Resistencia en el flanco débil

noviembre 25, 2014

Los monos y los porros del bueno de Jean (Cocteau)





    Está la literatura de la droga y luego está la literatura del mono de la droga. 

    Hay un buen fajote grande y pirindolo de literatura de la droga. Libros drogáceos que no te los acabas. 

   
La literatura del mono de la droga, en cambio, es bien poquita cosa. Hay que ponerse a buscar y rebuscar entre los estantes para encontrar algo de buena mierda.

    La literatura de la droga es multimorfe y coloroide y garbosa y alegrosa. A todo jodido homínido a una pluma pegado y con las circunvoluciones hasta las trancas de droga le sale fácil y de corrido manuscribir infolios en pleno subidón, con los que meses después el editor fachenda de turno hace su agosto.

    La literatura del mono de la droga, sin embargo, es gris y escuchimizada, nada trempante, no invita más que a la inmunodepresión y el suicidio, y si es que al fin encuentra editores que la saquen al ruedo es sencillamente porque la de editor, amigos míos, es una profesión fenicia como las hay pocas.

    Así las cosas, lectores todos —amigos alguno—, los únicos libros de la literatura del mono de la droga con los que vale la pena dilapidar nuestro tiempo son los de William S. Burroughs. Cualquier libro de este pirado señor es a la vez literatura de la droga y literatura del mono de la droga. William S. Burroughs es la montaña rusa bipolar de la letra de la droga. El único problema es que para leer bien a este pendejo tenías que estar como una puta cabra y aún así, mochales de la cabeza, tampoco lo entendías un pijote. Lo cual no es óbice, fíjense qué buen dato, para que siga habiendo industriosos editores buitre que le  sigan dando mecha.

    No obstante, yo vengo a hablar de Opio. Opium. Del Cocteau, Jean, padre de la Bella y peluquero de la Bestia. 

    «Opio» es el diario desabrido y sin interés del mono de la droga del bueno de Jean. Qué cosas. Cosas de la náusea, los sudores, los tembleques de la ausencia de la droga, se entiende...

    Lo que cuenta es intrascendente. Lo que escribe importa tres carajos. Todo basura. Lo único que vale la pena son esos dibujitos guarros y trotones, dibujotes-esputo del mono del opio del bueno de Jean. Observen cómo a medida que pasan los días y el estado de carencia se hace apenas soportable, todo su pensamiento se vuelve verborrea aburridora y dibujitos a reventar de canutos de droga. 

    Canutos, canutos, CANUTOS, CANUTOS, ¡por Dios que alguien me dé un CANUTO!... Dibujos del hombre-canuto y la mujer-canuto y el coño-canuto y el perro-canuto y el gato-canuto y la liendre-canuto y así hasta llegar al canuto-canuto, que es el día del alta de la clínica de desintoxicación y también el punto y final de este diario soponcio, también titulable, consejo para futuros editores sin escrúpulos, como «Diario de una Tostonación».

    Así que no molestarse ninguno en leer este libro, recorten los dibujos marranos y forren con ellos sus antiguas carpetas de la TeleIndiscreta —¡Hostias María si soy ya viejo!
 
   Nada.