis manos, todo yo convertido en Merrick, en elefante, hipopótamo, megalodón de dentadura postiza y branquias esclerosadas. Te sales aunque sean un segundo, un milímetro de tu trazada y estás acabado, porque te ves desde fuera y toda la absurda arquitectura mental que erigiste para sostenerte como significado en el mundo se desmorona. Le ves el envés a la trama y de ahí no hay Dios ni Graham Greene que te saque. Llegado a este punto todo acto, más aún el de la escritura, te parece forzado. Que cada nueva contractura es siempre la misma contractura. Y así todo lo demás, cada pálpito, cada palabra, cada incursión en picado sobre el maizal de la memoria. Hasta el ritmo intestinal parece atrapado en un bucle interminable. Y pese a todo, a medida que te sabes y te sientes réplica de réplica, caemos. Del primero al último. Todos. Porque si adaptamos Heráclito a los nuevos tiempos sigue pasando lo de siempre: nunca te bañará dos veces la misma radiación.

El verano es tiempo de costumbres reptilianas, dejarse de literaturas y mandangas: moverse más bien poco, más bien nada, y parapetarse bien a contemplar al personal paseando sus lorzas, casi todas ellas aberrantes. Días de beber todo lo que esté al alcance y dejar fuera de alcance cualquier pensamiento que comprometa más de dos bits de información. Y sobre todo muchos sueños pornográficos, que aporten al ambiente la humedad que esos muslos y glúteos sobrealimentados calcinan con su nada voluptuoso meneíllo infernal.





junio 23, 2008

Una; Grande y Semifinalista

Intento abstenerme a este impulso que tira, me empuja a ponerme al servicio de algo tan transitorio, más perecedero que todas las frutas o los peces abisales. Pero yo también, me digo. También formo parte del invento, esa máquina inmoral. Todos, de hecho. Así que mi único modo de detonarla, tal vez, ha de ser por fuerza desde dentro. La servidumbre primero. El sabotaje después.

Esta página que ni siquiera es página, tiene de papel lo que el día de ayer tuvo de gesta, que es nada, como nada podrá, lo sé, contra todas las páginas que ayer se redactaron, de madrugada se imprimieron, y esta mañana, temprano, han comprado muchos más de los de costumbre. Y ya a estas alturas de día cuelgan de las paredes de los adolescentes o envuelven el pescado de comensales de más bien baja estofa. Semifinales al fin. Y en los penaltis. E Iker, pese a su olor de santidad, no ha de vivir para siempre. Hoy, más que nunca, y al menos todo lo que dure la vida hasta el jueves noche, España vuelve a ser la que fue, aquélla tan temible y de tan temibles mayúsculas, en la que no se ponía el sol.

Detrás de los titulares, como es de recibo, como ocurre con todos los sueños exógenos, lo que les falta de auténtico les sobra de manufacturado, una cifra: 16 millones conectados a la caja tonta, postergándose hasta el pitido final. Un récord. El Récord.

La sombra de siempre. El cochino dinero... En este mismo instante, mientras leemos, los cálculos sobre la pizarra: semifinal; 17, 18 millones...; y la final, si la ganamos, dando por hecho que también a los penaltis; los 20 pelados. Nos quedarán la mitad, otros 20 ahí afuera, desconectados.

"Pues entonces está claro, habrá que empezar a pensar en sacarnos de la manga el Rollerbol..."

MicroPoemos de la Era PostNocillar, 2008






junio 19, 2008

Lunes, 8

De todos es conocido, el domingo fue un día por entero dedicado al saberse ocioso, al tumbing, al mostrenco entrenar la habilidad digital para el mando a distancia. También de mucho pan con nocilla primero y mucha nocilla a palo seco después; el Índice diestro —a la par que siniestro— rebañando los potes hasta dejarlos vidrio apto para reciclaje. Por eso el día siguiente, octavo de la ristra —lunes para más inri—, fue tan difícil. Pegado a la taza del inodoro en espera del Crucial Advenimiento, no se atrevió a abandonar la periferia del lavabo hasta haber finiquitado el prosaico Alumbrar. Tanta crema de cacao con avellanas no podía acabar sino en hongo-bosta apocalíptica, pedorreta crepuscular, Gran Cagalera TermoNuclear. Hasta que al fin, cuentan las NeoEscrituras, se descolgó sumidero abajo la Destructiva Deriva —ese Untuoso Ñordo Chocolatero—, auténtico tsunami vengador de proporciones bíblicas, orillando además los 3000 y más Megatones de poder y hedor destructivos.

Y es por eso que el martes que siguió, noveno de la antigua cuenta, es conocido hoy como el Día 1, Zona 0, de la Era Post-Nocillar, y la Historia de la Entera Humanidad se resume en las veintipoco horas que dura un divino tránsito intestinal. Este cagar de Dios que nos malparió a todos.



MicroPoemos de la Era Post-Nocillar, 2008



junio 06, 2008

Qué emocionante


pasar dos horas en un café
repleto de almas gritonas
inmerso en un buen libro
y que de pronto se te acerque
una tía buena
sonrisa increíble
al aire
cuarto y mitad de tetamen
y te pregunte
¿Está ocupada esta silla?
y tú respondas
No
aunque en realidad estés pensando
Mierda...


***

Qué emocionante
vivir aquí
habitar esta ciudad muerta
de reminiscencias penitenciarias
en la que puedes
—ojo al detalle—
poner el reloj
en hora
sólo con ver cómo todas
las cucarachas
de humanas extremidades
se encierran en sus agujeros
a ver la tele
inflarse de pitanza
y contar la calderilla remanente
del monedero.


***


Qué emocionante
volver a vender las horas
y las vértebras
a precio de usura
estar de nuevo en la rueda
machucante
del tengo un sueño
necesito dinero
y comprobar que no ha cambiado nada
que la turba apenas lee
pero sí en cambio compra más libros
que nunca
porque rellenan bien los huecos de los estanterías
en invierno aguantan el calorcito
dan lustre al apellido ante las visitas
y al fin y al cabo no se pierden gran cosa
pues los editores siguen a lo suyo
editando más basura
que letra
nunca en papel reciclado.


***


Qué emocionante
llegar a casa hecho una piltrafa
tras ocho horas de condena laboral
dieciséis de asco psicosocial
y tomar consciencia de que el buzón
vacío
es esa tan clara metáfora de una
vida
la tuya
que de puro hueca
insustancial
podría acabar
qué se yo
mañana mismo
por cáncer
por suicidio
o acceso despollante de botulismo
cartesiano
y que nadie el día después
lo sabes
—salvo tu jefe, quizá:
"¡Dónde está ese jodido cabrón!"—
te iba a echar en falta.

***

Emocionante
escribir invectivas por la mañana
en esta sagrada media hora
de lucidez
que sucede al café con leche
y precede al alma hecha grillete
los únicos treinta minutos al día
al año
que pueden aspirar a oler a algo
ligeramente similiar
a la victoria
y me doy cuenta:
podría seguir despotricando así
durante páginas enteras
pero que este aborto de poema
hace ya cinco versos que se agotó...
Y encima voy a tener que cambiar el
maldito título