Resistencia en el flanco débil

enero 29, 2013

Noches blancas de Fedor Dostoyevski


Que levante la mano aquel que no recibió alguna vez de boca de mujer el siguiente mensaje: "A mí también me gustas y me caes genial, de verdad, pero te veo sólo como amigo"... Todos aquellos que habéis alzado el brazo, confirmado, sois unos ruines y unos protervos, mentís que es cosa mala. Porque en efecto, no hay ni hubo hombre nacido de mujer (y con apetito por mujer) que no haya recibido, al menos una vez en su puñetera vida, calabazas semejantes. Esto es un porque sí, no observa excepción ni admite discusión.


Es este un clásico que nos acompaña desde antiguo y se repite generación tras genereación, en cualquier lugar donde exista fémina de bandera y un par de mastuerzos que le fueren detrás. 

Nadie como Dostoyevsky nos ha retratado esta problemática de las relaciones hombre-mujer-otro hombre, en el difícil marco de la Rusia del siglo XIX, sin ir más lejos, que hacía un frío que te cagabas y encima te tenías que enamorar de la interfecta por lo guapita de cara y el pedazo de carne blanca apenas visible entre el final del faldonazo y el principio de la alpargata. Qué tiempos aquellos, cuando había que pasar sí o sí por la vicaría para mojar el churro.

De este modo tenemos que Noches Blancas es la mejor historia de pagafantas que en las ruskis literaturas ha sido. Más en concreto, y lejos de lo que podría llegar a aventurarse si es que no se ha leído la obra, las noches blancas del título no hacen referencia a las noches nevadas de la Rusia de la Pulmonía y el Tentetieso, sino que refieren la cantidad de noches en blanco que el susodicho pagafantas se pasa solo en casa, tirado en la cama, llorando desconsolado, compadeciéndose de todo su maldito ser. Largas noches de insomnio, las del resto de su vida, intentando convencerse de que haber compartido cinco minutos de dicha con aquélla a la que no le costó ni tres segundos dejarlo por otro, ya es darse por bien pagado y mejor recompensado. ¡Cuántos hay que espichan y ni siquiera han paladeado esos cinco minutos de almibaroide felicidad!...

Todo aquel con dos dedos de frente y algo más de 100 gramos de amor propio no sólo sabe que este consuelo es una puta mierda que no sirve para nada, sabe también que es una mayúscula mentira. Mentirse uno mismo para seguir viviendo... y aun así vivir poco, mal y nunca. 

Tal es la vicisitud y la maldición del pagafantas.

Imprescindible bonus track la adaptación de Visconti a la pantalla, Italia, 1957, Marcello Mastroianni dejándose toda la dignidad y cuarto y mitad de sus rótulas en un baile alucinado, mequetréfico y gañán.  

No perderse el uno ni la otra, oigan.