Resistencia en el flanco débil

septiembre 15, 2022

El Poder y la Gloria de Graham Greene

 

   El primer y ulterior deber de la novela es secuestrarlo a uno, del mundo y de sí mismo: que consientas en aparcar en un segundo plano la realidad propia para priorizar la vida mentida de la página; que olvides que habías quedado esta tarde a las tres, y no has aparecido, o te acuerdes pero te dé igual ser un malqueda; que el café que pusiste al fuego mucho más de media hora atrás ya debe haberse evaporado y te vas a tener que comprar una cafetera nueva... En fin, sabe uno que ha encontrado un novelista de bandera cuando, libro tras libro, espaciados en el tiempo, no le encuentras uno malo; aún los primeros, cuando el oficio se está ensayando; aún los finales, cuando el tiempo y los años han convertido la vida en un chicle masticado, todo suena igual y parace imposible no repetirse. Cuando todos sus libros, en definitiva, del primero al último, te llevan al huerto.

   Incluso a sus novelas menos buenas, a lo sumo, les vas a encontrar algunos peros, pero nunca lagunas. Un buen novelista nunca va a dejar que te ahogues, que tropieces, que te caigas, cuidará de ti, te acompañará a lo largo del texto, sirviéndote de guía, fuego y resguardo ante la lluvia: sostén. Haciendo camino junto a él nunca te va a dar por bufar y contar cuántas páginas te quedan para el próximo capítulo.

   Graham Greene, por ejemplo. No es ningún prodigio en casi nada —salvo en crear personajes memorables y hacerlos hablar de modo que no los olvides en tu puñetera vida—, pero sus novelas, todas, vienen a uno para quedarse. Eso sin contar que fue el mejor poniendo títulos: con la simple pero hábil combinación de los vocablos más ordinarios acababa siempre por sacarse del magín una combinación ganadora para sus portadas, a saber: «El otro y su doble», «Una pistola en venta», «El ministerio del miedo», «Un caso acabado», «El que pierde gana», «El revés de la trama», «El factor humano», «El final de la aventura»...

   Y «El poder y la gloria», por supuesto, otro caballo ganador desde el miso título. En 1938 Graham Greene se dio un voltio por México para ver si era verdad que los mexicanitos revolucionariegos estaban aprovechando un nuevo tiempo de cheque en blanco salvaje para asesinar curitas. De ese viaje surgieron dos libros, el reportaje «Caminos sin ley» (1939), y la novela «El poder y la gloria» (1940), primer gran libro suyo y, a decir de muchos, probablemente el mejor.  

   Decir que un determinado libro de Graham Greene es el mejor el libro de Graham Greene es mucho decir, ancho decir; osado. Yo no me atrevo a tanto. Por suerte me quedan aún muchos libros del señor Greene por leer. Pero sí me alcanza el conocimiento y la arrogancia lectora para aseverar que estamos ante un libro incontestable. Antes o después hay que leerlo. Esto es un porque sí.

   Y eso que, en apariencia, su mecanismo, que no es otro que el de sus estupendos personajes y su conversar, no debería funcionar. Traiciona el principio de verosilimilitud y echa abajo cualquier intento de pacto de ficción. A pesar de lo cual funciona. Funciona mucho. Funciona inopinadamente bien. Desde el curita rufián y beodo al dentista extranjero y acabado, pasando por el militar ateo e inflexible, el haragán palúdico, hasta el último de los aldeanos pacatos y más temerosos del Poder del Estado que de la Gloria de Dios... En esta novela todos los personajes hablan un castellano perfecto y sin fisuras. Nadie duda. Ninguna lengua titubea. No lugar para sombra alguna de provincianismo. Da igual su extracción social, su posición, su educación o ineducación, o el escalón ocupado en la cadena trófica. Todos saben qué decir en cada momento y cómo decirlo de la mejor forma posible. Esto es irreal y debería sacarnos automáticamente de la novela. Pero, oh misterios, no sucede.

    ¿Por qué? Porque todo nos llega a través del filtro y caja de resonancia del cerebro british de nuestro querido amigo Graham Greene, que nos va chivando & transcribiendo & editando tan elegantemente y sin mácula el flujo de sus vivires y hablares ordinarios, cobardes y míseros. El tremendo mérito de Greene es que apenas se note el eco de su voz, o que, aun notándose, nos importe tan poco. 

   Su pericia para llevarnos de la mano hasta el final de las consecuencias de sus historias es envidiable, capaz de convertir una pura novela de ideas, que en manos de cualquier otro habría apestado a pasquín barato, en una obra cumbre de la literatura.

   Finalmente, tras la última línea, que tanto la fe como la razón hayan perdido su batalla frente al corazón lector es lo de menos. Una y otra vez Graham Greene escribe novelas de ideas para decirnos, en última instancia, que las ideas son poco más que juguetes rotos. Sabe que el hombre, en tanto hombre, no puede dejar de defender ideas, al mismo tiempo que asume que éstas son imposibles, auténticas quimeras, no en vano su realización material en esta Tierra está supeditada al oficio de los hombres.

 


septiembre 03, 2022

Muerte de un aviador, de Christopher St. John Sprigg

 

     

    «Muerte de un aviador» de Christopher St. John Spriggs en la magnífica Biblioteca de Clásicos Policíacos de Siruela. Asesinatos y tráfico de drogas en el marco de los pioneros del aire en la Inglaterra de entreguerras. Todo parece un poco fuera de tiempo y lugar, fuera de horma en esta novela. Hay un remedo de Sherlock Holmes/Padre Brown, que no alcanza ni a una cosa ni la otra; un par de detectives, no muy avispados, pero que terminan por llegar al fondo del caso, a pesar de sus peregrinas —y en ocasiones risibles— sesiones de deducción; tráfico con cocaína mucho antes de que la cocaína se hiciese tristemente popular; novela de enigma que cambia el cuarto cerrado por la acrobacia aérea; femmes fatales que son a la vez dignas herederas de los Moriartys y otros victorianos Masterminds,  pilotan aviones a la par que seducen, son bastante más que una cara bonita en un cuerpo bonito, y demuestran, al fin, bastantes más agallas que los hombres a los que supuestamente arrastran a la perdición.

    La mezcla es rara y a ratos no funciona, no tanto por la mezcla misma, sino porque el pulso de Spriggs decae en demasidas ocasiones, parece que no sabe bien cuándo subir y cuándo bajar, cuándo planear, cuándo rizar el rizo. Puede que se le diese mejor pilotar que escribir. El caso es que si dejas al margen que como novela criminal no se sostiene, te lo acabas pasando bien porque los personjes, dentro de su inverosimilitud y a veces incluso su esperpento, terminan por parecerte entrañables del primero al último.

    De algún modo es como si toda la novela corroborase la imposibilidad —no sé hasta qué puno intencionada— de seguir recreando un mundo en la ficción, el de la Inglaterra Victoriana, patria de Holmes, dueña y señora del mundo, que se había ido prácticamente al garete tras la el absurdo de la Primera Guerra Mundial. No en vano, tras siete novelas policiales, probablemente de un corte similar —no es fácil dar con ellas—, St. John Spriggs se alistó en las Brigadas Internacionales para morir en combate a los 37 años, luchando por la República. Quizá sus tripas ya intuían que sobrevivir al tsunami de los fascismos europeos le costaría a Inglaterra casi todo su prestigio y desde luego el poco lustre de gran gloria de antaño que aún a aquellas alturas le quedaba.

 

  

septiembre 01, 2022

Infiltrado de Connie Willis

 

     

    «Infiltrado» de Connie Willis. Premio Hugo 2006 de Novela Corta. Pues vale...

    En primer lugar. ¿Es «Inflitrado» ciencia ficción? No exactamente. Aunque participe de ella.

    O en segundo lugar. ¿Es «Infiltrado» una novela fantástica? No exactamente. Aunque participe de cierto aliento sobrenatural.

     Y aún diría en tercer lugar. ¿Es «Infiltrado» una novela de misterio? No exactamente. Aunque también haya cierta trama que desentrañar, y dos heterodoxos detectives empeñados en ello.

    Demasiados frentes para tan poca cancha, algo más de 90 páginas, demasiadas bazas para no acabar exactamente apostando por ninguna de ellas. Demasiadas, desde luego, para llevarse sin polémica un premio semejante. No en vano Connie Willis ha sido durante décadas la mujer prodigio de la ciencia ficción norteamericana, con mucha razón, pero el peaje de esa etiqueta antes o después de algún modo hay que pagarlo.

    Podemos discutir si «Infiltrado» merecía el Hugo a la novela corta, en efecto, aunque dificílmente podremos discutir su efectividad como ajuste de cuentas. Pequeño desquite y chanza sobre esa norteamérica que defiende el creacionismo, la Tierra Plana, la Tierra Hueca, convierte en héroes mediáticos a los cazadores de fantasmas, los telepredicadores y sanadores de toda realea, y corona como reina del "share" documental a series como «Alienígenas Ancestrales».

    Lo que resulta de todo punto curioso es que Willis se ría y denuncie la fe ciega e irracional, a sus fanáticos apóstoles y a sus crédulos seguidores, en oposción a la pura razón científica —y por ende a los científicos. y por ende a los amantes de la ciencia ficción—, a través de esa famosa excepción que rompe la regla en lugar de confirmarla, de redefinirla. O lo que es lo mismo: «No creáis en los cazadores de fantasmas... Os lo dice un fantasma». Cómo podemos llamar a esto... ¿Deconstrucción? ¿Sátira extrema? ¿Hacer trampas?

    El caso es que el título original de «Infiltrado» es «Inside Job». La voz infiltrada a la que alude es la de un fantasma, el espíritu escéptico y sobrenatural traicionando los preceptos del Santo Job desde sus propias cuerdas vocales. Por eso ganó un Hugo, supongo: la verdad científica tomándose su particular venganza contra le fe desde sus propias armas. Guerra sucia y socarronería en la meca de las pseudociencias y la superchería. Y, por qué no, también un algo de compadreo y otro poco de proselitismo.

    Así que, en último lugar. ¿Es «Infiltrado» una novela que defiende Ciencia, Razón y Verdad?  No exactamente, porque aunque su única pretensión no es otra que la de reírse de los cazadores de fantasmas, fantasmas haylos, y Willis, en úlltimo término, no los refuta sino que los vindica, quién sabe si por aquello de que todos habremos un día de pasar al otro lado...