Resistencia en el flanco débil

julio 10, 2010

Corona de Flores: Neobarroco Condal


Así vuelve todo a su sitio, a su deslugar. Me hace sentir idiota este inútil querer pasar la escoba por el patio terroso de tanta sinrazón. Hoy más que nunca me se me antoja todo un cisco, un bullicio cloroformo que me sabe a esencia de nolotil, allá cuando me da el dolor de las atmósferas. Un asco protofarmacéutico. Y, claro, habida cuenta de semejante calistenia del músculo del aburrimiento, leer tochanacos como un perdido, como un auténtico kamikaze compulsivo, se me ocurre la única economía de guerra con arrestos. Que luego me empeñe en venir hasta aquí para departir y expectorar sobre mis experiencias lectoras —y lectrices— responde tan sólo a este estado necio mío, de diámetros ditirámbicos, que sólo se explica por una flaqueza congénita en mis aportes de oxígeno a los ventrículos del sentido común. Ustedes no me lo perdonan, lo sé, pero yo sí, claro; porque me quiero mucho en modo exógeno y porque no me queda otro condenado remedio. ¡Ay, Señor, cuánta incapacidad!

A todo esto, si me preguntan —y aunque no me pregunten—, tal vez les diga que la Corona de Flores de Javier Calvo es una posmodernidad de travesura, una vanguardia en color sepia perpetrada con la risa de niño malo y los dedos muy cruzados. Algo así como comprar un coche de época, un Rolls, un Hispano-Suiza, gastarte una pasta en restaurarlo para después, una vez listo, trufarlo de alerones y neones made in Moebius; un folletín tuneado. Con todas las virtudes del pasapáginas y felizmente huérfano de un afán de trascendencia que en ningún momento amaga, este retablo neogótico y neobarroco es nocillesco y mutante en las distancias, en sus arquitecturas formales; y un tebeo de superhéroes post-Sin City de entrañas para adentro. Tour de force más imaginativo que narrativo, pero en cualquier caso muy aplaudible, a mayor gloria de una ciudad de Barcelona que nunca podrá ser, o mejor, de la ciudad condal que pudo haber sido, tal vez, de no haber mediado la hispanidad, el ibérico marasmo, Calvo nos sirve en bandeja un cóctel saboroso que bebe tanto del refinado steampunk de Alan Moore como del gótico baturro de Pilar Miró —aunque sucediese en Cuenca—, y que sólo tiene el pero del no dejar huella ni mácula; se olvida tan pronto como se echa el cierre a la última página. Pero es que eso y no otra cosa es el folletín.






3 comentarios:

Psicopanadero dijo...

Yo le respetaba antes de leer su última traducción de Palahniuk. Traducir 'fluffer' por 'empalmador' tendría que estar perseguido de oficio.

Javi Iglesias dijo...

Conque en la últma de Palahniuk salen "fluffers", ¿eh?... Interesante...

dibiase dijo...

Visto en retrospecter, unos meses después, la novelica pierde... se le va el sabor más rápido que a un chicle boomer.