Me temo que vaya siendo hora de estallar. Me he tragado la espoleta y la cuenta atrás es, por tanto, una línea de horizonte irreversible antes que un hecho consumado. Pero todo llegará.
Otro tema que me tiene loco es que mi piso pesa mucho. Bueno, en realidad ha subido el vecino de abajo a ladrármelo a la cara: eh, tú, bicho raro, tu casa pesa mucho, ¡mucho!, ¡entiendes!, tengo todos los techos combados, joder... Mi primer impulso ha sido chungo, lo reconozco, echarme al gañote con todo lo que le llevo acumulado de años. Algo del tipo: ¡y tú aún no has hecho callar a tus bastardos gritones ni una sola puta vez en los cuatro años que hace que rondas por aquí, pedazo de cabrón!... Pero he sabido contenerme, me he limitado a intentar ser lo que suele entenderse por "sociable", que luego me dicen que si añoro los tiempos de cuando del cielo llovían bombas: "¿Ah, sí?... bueeno... pues... no, no, qué va, si yo le entiendo; pero es queee... y bueno, luego está el tiempo de un extraño que para qué... pero, bueno, estooo... usted pierda cuidado, que yo me encargo, ¿eh?... ya, yaaa... ya si eso lo vamos viendo... y yo le aviso cuando la cosa esté a punto, no se preocupe... estése, tranquilo, ¿eeeh?... Bueno, a mandar. Nos vemos. ¿La familia bien? ¿Los niños bien? ¡Qué ricos!..." Y acto seguido le he cerrado la puerta en las napias. Él no ha vuelto a llamar ni ha vuelto a ladrar nada porque en el fondo se ha dado cuenta de que no, que sus techos no están combados. Sencillamente algo en su interior le dijo que en cuatro años en el edificio no se había quejado ni una sola vez al vecino de arriba. Y eso no puede ser... Además. Los libros ocupan más lugar que pesan. Los libros te echan de casa antes que tirar abajo la del vecino.
De todos modos sí, ya no puedo con semejante fardo. De todos modos sí, es demasiado peso. Soy yo el que está combado. Combado por dentro. Miro toda esta absurda cantidad de libros que llevo acumulando tan gran parte de mi vida y por primera vez intento imaginarme sin ellos. Me imagino, por ejemplo, vendiéndolos a un trapero. No todos pero sí muchos de ellos. Aunque antes que venderlos preferiría quemarlos. Quemarlos y pintarme la cara de negro después con sus cenizas. Bañarme en sus cenizas. Pasa un poco lo mismo con los recuerdos. Antes preferiría quemar hasta el último de mis recuerdos que dejarlos escapar de la prisión ruinosa de la memoria.
Hoy también pienso en Sam Shepard. En lo que me gustan sus poemas. Sus relatos. En lo que agradezco que no haya escrito novelas. Que en lugar de novelas escribiese obras de teatro y películas. Dramas como Fool for Love. Películas como París, Texas o Zabriskie Point. Pienso en la foto de la cubierta de El gran sueño del paraíso. En Sam y su hijo, de espaldas, pescando. Y en Jessica Lange, esposa y madre, detrás, haciéndoles esa foto. Preciosa y condenada. Desde hace unos meses corre por aquí su Crónicas de motel. Releo algo de tanto en cuando. Como esto:
Quizá tendría que dar simplemente un paseo sin rumbo.
Quizá tendría que quedarme en un sitio y no moverme de allí
y dejar de inventarme motivos para irme.
Quizá podríamos tener tú y yo una conversación.
¿Te gustaría conversar?
Hoy ha amanecido un bonito día, pese a todo.
2 comentarios:
Lo que usted tiene que hacer, querido compañero, es ligar y traer a su departamento a una bailarina de tap... o en su defecto a un tamborilero afro-caribeño.
Je. Tendré en cuenta la recomendación, descuide...
Saludos.
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