Resistencia en el flanco débil

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enero 30, 2022

El Reich de los Mil Muñecos Rotos

    


   «El pan de los años mozos». Otro libro enteco pero formidable —y fulminante— de Henrich Böll. Otro. El libro es enteco e inclenque y luce como desnutrido porque así debe ser, porque la piedra de toque sobre la que se levanta es el hambre, es el pan nunca suficiente, y hacer un tocahanaco de 500 páginas sobre el hambre no es que se me antoje paradógico, diría que es incluso inmoral.

   Pero antes de hablar del libro vamos a hablar de la cubierta, cómo no, ya estamos con la cubiertas —¡pues sí!, ya estamos con las cubiertas—: o mejor dicho, vamos a contar un cuento. De hadas. De hadas muertas. Fritas y colgando en la luz ultravioleta del desencanto sentimental: cada libro tiene su historia, la que nos cuenta el autor desde el fondo de su muerte —aunque siga vivo, siempre es un muerto el que nos susurra—, y puede después tener encima, adheridas, solapadas y en palimpsesto, tantas historias como lectores se hayan puesto a escuchar al muerto. Mi copia la encontré en una librería de lance. Mi copia tiene una dedicatoria de una chica a su chico, que espera que le guste, que la vida está llena de sueños, que los sueños, sueños son, pero no hay mayor sueño que estar cada día a tu lado, todo el futuro juntos, le dice, porque le quiere con locura, le dice, y fue por este motivo, supongo, que le regaló este libro, «El pan de los años mozos», ella a su chico, esta edición del pan de los años del hambre de Böll, y me arriesgaría a apostar que sin saber de qué coño iba el libro ni quién coño fue Böll, sin siquiera intuir que probablemente estaba regalando más una bomba lapa que un libro, pero sin duda del todo influida por la fotografía de su cubierta, esa pareja de tórtolos, tan bien amarrados. Como digo, esta copia mía la encontré en una librería de lance. Lo que significa que esa cubierta es muy bonita pero está mal, toda ella, entera ella, es un error...

   Pero volvamos a Böll. Nacido en 1917, contaba 22 años cuando a Hitler le dió por dinamitar el mundo. Se chupó la guerra entera, seis años de insania, hasta que en 1945 los yankis lo sacaron de la circulación. Durante esos años de Whermacht y de masacre Böll sólo escribió cartas, nada de cuentos, nada de novelas, sólo cartas a casa, a sus padres, algunas de ellas tan lacónicas y desesperadas que eran una y esta única frase: «Mándenme más Pervitin, por favor...» No chocolate. No mermalda. No café. No cigarrillos. Por supuesto tampoco pan. Sólo Pervitin. Más droga, por favor, porque con la dosis que el Führer nos proporciona no nos alcanza, está claro, para soportar toda esta barbarie.

   Pasó el tiempo y pasó la guerra, y llegó la posguerra del hambre y de las ruinas, pero el mono del Pervitin es una cosa chunga, el mono del Pervitin no se acaba nunca, es más alto que el muro de Berlín y más largo que tres días sin pan. Por eso los personajes de «El pan de los años mozos» parece que estén todo el tiempo como drogados, como inmersos en un sueño de fiebre y de carencia, una vigilia zombificada, carente del más elemental amago de empatía.

   El protagonista de «El pan de los años mozos» es un joven mecánico de lavadores en la Alemania que está empezando a reconstruirse, una década después de haber sido reducida a escombros en lo material y a la ignominia en lo moral. Un joven que pasó tanta escasez y tanta penuria que ahora toda su vida se mide en unidades de pan. Pan en el pensamiento. Pan entre las manos. Pan entre los dientes. Pan en la alacena. Pan en el miedo pavoroso del agujero del hambre, nunca satisfecha. Vivir por y para el pan. A falta de Pervitin, bueno es el mono del pan.

   En paralelo, tenemos también que en esa Alemania un técnico de lavadoras es un tío importante, la suya es una profesión de futuro, porque igual que en tiempos del Führer el corazón de cada alemán encerraba un pequeño nazi, luchando por salir; ahora, tras el Huracán Hitler, en cada casa alemana hay una lavadora funcionando a todas horas, todos los días, en un fútil intento por lavar lo que no puede ser lavado, borrar el rastro inmarcesible del horror y la vergüenza. Al final, con tanto trote, las lavadoras se escacharran y las fraulein alemanas necesitan como el Pervitin un mecánico que les vuelva a poner en marcha el centrifugado de la mala conciencia.

   Todos los personajes de «El pan de los años mozos» subsisten en un estado como de duermevela, hipnotizados, sin otro sueño ni otra aspiración que la de que no les falte el pan y las lavadoras no dejen de dar inútiles vueltas sobre la sinrazón inasumible del Holocausto. Parecen llevar una vida de polichinela mientras aguardan el despertar de la pesadilla: despertar algún día, quién sabe, nuevamente en el prometido y paradisíaco y ario Reich que les iba a durar mil años.

   Todos los personajes de «El pan de los años mozos» han sido estafados y expulsados a los cristales rotos de un sueño de pretensiones obscenas y proporciones dantescas. Muñecos destripados, sin corazón y sin alma, fritos y colgando de la luz roja atravesando una esvástica, pagando el sobreprecio de una promesa megalomaníaca.

 


enero 02, 2022

Zollinger o el Caminante no hay Camino, se hace Camino al Currar...

 


Pablo D'Ors. Mis problemas y subjetividades y berrinches con Pablo D'Ors. Algún júbilo también, que conste, no soy tan cabrón, pero vamos, que no salí contento, Pablo, devuélveme la entrada.

Pablo D'Ors es sacerdote, escritor, meditador y librepensador. Todavía no sé qué en orden. Aún no lo he leído a fondo. Me quedan los tochanacos. Paciencia, Pablo. Soy un lector lento dentro de un vividor más lento todavía. Tampoco sé hasta qué punto es combinable y concomitable ser librepensador y súbdito de Dios. Supongo que es posible. Supongo que es hasta probable, aunque me cueste creerlo, pero eso ya es casi más un prejuicio mío que otra cosa, porque soy ateo cuando me pongo gallito, agnóstico cuando me entra la cagalera, y en realidad el único olor de santidad que me infunde respeto es el de San Gutenberg. También es nieto del gran Eugeni D'Ors, aunque en eso Pablo no tiene ninguna responsabilidad. Y otra cosa curiosa que tiene es que todo lo que escribe lo va agrupando en forma de trilogías, todas ordenaditas, y de esto sí es enteramente responsable, Pablo, aunque entre tanto orden y tantas disciplina termine por barruntarse el ascendente materno y germánico de su señora madre, María Luisa Führer. Va en serio: "Führer". ¿Hasta que punto la vocación filial pudo estar relacionada con la mala reputación del apellido materno?... El chiste es malo y bastante cretino, cierto, pero no deja de tener su aquél.

Pero me voy por las ramas. Zollinger.  Pablo estuvo a punto de ganar el Herralde de novela con una cosa intitulada "Las ideas puras" que años después, en su impulso germánico-ordendor, incluiría en una de sus trilogías, rollo George Lucas pero quiero entender que en plan honesto y Jorge se quedó con su matrícula. Una cosa guapa que tiene el Herralde de novela es que es capaz de nombrar subcampeones a tíos tan dispares y opuestos como Pablo D'Ors y Alberto Olmos en años prácticamente consecutivos y seguir adelante como si nada. Eso también debe ser librepensancia. O no. Cualquiera sabe. Pero Alberto (Alb para los amigos) tiene pinta de ser un tipo bastante impracticable mientras que Pablo apesta a buenazo que echa para atrás. Quizá eso explique que Alb no haya vuelto a publicar en Anagrama mientras que Pablo sí:

  —Pablo, esta vez no ha podido ser, macho, pero tú traéme lo próximo que tengas, que te lo saco fijo.

  —Pues píllole la palabra, don Jorge —respondió Pablo—, algo le traeré, usted no padezca...

Y Pablo le trajo Zollinger: "Andanzas del impresor Zollinger". Y don Jorge cumplió su palabra:  "número 347 de Narrativas Hispánicas (2003)". 

   —¿Sólo esto me traes? Joder. No es gran cosa, Pablo—dijo Jorge contrariado.

   —En el pote pequeño está la sana confitura, don Jorge.

   —No sé si quiero seguir editando a un escritor que dice "pote", Pablo...ya en plan suspicaz.

   —Usted perdone, don Jorge... Pues en el "frasco" o "receptáculo"...

   —Bueno, venga, vamos... Hostia puta...—qué remedio.

Herralde estaba mosca porque Zollinger no era una novela, ni siquiera una novela corta, con suerte era un cuento largo. 140 páginas a interlineado gordo: "Esto no lo puedo sacar yo a más de 12 euros, Pablo, tú quieres arruinarme o qué te pasa".

(Ahora voy a hacer un paréntesis ((jaja)) para hablar de esto: Herralde y sus colecciones. Don Jorge y sus formatos. Arde Troya. Y sigo: Están las colecciones punteras, a saber, Panorama de Narrativas para las lenguas foreign y Narrativas Hispánicas para el campeonato doméstico. Y luego está le línea outlet para gente sin espacio en casa o gente de ordinario paciente a la que en general nada le cuesta esperar a leer un libro que ya no es novedad, y que se apellida, la colección, tal que Compactosaunque yo encuentro que el nombre Lisergia le pega más—. Pues bien. Cuando el libro es pingüe como un Petete, don Jorge lo saca con un largo y un ancho "X," pero cuando el libro es enteco como un Zollinger, entonces lo saca con un largo y un ancho "Y". De modo que hay libros color crema de un alto y un ancho y libros color crema de un alto y ancho diferente. Y lo mismo pasa con los libros grises. Y lo mismo ocurre con los libros negros colección Argumentos. Y lo mismo pasa con la colección Lisergia Compactos—, que tiene su alto y ancho "A" para los libros caros y su alto y ancho "B" para los no tanto —porque barato no me lo parece ninguno. ¡Y ningún maldito alto ni ancho encaja con ningún otro en todas sus malditas colecciones!... Esto, amigos, a mí me da igual, me resbala por completo, yo para encontrar un libro determinado "W" en mi casa tengo que hacerme con los servicios de un espiritista... Pero hay gente ahí afuera, en el mundo cabal, a la que agrada y incluso encuentra disfrute en ordenar civilizadamente sus libros, don Jorge, ¡y a buen seguro un no insignificante porcentaje de ellos padece alguna suerte de TOC!)

Entonces: ¡¿Vas a hablar ya de una puta vez de Zollinger o no, pirado?! Cierto. Se me va la olla.

Sigamos:

Mi principal problema con Zollinger es que es una parábola, y quien dice parábola dice lectura de cartilla, y a mí por lo general las lecturas de cartilla me tocan bastante las narices, porque no creo que a nadie se le dé tan bien esto de vivir como para andar dando lecciones, a no ser que disponga de información reservada o las respuestas de los exámenes, entonces eso ya es otro cantar, aunque al mismo tiempo no deja de ser hacer trampas. A lo mejor es que el bueno de Pablo entiende que tiene alguna suerte de vía directa con Dios o puerta giratoria conducente a lo Superior, y por tal motivo se piensa en la tesitura y la bondad de allanarnos el tortuoso camino con sus recomendaciones. Claro que esto de no saber yo al margen del texto que Pablo es sacerdote, tampoco lo podría decir. Así que yo también estoy haciendo trampas. La vida está llena de tramposos. La vida en sí es una maldita trampa. Que cada cual la pifie a su manera.

No sé, en la contraportada del libro venden lo de la parábola como una cosa guay. Un Haber en lugar de un Debe. Pero no lo es. A mí desde luego no me lo parece. Claro que si a este libro le quitas la monserga, estoooo, quiero decir... la parábola, entonces no queda mucho a lo que hincar el diente.

Otra cosa que me da de arder, Pablo, es la portada. Un dibujito tuyo de cuando fuiste chico y tierno y te sorbías los mocos, esa entrañable etapa artística de nuestra vida en la que todos los seres humanos tienen cabeza de glande y manos de patata. ¿De quién coño fue la idea? Mecagoentodo. A vueltas con las cubiertas de mierda. Qué cojones os pasa... Quiero decir: La cubierta no es el libro, vale, bien, pase... Pero elegir cubiertas desastrosas y del todo horripilantes es ir directamente contra el lector, y por ende contra el libro. Dejad de joder de esta manera.

Pero no todo va a ser leña. Más allá del tono general de sonsonete y moralina que me da la fiebre, soy capaz de reconocer que la cosa está bien escrita y tiene un buen manojo de ideas e imágenes con las que me quedo sin dudar, y es por eso que voy a seguir leyendo más de lo suyo. Pasa el corte. Lo que más me pone es que el conjunto remite a Kafka, remite a Zweig, remite a Roth, a Werfel, a Hesse, a Broch, a Wasserman... Desprende fragancia a literatura austrohúngara que es un gusto. Y eso ya es todo un qué y es principalmente lo que me ha sostenido sobre las páginas. Claro que es un qué más mérito de todos aquellos escritores increíbles que de Pablo.

Eso por no mencionar que en aquella época la escuela en el Imperio Austrohúngaro era otro percal, eso tú los sabes bien, Pablo, allí no se andaban con chiquitas, no se "daba Plástica", allí "se enseñaba Dibujo", y si a ti se te ocurría presentar moñegotes como el de tu cubierta al Der Meister te daba un palo con el reglote...

Así que nada más, Pablo, quedamos en paz, pero que sepas que a la primera oportunidad me cambio a la edición de Impedimenta. 

 


diciembre 31, 2021

Jean Rhys, guapetona

 


"Una sonrisa, por favor". El libro éste. Librito en plan femenino y en plan memoriógrafo de Lumen. Lumen. Ya saben: La Editorial Mujer de este país. (Y de Circe qué me dices, patán... ¡Calla! De Circe hoy no toca hablar...)

Este librito son las casi memorias de Jean Rhys. Pero Jean Rhys empezó a recordarlas muy tarde o bien recordaba muy despacio. Le alcanzó la muerte y sólo tenía dos capítulos en condiciones, al que siguen un puñado de notas desparramadas. Subtotal: apenas 190 páginas a interlineado bien tocho. Factura resumida: Una mierda gorda: Buen libro que nos perdimos.

El primera susodicha parte o cuasicapítulo es su infancia en las antillas, en la que descubrió algo parecido a la felicidad, dentro de una infancia poco o nada enviadiable, todo y crecer en un ámbito paradisíaco y en cierto modo acomodado, ya que por lo visto todo su alrededor, especialmente su madre, se empeñaba en hacerle la zancadilla, a la pequeña Jean, pobre, ella que no se metía con nadie. Así se fue gestando poco a poco un síndrome de patito feo que marcaría el resto de su vida.

La segunda parte o cuasisegundocapítulo la componen, de un lado, sus años jóvenos y primorescentes en Inglaterra primero, donde, en esencia, se sintió profundamente infeliz y descubrió que la vida es un asco, y más tarde en París, capital de la luz y de los franceses y de los cafés más míticos del orbe que, sin embargo, sirven un café que no debería tenerse por tal, y en la que ella, Jean, ya no fue tan infeliz, algo es algo, todo y que la vida seguía siendo escasamente soportable y además ya cada año era menos primorescente que el anterior esto es de ley.

Las notas desparramadas y heterogéneas y escritas al trampantojo del final son en esencia un cagarse en los ingleses que tampoco tiene desperdicio. Una risa.

Lo vi en un mercadillo, el libro: "Una sonrisa, por favor". Se refiere a su madre, que le decía a su pequeña Jean que sonriera para una foto. Pero Jean no sonríe o sonríe a destiempo o no sonríe como al fotógrafo o a su madre de Jean les hubiese gustado que sonriera, y automáticamente a la pequeña le cae una lectura de cartilla... En general no pasa nada porque alguien te sugiera que sonrías en una foto, es el lugar común y lo que se espera y no hay nada particularmente siniestro en ello. Pero aquellos que insisten en que sonrías, y te obligan a sonreír, y de nuevo insisten (¡sonríe, coño!), e incluso llegan al paroxismo de querer repetir la foto si tu sonrisa o no sonrisa no cumplen sus expectativas, de ésos sí, de esas almas inquisitoriales hay siempre que desconfiar. 

"Hostie Pute", me dije: Jean Rhys, la de los Sargazos, aunque yo su "Ancho Mar de los Sargazos" no me lo he leído aún, pero todo aquél al que le suena de algo Jean Rhys sabe que su libro es Sargasso Sea, y todo aquél al que nada le dicen estos Sargazos, la mayoría y, ay, tantos de ellos echando fotos, responde que quién coño fue esa señora, pasapalabra... El caso es que al principio dudé un poco. La cubierta es horrible. La cubierta es un asesinato. Nadie pagará el crimen moral de esa cubierta nunca, ya lo sé, pero yo acuso igual, por si cae algún rayo ajusticiador... ¡Pero qué cubierta, Santo Cristo!

¿Así que qué hago? Lo cojo, paso de él, le prendo fuego... En el fondo soy un buenazo y con mechero a cuestas no suelo andar, de modo que lo cojo y empiezo a husmearlo. Nada más abrirlo me topo con la foto de la Mujer Sargazo devolviéndome la mirada desde la sobrecubierta y sus ventipocos años, a lo mejor ni los venti... (A todo esto: ¡Los libros con sobrecubiertas molan un montón! "Sobrecubiertas". Qué palabrazo transatlántico, titanesco. Los libros con sobrecubiertas inmediatamente te instalan en una sensación de lectura de viaje desahogado, travesía con posibles y criados... Sobrecubiertas... Los libros en rústica y pliegos pegados con cola, sin embargo, ni aun los provistos de solapas, no son todos sino vuelos en clase turista apretujada) 

En resumiendo: que Jean Rhys está reguapa. "Hostie pute", me digo, qué reguapa, me lo llevo. ¿Por qué no pusieron esa foto en la cubierta en lugar de aquella perpetración gráfica? Sin duda habrían vendido más ejemplares. O muchos más ejemplares. O quién sabe, tal vez hubiesen vendido toda la maldita tirada. Consulto "casadelbookpuntoconn" y veo que aún se puede comprar. Quiero decir: el libro se editó en 2009 y a día de hoy sigue disponible, si quiesieras y tuvieras el valor o la sinrazón, aún podrías pagar 17 euros por esa portada de mierda. Yo pagué sólo 2, claro... Yo soy un tipo listo... Primero ponía 7 euros. Pero enseguida el estólido 7 había sido tachado y sustituido por un ingenuo 5, que a su vez, bastante tiempo después, había sido tachado a su vez y a su vez sustituido por un resignado 3, que a su vez, supongo que también tiempo después, pero menos, había vuelto a ser subsumido, esta vez por un 2 del todo resignado, al que a su vez seguía la siguiente addenda: "Por favor, acaba de una vez con esto". Miré al vendedor. Éste a su vez también me miraba (¿No os da asco y vomitera cuando la escritura se convierte en miradas que se devuelven una y otra vez, como una vulgar pachanga de tenis?  La culpa la tienen el gran Nietzsche y el aún más gran Sergio Leone): pese a todo, no percibí abismo alguno que nos mediara. Aun así aquella mirada no me cuadraba con aquella caligrafía. Ahí pasaba algo. Empecé a darle vueltas. ¿Aquello lo había escrito el vendedor o bien lo había escrito el propio libro, al borde de la desesperación? Un misterio. Pero en cualquier caso saltaba a la vista que la portada horrenda se estaba cobrando su peaje.

Pero tampoco nos entreguemos a la candidez, luego está el hecho de que Lumen no haría tal cosa. Lumen es la Fémina Editorial por antonomasia y no haría semejante cosa, antes muerta, antes prefiere no vender (¡mentira!), antes prefiere que su libro no se lea (eso vale), antes eso que poner la foto de la reguapa chica-mujer en su portada (aunque lo haya hecho tantas veces, igualmente), sin contar además conque la idea que acabo de sugerir es polítcamente del todo incorrecta y probablemente del todo machista, y habrá quien ya se habrá puesto a afilar sus cuchillos. Vale, vale, bien, soy un gusano abyecto. Habéis ganado. Pero luego por editar buenos libros con portadas de pesadilla nadie saca la artillería...

Me leí el libro en un par de días. Antes que nada tuve que afrontar el dilema de si quitarle las sobrecubiertas. Eso me ahorraba la abominación gráfica pero a la vez me quitaba la oportunidad de ir dándole tientos a la Rhys reguapa de tanto en cuando. Así que decidí seguir el viaje en transatlántico.

Me bastaron pocas páginas para decidir que la Rhys escribe bastante de putamadremente: "Hostie pute", me dije, qué bien entra esto. Como un lingotazo. Los mejores 2 euros invertidos de toda la semana. Excluyendo el pan. Desde Umbral sabemos que es jodido vivir sin literatura, aunque hay tantos que lo consiguen y algunos de ellos hasta poseen cámaras fotográficas quién lo entiende; pero en cambio es imposible sobrevivir sin la barra de pan.

Jean Rhys escribe sobre sí desde la cima de sus últimos días con una franqueza serena, limpia, cristalina. No hay lugar para el ego del escritor. Ni para la cháchara del escritor. Ni para las trampas del escritor. Ni para los desvaríos intelectualoides del escritor. Ni para los compadreos de escritores entre escritores. Quizá porque Rhys nunca fue ni quiso ser escritora. Sólo necesitó escribir. Escribir para no entregarse a la marea. Ni siquiera para que la vida no le pasase por encima que lo hizo, sólo tal vez, quién sabe si no para otra cosa que frenar el impacto de su embestida: un inútil dique contra el Pacífico, como dijera la Marguerite Duras.

Es el destilado de una sensibilidad tan frágil expuesta a la luz directa y tan dañida de la realidad. Una placa fotográfica prácticamente velada y sin sonrisa, pero que al tiempo, inopinadamente, no hace otra cosa que despertar llana simpatía: "No me caen bien los niños. No me cae bien la gente. He sido profundamente infeliz casi toda mi vida. Me han hecho sentir fea e incapaz. Me han hecho sentir egoísta. Me han hecho sentir un bicho raro. Siempre. Todos. En todas partes. He sido incapaz de adaptarme. He sido incapaz de comprender por qué tenía que adaptarme... Pero seguí aquí, pese a todo, haciendo mi difícil camino. Ganándome mi particular derecho a la muerte".

Esto último no está en el libro, aunque sí está, quiero decir que no está literal, las comillas son una licencia; que lo he escrito yo pero me lo dictó ella, desde ese no-lugar tan bien ganado. Gracias.