Resistencia en el flanco débil

diciembre 12, 2012

Enanos coñones, fantasmas esclavos, pasadas de vuelta y demás barbarismos



   Desde que los gañanes del mundo pasaron de estar encadenados al arado y al barbecho a ser esclavos del telar y la fundición 20 de cada 24 de sus horas, decimos que vivimos en la «Era Industrial». También haylos muchos, hijos de la gran puta, con los bolsillos siempre a reventar de billetes, a quienes también les dio por llamar a esto «Progreso».

   La cuestión es que desde que estos buitres sin alas nos instalaron en su era del Progreso y de lo Industrial coincide que se viene utilizando la expresión «Otra vuelta de tuerca», no para ver quién es el más bestiajo del pueblo y puede apretar más la tuerca de marras, cual si fuere una moderna Excalibur, sino, antes bien, para dejar probado y sentado quién es el más listo e ingenioso de la fiesta, o lo que también viene conociéndose como nombrar al más pollilargo del lugar. Obsesos de la última palabra de cualquier maldita cosa.

   Henry James, por ejemplo. Dijo: «voy a ver si me quedo con toda la peñuqui en esto de las narraciones de fantasmas», y escribió «Otra vuelta de tuerca». "The Turn of the Screw" para escolarizados de pago y en general gente de fuera con posibles.

   Creía que con esto ya lo había conseguido, pobre, ser lo más in  del panorama del terror literaturesco, sin saber que a la postre el gran contador de Ghost Stories, de apellido James, que recordaría la Historia no sería él, sino Montague Rhodes (James), por muchas turns a la screw que a James (Henry) le saliesen de la mollera o por tan pasado de rosca se tuviera.

   O Alejandro Amenábar, por ejemplo. Dijo: «Voy a darle otra vuelta de tuerca a "Otra vuelta de tuerca" pero sin que se note que la estoy copiando en lo esencial, no sea que me digan que soy un hijo del intalento», y rodó «Los otros», historia de casa vieja con mujer en camisón y niños dentro, en la que, como todos ustedes saben —o deberían ya a estas alturas—; son ustedes, lo saben —o reincido, deberían—; los mortales,  ustedes todos —no escurran el bulto, no—, los que acosan a los muertos fantasmáticos y nos los dejan desayunar en paz.

   «Otra vuelta de tuerca», el libro, es una cosa tan bien hecha, tan sutil, escanciada de una manera tan soberbiamente ambigua, que puede observar múltiples y alocadísimas interpretaciones.

   La mía, por ejemplo: Los fantasmas de Quint y la señora Jessel no pueden descansar en paz porque son los niñoides cabrones, Miles y Flora, los que los llaman y los sacan del limbo para correrse con ellos —y en ellos— juergas macabras y ultraterrenas.

   El verdadero Mal, por tanto, el verdadero Horror, por tanto, no reside en los aparecidos, meros esclavos de los niñatos coñones, juguetes rotos de bruma en sus tiernas manitas de futuribles odiosos dandys. Los fantasmas, que fueron sirvientes en vida, y en consecuencia deben seguir siéndolo en la muerte —¡sólo faltaría!—, no pueden encontrar su ectoplásmico camino hacia la luz porque estos vivos malnacidos menores de 14 años, diminutos satanases de buena cuna, disfrutan haciéndoles pasar las de Caín.

   Cualquiera que ha traído al mundo criatura sabe que esto es así...

   Tenemos entonces que el tour de force de James (Henry) —pues desde que se inventaron las escuelas de idiomas y las academias de esquí ya no decimos «vuelta de tuerca», decimos «tour de force»—, fue avisarnos de que el Horror no habita más allá de las puertas de la Muerte, sino que se engendra, crece y es expulsado, finalmente, desde el más acá de las piernas de la Mujer.

 


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