Resistencia en el flanco débil

septiembre 03, 2023

La torre Negra de P. D. James

 

 

   «La torre negra». El primer libro que leo de P. D. James es esta torre negra. Primero también que leo de Dalgliesh, «su personaje» insignia. Me han gustado bastante. Los dos. Creo que repetiré James y repetiré Dalgliesh. Hay quien me dice que no he escogido precisamente la mejor de una ni del otro, que «las hay mucho mejores, ya verás»... Bueno. Probablemente. Seguramente es así. De hecho tengo cuatro o cinco más por aquí rodando, a la espera. Pero igual que hay veces que vengo aquí y suelto que me he leído éste o aquél libro, muy a pesar de sus discutibles cubiertas, hoy debo reconocer que me inicié en el tándem James/Dalgliesh, precisamente, por su ilustración de cubierta (Editorial Versal, nº 11, Colección Meridianos), esa torre negra recortándose sobre el resplandor amarillo de un sol ennubecido, tal vez crepuscular, quizá mañaniego, el mismo amarillo que nos desafía, como un interrogante tenebroso, desde sus ventanas, todavía encendidas pero encerrando el misterio: la vena gótica que recorre de arriba abajo mi entero genoma no podía por menos que abalanzarse sobre ella...

    Cabe decir que a la postre ni la torre negra ni los misterios que encierra la novela son para tanto, ni por supuesto están, en lo que a atmósfera refiere, a la altura de tan impactante cubierta, pero eso debe traernos sin cuidado si la operación, al cambio, nos ha descubierto a una narradora como P. D. James y un personaje como Adam Dalgliesh, aunque sea en una de sus no tan logradas aventuras.

   Por lo pronto, el estilo de P. D. James está decididamente muy por encima de la media del género en el que se mueve, brillando con luz propia en la creación de personajes y la descripción de sus emociones y reacciones.

   Adam Dalgliesh, el policía que escribe poesía sin hablar en ningún momento de que escribe poesía, inteligente, tranquilo, distinguido sin ostentación, astuto sin artificio, me parece una creación con difícil parangón dentro del género, y creo que seguiré sus pasos mientras siga sin hablar de que escribe poesía, o aún peor, que en alguna de sus aventuras suceda que él mismo o a algún otro se le ocurra tener el mal gusto de ponerse a recitar de viva voz alguno de sus versos.

   En cuento a la torre negra, libro al albur de cuanto todo esto se desliza, se me ocurre una teoría peregrina, seguramente sin ningún fundamento más allá de mi paranoia, y es que a todos los escritores de éxito, antes o después, les llega el momento de la fiebre de querer asesinar a su hijo más popular, es el famoso síndrome Holmes-Doyle. Algunos lo intentaron, sin éxito, como Doyle; otros, la mayoría, nunca se atreven a dar ese paso; hay quien, como Stephen King, escribió una de sus mejores novelas, «Misery», fabulando qué siniestras consecuencias podría llegar a tener para el autor matar a su gallina de los huevos de oro; y luego está P. D. James, quien escribió una novela, «La Torre Negra», única y exclusivamente para que fuese el propio Dalgliesh quien decidiese si quería seguir en la brecha o había llegado el momento de colgar las botas.

   En este sentido, y si esta absurda teoría participa de un algo de verdad, no es de extrañar que en la torre negra de marras, argumentalmente, no suceda nada realmente excepcional, ya que la torre negra sólo tenía significado para el propio Dalgliesh, quien, enfrentado ante el símbolo y desafío de su adiós y de su ocaso, la torre negra, el retiro, el largo pero no tan largo pasillo de la muerte..., debía decidir si aceptar o no con resignación el principio del fin de sus días.

   No se me ocurren demasiadas formas mejores de amar a un personaje que dejándolo ser dueño de su destino, aun en el más bajo de sus momentos.

 


 

agosto 27, 2023

Los adioses de Juan Carlos Onetti

 




    ¡Oh, Tuberculosis, Gran Musa! 

    Desde que la peña no se muere de tisis la literatura ya no sabe qué hacer. El suelo abierto bajo los pies... Como el cine desde que ya no se fuma, una chufa también.

    «Los adioses» va de unos pueblerinos metomentodo y de un tísico que recibe cartas de dos mujeres. Una tiene la letra bonita, la otra, como tiene mucho dinero o bien es analfabeta, o ambas cosas al tiempo, se ve que manda primero que se las pasen a máquina. Los pueblerinos quieren saber. Pero el tísico no suelta prenda. Craso error. Los pueblerinos se vengan sembrando maledicencias y cuchicheo avieso por doquier. Ya conocemos el dicho: «Pueblo chico, infierno grande». Pero, ¡ay!, en el pueblucho de alma cerril no tienen en cuenta que al tísico todo ese veneno y abyecto cabestrismo le importan un comino, entre otros motivos, porque hace ya tiempo que se viene muriendo... Pero el caso es darle a la sin hueso. La novela habla de eso, de cómo los seres humanos pueden hacer de este mundo la caca que es con sólo una mirada torva. Así que con la lengua viperina ya ni os cuento.
  
    Hay muchas teorías sobre qué dos mujeres son las que le escriben al tísico. Yo digo que una es la mujer, la doña, y la otra, no la amante, sino... ¡la hermana! El meollo está en saber cuál de las dos le parió el hijote. Pero Onetti no suelta prenda tampoco.

    Onetti grande. Onetti crack.
 
 

agosto 24, 2023

La hora del diablo de Fernando Pessoa

 


 

   ¡Ay, esos libritos pequeñuelos de editoral Acantilado! ¡Te los acabas antes incluso de haberlos pagado! ¡Qué sería del mercado editorial sin estas entrañables, golfas, minutísimas y consentidas tomaduras de pelo al respetable lector! 

   Este librito es un cuento de no alcanza 40 páginas de Fernando Pessoa. Y ya. ¡Ah, sí! Más un bonus track de otras no alcanza 40 páginas de la traductora del cuento de Fernando Pessoa. Y esto último, entiendo, más que nada por aquello de que la probabilidad de que salgas de la librería con la mosca detrás de la oreja debe ser menor si te clavan 7 eurazos por 80 páginas que por 40. Concreta y exactamente el porcentaje de tu posibilidad de no mosqueo se duplica. Eso, claro está, hasta que lees las no alcanza 40 páginas de la traductora y ves que están todas plagadas de citas literales del cuento de no alcanza 40 páginas de Fernando Pessoa que recién acabas de leer. Ahí ya sí te cabreas bien cabreado y empiezas a soltar tacos, pero también es verdad que para ese entonces el berrinche te coge en casa y cenado y como que vas dejando la escopeta cargada para mejor ocasión. Siempre va a haberlas...  

   «La hora del diablo» hace referencia a la hora de cháchara, palique tostón y tentetieso que el diablo le mete a una pobre paleta embarazada, con el objeto de convencerla de que no es tan diablo el diablo como lo pintan, pero no nos engañemos, el diablo es el diablo siempre, y en realidad sus intenciones son muy otras, tan otras como ofuscar y confundir a la pobre —y lerda— muchacha con su inatajable verborrea metafísica para, en cuarto y mitad de su aturrullamiento, dejarla preñada, esto es, reembarazarla, enseminarla del hijo del Anticristo, y es entonces cuando nos apercibimos de que es debido a esta sencilla a la par que sibilina práctica diablesca, que está el humano mundo a reventar de pequeños —y no tan pequeños— hijos de satanás.

   Lo más artero y vil de este cuento de Pessoa no es que el diablo pretenda engañar a este inocente alma de provincias —y de paso también a nosotros, provincianos lectores—, con el viejo y barato truco de la estampita. Lo peor es que siendo como es el diablo, prácticamente omnipotente para tantas viles conductas, al muy tacaño no le alcance el presupuesto ni para la burundanga...

   Ni que decir tiene que éste es un cuento del todo misoginazo, muy impropio de los tiempos que corren, pero aquí nadie pone el grito en el cielo, ya lo sabemos, primero, porque es de Pessoa, y segundo, porque ni siquiera alcanza la afrenta 40 cochinas páginas.

   Una risa.




agosto 15, 2023

Más allá del deshonor de James M. Cain

 


 

   A ver qué chorradas se me ocurren sobre este libro:

   Lo primero que se me ocurre es que nos sueltan en la info de la contraportada que de entre todas sus novelas, ésta era la preferida de su autor, pero esta novela, al menos en castellano, me da que sólo me la he leído yo. Y no me da que únicamente hasta ahora, me da también que por siempre jamás... Esto, me lo barrunta la sesera, puede ser debido a factores tan dispares como: a) el título es muy malo, James, lo siento, parece un telefilme de Antena 3; b) la portada es mala también, y fea y destrempante con avaricia; y/o c) la vida es muy injusta, una cabronada, James, y son tantas las ocasiones en que el mundo asno es incapaz de apreciar la miel en sus asnos belfos, que para qué seguir con un patético e hipotético punto d) que haga aún más hiriente esta sangría...

   Lo segundo: aunque en la desacertadísima portada no sabes bien si lo que aparece es un sudista, un «boy scout» o uno de la policía montada del Canadá, el libro va de los polvos que echan un par de «teenagers»  durante la guerra civil americansky. Es decir. Hay un mastuerzo que es un vivales, los azules y los grises se están masacrando muy salvajemente cada día, pero el vivales, de nombre Roger Duval, dice yo en ese mierda no me voy a meter, yo lo que quiero es vivir y follar, amigos míos, así que para que no lo recluten se mete a espía confederado que se hace pasar por paleto. Pero enseguida conoce a Morina Crockett, que además de ser guapa y estar muy buena, y, por lo visto, follar que es primor, es esencialmente una ladrona y una buscona que, ojo, también domina las negras artes del vudú. 

   Terceramente: James M. Cain escribe esta novela para engañarnos y después echarse una risas a nuestra costa... Tú dices: este par de gaznápiros no pueden acabar juntos y, sobre todo, no pueden acabar bien. Es de ley. Cain responde: es cierto, tienes buen ojo, estimado lector, en principio este par no parecen otra cosa que unos desgraciados, nacidos para perder, pero sigue leyendo, concedámosles el beneficio de la duda... Entonces llega el final. Parece que habías juzgado mal a estos zoquetes y quieres volver a creer que todo es posible en este valle de lágrimas (¡snif!). Luego llega el punto y final. Todo acaba básicamente tan rematadamente mal y trágico como auguraste de buen principio. Después cierras el libro. Miras la foto de Cain en la solapa. Se ríe en tu puta cara...

 

   Secuencia de apostillamientos varios: 

 

- Esta novela no es una novela policíaca, ni una novela bélica, es un western, pero un western que en esencia es una novela policíaca que narra la huída hacia adelante y sin solución de continuidad de una historia de amor imposible, directamente estampada contra el muro del destino. 

- Esta novela tiene nada más y nada menos que la friolera de 143 únicas, cochinas y maravillosas páginas.

- Esta novela tiene una escena pesadillesco-vudú que es de lo mejor que había leído en mucho tiempo.

- Esta novela también tiene una de las bofetadas finales más cabronas que había leído en mucho tiempo.

- A ver, tampoco exageremos, que no es ninguna obra maestra, pero en el tiempo que empleas en leerte las 800 paginazas de una obra maestra incontestable, puedes meterte en vena cinco novelitas de 143 páginas, todas tan de puta madre como ésta.

- ¿Cómo es que no hubo peli de esta novela? ¿Cómo es que sigue sin haber peli de esta novela? ¿Por el vudú? ¿Por el final cabestro? ¿Por el amor fou y coñicida? En resumidas cuentas... ¿Porque nadie se la ha leído, excepto yo?

 

Y ya para finalizar: coda: James M. Cain... Qué pedazo de nombre tan bien puesto. Quién no ha soñado alguna vez con responder a un nombre tan sonoramente cojonudo como James M. Cain... Maldita sea.




agosto 10, 2023

La casa deshabitada de Charlotte Riddell

 

 


   Hace tanto puto calor que las circunvoluciones me gotean como baba por lo afuera del cerebro, así tal, las neuronas hechas crema, a ver cómo coño hablo yo ahora de este librito de fantasmas punidores.

   Digo fantasmas pero digo mal, digo errado, digo cagada, es mi cerebro licuado el que habla. Sólo hay uno. Fantasma. Singular. Pero eso sí. Muy punidor. Muy cabronaco. Muy hijodetal. Ahí sí. Para no cagarla en esto la cabezota disminuida todavía me alcanza.

   Nos cuenta la introito de los de Valdemar que la Riddell, además de muy escribidora de sus tochos victorianos, fue también muy mujer de sus variopintos negocios, no siempre voyantes, no siempre exitosos, lo que no lastraba para nada su connatural ímpetu empresarial. ¡Que tuvo hasta su propia revista, la muy emprendedora! Pero que hoy ya sólo se la recuerda por sus historias de lo terrorífico y lo feérico. Y tampoco es que se la recuerde mucho. Tanto es así que ésta su «Casa Deshabitada», número 70 de su línea de bolsillo, 1997 —ha llovido algo, poco, pero algo—, lleva añísimos descatalogada y en Valdemar aún no consideran negocio viable el reeditarla.

    Por suerte yo me peté una clase de Morfosintaxis Española I (6 créditos) para irme a la librería más cercana y comprármela como novedad. Como en aquél tiempo audaz aún no tenía el cerebro hecho fosfatina ya supe entonces que 26 años después podría al fin leerla como mandan los cánones de este tipo de historias, es decir, tan a gustico estirado en el sofá, en modo rebequita, la copa de oporto muy a mano, la chimenea crepitante en el yutube, y un gato atrapando mis extremidades inferiores con el peso de su sueño. ¿Soy o no soy una auténtica lumbrera?

   Lástima que los tempos finales no acabe de ajustarlos bien y en lugar de en invierno acabé leyéndolo en el verano del Fin de los Días es ahora...

   En esencia, «La casa deshabitada» ni siquiera es una historia de fantasmas ni de casas encantadas. Es una novela sobre la Renta. La vida con Renta. La vida sin Renta. La Renta que se evapora. La Renta que no me alcanza. El sueño húmedo de la Renta. En el mundo victoriano, lo sabéis vosotros tan bien como lo sé yo, todo giraba en torno a la Renta, la dote, las libras esterlinas, el mucho patrimonio, el poco patrimonio, el nada patrimonio, el cómo medrar y cenar todos los días de restaurante sin dar un palo al agua... Al final toda la triste historia de la hominidad se reduce y se resume en algo tan simple y tan burdo y tan prosaico como seguir el rastro del cochino dinero.

   La Riddell, que fue mujer de ver los dineros volar, sabedora de esta gran y unívoca verdad, nos sirve el cuento de un muerto cuya fiebre por sus dineros, o mejor aún, por los dineros que se le adeudan, le permiten trasponer las fronteras de lo sobrenatural para, noche tras noche, atormentar el sueño y descanso de los vivos con su ultraterreno y pertinaz: «¡Buuuuuhhh! ¿Señores, qué hay de lo mío?»

   Conque ya os podéis imaginar la moraleja subyacente: mucho cuidado con los bizums que dejáis a deber, no sea que no volváis a pegar ojo en vuestra torticera vida... 

    


 

agosto 08, 2023

Las profecías del Mothman de John A. Keel

 

   

   Vi la peli del Mothman el otro día. Digo el otro día pero hace un copón ya, ni me acuerdo, pero mejor empezar diciendo que fue el otro día para pasar de puntillas por lo dejado que tengo esto, lo dejado que lo tengo prácticamente todo... La pillé empezada, más de un cuarto, y me dije venga, por qué no... Yo siempre me había quitado de ver esta película, lo primero, por el Richard Gere: no soporto a este hombre, no entendí nunca lo de este hombre, ¿cómo coño pudo convertirse en estrella de cine y sex-symbol un sujeto con los ojos tan pequeños? Insondables misterios... Y lo segundo, por el nombre de la cosa: «Mothman», «hombre polilla», «tu armario es mi cueva y voy a comerme todas tus camisas», en fin, que era oír a Iker Jiménez soltar aquello de que esta noche en el cuarto milenio vamos a hablar del  hombre polilla, del mothman, no se lo pierdan... y automáticamente me echaba a reír. Porque yo en fantasmas y monstruos no creo en ninguno pero me gustan todos, o prácticamente todos, los quiero respetar siempre muy mucho, y lo último que un ente sobrenatural debería tener es un nombre rijoso y de mierda... 

   El caso es que la peli me gustó más de lo que esperaba, aunque tampoco es que sea nada del otro mundo­ —ni de éste—, a pesar del Richard Gere y sus ojos diminutos, y a pesar del hombre polilla y su nombre de chiste. Conque enseguida me puse a hurgar...

   Resulta que la peli toma como base un libro cuyo título es también bastante mierduquer: «Las profecías del Mothman». De John A. Keel. Aventurero. Periodista. Cínico. Alma conspiranoica. Y sobre todo: Investigador forteano.

   Literatura forteana. Literatura forteana son los libros de no ficción que hablan de lo sobrenatural, lo paranormal, lo ufológico y lo conspiranoide. No estamos solos y toda aquella cantinela... Lo de forteano viene por Charles Fort, que con su seminal «El libro de los condenados» fue el primero en darse cuenta de que a la peñuqui le gusta mucho esto de leer sobre los fantasmas, los ovnis y los demonios como si fuesen verdad...
 

   Hay dos tipos de libros forteanos. Los impresentables y vergonzantes, que dicen: toda esta mierda es verdad, toda esta mierda está pasando, así que debes creer... Luego están los no tanto, que dicen: toda esta mierda que te cuento podría ser verdad, podría estar pasando, así que yo que de ti por lo menos le daba una vuelta...
 

   «Las profecías del Mothman» es de estos últimos y, a la sazón, bastante divertido, siempre que lo vayas degustando a pequeños sorbos, que todo de una sentada seguro que te da cagalera. Cagalera de la fuerte. Diarrea forteana. Ahora bien, de literatura nada. Tampoco importa. Nunca hubo la intención.

   El libro, en realidad, no hay por dónde cogerlo. No tiene estructura ni sistema ni objeto ni sujeto ni hilo conductor. Es pura y llanamente John A. Keel soltando avistamientos de mothmans y contactos ufológicos sin ton ni son. A veces los contactados y avistadores le caen bien. Otras veces le huelen a chamusquina. John A. Keel quiere creer pero también es un tío serio, escéptico,  de modo que siempre intenta darle un lengüetazo a la sangre, no fuese kétchup...

   Lo mejor del libro son los esperpénticos testimonios sobre las visitas que los supuestos «Hombres de Negro» hacen a los testigos UFO y demás contactados para sonsacarles información y meterles miedazo... Lo mejor del libro son también las esperpénticas situaciones que el propio Keel relata sobre el cada vez más anormal y aberrante funcionamiento de su correo postal y su teléfono. Es un cachondeo divertidísimo. Me retrotrae a los tiempos del Philip K. Dick paranoide y lisérgico, sospechando un espía en cada esquina, entre ácido y ácido, y entre medio de cada viaje, ¡sorpresa!, se le caía del magín barbitúrico una nueva novela disparatada.

   Al final va llegando un momento en que hasta el propio Keel se da cuenta de que su discurso no va a ninguna parte, y decide darle la puntilla: se cae un puente en las timbambas y mueren un montón de personas. Es como el que encuentra la piedra perfecta con la que tropezar cuando vas el último en carrera y con el hígado en la garganta. El mothman no había estado haciendo otra cosa que intentar advertinos de la tragedia... O aún mejor: El mothman no había estado haciendo otra cosa que avisarnos: «¡Cualquier día de estos os tiro el puente por la cabeza, cretinos!»

   Hasta que por fin lo hizo. O podríamos suponer que lo hizo. Amén.


 

enero 24, 2023

Morir en Primavera de Ralf Rhotmann

 


"Morir en Primavera" de Ralf Rothmann. Hacía bastante que no me tiraba a la cara un libro tan bueno, tan contundente, tan bien cosido sin exhibición de costura ninguna, cuasi inconsútil, y sobre todo tan prístino, qué paradoja, en su voluntad de retratar la mugredumbre del hombre, su cacho de alma negra, hecha de lodo y rezumante de escorias...

 

Este libro no va de la segunda guerra mundial, aunque coincida con ella, va sobre la guerra alemana, es decir, la guerra de unos pocos (muchos) alemanes contra el resto de alemanes. Son necesarios más libros como éste, en el que se nos recuerde que una guerra es siempre y por encima de todas las cosas, un puñado de hijos de puta poniendo en la peor de las coyunturas y el peor de los escenarios a un montón de gente normal. Más libros como éste, que pongan el acento en que ser alemán en aquellos años no implicaba ser nazi necesariamente, igual que llevar el uniforme aliado no te convertía necesariamente en un Ángel de Dios.

 

Este libro va de un joven alemán cuya máximo aspiración en la vida era la vida en la granja, que sobrevive a la guerra habiendo pegado un único tiro, disparo que, para más inri, fusila a su mejor amigo, otro granjero...

 

Este es un libro de guerra sin enemigo. Es un libro de la guerra alemana sin un solo nazi... Hasta el más severo de los personajes es un ser humano doblegado por las circunstancias. Es el desfile terrible y constante de alemanes siendo devorados, uno tras otro y del primero al último, por la pequeña máquina de odio de la sinrazón.

 

Tantos de ellos muertos en la última Primavera de la guerra. Tantos de ellos venidos al mundo única y exclusivamente para ser entregados a las llamas sádicas de la Historia.