Resistencia en el flanco débil

mayo 12, 2010

Muerte de un perfecto bilingüe de Thomas Gunzig

Matando la novela con tirachinas





Muerte de un perfecto bilingüe es, en toda regla, una patada en la boca del estómago y se siente como tal; un misil balístico directo al centro de nuestro sosiego. Y se trata, además, de una agresión premeditada, aventuraría incluso que manufacturada, no diría que nocturna pero sí alevosa, intencional. Como fabricar una silla a sabiendas de que sólo se le ha de dar un único uso, y que éste no ha de ser otro que estrellarla en la cabeza de algún pobre infeliz, el hipotético lector, en este caso.

Imaginen un Apocalypse Now balcánico en plena cruzada antiterrorista post 11-S y denle a un mentecato un fusil, a ver la que arma. Más o menos eso es Muerte de un perfecto bilingüe. Pero, ojo, imaginen sólo el decorado que les acabo de describir, eso y sólo eso: el corazón de las tinieblas vaciado de todo su simbolismo Conrad-Coppola y después reducido al absurdo. La visión del infierno de alguien que todo lo que conoce sobre la guerra, la masacre y el barro, le vino dado por los noticiarios mañaneros y las películas bélicas, al calor de un desayuno o merienda bañados en el equivalente belga del colacao.

Thomas Gunzig, como tantos jóvenes narradores del hoy, sabe que su mayor baza es y no puede dejar de ser la provocación. Europa ya no tiene guerras que la desangren y océanos y selvas ya están más que vistos. No hay lugar para curtirse en la aventura, que es lo mismo decir que la última estirpe de auténticos novelistas, novelistas de raza, está por estirar la pata de puro ancianos. A partir de ahí todo han de ser literaturas de posmodernismo y mutantes fritangas. Pero novelas no. Por eso Gunzig tiene el buen tino de no poner nombre y lugares a una guerra que no fue y que a buen seguro no ha de ver —pero que de hecho, bien lejos de su casa, ya es— y carga las tintas sobre cómo cree que será la guerra inminente, la guerra siguiente, la guerra del próximo futuro, hija bastarda a la vez que simbiosis de todas las últimas: Irak, Afganistán, el bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia y la todopoderosa y maldita CNN. Una guerra en la que los uniformes de los contendientes, cual si futbolistas de galáctica estirpe se tratase, no sólo llevan serigrafiados los nombres de los soldados mercenarios, también, por supuesto, las marcas de sus patrocinadores comerciales. Porque en el fondo la guerra siempre ha sido negocio y en este siglo 21 que habitamos, el que a buen seguro se ha de conocer a la larga como el siglo despiadado, ya no hay por qué guardar las apariencias. El muerto al hoyo y el vivo al shopping




Son los de Gunzig, por tanto, una ironía y un nihilismo que rayan a gran altura, ante todo pirotécnicos y de alto voltaje, pero por fuerza desustanciados, ya que nacen del alma que no ha visto morir y del estómago que no ha pasado hambre. Compararlo con Céline es hacerle un flaco favor al que empieza y un agravio grande al maestro.

Muerte de un perfecto bilingüe se lee bien si no se aspira a más, si no se le piden unas mayúsculas que, por otro lado, sólo venden los editores; si se lee, en definitiva, como lo que es en realidad, un maquiavélico y no del todo carente de estilo obús de fogueo al aire enrarecido de la muerte de la novela. Desayunar caliente todos los días por fuerza se había de acabar cobrando un peaje.


Publicado originalmente en Galatea.cat