Un experimento: vaya por delante y como en forma de aviso que lo que sucede a continuación no lo escribo como yo, sino como sosias de mí, uno de mis múltiples y disparatados Hydes, más concretamente con voz y experiencia y traje de baile rococó de conde húngaro-cárpato-dálmata-vampiro, degustador de las carótidas de las lozanas mozas de los aledaños villorios y pedanías, since el 1700 y pico hasta hoy. Asín que:
Patricia Highsmith. Hasta hoy el mejor libro que había leído de Patricia Highsmith había sido «Suspense: Cómo se escribe una novela de intriga». Ya saben, ése negro de Anagrama, con la Highsmith y un pedazo de gato siamés en la portada, tan cucos. ¿Por qué era el mejor? Por la sencilla razón de que ése era el único libro que le había leído hasta el día de hoy a la señora Highsmith... Lo leí en una ya lejana época de mi larga vida, tantos años ha, en que mi pasajera obsesión no fue otra ni distinta que escribir una novela de suspense (de ahí el libro, claro) en la que un misterioso no se sabe quién o qué hasta el final (¡vampiro!) asesinaba, uno a uno, y de las formas más giallo y estrambóticas imaginables, a todos los actores que a lo ancho y largo de la filmografía mundial habían intrepretado Van Helsings... Pero eso ahora no viene al caso.
Lo que sí viene al caso es ¿por qué no había leído ningún otro libro de la Highsmith hasta hoy? ¿Por qué? No sé, misterios, bruma en las calles, lo más normal hubiese sido, se me ocurre, leerse lo menos una del Ripley de las narices, o los extraños en un tren. Pero no. Nada. Caso cerrado. La culpa fue del Minghella, bueno no de él exactamente pero sí a la postre. Por su película aquella, la del talento, de Mr. Ripley: cojo inmediata aversión a cualquier cosa en la que salga Gwyneth Paltrow. La única que le soporto es «Seven» y porque al final la cortan en pedacitos (una risas). El bueno de Spacey, qué truhán... Conque filmmakers y screenwriters del mundo, a ver si vamos matando más a la Paltrow...
Pues ayer, mientras aguardaba la caída del anochecer para salir a hacerme un vermutillo, leí la cosa esta pequeñuja, «Siete cuentos misóginos», que es tan rematadamente buena, son tan rematadamente buenos los pequeños siete cuentos susodichos, que ahora ya nunca más «Suspense» podrá ser el mejor libro que habré leído de la Highsmith.
¿Y por qué son tan buenos? Porque se nota enseguida que están escritos al vuelo y sin parar, que manan directamente del fondo de la psique-alma torturada. Es lo mismo que, no sé, Apollinaire escribiendo guarradas. Notas que ni siquiera tienen que entrenarlo, que lo tienen ahí dentro y sólo tienen que abrir la boca y vomitar. Que les sale natural.
O lo que es lo mismo. Que Apollinaire era un perverso y la Highsmith una misógina redomada. Por esos son tan buenos, ambos dos, cada cual en lo suyo...
Qué duda cabe, la Highsmith, reputada bisexual homosexual misántropa odiadora de una madre mala bestia, sabe de qué carajo habla... Quién se atarevería a refutarla. Yo no, desde luego.
Lo malo es que estos siete maravillosos destilados de misoginia y mala leche son tan condenadamente buenos y saben a tan poco que ahora no me va a quedar más remedio que leerme el libro entero, «Pequeños cuentos misóginos», en edición de Alianza (la de Anagrama no, que tiene una portada muy buena, sí, pero muy fea, no me gusta, me desembraga la relojería), y que será, tan probablemente y a partir de ese mismo entonces, el libro mejor que habré leído de la Highsmith.
Al primero de ustedes, amantísimos lectores, que me mande un ejemplar de gratis le regalo a cambio unas braguitas autografiadas de la Sharon Tate.