Resistencia en el flanco débil

agosto 31, 2011

Chéjov, Chéjov





Si en la primera línea de un cuento aparece un clavo,

en la última alguien debe colgarse de él...

Anton Chéjov




Fijó el clavo a la viga con tres firmes martillazos. Tironeó de él con fuerza para comprobar que no cedía. Satisfecho, fue directo al estudio; había llegado el momento de la verdad. Al fin volvía a tener una muy buena idea y no la podía desaprovechar. Empezó a mano, papel y pluma, pero no hubo forma, hacía tanto que no escribía así que enseguida se sintió bloqueado. Conque saltó al ordenador, el teclado; su inmediatez, se dijo; todo fluiría mucho mejor... Pasó horas frente a la pantalla, dándole una y otra vez a la tecla de retroceso; borrando, corrigiendo, eliminando párrafos enteros; no hubo manera, seguía sin salir, algo había allí escondido, parapetado tras el cursor intermitente, que volvía a bloquearlo. “No, así no voy a ninguna parte”. De modo que pensó en volver a los viejos tiempos, pasarse a la máquina, la artrítica Olivetti de sus comienzos. Los vecinos pensaron que se había vuelto loco, escucharon el irregular pero constante repiqueteo durante todas las horas de aquella madrugada. Pero fue inútil, tan pronto como llegaba al tercer o al cuarto párrafo se desinflaba, aquello no le terminaba de convencer. “Empezar de cero, empezar de cero”, se lo repetía obsesivo, de modo que arrancaba la página y volvía a la carga. Así transcurrieron todos los días y noches de una larguísima semana, del folio virgen a la máquina, de ésta al ordenador, y luego de vuelta otra vez al papel de toda catadura –libretas, blocs, servilletas, facturas impagadas, en una ocasión de urgencia impostergable hasta el rollo del váter–, y sobre éste siempre la pluma quieta, el pensamiento trabado. De nuevo el bloqueo: desespero e impotencia. Y a lo largo de toda aquella tiránica sinrazón, un sinfín de cafés muy cargados, el doble de cigarrillos, insomnios interminables, apenas un par de bocados y, cómo no, una denuncia vecinal por escándalo interpuesta en el juzgado... Cuando semanas después las autoridades tiraron la puerta abajo, supongo que ya se lo imaginan, encontraron su estudio a reventar de bolas de papel arrugado, la Olivetti encastada en el monitor del ordenador, y a él, por supuesto, con el cable del teclado por corbata, pendiendo del clavo que fue origen de este microrrelato.


agosto 23, 2011

Dos veces muerto




Tal y como suele ocurrir, a la tercera fue la vencida, y para cuando el ilustre profesor, e ilustre vienés, Erwin Rudolf Josef Alexander Schrödinger decidió abrir la caja del experimento —que antes que virtual, y secretamente, fue experimento real, pues el profesor tenía un algo de sádico— ya era demasiado tarde: el gato negro Rufus, harto de estar ni vivo ni muerto, o mejor dicho, vivo y muerto al mismo tiempo, con la espada de Damocles de la inmortalidad relativa pendiendo sobre su estrecha y peluda cabeza —en suma, como todos—, saltó sobre la yugular del eminente vienés y científico, con las zarpas y la rabia transformadas en cuchilla.

Desde ese preciso y sangriento entonces —y secretamente, los americanos se ocuparon de ello—, Erwin Rudolf Josef Alexander Schrödinger deja de ser él, es decir, un ser vivo sobre la faz de la Tierra, para convertirse en simplemente Schrödinger, también conocido como "el del gato de Schrödinger", esto es, un carísimo clon teledirigido cuya impostura acaba hoy, ahora, aquí...





agosto 18, 2011

Matar deprisa o La noche de la Scream Queen



Las últimas palabras de Paola Peramo en este mundo fueron un escandaloso ejemplo de redundancia y prosaísmo:

—¡Yo te maté! ¡¡Yo te maté!! ¡¡¡YO TE MATÉEEE!!!

Consecuencia directa, a la postre también definitiva, de su endémica indolencia, ese no haber querido asimilar jamás que hay dos maneras de hacer las cosas, bien o deprisa, y que cada una excluye la otra...



agosto 17, 2011

Fredric Brown lives






El último hombre sobre la faz de la Tierra está sentado en el salón. Acto seguido llaman a la puerta...

—¡¡¡Correo Comerciaaal!!!





agosto 12, 2011

Yo tuve un papá enrollao y vosotros no, jodeos...







Bueeeno, bueno. Últimamente esta cosa va de padres o qué pasa aquí. No sé si por casualidad o porque el destino lo parió así, lo último que me he ventilado, ayer mismo, ha sido el recién horneado por Salamandra, Pasión por el peligro, del californiquero y surfer y alma temararia, Norman Ollestad, libro que un servidor, no obstante, habría traducido a la castellana parla con algo mucho más fiel, o mejor, algo del todo fiel al título original, Crazy by the Storm, como por ejemplo, Loco por la Tormenta, sin ir más lejos. El porqué de esto se entiende si y sólo si se lee el librico entero, así que yo no se lo voy a aclarar ni mucho ni poco, gástense ustedes también los cuartos. Tampoco es una cosa que venga ahora al caso.



Entonces tenemos que Pasión por el peligro de Norman Ollestad, va de la vida de Norman Ollestad, de su infancia jodida, jodidísima, de cuando él fue chiquitito y su padre le obligó a esquiar montañas imposibles y surfear olas asesinas y saltarse a la brava controles de agentes federales mexicanos, cuando al pobre chaval aún no le había nacido ni el primer pelo púbico siquiera: Papá, papáaa, quiero ser un niño normal, normal como los demás niños normales. ¡Anda, calla niño, y surfea, que yo a tu edad no tenía ni monopatín!... Papá, papáaa, el hombre que ahora hace de ti en casa está todo el día borracho y le pega de hostias a mamá cuando discuten... ¡Anda, calla niño, y surfea, ¡surfea, coño!... Además... ¿¡no me has dicho que querías tener una vida como la de los demás niños!?



Sutiles sarcasmos aparte y hablando más en plata, Pasión por el peligro va de dos cosas; la primera son los padres, esto es, los padres chachis y los no chachis; la segunda cosa de la que va el libro es el surf.



Empiezo por la segunda, que en siendo mucho más prosaica empleo menos tiempo. O no.Si ustedes gustan del surf, o incluso si lo practican en sus horas de ocio, entonces seguro que leen y disfrutan este libro como si fuesen tostadas untosas de mantequilla y mermelada de albaricoque con café o sabiduría de los dioses. Si por el contrario no tienen idea de surf ni tienen previsión de querer tenerla, siempre pueden saltarse los párrafos de acción surfera en el agua, que no se entienden ni aunque los releas tres veces, y verse en su lugar la peli aquélla, facha de verdad pero bonita y cachondona donde las hubiere, de la Kathleen Bigelow que aún estaba casada con James Cameron, PointBreak, que aquí no sé por qué cojones titularon Le llaman Bhodi. Película que tiene, aún me río, una de las escenas de persecución más estúpidas de la historia, que es cuando Keanu Reeves persigue a Patrick Swayze a la carrera, atravesando casas, saltimbanqueando vallas y pisoteando jardines ajenos, y entonces Swayze tiene la gran idea, la idea del sigo, coño: el tipo se dice, cucha, voy a pararme aquí a perder toda la ventaja que le he sacado al Reeves y voy a coger este cacho de perrancano y se lo voy a tirar a la cara al menda. ¿¿¿¡¡¡!!!??? Y en efecto: el tipo malote-Swayze coge al chucho gordo y dentado y se espera a que llegue el buenote-Reeves, y en ésas va y le lanza el perraco a la cara. Por spuesto los resultados no son los esperados. Puesto que el perro es un pedazo de pan y apenas le arreguña una poca porción de piel al uno y el otro, en cambio, ha perdido casi toda su ventaja carreril... Esta escena, aunque no tiene nada que ver con el surf, ni con el libro del que empecé hablando, es de sumo interés, pienso, ya que explica por qué hay demasiado gilipollas suelto en el mundo, cobrando sueldo de guionista, cuando su complejo neuronal, está visto, no da ni para hacer de cobaya... Es que además me lo imagino al tipo: ¡¡¡Y si entonces coge y le tira un perraco!!!, ¡eh!, ¡eh!, ¿!EHHHH?!, ¡¡¡un perro así de grande!!!, ¡eh!, ¡eh!, ¿EHHHHH?!... ¡Uf!, ¡qué escena!, ¡Qué grande!, ¡Qué bueno soy!, ¡Voy a escribirla!...



Lo otro de lo que va Pasión por el Peligro son los padres. Norman Ollestad odia a su padre padrastro, Nick, porque le dice lo que tiene que hacer, lo que no tiene que hacer, le castiga y le reprende y le lee la cartilla cada dos por tres. Además, también, porque no es su padre biológico y se folla a su madre la misma noche que le pone un ojo a la funerala. Pero es que Norman Ollestad también odia a su padre, padre, su padre biológico, porque sólo piensa en el surf y en el esquí, y en hacérselas pasar putas, con la mejor de las intenciones, pero putas, putas de verdad. Y además, también, porque el día que descubrió que Nick le había puesto un ojo a la funerala a su madre, el tipo cobarde no dijo ni pío.



Todo esto lo cambia un accidente de avión de camino a una competición para niños superdotados del esquí, del que sólo sobrevive el pequeño Ollestad, según él mismo cree, gracias al durísimo entrenamiento de oleaje y montaña al que lo sometió su padre biológico durante su infancia. A partir de ese momento, Norman Ollestad ya no odia a su padre, padre, al revés, lo quiere con locura, lástima que muriera el tipo en el accidente; y en cambio sigue odiando a su padre, padrastro, no en vano éste sigue vivito y coleante, y sigue, por tanto, desempeñando el rol de padre padrastro, esto es, tocándole las narices al niñato preadolescente.



A mí todo esto me parece muy bien, todo muy chulo, la historia de remembranza paterno-filial con tragedia de por medio y tablas de surf cabalgando olas tubo de fondo. No se piensen que porque hoy me he levantado en plan cabrón no me ha intereseado lo suyo el librico. Sólo me pregunto qué hubiese escrito Norman Ollestad, qué recuerdo le hubiese quedado de su padre chachi-temerario, si del accidente en lugar de con un par de cicatrices en la cara, hubiese salido, por un poner, tullido o tetraplégico de por vida...



Y sí, ya sé que soy malo. Así es más divertido.




agosto 10, 2011

No hay remedio


Que aquel día fuimos felices, bandera y estandarte de la dicha invulnerable, lo sabremos adelante, lo sabremos con el tiempo, cuando lleguen las noches de llorar por lo perdido.

Que aquella mañana, aquella luz, aquella brisa fresca bañándonos el rostro de insólita serenidad, fueron la alegría incontestable y el tesoro marcesible de nuestra peripecia, lo sabremos tarde, nos cogerá a toro pasado, cuando cerrar los ojos y vivir en el recuerdo sean lo mismo.

Que el reguero de distancia que separaba aquel precioso segundo de la ruina que seremos, fue este hilo de ariadna delator, sangre de nuestra sangre, tiempo de nuestro tiempo, que trajo de vuelta al minotauro justo para el convite de nuestro asesinato, es una intuición que no se conoce, se lleva en los huesos.

Que nos complacemos en la ceguera por pura insensatez y goce del padecimiento; lo que supo siempre el corazón lo predicó el cuerpo, pero preferimos atender al oído sordo del juicio y la palabra necia del pensamiento, cuya cháchara nada ha de valer cuando lleguen los días de la herida, y ya no haya cura ni medie consuelo, y nos derramemos finales sobre la pena por todo lo que pudimos ser, y no quisimos...

agosto 07, 2011

Amor de madre no hay más que uno, por suerte...




Podría pensarse que existen un buen montón de canteras literarias, filones de donde emergen, como diamantes en bruto, los escritores de talento. Pero sería pensar mal, sería pensar en modo error. No hay tantas. Una de ellas, la principal, es la guerra. Claro. ¡La guerra!, de cajón... Otra también importante, menos obvia, son los padres cabronazos. Aquí es cuando toca el rollo Kafka y toda su demás cantinela, mil veces sobada, ustedes ya se la resaben, así que yo se lo ahorro.

Pero sí, el bueno de Kafka se hartó un buen día de su buen padre y le fue a la cara con toda la artillería. Pero el señor padre Kafka era incombatible. Cemento armado praguense. Pura insensibilidad. Le resbaló todo. En cambio, el buen y pobre Franz, todo él hiperestésico y enfermoide, le entró tamaño sentimiento de culpa que jamás pudo perdonárselo. De modo que se dejó morir en brazos de un ataque de tos... Este noble arte del me cago en mi padre escrituril lo optimizaría con los años Bukowski, cuya obra entera, todos sus libros y poemas, del último al primero, nacen de un odiar casi obsesivo al padre que lo trajo. Este sujeto, al padre del gran Hank me refiero, era otro cacho de granito inabordable. Ya le podías tirar lo que le tirases. No había forma de penetrar. Ni muesca. Se comprende, pues, que Bukowski se pasase su vida entera borracho: si no hubiese bebido hasta matarse no hubiese habido Bukowski ninguno, se habría quitado de en medio mucho antes de escribir la primera línea. Nada nuevo bajo el sol...

¿Pero y cagarse en la madre que te trajo?... ¡Eso aún no lo ha hecho nadie!... ¡¡¡Nadie!!!... Casi podían oírse como estallidos los pensamientos histéricos del bueno de George Simenon, allá junto a la cama de su mamá moribunda, mientras planeaba la carta-libelo-bomba-lapa que pensaba escribir en contra de su santa madre, a poco que ésta tuviese el buen docoro de estirar la pata de una condenada vez.

La mencionada hostia con la mano abierta al fantasma de la madre muerta tarda tres años en llegar, pero al fin llega. Simenon se lo piensa mucho. Vacila. No quiere ser un mal hijo, irrespetuoso y demás, pero tiene espinas clavadas, banderillas como camiones de gordas, hincadas en el lomo sangrante, como la vez aquélla en que la madre, toda tranquila, toda pachorra, la señora, va y le suelta al hijo famoso, al hijo escritor, que qué lástima, ¿no?, George, jopeta, hostias, qué pena que fuese tu hermano el que muriera, ¿no?, George, ¿verdad?, ¿verdad que sí?... Aquel que una vez llegados a este punto tuviere alguna duda respecto a la cabronez suma de la madre de George, por favor, que deje de leer... O se tome un café bien cargado.

Las cosas así, George no puede, no quiere creer que su madre fuese en verdad tan como él creyó toda su vida que era, esto es: una loca cabrona desagradecida. Así que al final se decide y se pone a escribir, a escribirle a la madre muerta y cabrona, por ver si puede hacer las paces con ella, perdonarla y perdonarse en comprendiéndola, desde la muerte y la distancia. Simenon empieza la carta con dos puntos muy claros: madre, yo pensé toda mi vida que eras una cabrona desgradecida y que estabas loca, por eso me fui de casa a los 19 años y no te volví a hablar más que lo justo, pero ahora, a través de esta carta en modo de introspección chochainas, verás cómo yo te voy a conocer y entender de verdad, cómo tú fuiste en el fondo de tu hondura, ya verás que sí, mamaíta querida... Y así, después de un montón de cháchara sentimentaloide impropia del creador de Maigret; de hablar y más hablar, de recordar y más recordar, de reprochar y más reprochar; Simenon llega al final de la carta concluyendo que, en efecto, tenía razón: madre, todo era cierto: fuiste toda tu vida una loca cabrona y desagradecida. ¡Cómo nos la pegaste a todos, egoísta de mierda!

Bueno. No es exactamente así. Pero casi casi.


agosto 06, 2011

Ser Berlín



Yo cuando sea mayor quiero escribir un "libro de ciudad" como este Berlín de Aleš Šteger, pero así, tal cual lo digo, incluidos el par de acentos breves coronando "eses", uno en el nombre de pila, el otro en el apellido, para lo cual, como es lógico, tendré que cambiar, firmar con nom de plume mis futuros libros —si es que hay futuros libros, cosa que dudo—, un nom de plume mejor cuanto más eslavo, más de la Europa agreste, de la Europa con los huevos negros de padecer comunismos, con ese par de "eses" y su correspondiente par de acentos breves, como decía, uno en el nombre de pila, el otro en el apellido, ya que tengo comprobado, empíricamente además —no piensen que hablo por hablar o por alargar la frase—, que con el nombre de Javier Iglesias Plaza en la portada, así en plan ibérico y como si no fuese otra cosa que hijo de mi padre y de mi madre, no se venden más allá de los 100 ejemplares, la mayoría a amigos.

Literatura de ciudad no es lo mismo que literatura de viaje. Literatura de viaje es ir tirándole a la cara al personal que en lugar de levantarte cada día a las ocho de la mañana para ir a fichar, hoy desayunas en Roma y ayer te robaron la cartera en Milán, y en el entretanto vas paisajeando letras... Literatura de ciudad, en cambio, pienso, creo, digo yo que será dejar que la ciudad, la que sea, se te meta dentro, como un virus, y te implante, te desarrolle un cáncer de pensamientos iluminados y atroces en la tocha. Nada que ver con recrear la ciudad. Todo lo contrario. Crearla de nuevo, de cero, a imagen y semejanza de la original, pero a la vez mutada con tu propio sucio genoma. Toda ella ideario iluminado y atroz: pensamiento y paisaje tumorosos.

No hay nada de Berlín en el Berlín de Aleš Šteger. El libro de Šteger no habla de la ciudad, sino del cáncer que la ciudad sembró en su cabeza: hiperplasia austera pero brillante de literatura. Literatura para no turistas. Letras para quienes, aunque tal vez no pudieron resistirse a la tentación de hacerse la foto delante del Reichstag, sí tuvieron, no obstante, el buen gusto de no colgarla en el facefuck de las narices.