Las últimas palabras de Paola Peramo en este mundo fueron un escandaloso ejemplo de redundancia y prosaísmo:
—¡Yo te maté! ¡¡Yo te maté!! ¡¡¡YO TE MATÉEEE!!!
Consecuencia directa, a la postre también definitiva, de su endémica indolencia, ese no haber querido asimilar jamás que hay dos maneras de hacer las cosas, bien o deprisa, y que cada una excluye la otra...
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