Resistencia en el flanco débil

agosto 04, 2009

Argumento para un best-seller que nunca escribiré

Dedicado al Sr. Yume,
de quien todo partió, en cierto modo...




Auténtico Horror Preter(ni)natural


Stephen King se está volviendo más y más perdido de la mochera cada día que pasa, las muchas drogas y el mucho alcohol y el mucho heavy metal barato a toda pastilla en los auriculares, durante años, están empezando a pasar su factura. Inserto en una pesadilla gordiana, igual que aquel que fuera —y sigue siendo, pese a quien pese— uno de sus más entrañables enajenados, Jack Torrance, quien no podía dejar de teclear, hagamos memoria, que no por mucho madrugar amanece más temprano, el buenazo de Stephen, también prisionero de un bucle neural semejante, que ya hubiera querido para sí el Philip K. Dick más pasado de vueltas, no puede dejar de tararear el tema Walking in My Shoes de Depeche Mode, ya es casualidad, el mismo que andaba escuchando el día que una furgoneta tuvo a bien atropellarlo en modo bestiajo, casi dejando al Rey del Terror —¡al verdadero King!—listo de papeles.

Stephen ha ido poco a poco llegando a la conclusión de que cada vez que tararea dicho tema, nuevas puertas y ventanas y túneles de viento se abren en su mente poderosa. La miel de sus sinapsis es un río desatado de crecida incontenible. El verdadero Tsunami de las tormentas cerebrales. Es como el jodido Clark Kent nietzscheano pero sin el pijama ridículo y con unas gafas horríferas que ya eran marcianas aun cuando estaban de moda. Un lunes se levanta, tararea lo suyo y ya: tres kilos y trescientos gramos más de genialidad al centro y p'adentro. El martes, dale: tres kilos y medio. El miércoles desayuna cereales con fibra, se zampa un ginseng y llega hasta los cuatro y cuatrocientos. Y así hasta el domingo, día en que todo y ser el Rey, Dios, el Ayatolá, tampoco descansa, porque aparte del dueño del cotarro aspira también a la desmitificación.

Pero no pensando ninguno bajo ningún concepto que el autor de Maine es persona filántropa y de hacendosa moral a estas alturas de sus huesos quebrados, no. Es todo deseo esquinado y aviesa intención para con sus semejantes. A Dios pone por testigo que hará pagar a la raza humana la indecente cantidad de voltarenes e ibuprofenos que se ha tenido que jalar desde lo del accidente; de modo que cuando lo oímos gritar obscenidades sacrílegas e innombrables vendettas al aire enrarecido y crepuscular, cual mad doctor de serie B o Jeffrey Combs de arrabal barcelonés, en realidad es su úlcera gastroduodenal la que está clamando venganza...

Llega el día, entonces, en que tararea lo suyo, que si walking in my shoes y toda la pesca, y zas: inventa el condensador de fluzo, pero el de Zemeckis no, ésa mierda no, uno que funciona, y he ahí que tenemos una máquina de tiempo, es decir, tiene, él, Stephen King. El King del Terror. Y lo primero que piensa a continución es esto: "Francis Scott Fitzgerald".


Y es que si hay algo que saque de quicio al Rey del terror, al King del grito y el escalofrío y el gótico paleto americano, eso son los adverbios acabados en "mente".

Así que para allá que se va, con su fluzo y su máquina de baquetaer años, su mala baba traicionera y su espalda hecha fosfatina, a asesinar al proverbial —y adverbial— pergeñador de El Gran Gatsby, mientras en su cerebro enfermo y malvado ya proyecta toda una extensísima lista de autores mediocres, adictos al adjetivo resultón y el adverbio machacante, a los que dar carpetazo definitivo: "Y al condenado Asimov también le pienso dar p'al pelo, ¡cacho cabrón!..."

En esto que Stephen llega justo cuando lo de la picha, es decir, cuando Scott Fitzgerald le está confesando a Hemingway que su mujer, Zelda, le dice que tiene la picha pequeña, y que por eso ella no llega, que por eso lo odia, y que por eso también bebe y se mete cosas largas y romas por lo vagini, y por eso también, por su picha pequeña, la picha de Scott Fitzgerald, el mundo es una deleznable basureja. Y justo también, cuando Hemingway está por decirle a Fitzgerald que a ver, que le enseñe la de mear, a ver si eso es verdad o qué coño pasa, llega Stephen por la espalda, en pleno París de entreguerras, y le mete un hachazo en todo el espinazo al autor de Hermosos y Malditos: ¡Coño!, dice Hemingway, pues me da que ahora va a dar igual lo de la picha, Francis, y se queda allí mirando impertérrito cómo el hombre que ya no podrá escribir Suave es la Noche agoniza miserable... mente.

Conque en la siguiente escena tenemos que Scott Fitzgerald estira la pata, desangrado; Zelda Fitzgerald se alegra en la distancia sin saber a ciencia cierta por qué mientras deshoja un plátano; Stephen se larga en su máquina de penetrar décadas en pos de Isaac Asimov; y Ernest Hemingway se mete en casa de Gertrude Stein, a gorronearle café y pastas.

Y de momento fin, son pasadas las dos, Dan Brown y otros tantos advenedizos como él siguen ganando dinerísimo con esto, pero a mí ya no se me ocurre más mierda que vomitar y mañana me levanto pronto a currarme los garbanzos... Me largo al sobre.



Escenas de Ultra(tumba)matrimonio

3 comentarios:

Sergix dijo...

¡Es perfecto! ¡Hasta tienes la portada del libro en mentemente!
Ya tarda usté en enviarlo a StiryaLaPata o ViaMogna o alguna de esas que ya conocemos...

"Por lo vagini..." XDDDDD

Danzante dijo...

¿Te acuerdas de aquella pequeña discusión sobre Fitzgerald y 'El gran Gatsby'? Ya veo que los adverbios llegaron hasta su tumba. Es lo que tiene tener la picha corta.

Abrazo.

Anónimo dijo...

Es un relato? Parece que esta bueno :)