Ustedes, almas bondadosas de la letra vesánica, espíritus nunca bien ponderados de la rijosidad leída, quienes reinciden por aquí un día sí y al cuarto otra vez, tan inopinadamente, ya van viendo que tengo por higiénica costumbre princpiar el mío discurso con foto de la cosa, y acabar la mi infecta perorata con el punto y final de una foto del autor de la cosa, pero hoy, sin que sirva de precedente ni mucho menos de eximente, invertiré el orden de ambas impresiones fotográficas, ya que, de no hacerlo, pasaría algo tan trivial y a la par tan esencial como lo siguiente: que si no, no me sale el chiste.
Así que si tienen a bien observar atentívoramente este dibujote saleroso de más arriba no parece que el amigo Wilhelm Hauff fuese poseedor de un imponente cabezón, de una ubicua testa mollera, de una molondra espectacular y paneuropea. Lo que sí tuvo, apercíbanse de este detalle, fue un cuello a todas luces excesivo, luenguilargo y jirafesco. Desconocemos, empero, si esta herejía y contravención de las más elemetales normas del darwinismo tuvo mucho o poco o nada que ver con que el amigo Hauff durase en el mundo germánico de las letras, en el mundo —el germánico y el no— en general, de hecho, tanto (y tan poco) como 25 años, se cuenta por ahí que víctima de un atracón tifoideo.
El caso es que todo y no tener en su haber, como decía, una testuz superlativa, Hauff nos legó, entre otros cuentos entrañables, «El Pequeño Muck», "Der Kleine Muck", todo un manifiesto y alegato y perorata en favor del individuo de enorme cabeza y pequeños miembros. Una soflama a la par que monserga en pro del Hombre Cabezón.
El Hombre Cabezón, y más en concreto, el Enano Cabezón, ¿es más listo e ingenioso que el resto de mortales piaras de hombres por qué motivo?... Está claro: porque a mayor capacidad craneal mayor cantidad de ideas grandes, medianas y pequeñas, y también más grande número de luminiscestes pensamientos. Una testa mayúscula semejante, en consecuencia, necesitará de todos los recursos supervitaminescos e hipermineralizantes, amén de todo el azúcar presentes en el organismo para ordenar y gestionar tamaño volumen de cerebrosis superdotada. Lógico, por tanto, que el resto del cuerpo sea enanoide y enteco, una poca cosa esmirriada y flojarucha, no por nada todo lo bueno y rico se lo queda la cabeza, la muy egoísta.
¡Ah!, pero eso sí, seguid riéndoos del enano cabezón, miserables pueblerinos, nos dijo Hauff... Seguid partiéndoos la caja a costa del Pequeño Muck, del kliene Muck, bastardos hijos del chucrut, que antes o después vendrá a zurraros la badana la moraleja de éste, mi cuento infantiloide y romántico...
(Ahora viene cuando el instinto lectutriz de ustedes, tan bien entrenado, les pide que yo les cuente el qué y el cómo, el cuándo y el porqué, y en general la entraña y la morcilla de la susodicha moraleja, pero supongo que a estas alturas, ustedes todos, ánimas pacientes y dolientes, también deben haberse apercibido a estas alturas, no sé si asumido, que un servidor es también, las más de las veces, bastante cabrón)
El caso es que de lo de verdad para mí importante, es decir, los escotes lindos y los perniles prietos, nuetro Wilhelm "cuello de gollete" Hauff no menciona una palabra, se lo guardó todo, el muy truhán, así que de las mujeres cabezonas nunca supimos qué pensaba...
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