Resistencia en el flanco débil

febrero 04, 2009

Ombliguismo y descojonación





No sé si esto va a ser un cuento, un homenaje, otra mamada de polla bloguesférica o qué sé yo. Que juzgue quien lo lea.


El otro día estuve en lo de Lardín, de pie y callado, anónimo al fondo de la barrera, que es como me gusta estar: no salir en ninguna foto. Estuve muy conforme con casi todo lo que allí se dijo y muy en desacuerdo sólo con una cosa, y es que hay que saber de qué coño salió uno para poder cagarse en su puta madre. Pero todo aquello ahora es filfa que no viene a cuento, se queda entre bastidores. Testimonio audiovisual del evento, aquí.


Estuvieron allí de cuerpos presentes algunos hombres cuyas letras admiro: Puertas, Ripollès y por supuesto Lardín, amén de otras personalidades de la blogomasa que o bien no conocía o bien ni fu ni fa. No puede uno estar a bien con todo el mundo.


Por eso cuando acabaron los parlamentos oficiales y dieron comienzo los oficiosos, principiaron a formarse los pequeños corrillos y conciliábulos, supe que había llegado el momento de darme el piro, yo no cuadraba allí ni con pegamín, así que dejé de darle la brasa al buenazo de Ripollès con mi crónica incapacidad para el diálogo sostenido y allá que me fui a saludar al rey de la fiesta. Felicité a Rubén parca y ranciamente, en mi habitual línea asocial, y luego me marché del lugar sin siquiera pedirle que me dedicara mi ejemplar por lo mismo, por esa inherente incapacidad mía para todo lo interpersonal. También saludé a Toby, que es gran hombre de cine de tripas y resultó, en persona, tener en su haber insospechadas pestañas naturales dignas de Clockwork Orange.


Después ahuequé de allí: adiós a todo eso, que dijo Graves, novela de bombas y mucho reventar ingleses que recomiendo siempre que tengo oportunidad.


Había dejado el coche en Pedralbes, la única zona de Barcelona en la que se puede aparcar sin pagar ni perder la chaveta. Ciudad Muerta quedaba a 100 kilómetros vista y la ciudad condal, no sé como, siempre me acaba dando dolor de cabeza. En el metro, dos almas mujer leyendo burrescentes tochanos: la una El niño con el pijama de rayas de John Moyña, Amanecer de Estúltida Meyer la otra... Inmediatamente me subió el reflujo del tópico ese que dice que las mujeres son las que más leen... Cierto, pero, amigo mío, ¿qué leen?... Mierda leen. Mierda las más de las veces.


Estuve tentado de sacar mi ejemplar de Imbécil y desnudo, no sé, por combatir un poco la mediocridad y la general atmósfera de gañanía intelectual. Darle un poco de categoría a un vagón de auténtico cenagal. Pero me dolían la cabeza y las lumbares, en ese orden de urgencia, y ya sólo quería que llegase María Cristina, estar en casa de una puñetera vez y olvidarme del mundo cuanto antes. Y además, qué carajo, la humana estirpe no tiene flancos ni talón de Aquiles que valgan: su necrosis no hay por donde atacarla.


El libro, por eso, bien, no, genial, de lo mejor que podéis echaros ahora mismo a la cara. Quizá por eso mismo, ironías de la puta vida real, no podréis echároslo a la cara fácilmente si es que habitáis, como yo, las provincias. Sólo podréis encontrarlo aquí o ir por él a la capital. No es la miel para la boca del burro, por hache o por be, por exceso o por defecto, en la mayoría de ocasiones por eso, por defecto ―mental―, la cultura con arrestos siempre acaba siendo cosa de élites, y no ha de amanecer el día que no sea así.


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