Resistencia en el flanco débil

diciembre 14, 2012

Bastardos de Ícaro


The Hunters (1956) de James Salter                                                                               


De ordinario a los editores les gusta vender como "alegatos antibelicistas" todos los libros o novelas ambientados en guerras, lo sean éstos en verdad o no. Parece que en esta sociedad nuestra, todo apariencia y nada detrás, está mal visto dar a leer al público un relato simple y llanamente bélico que no belicista ni beligerante sin atribuirle, muchas veces tan gratuitamente, una intachable altura moral que justifique la entrega a la imprenta de líneas manchadas de sangre y campos de muerte. Somos así de hipócritas.

Pilotos de caza desde luego no es un alegato antibilicista, ni siquiera es un relato bélico, aunque narre la guerra en el aire en Corea. Se me ocurre que la comparación con el actual mundillo de la Formula-1 puede servir mejor al caso. Lo único que diferencia a los pilotos de Salter y los Vettel, Alonso, Hamilton y Button de hoy día es que los primeros asumen que podrían morir cualquier día, en cualquier misión, quizá la próxima, mientras los segundos sólo contemplan espichar si tienen muy mala potra... Por lo demás, unos y otros son la misma mierda: inmaduros egomaníacos, vanidosos machitos malcriados, pagadísimos de sí mismos, a los mandos de una endiablada maquinaria de muerte y velocidad.

Pilotos de caza no puede ser un alegato antibelicista, ni siquiera un relato bélico, porque no hay guerra en sus páginas. En ninguna de ellas se menciona el curso de la contienda, ni los pilotos, ni uno de ellos, se preocupan por cómo van las cosas allá abajo, en la tierra donde sus compatriotas se están ahogando en la muerte, el barro y la escoria de la infantería. A los pilotos de Salter les importan un comino sus compatriotas, su patria y la mismísima guerra. A ellos lo único que les importa es ganar, derribar al adversario, para ellos la guerra no es sino el vehículo a través del cual demostrar que son los mejores, y ni siquiera en plural, que cada uno de ellos es el único y sinpar NÚMERO UNO. Un As del aire. Ser "el AS" del aire. Ésa es su íntima aspiración y su única meta. Pilotos de caza es por tanto un alegato, esta vez sí, pero antiegotista.

Igual que la Formula-1 da por sentado que la mejor forma de convertir su negocio en circo de masas es potenciar primero y enfrentar después el ego de sus pilotos, el Ejército sabe que la mejor manera de convertir a los suyos en óptimas máquinas de derribar aviones no es cultivar el odio al enemigo, sino la rivalidad entre compañeros. El juego de los "héroes" es así de sucio, pero funciona...

La transformación que sufre al final del libro su protagonista, Connell, más que probable alter ego del propio Salter, dibuja un inequívoco punto y aparte. Harto de ser otro buitre de los derribos, sediento de gloria y borracho de vanidad, Connell se desmarca de sus "compañeros" y competidores con un supremo acto de altruísmo y abnegación, renunciando a ser coronado As entre Ases, y accediendo a un estado mental y espiritual superior, en el que la grandeza de surcar el Cielo y la posibilidad de hacerse Uno con él a través del vuelo, aunque sea a través del propio autosacrificio, convierten en risible y miserable cualquier noción de Yo, de Ego.

Y en efecto parece que haber alcanzado a través de la técnica la gloria y la proeza del vuelo, el sueño de Ícaro, para mancharlo después con nuestras absurdas torrenteras de destrucción y nuestras estúpidas eyaculaciones de vanidad, no sólo se antoja una victoria pírrica, también indigna de una criatura capaz de surcar los cielos.


Salter, a bordo de su F-86 Sabre, durante la Guerra de Corea                                        

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