Resistencia en el flanco débil
diciembre 26, 2010
Muerte de un tiñalpa
diciembre 22, 2010
Estocolmo era una fiesta
Solo es una obra mucho más corta que Inferno y por eso mismo, a priori, sus posibilidades de joderte bien deberían menguar. Pero no. Sus poco más de cien páginas son extensión y oportunidad suficientes para aniquilarte a poco que bajes la guardia... Solo es el diario y quehacer de sus últimos días, sus días de viejo y enfermedad. Strindberg quiere estar solo, quiere trabajar solo, quiere cascar solo y en paz. Se refocila en el cieno de su soledad voluntaria como un cerdo. ¡Pasad de mi culo, turba!... Pero a la vez no quiere. Strindberg no quiere estar solo. Morir solo. Sentarse solo en su escritorio a trabajar. Siente la vida como un larguísimo tique de caja y no se decide, no sabe qué hacer, si repasar la cuenta o tirar el recibo a la basura. Lo suyo es el teatro; la dramaturgia, quiero decir. Y la pelma. La pelma también. De resultas de ésta, su pelma autobiográfica, tenemos toda la escuela escandinava de novela criminal, se me ocurre: A estos niños albinos les hacían leer a Strindberg en la escuela, y acabaron detestándolo, claro, fataba más, pero como ya no lo podían matar decidieron escribir novelas de crímenes truculentos bajo el hielo y la aurora boreal. Todos los cadáveres de la novela criminal escandinava son Strindberg, si eso...
Pero está lo otro: que yo a un tipo que escribió el párrafo que sigue a continuación, cuando le quedaban tres telediarios, le mordían el culo los perros de la muerte, yo a un cabrón así, Strindberg, por ejemplo, ya que estamos, se lo perdono casi casi todo; la tabarra, por descontado.
"Allí me senté. ¡Todo estaba detrás de mí! Todo estaba terminado. Las batallas, la victoria, la derrota, la amargura y el placer. Y entonces, ¿qué? ¿Estaba viejo y cansado? No. La batalla se encarnizaba tan salvajemente como nunca, a mayor escala y para objetivos más importantes, siempre, adelante, adelante. Y si mis enemigos se habían situado delante de mí, ahora se ubicaban tanto delante como detrás. Sólo había estado descansando para el próximo avance. Y mientras me sentaba allí, en ese sofá, me sentí tan joven y tan listo para la pelea como en el pasado. Sólo que ahora el objetivo era diferente; los viejos hitos quedaban atrás, muy detrás de mí. Aquellos que habían quedado atrás querían retenerme a mí también, por supuesto, pero no podía esperar. Y por ello tendría que seguir solo mi propio camino, explorando los páramos, buscando nuevos caminos y abriendo nuevas sendas, algunas veces defraudado por espejismos, obligado a volver hacia atrás, pero no más allá de los caminos transversales, y luego hacia adelante otra vez".
diciembre 13, 2010
Ontología de la Sala de Espera
Para leer Cinco canciones de cuna, por poner un ejemplo, no te puedes plantar ante la primera página con la ropa de los domingos, porque te echa fuera a las primeras de cambio. De hecho, todavía no he leído nada de Fco. Javier Pérez que no te deje echa jirones la ropa de los domingos, y a día de hoy ya llevo cuatro libros suyos en mi haber. El tipo te obliga enfundarte el mono de trabajo. Te está diciendo: "Yo me he dejado las vísceras pariendo todo esto, pero ahora tú vas a partirte la cara con el texto". Es un escritor que exige del lector hasta la última gota del zumo de sus sinapsis. Quizá me equivoque, pero apostaría doble o nada a que también leyó, no sé, a William Burroughs antes que a Verne...
Y es lo que decía antes de la encrucijada, que me toca la moral que me obliguen a desempolvar el mono de trabajo, porque uno es muy vago, cierto; porque casi siempre anda en estado de asco o rabia o cansancio terminal, sí; y porque además está también la envidia cochina, el ego hijoputa de escritor, ese genieciello perverso que te susurra al oído que esto lo ha escrito un coetáneo y que has de negarlo por defecto, pensar que es una mierda, en consecuencia, y que dónde va a parar, que lo tuyo es mejor, aunque en el ínterin a la verdad no haya quien le eche trapos encima... Pero a la vez no puedes dejar de pensar olé tus huevos, cabrón, y dale, venga, te metes en el texto a cara de perro, armado hasta los dientes cual John Rambo encaraba un avispero de Chalies.
"El cielo es un glaucoma gris que no sólo cae sobre el hospital sino que lo rodea, lo delimita y le da forma". Ésta es la primera frase, la primera imagen de Cinco canciones de cuna, que no sólo rodean, delimitan y dan forma al hospital del libro, también hacen lo propio con el espíritu del lector que ose adentrarse en los límites de esta novela, que más que novela acaba por convertirse en un estado mental, angustiante y mefítico. Hay un dolor negro y turbador que subyace a la lectura de este libro, y que te acompaña en los días siguientes, que vuelve, como una náusea, cada vez que piensas en él, y ese algo es, creo, la entronización de la enfermedad. La enfermedad y no la muerte. No ha habido en la historia hombres tan enfermos, en todos los sentidos, como los que hoy son, y el hospital-purgatorio de Cinco canciones es su perfecta metáfora. Vivimos, más que parar morir, para enfermar: enfermar y morir o enfermar y seguir enfermos. Y aquí es donde Fco. Javier Pérez castiga más duro el hígado, quizá porque da en el clavo. ¿En qué momento dejamos de ser seres para la muerte y nos transformamos en seres para el padecimiento? ¿Qué clase de futuro aguarda a una sociedad de mentes decrepitas sustentadas en cuerpos cacucados, estirado su reloj biológico hasta el absurdo por medio de la técnica y de la farmacología? ¿Cómo coño cabe el concepto de Dios en una sala de espera?... Puede que el Viento Negro sea todas las respuestas.
Lo demás y ortodoxo que yo podría añadir sobre Fco. Javier Pérez y sus Cinco canciones de cuna —también sobre su Hierático— ya lo ha dicho Javier Calvo, así que poco puedo hacer salvo adheririme y recomendarles le echen un vistazo a su post. Si acaso, tomarme el tiempo y espacio necesarios para reivindicar las ilustraciones de Fidel Martínez así como la preciosa edición de Aristas Martínez. Exquisitos todos. Pruébenlos estas navidades... Puede que a algunos no siente del todo bien el viaje, pero para eso inventamos el omeprazol.
diciembre 08, 2010
Ese Cheever... ¡Y ése también!
Lo que sí he leído es Fall River de Tropo Editorial. (Señores próceres de Tropo: no me sean menos que los de Duomo, que al fin y al cabo el post va a ir de su libro...) Que contiene, en teoría, los relatos que un principiante e incipiente Cheever publicó en revistas y otras gacetillerías de mal vivir, nunca en libro, y que prologa el ubicuo Rodrigo Fresán (De dónde saca este hombre tiempo y fuelle para tanta letra, ajena y propia, es un misterio que me tiene acongojado...)
Hay al menos tres cuentos en Fall River que justifican plenamente la lectura de esta antología de marginales: "Saratoga", "La oportunidad" y "Autobiografía de un viajante", el último de los cuales, además, debería hacer que todos guardásemos un minuto de silencio en honor a la literatura. La breve literatura. En honor a lo que significa contar una historia, una vida, en siete páginas, y dejar al lector compungido y sin aliento. Noquear al respetable en el estrecho margen de unas pocas páginas, con un último párrafo en forma de uppercut demoledor. Un arte que está desapareciendo.
Luego miro esa foto de un Cheever ya mayor, en su escritorio, poniendo esa cara de ratoncillo de campo que se ha de comer el búho de la noche, y acto seguido pienso que bien, que sí, que estaría de puta madre, la verdad, pasarse una semanita, diez días incluso, de baja —y de cama—, haciendo buenos esos 42 maravedises. Y abrir al fin la blanca y ancha biografía de Blake Bailey. Y meterme dentro. Y estirado, tranquilo, más feliz que un ocho, bajarme del mundo.
diciembre 06, 2010
Memorias de un paranoide sarnoso
Entiendan que entiendo que Carlo Padial es gente de ésta que digo. Persona pura y dentro un alma coñona, un cerebro descerebrado, ávido de conspiranoias, así como también, como no podía ser de otra manera, algunas vísceras cerúleas. Su Dinero gratis se me antoja para enmarcarlo. Qué coño. Déjense de marcos. A la mierda los marcos. Para leerlo primero. Releerlo después. Y tirárselo finalmente a la chepa del primer viandante ciudadano que nos crucemos con rostro de vara, cejijunto y porculizado, a ver si se le contagia algo, se echa unas risas y de paso se le cae esa máscara de inmunodepresión...
Hay, como en toda antología, altos y bajos y cosas que que ni fu ni fa, y esto es un axioma, un de cajón, y no hay Dios que se salve de la quema, sobre todo si es que hablamos de relatos. Pero lo que no hay son cosas que no se entienden, de esas que no hay por donde cogerlas, ustedes saben de qué hablo, confío. Y ya está bien que sea así, joder. Un miembro de la postnocilla —yo no soy periodista cultural pero también sé sacarme etiquetas del sobaco; prueben ustedes también en sus casas, verán qué facilísimo—, un postnocillar, como decía, que tiene claro a qué juega; que sí, que sí, que ya sabemos todos que la escritura es una cosa muy onanista y muy de mirarse la pichula y ver qué carajo de cosa amorfa somos de prepucio para adentro, pero que una vez le das al "publicar" el asunto pasa a ser juego de dos: tu alma en venta por 16 cochinos euros.
Por lo demás, Padial es un androide paranoide, un replicante obsesivo-compulsivo, un hatillo de calostro envenenado y genes enfermos que siempre mira de reojo y detrás de cada esquina cree ver a un Harrison Ford apuntándole a la mochera. A fuerza de narrar un mundo en el que casi nada es lo que parece, pero en el que todo lo que parece basura en efecto lo es, los personajes de Padial, histriónicos, patéticos, perseguidos, son el contrapunto de lucidez a una realidad que se ha convertido definitivamente al enobismo gilipollas y la biempensancia subnormal. Gritan: "¡¡¡Pero es que no os dais cuenta de que este mundo que nos hemos construido es una puta mierda!!!"... Y acto seguido salen corriendo, porque todo el mundo subnormal los señala, quieren acabar con ellos, machacarlos vivos: Padial y sus paranoides son Donald Sutherlands en un mundo dominado por los ultracuerpos de la Barcelonísima moderniqui.
Azote de posmodernetas punkbloggers, twittermaniacos starbucks y adictos al spotify, Dinero Gratis es la hostia con toda la mano abierta que tanta "basca guapa" andaba necesitando, pero de la que no se apercibirán, no obstante, porque para dar y recibir bastonazos hay que estar en el circo, patear las aceras llenas de muerte y cagadas de perro, y a estas alturas ya los hay que no están para otra cosa que clicar el "me gusta" y actualizar la foto de perfil cada quice minutos...
Ya que estamos por decirla bien gorda, me aventuro: Carlo Padial, o cualquiera de sus sosias doppelgängers, transfigurado en homeless Lobo-Ninja, lanzando elepés vinilos como shurikens acerados al cuello del ínclito Kiko Amat. He ahí la idea.
diciembre 03, 2010
Australia es la bragueta de Dios
También hay que reconocerlo: no toda pero sí mucha parte de culpa de aquello la tenían, cómo no, ciertos profesores, más que profesores interfectos, individuos, gente chunga, que imponían lecturas de mierda a sabiendas, con el ojo avizor premeditadamente en el culo, poco menos, eso cuando no con el caciquismo por bandera, que aún recuerdo cierta profezuela entre cuyas lecturas "recomendadas" —eufemismo gilipollas— siempre había al menos un título escrito por ella. Y venga: ¡fuera escrúpulos y que caiga sobre mí el pecunio de las reediciones! Vergüenza vergüenza...
Todo esto viene a cuento de Picnic en Hanging Rock, el libro, no, bueno, la película, no, estooo, bueno, tanto da, porque libro y peli son prácticamente idénticos; el paraíso del estudiante perraco, vamos. La película es mejor, claro, porque es una obra cumbre del fantástico moderno y porque es más valiente, Peter Weir fue un genial depravado y dio el paso más allá haciendo explícito aquello que Joan Lindsay no supo o no quiso sacar a la superficie, y que no fue otra cosa que una enorme, atávica y oligofrénica metáfora sexual. Hablando en plata: que la Roca de Joan Lindsay devora a las chicas perdidas, las hace desaparecer de la faz de la tierra; la de Peter Weir, en cambio, se las folla. Sin más. Cualquiera que no haya visto la adaptación de Weir se escandalizará con lo que digo... Cualquiera que la haya visto —y no sea un mojigato puritanín— sabe que lo que digo es el honor a la verdad.
La montaña las quería, y ellas se hallaban de lo más receptivas, porque estaban en la edad, qué carajo; porque se morían de aburrición en aquella escuela de señoritas repipi; porque se habían hartado del tribadismo; qué se yo. El caso es que las quería, la montaña, toda ella magma fálico y espermático eyaculado desde las entrañas de la Tierra, puesto a endurecer al sol. Las quería y se las llevó. Incluida la profe solterona, que de repente descubrió en mitad del picnic que a nadie amarga un plátano, que nunca es tarde si la dicha —o la picha— es buena. A ella también se la trajinó. A la gordita no. Por ladina y por cretina, a ésa la dejó sin postre. Mal no debieron pasarlo, allá donde demonio fueren a desvirgarse, pues ninguna quiso volver. Bueno no, una sí, la escupió la roca colgante, la Hanging Rock, la expulsó de la bacanal, sin ropa interior, borrada la memoria, supondremos que porque no pasó el corte...
Claro que para que hubiese un Peter Weir filmando telúricas voluptuosidades a pie de roca primero tuvo que venir la Lindsay a escribirlo todo. Yo me lo he pasado pipa estos días asistiendo a este pequeño drama pseudovictoriano con canguros al fondo, mezcla del Henry James que sabía escribir —es decir, el Henry James que no dictaba— y un Cocodrilo Dundee fin de siècle —aquí ya me he pasado tres aldeas, lo sé, pero es que a estas alturas ya me estoy gustando y no pienso parar—. Lindsay escribe con una elegancia del siglo XIX en 1967, cosa que se agradece, y luego, además, es bastante perra con los personajes que no le caen bien, que no nos caen bien, actitud ésta, despótica y cabronesca, que también me parece loable, ya que de tanto en cuando también es sano dejarse en casa las neuralgias literarias y confundir la justicia poética con el Deus ex Machina. Por qué no.
Mención especial me merece la institutriz exógena, Mademoiselle de Poitiers —adorables las dos, tanto la de letra como la de película, pero sobre todo ésta última—, toda ella chic y francesa, con la que no dudaría en encamarme hasta el fin de los días y por la que me cortaría una oreja —¿el par? ¿sí? ¿tú crees? no sé...— de no ser ella mujer felizmente desposada. Y es que en el fondo va a resultar que soy un tipo de lo más tradicional. Coñe.
diciembre 01, 2010
¡Me mola lo tuyo, Nicholson Baker!
Es gente que me quiere bien y a la que le devuelvo el calor a mi manera.
Por lo demás, observo la cara de Nicholson Baker y no puedo dejar de decirme: este tío es un cachondo, con esa cara tiene que ser un cachondo de la hostia. Y bueno, una vez leído su antólogo cabe decir que lo es, un cachondón redomado, las gracias que le doy por las que le he reído. Gracias.
Ustedes, muchos de ustedes, no todos, pero sí unos cuantos, unos pocos, varios de ustedes, sí, ya sé qué me van a decir. Que es una novela sólo apta para iniciados. Para una pequeña élite de sabihondos de la poesía. Y de la poesía anglosajona, además. Y yo se lo concedo. Que sí, que sí, que prácticamente cualquiera puede echarse al gaznate el último Ken Follett pero a ver quién es el listo que no oye campanas sin saber dónde con nombres como Elizabeth Bishop, Karl Shapiro o Louise Bogan. Sobre todo en un país como éste, esta tierra baldía en la que tan poca poesía se lee, tan poca de la poquísima que se edita, sobre todo poesía traducida. En fin.
Se lo concedo todo. Qué les voy a decir. Que cualquier Ken Follett sea más del palo de la mayoría que unos íntimos Ángel González o Ungaretti es una torsión del espacio-tiempo de la lógica que ni se entiende, ni se explica, ni hay Dios que la remueva. Para qué insistir... La vida. cualquier vida, pero sobre todo la mía, es demasiado corta...
No obstante, aparte de los poetastros y su poesía, que dejan al margen a casi todos, está el sentido del humor, que a todos interesa, o debería, porque es el espejo convexo que deforma nuestra vida puta y sin talentos. Y es ahí donde quise llegar desde el principio. A la cara de chachondo de Nicholson Baker, que ya antes incluso de leer la novela, desde la misma solapa de El antólogo, se lo recuerdo, es ya toda una garantía del buen e inteligente chascarillo. Qué difícil es hacer reír en literatura y qué poco se pondera, y este tipo, Baker, consigue que te partas la caja una media de cinco veces cada tres páginas. Es una aproximación dudosa, cierto, pero aproximación en cualquier caso.
De modo que no voy a exprimirme las meninges intentando explicarles por qué deberían leer el libro de Baker en lugar de, pongamos por caso, el último tochano de Frank "impronunciable" Schätzing. Al fin al cabo, ya les avisé: yo soy un vago. Y ustedes acabarán leyendo lo que le salga de los reales. Para qué insistir...
La vida, cualquier vida, pero sobre todo la mía, es demasiado corta. Y necesito todo esa cantidad infumable de tiempo para leer... Conste que no lo digo yo, lo dice el propio Baker: "Me he desperatdo con un pensamiento muy agradable. En el mundo queda un montón de cosas por leer".
Pues eso.
noviembre 10, 2010
Merci à tous
Gracias, por tanto y en primer lugar, a Gonzalo Navarro, editor del libro, sin cuyo apoyo nada de toda esta increíble aventura habría siquiera comenzado. Su confianza en mi escritura significa, en cierto modo, el aval que andaba buscando para seguir creyendo en cierta forma de narrar, que poco, muy poco tiene que ver con los cánones de le edición comercial. El riesgo que ha asumido al publicar mis textos es, en consecuencia, muy grande. Tan grande como el agradecimiento que desde aquí le profeso.
Gracias a Anne-Lyse Thomine por la traducción, o mejor, por su versión en francés de El beso de Borges, sé que no habrá sido un encargo precisamente fácil, habida cuenta de lo heterodoxo y retorcido que puedo llegar a ser en mi redacción cuando me suelto, amén de esa hijoputesca adicción que siento hacia ciertos circenses juegos de palabras.
Por supuesto, gracias también al Centre Culturel Franco Espagnol de Nantes por invitarnos. A Gonzalo para hablar de Éditions Equi-librio en particular y de la situación del sector editorial francés en general. Y a mí para hablar de mi libro. En plan Umbral, oye... A lo grande y que no decaiga...
Y finalmente, aunque no por ello menos importante, al contrario, gracias a Julia Gómez y a Elise Canneson, que me fueron a recoger al aeropuerto el viernes y me llevaron al aeropuerto el domingo, que tuvieron a bien sacrificar su tiempo y su agenda para no dejarme solo en Nantes, ciudad de Verne, del Loira, de Ana de Bretaña, de las Galletas Lu... Que no me dejaron abandonado y perdido en Nantes, con mi triste francés de mediocre estudiante de secundaria. Porque eso sí, señores, si algo tengo claro después de este fin de semana, eso es que mi francés de instituto está hecho mierda, pura fosfatina.
noviembre 05, 2010
El Borges besucón y otros sinsentidos del montón
Por lo pronto parece que conmigo se va a complir aquello popular que canta lo de que nadie es Profeta en su Tierra. Después de una larga espera, muy larga espera, mi primer libro de relatos ya ha salido de imprenta. Una imprenta francesa para más señas. Si El beso de Borges y otros absurdos cotidianos tiene hoy cara y ojos —y versión en francés de Anne-Lyse Thomine— es sólo gracias a la apuesta de Gonzalo Navarro y su pequeña gran casa de edición bilingüe Equi-librio Éditions. No puedo estar más en deuda con el tesón de este hombre. Gracias. Muchas gracias.
octubre 12, 2010
"George Lucas arruinó mi vida"... La tuya y la de tantos...
octubre 03, 2010
Oscuro objeto del deseo es Don Dinero
En lo literario, Union Atlantic es un río tranquilo, de esos que ni aun crecido se llevaría a nadie por delante. Discurre temperado y sinuoso, ni ofende ni sorpende, con el agua justa. Y fin. Y punto. Y lo que viene después es el océano del olvido literario. Si acaso, por sacar algo, la novela de Haslett rezuma un tufo algo maniqueo, que acaba por irritar: de un lado están los inmorales que juegan a ser Dios con el dinero de los demás, a los que todo importa un huevo, y que acaban saliéndose de rositas; del otro están las buenas y honradas gentes, mártires de su propio y recto obrar, a quienes un injusto demiurgo parece castigar por su osada sed de justicia. Y en el meollo de todo, el dinero que todo lo pudre. El poder. Sin grises ni matices ni dobleces. ¡Quién pudiese toparse en la vida real con seres tan monolíticos! La de tiempo que ibamos a ahorrar en colas.
Por eso entiendo que la publicación de Union Atlantic es esencialmente coyuntural. Si tanto venden los libros de no ficción sobre la crisis, ¿venderá también una novela? No pongo en duda que en Estados Unidos un libro como el de Haslett puede y debe funcionar, pero me pregunto hasta qué punto es exportable a una latitud e idiosincrasia como las nuestras, acostumbrados como estamos ya a desayunarnos la tostada mañanera untadísima del palabro de moda desde que la democracia es democracia —qué chiste—: y esa palabra no es otra que "corrupción". Qué puede decirnos que no sepamos ya sobre banqueros ladrones, políticos comprables, empresarios mafiosos, precisamente a nosotros, españolitos de a pie, que terminamos inmunizándonos del sistemático saqueo de nuestro bolsillo y nuestra dignidad cuando optamos por asimilar a estos nuevos bandoleros trajeados de la única forma que excluía la ejecución pública: convertirlos en una pieza más del circo mediático, transformarlos en los bufones de nuestra diaria opereta de desheredados.
Porque al españolito de a pie no le importa que le roben una y dos y mil veces si a cambio adquiere la prerrogativa del quejarse eternamente. Tener excusa siempre, un día sí y el otro también, para cagarse en dios y en vuestros muertos y romper de tanto en cuando, de huelga en huelga, un par de escaparates... Eso, no tiene precio.
septiembre 26, 2010
El bacilo de Koch
Todo un desafío hablar de una una novela que tanto aparenta algo que no es, que hasta su última línea, sorpresiva, extemporánea, torva, sinvergüenza, no se revela como lo que es en verdad, a saber: una puñalada trapera al corazón de la conciencia lavable y bienpensante, un coche bomba en el vestíbulo del World Trade Center de lo políticamente correcto. No se dejen engañar por su supuesto argumento de crónica negra, que es todo una artimaña, una trampa bien camuflada, el bueno de Herman Koch demuestra ser un perro viejo de lo más cachondo y se aprovecha de ese vicio lector que nos da con la primera persona narrativa, cuyo caracter esencialmente confesional nos lleva a creer que el personaje, esa voz narrativa a través de la cual conocemos la historia, nos está contando siempre la verdad. Pero no tiene por qué ser así. No se trata de ninguna ley no escrita ni nada por el estilo. Koch lo sabe. Por eso nos la mete doblada. Juego, set y partido. Bien por el autor tulipán...
septiembre 19, 2010
Humorismo y Explicaciones
Imagen absurda que de cierto tiempo a esta parte me viene atacando los cerebros y no es otra que ésta: sale Marty Feldman y salgo yo y el lugar es San Petersburgo, me descubro inerme ante las estrábicas indicaciones del actor y freak británico, que a mi consulta sobre dónde comprar sellos para enviar postales, decide enviarme, infiero, camino de la autopista que conduce a Sebastopol, o lo que es lo mismo, que me vaya con mis estampitas a tomar por culo, más o menos eso. Y si ya suena anormal en sus cabezas, que saben y leen de ello como nuevo por medio de esta letras mías incapaces, traten de imaginar qué no de aliens y gremlins y artefactos cárnicos a transitores despierta en mi chola, que lo recibe cada dos por tres, un día sí y al otro casi casi también, así a lo doméstico, como el que desayuna tostadas y se descubre, una mañana de miércoles, otra vez, con la mermelada agotada, pero en cada ocasión con colores y aromas y miedos pánicos diversos, siendo el rostro y los ojos exoftamos de Feldman siempre los mismos pero siempre también distintos... El día que me dé por echar una vista atrás y me tope con la bufa arquitectura de mis líneas, el envés podrido de la trama de mi paranoia, me va a dar un ictus y un sopor y un tabardillo de los de no volver...
septiembre 05, 2010
Viva la Vida Puta
agosto 29, 2010
El centro de la fiebre, corazón de la perplejidad
Se hace difícil hablar de una novela como El ladrón de morfina, tan rebosante de matices y claroscuros brutales, tan rica; una novela tan poco, tan nada novelesca, pero tan narrativa. Y al tiempo tan poética. Porque tiene el ritmo y la cadencia y los pasajes lumínicos que sólo surgen de un talento de poeta... Un placer y un desafío. Un laberinto de asombros constantes, de principio a fin, la mayoría de ellos brillantes en su factura e incómodos por su fondo. Un escritor español del siglo 21 hablando de una guerra tan lejana y tan ajena como la de Corea. Suena intempestivo... Claro que esa guerra concreta, ajena y lejana, es sólo un pretexto, lo sabemos, para hablar de todas las guerras, cualesquiera, o aún mejor, más difícil todavía: el pretexto para hablar de las hombres en guerra, diseccionar su mente socavada, su destruido corazón. Todo el ladrón de morfina es un palimpsesto de voces y tiempos de narración distintos y dísimiles, del pretérito al futuro y vuelta al pasado, del tú al yo pasando por un íntimo nosotros: la montaña rusa de rompecabezas ficcionales orquestada por Sandoval no deja nunca de descolocarnos, manteniéndonos en vilo.
Foto: Al Chang (28 de agosto de 1950, Haktong-Ni, Corea)
agosto 18, 2010
El Principio Antrópico o de los Tentáculos bien puestos
agosto 12, 2010
Bolaño en el castillo
agosto 03, 2010
De aquí parte la simetría
Imagen: elreydespaña
julio 30, 2010
¡A la mierda, Bailey!
julio 25, 2010
La élite de Salter
julio 21, 2010
La Legión de los Idiotas
Todo y ser una novela memoralística sobre la Primera Guerra Mundial, en Un año en el Altiplano no son recurrentes los pasajes de absurda masacre; las grandes masas de hombres al asalto con la bayoneta calada que terminan, sí o sí, desventrados en Tierra de Nadie, a los pies de la trinchera enemiga o la propia, o semienterrados en el fondo de un cráter de obús. Algo hay de todo eso, por supuesto, pero queda claro que a Emilio Lussu le pareció mucho más importante retratar a fondo el que él mismo creía, a buen seguro, el verdadero mal, MAL con mayúsculas, de todo aquel asunto. Mucho más terribles que la sangría y la matanza de aquellos hombres, más terrible aún que el propio sinsentido de la guerra, fueron, nos quiso decir Lussu, sus mandos; los generaluchos y comandantitos que se servieron del pretexto de la guerra para, mediante su ineptitud, su altanería, su ceguera, propiciar dichas masacres. Hombres que no tuvieron el menor escrúpulo en enviar a la muerte a miles de soldados por la simple ambición de un asecenso o una medalla, y que a la postre sólo conseguieron, una y otra vez, miles de vidas sacrificadas por apenas un palmo de tierra ganada al enemigo, las más de las veces ni siquiera eso. Aquí se hace inevitable recordar la figura del General Paul Mireau de Senderos de Gloria. Claro que donde Stanley Kubrick era trágico Emilio Lussu es irónico; evidencia la incompetencia y la tiranía de los mandos del Ejército, cualquier Ejército, a través de la humorada y la caricatura. Y he ahí el gran acierto del libro, introducir la sorna y la sonrisa cómplice en un escenario tan luctuoso como el de la guerra. Hasta tal punto que en ocasiones uno tiene la sensación de que se está asistiendo a la representación de una opereta con las trincheras por decorado, y que cada vez que aparece un tipo con la pechera floreada de galones, el uniforme inmaculado, se sabe que el bufón acaba de entrar en escena y que el catálogo de sus ridículos y payasadas es inagotable. Lástima es que cada una de esas bufonadas acabase por costar la vida de tantos hombres que no tuvieron la oportunidad ni de reír los últimos ni reír mejor. El pez grande se sigue comiendo al chico, por más que aquél sea un redomado estúpido.