Resistencia en el flanco débil

agosto 29, 2009

Habla, memoria... que tengo sueño

"Sólo después de escribir este libro descubrí que mi destino de escritor ya bullía en mí cuando era un niño"
Stanislaw Lem
El castillo alto









Es todo un consuelo saber que, al menos para el propio autor, este libro sí sirvió de algo... Acaso su principal mérito —el único mérito, de hecho, si es que me pongo valiente—, sea demostrar que se puede escribir un libro de memorias aburridísimo. Que no sólo la vida de uno —sobre todo la infancia y la adolescencia— puede ser un tostón —por norma general la mayoría lo son, un auténtico tostón—, sino que también es posible —y aún más, del todo lícito— reflejarla con todo lujo de detalles abúlicos y amodorrantes en las páginas de la propia autobiografía. El polo opuesto vendría a ser, se me ocurre, C. S. Lewis y su Cautivado por la alegría, que consiguió hacer un libro emotivo, que se lee con el mayor de los intereses, de una vida e infancia del todo tabarras y monocordes. En un género como el memorabilístico, tan dado al afán superlativo como al insincero, en el que el personaje en cuestión tiende a reinventarse —cuando no directamente a mixtificarse— para ofrecer un perfil mucho mejor del que tuvo en realidad, sin duda la posición de Lem es de agradecer, aunque no por ello la lectura de su libro se haga más llevadera, eso también hay que decirlo.

Lo mejor de todo —¿también lo peor?— es que Lem parece hacerlo a propósito, consciente de que muy pocas vidas y casi ninguna infancia son lo suficientemente interesantes como para llamar la atención de nadie que no pertenezca al círculo familiar del sujeto en cuestión:

"Escribir sobre la infancia personal es una actividd arriesgada (...) Y además, como escritor, he de asir bien fuerte las riendas de mi profesión; es decir, reafirmar la habilidad de agrupar detalles en conjunto coherentes. Con algunos libros de ciencia ficción y una novela contemporánea a mis espaldas, he preparado biografías de personajes ficticios tantas veces, que el hecho de fijarme ahora en mi propia persona, sobre todo en mi persona de hace años, requiere por mi parte un extremo autocontrol (...) un autor —y no siempre conscientemente— establecerá un orden hasta un punto inexistente en el mundo real, un exceso de armonía que puede nacer de los pensamientos que emanan del propio deseo o de una visión limitada, o de la sumisión a una metodología imperante o estética. El efecto de ellos suele ser que la realidad se ennoblezca (...) Comoquiera que sea, al confiar en mi memoria, ésta se convierte en mi seleccionador, y voy rindiéndome a todo cuanto puedo recordar. Por tanto, creo que el límite de la habilidad personal para recordar es la barrera de la honestidad personal, una barrera que no puede cruzarse".


Conque el debate está en el aire: ¿qué preferimos, memorias del todo honestas y por completo tostoníferas, o mejor trufadas de alguna que otra verdad decantada y éste o aquél detalle inventado, que las haga más digeribles?... Yo por mi parte prefiero las deshonestas de cabo a rabo, como las de Kinski, en que se nota enseguida que el noventa por ciento es mentira y maldita sea si me importa. Pero eso es porque yo pienso que la vida "en directo" es una hijoputada insufrible del mayor calibre...

En cualquier caso, la pregunta esencial que a mí me interesa es muy otra, porque cualquiera puede escribir de lo que le dé la gana y cómo le venga en gana: incluidos unos recuerdos de infancia que dormirían a un epiléptico en plena crisis, ahora bien, ¿era necesario entregarlos a imprenta? Me sorprende que un cerebro tan racional como lo fue el de Lem no cayese en la cuenta de que los bahúles cerrados a cal y canto pueden servir para algo más que para guardar zapatos viejos.

agosto 28, 2009

El que hijoputa nace, hijoputa muere...




No hay más que echarle un vistazo al semblante de Werfel en la portada de su Reunión de bachilleres para darse cuenta de la cara de cabrón redomado que tenía el tipo, claro que, bien mirado, si te toca la suerte perra de vivir la centroeuropa de entreguerras hasta se comprende; o tenías esa jeta de rottweiler rabioso o te comían vivo, una de dos... El caso es que Werfel subtituló esta novela como Historia de una culpa juvenil, y, miren por dónde, yo no acabo de visualizarle el qué al asunto, o mejor dicho, lo hubiese visualizado de no haber leído el capítulo final. Pero no. Si la hubiese subtitulado, no sé, Historia de un bastardo malnacido o Cabronerismo sin cuartel o bien Cientoymilhijoputadas a gogó cabe decir que el amigo caraperro no hubiese andado más acertado. Porque sí, ya lo sé, los niños en general y los adolescentes en particular pueden llegar a ser muy crueles y todo ese rollo, cierto, y el que esté libre de culpa es que es un replicante-florero de compañía, una suerte de Haley Joel Osment sin alma ni picha, pero a mí con estas que no me vengan. Reunión de bachilleres no es una historia sobre la culpa, trata más bien de la maldad, gratuita y esencial, el espíritu mezquino por que sí: del estoy en la capacidad de joder una vida y la jodo. No hay más. Y gente así, por desgracia, transitando el mundo sí o sí de mala fe, la hay y no poca. Este es para mí el mérito de Werfel, convertir lo que venía siendo una especie de fábula moral en crudo reflejo de lo real en el corto espacio de un soberbio último capítulo. Remordimientos de conciencia los tenemos todos, los tiene hasta el cabestro más ruín del valle, pero sólo a una raza de escogidos pusilánimes les arruinan una noche de sueño de tanto en cuando. Las demás, a pierna suelta...

agosto 26, 2009

Mi nombre es Dillinger, John Dillinger... Aburridor de ovejas



Hoy, en MaisntreaM: Enemigos Públicos








Hacía años que Michael Mann no vivía de otra cosa que de rentas, así que, crisis global mediante, esto es algo que se veía venir: terminó por dilapidar todo su saldo, incluido el telefónico. De modo que el menda decidió gastar sus últimos ahorrillos en un juguete nuevo: "Mirad la cámara nueva que me he comprado, chicos", dijo, "una cámara DI-GI-TAL", dijo, "con ella voy a rodar mi próxima OPUS MAGNUM", dijo, "irá sobre Dillinger, John Dillinger, ya sabéis, el atracador de bancos", dijo, "el E-NE-MI-GO PÚ-BLI-CO NÚ-ME-RO U-NO", dijo, a lo que luego añadió: "ya veréis, ya". Y para allá que se fue Michael Mann, con su cámara digital nueva, más contento que un cabezahueca con el coche recién tuneado, a la productora, a pedir una montonera de pasta para rodar "Enemigos Públicos", sin caer en la obviedad, pobre, de que no por llamarte John Dillinger, ni pasarte la vida atracando bancos, ni llegar a ser el enemigo público número 1, tienes por qué tener una vida mucho más excitante que la de un sexador de pollos, por un poner. Pero pasó que en el camino le entró hambre, pero como apenas le quedaba un ochavo se metió en un Burguer King: "Me pones un menú de guóper", dijo, "todo XXL", dijo, "todo KING... ULTRA-KING", dijo, "Soy Michael Mann y voy a rodar mi última OPUS MAGNUM con mi cámara nueva", dijo, a lo que luego añadió, "una cámara DI-GI-TAL". Son seis, con ochenta dólares, señor Mann, ésta fue la voz del dependiente mexicano que le atendía. Michael Mann se registró los bolsillos de arriba abajo, pero entre el cambio de la cámara y la calderilla de días sólo alcanzó a sumar tres napos con sesenta y nueve centavos: "Sólo tengo tres dólares", dijo, "con SE-SEN-TA Y NUE-VE CEN-TA-VOS", dijo, poniendo cara triste, como de cordero degollado... Pues por ese importe sólo le podemos servir una ensalada de tiros (UltraShooted Salad), señor Mann, ésta volvió a ser la voz del dependiente mexicano que le atendía. "¡Pero es que yo soy Michael Mann!", dijo, y se golpeó el pecho, como gorileando un reconocimiento que hacía años que se había evaporado. "Hay gente esperando, señor Mann...", dijo el dependiente, hasta los mexicanos cojones de gringos engreídos... "Bueno... pues me quedo con la ensalada de tiros", respondió cabizbajo. Cuál de nuestras salsas especiales prefire, señor Mann, la "MegaShotgun", la "HiperMachinegun", la "Thompson UltraLonguer", o bien la "Winchester 73"... "UltraLonguer", decidió... Al cabo de medio minuto Michael Mann ya estaba sentado en la mesa con su ensalada de tiros y su cámara nueva, pero con una cara de pocos amigos que para qué les cuento. Inspeccionó su ensalada, sólo alcanzando a vislumbrar ligeras trazas de un Jonny Depp trasnochado, otras tantas trazas aún más etéreas de un Christian "cartón-face" Bale en las últimas, así como unas muy finísimas tiras de una Marion Cotillard totalmente fuera de lugar, ninguna de ellas, además, de teta o culamen. El resto: plomo, casquillos, y sangre de pega... Michael Mann probó su ensalada: "Sabe rancia", pensó, pero decir, lo que se dice "decir", calló como una puta barata y no dijo más nada.



Y ya está, así acabó, entre bostezo y bostezo, "Enemigos Públicos", una ensalada de tiros aburrida, torpe, sosa y sin aliñar, a la que hasta se le ven las tramoyas.

NOTA: El autor no se hace responsable de la divergencia entre las tarifas reflejadas en el texto y las tarifas reales de Burguer King. Se trata de PVP's meramente aproximantivos. Asimismo, la ensalada descrita, igual que todas sus salsas, son pura invención, cualquier coincidencia con la realidad no puede responder sino a dedos morcillones de Dios en su teclado de universos paralelos.

agosto 24, 2009

Ponme dos de magro de Ratatouille, casicaballo...




No sé qué pasa, si será el calor o el fin del mundo, que se barrunta a todas horas, en todo lugar, o simplemente mi chola loca, que en el proceso de egresarse de sí misma me está dejando el lecho de neuronas como un bebedero de patos. El caso es que viene uno con intención de poner interesantes gajos de letras en su sitio y como es de ley, pero es plantarse ante este teclado y tornársele toda buena intención informativa, explicativa y/o narratológica en unas ganas irrefrenables de soltar idioteces... Yo le dije que iba a ser menú, dos, dos menús, y él me avisó que en el precio no entraba la bebida, bueno, entonces yo le dije que agua, dos, dos aguas, una con y la otra sin, sin gas, con gas no hay, me dijo —o nunca he tenido, o no tengo para ti, payo, aquello no me quedó muy claro—, pues en ese caso, menos del grifo, trae el agua que te dé la puta gana, le respondí, aunque no exactamente con esas palabras, de modo que nos trajo dos aguas minerales de una marca local. Lo que no me dijo el muy mierda es que en el precio del menú tampoco entraba el pan: ¿Quieren más pan?, ¿más pan?... Cabrón. ¿Cabrón yo? Sí, cabrón tú, que nos tangaste a base de bien, euro y medio por cabeza, es decir, tres, tres euros, quinientas pelas, por suplemento de pan, que encima estaba seco y duro, y no esponjoso como el océano de detritus en el que ojalá te asfixies algún día de tu maldita vida. Luego, a mitad de su primero, empanada gallega —yo iba ya atacando a dentelladas flechaces las almenas del segundo plato—, vino a decir no sé qué, ni me acuerdo, o no lo quise escuchar, conque le dije que aventase, que no importunara más mientras estuviésemos comiendo, que el precio del menú sí incluía que nos dejase en paz e incluso hasta mandarlo a tomar por culo si es que seguía inflándonos la gaita, todo y que, de nuevo, ahora que recuerdo, todo esto no se lo dije exactamente con esas propias palabras. Es todo un qué. Siempre a destiempo, tarde y mal y nunca, no sé cómo me lo monto... ¿Cómo? ¡¿Qué?!... Que no hay cosa en la vida que me dé más rabia que el que me molesten mientras jalo, que hasta me retuerce que me miren y todo, ni chistarme, ¿me oyes bien?, que si no fuese porque soy más pobre y miserable que la rata vivita y coleante que se zampó una gaviota a orillas del pútrido río Lérez a su paso por Pontevedra —y cabe añadir que hay millones de ratas en este puerco mundo muy por encima de mi nivel adquisitivo, tantas de ellas, para su suerte, no empadronadas en Pontevedra—, comería siempre en restaurantes vacíos al efecto. Al efecto de que nadie me observe ni me chiste ni me ofrezca pan a precio de usura mientras jalo. Y quienes menos vosotros, los putos camareros, que seríais todos robots. Todos robots ciegos y con nalgas y mofletes de Botero, no de formas androides sino de semiyeguas infladas a barbitúricos y clembuterol, y pronunciaríais a cada instante, voz metálica, metálico eco: "Sí, mi amo, sí, mi amo... de segundo tenemos filete de rata con salsa a la pimienta y guarnición de guisantes y papas, si le aviene". Pues tráeme dos bien hechos, ¡mecagoendiós!


Y hasta estoy contento porque no se me deslizó ni un miserable punto y coma, oigan...



agosto 04, 2009

Argumento para un best-seller que nunca escribiré

Dedicado al Sr. Yume,
de quien todo partió, en cierto modo...




Auténtico Horror Preter(ni)natural


Stephen King se está volviendo más y más perdido de la mochera cada día que pasa, las muchas drogas y el mucho alcohol y el mucho heavy metal barato a toda pastilla en los auriculares, durante años, están empezando a pasar su factura. Inserto en una pesadilla gordiana, igual que aquel que fuera —y sigue siendo, pese a quien pese— uno de sus más entrañables enajenados, Jack Torrance, quien no podía dejar de teclear, hagamos memoria, que no por mucho madrugar amanece más temprano, el buenazo de Stephen, también prisionero de un bucle neural semejante, que ya hubiera querido para sí el Philip K. Dick más pasado de vueltas, no puede dejar de tararear el tema Walking in My Shoes de Depeche Mode, ya es casualidad, el mismo que andaba escuchando el día que una furgoneta tuvo a bien atropellarlo en modo bestiajo, casi dejando al Rey del Terror —¡al verdadero King!—listo de papeles.

Stephen ha ido poco a poco llegando a la conclusión de que cada vez que tararea dicho tema, nuevas puertas y ventanas y túneles de viento se abren en su mente poderosa. La miel de sus sinapsis es un río desatado de crecida incontenible. El verdadero Tsunami de las tormentas cerebrales. Es como el jodido Clark Kent nietzscheano pero sin el pijama ridículo y con unas gafas horríferas que ya eran marcianas aun cuando estaban de moda. Un lunes se levanta, tararea lo suyo y ya: tres kilos y trescientos gramos más de genialidad al centro y p'adentro. El martes, dale: tres kilos y medio. El miércoles desayuna cereales con fibra, se zampa un ginseng y llega hasta los cuatro y cuatrocientos. Y así hasta el domingo, día en que todo y ser el Rey, Dios, el Ayatolá, tampoco descansa, porque aparte del dueño del cotarro aspira también a la desmitificación.

Pero no pensando ninguno bajo ningún concepto que el autor de Maine es persona filántropa y de hacendosa moral a estas alturas de sus huesos quebrados, no. Es todo deseo esquinado y aviesa intención para con sus semejantes. A Dios pone por testigo que hará pagar a la raza humana la indecente cantidad de voltarenes e ibuprofenos que se ha tenido que jalar desde lo del accidente; de modo que cuando lo oímos gritar obscenidades sacrílegas e innombrables vendettas al aire enrarecido y crepuscular, cual mad doctor de serie B o Jeffrey Combs de arrabal barcelonés, en realidad es su úlcera gastroduodenal la que está clamando venganza...

Llega el día, entonces, en que tararea lo suyo, que si walking in my shoes y toda la pesca, y zas: inventa el condensador de fluzo, pero el de Zemeckis no, ésa mierda no, uno que funciona, y he ahí que tenemos una máquina de tiempo, es decir, tiene, él, Stephen King. El King del Terror. Y lo primero que piensa a continución es esto: "Francis Scott Fitzgerald".


Y es que si hay algo que saque de quicio al Rey del terror, al King del grito y el escalofrío y el gótico paleto americano, eso son los adverbios acabados en "mente".

Así que para allá que se va, con su fluzo y su máquina de baquetaer años, su mala baba traicionera y su espalda hecha fosfatina, a asesinar al proverbial —y adverbial— pergeñador de El Gran Gatsby, mientras en su cerebro enfermo y malvado ya proyecta toda una extensísima lista de autores mediocres, adictos al adjetivo resultón y el adverbio machacante, a los que dar carpetazo definitivo: "Y al condenado Asimov también le pienso dar p'al pelo, ¡cacho cabrón!..."

En esto que Stephen llega justo cuando lo de la picha, es decir, cuando Scott Fitzgerald le está confesando a Hemingway que su mujer, Zelda, le dice que tiene la picha pequeña, y que por eso ella no llega, que por eso lo odia, y que por eso también bebe y se mete cosas largas y romas por lo vagini, y por eso también, por su picha pequeña, la picha de Scott Fitzgerald, el mundo es una deleznable basureja. Y justo también, cuando Hemingway está por decirle a Fitzgerald que a ver, que le enseñe la de mear, a ver si eso es verdad o qué coño pasa, llega Stephen por la espalda, en pleno París de entreguerras, y le mete un hachazo en todo el espinazo al autor de Hermosos y Malditos: ¡Coño!, dice Hemingway, pues me da que ahora va a dar igual lo de la picha, Francis, y se queda allí mirando impertérrito cómo el hombre que ya no podrá escribir Suave es la Noche agoniza miserable... mente.

Conque en la siguiente escena tenemos que Scott Fitzgerald estira la pata, desangrado; Zelda Fitzgerald se alegra en la distancia sin saber a ciencia cierta por qué mientras deshoja un plátano; Stephen se larga en su máquina de penetrar décadas en pos de Isaac Asimov; y Ernest Hemingway se mete en casa de Gertrude Stein, a gorronearle café y pastas.

Y de momento fin, son pasadas las dos, Dan Brown y otros tantos advenedizos como él siguen ganando dinerísimo con esto, pero a mí ya no se me ocurre más mierda que vomitar y mañana me levanto pronto a currarme los garbanzos... Me largo al sobre.



Escenas de Ultra(tumba)matrimonio