Resistencia en el flanco débil

enero 15, 2013

Tanto leer puede volverte loco, loco, loco... ¡LOOOOOOOCOOOOO!



   Primero llegó Cervantes, con una sola mano, y nos soltó El Quijote: un tipo se atiborraba de novelas de caballerías y mandobles a diestro y siniestro, hasta que se le pudrían los sesos y se volvía majareta, y después se moría, silencioso y triste y afiebrado, porque con los sesos caducados ya no se puede vivir ni ser persona de provecho, ni por lo común siquiera ser persona de clase ninguna.

   Luego llegó Flaubert, con dos manos y un mostacho plagado de mots justs, y nos soltó la Bobary: una chicuela-mujer se atiborraba de novelas romanticonas y de caballeros de una pieza, hasta que se le trasnochaba el sieso (que no el sexo, ése lo tenía bien engrasado), y en semejante ataque de melodramatismo sucedió que se le fue tanto la pinza que se mata o se deja morir, ahora bien bien no me acuerdo.

   Después está esto, que nos lo soltó George Sand, venga, toma: no sé si con la derecha o la izquierda, pero desde luego vestida de hombre y descojonándose de la risa en la cara de la biempensancia de su época, y lo tituló «Cora»: un inglés fatuo lee demasiados libros de E.T.A Hoffman, Novalis, Jean-Paul y el cojo Byron, así todo el rato hasta que se vuelve loco por la hija de un tendero francés, que no es para tanto, la moza, pero resulta  que a él le parece la hostia, ya que, recordémoslo, se le ha entelado completa la sesera de tanta lectura de lo fantástico romántico y de tanto himno a la noche mágica. Por suerte para él, lo echan a patadas del pueblo, por pesao, y cuando regresa al poblarucho tras los años, con la mollera repuesta de tanta insana lectura, vuelve a ver la tal Cora, y es entonces que se percata el tipo que no era para tanto la cosa, ni la tipa, que era incluso hasta fea, ¡madre de dios!; y ante todo y sobre todo y lo que es peor: ¡toda ella del todo e irreversiblemente francesa!

   Finalmente, ya inmersos en ese cajón de sastre baqueteadísimo que convenimos en llamar la posmodernidad, llegó David Cronenberg, sólo armado de su imaginancia aviesa y unas gafas de pasta de lo más ordinario, y nos soltó «Videodrome»: un tipo ve tanta pornografía, tanto hardcore sádico e ultraviolento, que inmediatamente pierde la chaveta y cree que todas las mujeres del mundo quieren encamarse con él y que les apague cigarrillos en las tetas. Como eso de matarse o dejarse morir ya estaba muy visto en los 80, Cronenberg cambia el pistón y añade una vuelta de tuerca, convirtiendo al loco en una cinta de vídeo (porno) o una Sala X, ahora bien bien no lo recuerdo.

   La cultura es una cosa grande, oigan.

 


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