Resistencia en el flanco débil

octubre 28, 2013

Lampedusa. Una historia mediterránea, de Rafael Argullol


Primera novela de Rafael Argullol. Empieza cansina y casi te vence, luego repunta y va ganando enteros. Al final el saldo arroja positivos. No sólo hay que tener en cuenta que es su primera novela, también hay que señalar que corría el año 81, claro, y que si hoy día le das a leer a un editor un libro en que los personajes se entregan al ayuntamiento carnal de la siguiente afectada y prerrafaelita manera: "La derribé sobre aquel lecho de hiedra y losa. Clavé mi boca en la suya, desnudé con violencia su piel morena, hundí mi cuerpo en sus entrañas", automáticamente te la tira a la cabeza y llama a los de Seguridad. Por tanto, si uno es capaz de vencer ese rechazo inicial que da leer una novelilla en la que hasta el pescadero habla como catedrático de la lengua, al final se acaba regalando una interesante historia con vampira buenorra, pelandusca y semidivina, nacida del óxido de los evos y de la espuma del mar, todo ella maciza, fatale y por supuesto sin despeinar.

octubre 11, 2013

Banderitas, mentiras, idiotas y plebeyos supremos...



Un humilde profesor de secundaria en mitad del absurdo en espiral ascendente del Tercer Reich. Intenta meter en las seseras de sus arios discípulos, entre otras dignidades, que un negro también es un ser humano, caballeretes, lo que se dice "un igual", vamos... Craso error. Gran parte de estos pequeños nazis y gran parte de sus nazificados padres opinan lo opuesto, es decir, que el profesorucho de marras debería ser despedido ipso facto: "¡¿Acaso no se da cuenta de que está envenando las arias mentes de nuestros rubios vástagos con su moral degenerada, maestro?!".

En unos años esos pequeños vástagos nazis reducirán Europa a cenizas. Pocos años después serán ellos mismos los reducidos a cenizas, y sus diminutos padres nazis, los que sobrevivieron, claro, tendrán serios problemas para darles sepultura, ya que apenas podrán distinguir las cenizas de sus hijos de las cenizas de los crematorios.

Ödön Von Horváth escribió Juventud sin Dios en 1937, a un año vista de que una rama caída en plena tormenta lo descalabrase en mitad de los Campos Elíseos, y a dos de que el fanático bigotudo y retaco, o como a Horváth le gustaba llamarlo, "el plebeyo supremo", prendiese la mecha de una bomba que haría saltar en pedazos todo un continente y prácticamente el mundo.
 

"Al despertarme al día siguiente supe que había soñado mucho, aunque ya no me acordaba de nada.
Era fiesta.
Se conmemoraba el cumpleaños del plebeyo supremo.
La ciudad estaba repleta de banderas y pancartas.
Y por ella desfilaban las chicas, las que buscan al piloto desaparecido, los chicos, que dejan que mueran todos los negros, y los padres, que se creen las mentiras que aparecen en las pancartas. Y los que no las creen, desfilan también. Divisiones de gente sin carácter bajo las órdenes de un comando de idiotas. Todos marcando el paso.
Cantan algo acerca de un pajarillo que está piando sobre la tumba de un héroe, de un soldado que se asfixia con gas, de las muchachas de cabellos negros que comen la inmundicia que queda en casa, y de un enemigo que en realidad no existe.
Así celebran los imbéciles y los mentirosos el día en que nació el plebeyo supremo."

Juventud sin Dios (Jugend ohne Gott, 1937)
Ödön Von Horváth
versión de Berta Vias Mahou




octubre 08, 2013

Los últimos de la clase


Un tipo que a los 28 años ya lo tiene todo pero que, a cambio, es incapaz de conseguir que le corten el pelo en el transcurso de todo un día merece, sin ningún género de dudas, la extinción: se ha copado a sí mismo, ha alcanzado su tope. Cosmópolis, de Don Delillo va de eso. Cosmópolis, de David Cronenberg, también, aunque yo vengo a largar del libro, la película tendría que verla otra vez...

La frase clave de este libro es ésta: "La vida es demasiado contemporánea". De hecho, es tan contemporánea que apesta. La vida moderna es una verdadera cacarruta. Y una cacarruta, para colmo, acelerada. Caquita caliente a velocidades de fibra óptica. En eso nos hemos convertido. 

El psicodrama del hombre moderno ya ni siquiera es haber llegado al techo de sus posibilidades como especie racional, tampoco su inveterado aún antropocentrismo en un universo probablemente infinito, su lacra peor no es otra que una completa incapacidad para asimilar la asimetría. Para entenderla, para quererla, para prendarse de ella. Para follársela. Esto ya lo dijo mucho mejor y más molón el tío Lem en Solaris, pero a Delillo tampoco le sale mal.

No es que estemos solos en el Universo, es que somos tan patéticos y diminutos y ciegos que las demás inteligencias diseminadas por los evos desoyen a posta nuestra llamada. Ellos están ahí, observándonos por la mirilla de la puerta, riéndose de nosotros al tiempo que nos maldicen y echan pestes de nuestra inoportunidad, silentes y calmos, aguardando a que abandonemos el rellano.

Hicimos pellas en la lección de Asimetría y ahora nos toca apechugar con un curriculum gañán. Somos los puerta fría del cosmos.