Miro a la estantería de mi izquierda y veo el lomo blanco y ancho de la biografía de John Cheever. La de Blake Bailey. De Duomo ediciones. 42 napos del ala. 885 páginas. No hay posible confusión... Llevo viendo el lomo blanco y ancho —y virgen— de la biografía de John Cheever alrededor de dos meses, cada vez que miro a la estantería de mi izquierda. Desde que lo compré. Es decir, desde que desembolsé los 42 eurazos del ala que cuesta, esperemos que también los valga. Apenas si he podido echarle una mirada. Lo que es una auténtica pena, se mire por donde se mire, sobre todo si la que mira es mi cartera... Justo ahora que ya tenemos en la tocha los tufos navideños de rigor, cuando sea que caiga la típica y tópica y cansina cantinela del qué le deseo yo al nuevo año, miro a mi izquierda y, lo tengo claro, ojalá me den unas buenas anginas, de las de fiebre y antibiótico al canto; o un gripazo de los gordos, de esos que nunca me dan, porque no he tenido un solo atisbo de gripe en todo mi chusco de vida; o bien se me lleven por la pata abajo unas buenas cagarrinas estentóreas... 2011 de los cojones, tú que casi todo lo puedes, no en vano eres el año que precede al del apocalipsis más rentable de toda la Historia, bendíceme con una semanita de cama —y de baja—. Sólo una semanita. A lo sumo diez días. Lejos de todo y de todos. Para leer estirado y tranquilo y más feliz que un ocho las ochocientas páginas de la biografía de John Cheever. La de Blake Bailey. De Duomo ediciones. 42 napos del ala costó la cosa. (Señores próceres de Duomo: noten que he nombrado tres veces su libro y dos su sello editorial, eso sin contar los cuarenta y pico eurales que ya apoquiné en su momento, conque no me sean de la Hermandad del Puño Cerrado y dejen caer algo suculento en mi calcetín estas fiestas, tan señaladas.)
Lo que sí he leído es Fall River de Tropo Editorial. (Señores próceres de Tropo: no me sean menos que los de Duomo, que al fin y al cabo el post va a ir de su libro...) Que contiene, en teoría, los relatos que un principiante e incipiente Cheever publicó en revistas y otras gacetillerías de mal vivir, nunca en libro, y que prologa el ubicuo Rodrigo Fresán (De dónde saca este hombre tiempo y fuelle para tanta letra, ajena y propia, es un misterio que me tiene acongojado...)
Hay al menos tres cuentos en Fall River que justifican plenamente la lectura de esta antología de marginales: "Saratoga", "La oportunidad" y "Autobiografía de un viajante", el último de los cuales, además, debería hacer que todos guardásemos un minuto de silencio en honor a la literatura. La breve literatura. En honor a lo que significa contar una historia, una vida, en siete páginas, y dejar al lector compungido y sin aliento. Noquear al respetable en el estrecho margen de unas pocas páginas, con un último párrafo en forma de uppercut demoledor. Un arte que está desapareciendo.
Luego miro esa foto de un Cheever ya mayor, en su escritorio, poniendo esa cara de ratoncillo de campo que se ha de comer el búho de la noche, y acto seguido pienso que bien, que sí, que estaría de puta madre, la verdad, pasarse una semanita, diez días incluso, de baja —y de cama—, haciendo buenos esos 42 maravedises. Y abrir al fin la blanca y ancha biografía de Blake Bailey. Y meterme dentro. Y estirado, tranquilo, más feliz que un ocho, bajarme del mundo.
Lo que sí he leído es Fall River de Tropo Editorial. (Señores próceres de Tropo: no me sean menos que los de Duomo, que al fin y al cabo el post va a ir de su libro...) Que contiene, en teoría, los relatos que un principiante e incipiente Cheever publicó en revistas y otras gacetillerías de mal vivir, nunca en libro, y que prologa el ubicuo Rodrigo Fresán (De dónde saca este hombre tiempo y fuelle para tanta letra, ajena y propia, es un misterio que me tiene acongojado...)
Hay al menos tres cuentos en Fall River que justifican plenamente la lectura de esta antología de marginales: "Saratoga", "La oportunidad" y "Autobiografía de un viajante", el último de los cuales, además, debería hacer que todos guardásemos un minuto de silencio en honor a la literatura. La breve literatura. En honor a lo que significa contar una historia, una vida, en siete páginas, y dejar al lector compungido y sin aliento. Noquear al respetable en el estrecho margen de unas pocas páginas, con un último párrafo en forma de uppercut demoledor. Un arte que está desapareciendo.
Luego miro esa foto de un Cheever ya mayor, en su escritorio, poniendo esa cara de ratoncillo de campo que se ha de comer el búho de la noche, y acto seguido pienso que bien, que sí, que estaría de puta madre, la verdad, pasarse una semanita, diez días incluso, de baja —y de cama—, haciendo buenos esos 42 maravedises. Y abrir al fin la blanca y ancha biografía de Blake Bailey. Y meterme dentro. Y estirado, tranquilo, más feliz que un ocho, bajarme del mundo.
1 comentario:
En fin, yo también me encontré con «Fall River», varios cuentos me encantaron y, también a continuación, me compré la biografía que miro y remiro, inconfundible en la estantería. Ya nos contarás qué te parece, yo quizá la queme. Buena suerte
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