Resistencia en el flanco débil

enero 03, 2013

Un hombre sin patria de Kurt Vonnegut

 


 

Kurt Vonnegut tenía allá por el 2004 más años de los que es higiénico y razonable cumplir en éste nuestro bienamado baño de lágrimas. Déjemonos de correctos politiquismos, de dirigidas biempensancias,  y arrojemos de una vez al más que merecido fuego purificador a todos aquellos mequetrefes que dicen sandeces como que haber alcanzado con creces las seis décadas es estar echo un chaval... Convengamos que rebasados los 70 lo normal es estar hecho un guiñapo.

Kurt Vonnegut, pues, estaba hecho un guiñapo humano, pero su cabeza y su ánimo y su espíritu crítico resistían aún el embate de los años, las administraciones republicanas y el alzheimer. 

De todos modos, aunque dormía pocas horas, lo cual le dejaba mucho tiempo libre para escribir y fumar como un poseso, Vonnegut se traía una novela entre manos que no le salía, que se le había encasquillado en el ápice del paladar escribidor. El título de la novela de marras era  «Si Dios estuviera vivo hoy». O al menos eso es lo que él mismo afirmaba.

Como Dios redivivo no se dejaba escribir, Vonnegut afilaba la pluma y el ingenio escribiendo graciosas invectivas contra Bush, la Humanidad contaminatriz y los académicos del Nobel, por un poner. Lo más divertido de Vonnegut es que siempre es capaz de propinarte un bastonazo en pleno rostro y aparentar que él no ha sido, que ha sido otro, quién sabe quién, aquél que corre por allá, pero él desde luego no, dónde va a parar, él sólo pasaba por allí... «Un hombre sin patria» reúne esas gráciles patadas en el escroto de nuestra especie.

Una de las cosas que siempre me llamó la atención de Vonnegut es la de que estaba constatemente recibiendo cartas de lectores.  «Kurt, mira lo que me pasa. Acónsejame qué hacer en este caso, Kurt»... O bien, «Kurt, querido amigo, estimado siempre, me has salvado la vida millones de veces»... O incluso, me imagino, cosas como «Estimado señor Vonnegut, ¿qué es lo que tiene usted exactamente contra el punto y coma?»... Entrañables misivas de ese palo o palos semejantes... Desde luego es una cosa que sólo se me hace meridianamente imaginable en Estados Unidos.

¿Por qué ningún editor sin escrúpulos ha editado ya un volumen con esas cartas? ¿Y con las respuestas de Kurt?... De hecho, se me ocurre que si esas cartas aún no han sido violentadas y fagocitadas por la maquinaria editorial es por la sencilla razón de que jamás existieron. Vonnegut era un maldito cachondo... Lo mismo me ocurre con la novela inacabada de Kurt, «Si Dios estuviera vivo hoy». Si de verdad hubiese existido quimera semejante los editores ya se las habrían empescado para vendérnosla en tapa dura, rústica y e-book... aunque sólo constase de diez cochinas páginas.

Claro que siempre  cabe la posibilidad de que los herederos del buen Kurt, su esposa, sus hijos, fuesen personas hechas y derechas, íntegras, inasequibles a la fáustica tentación del demonio editorial... 

Tampoco hay que preocuparse demasiado, antes o después la esposa  fallacerá, luego espicharán sus hijos, y entonces vendrá el turno de los nietos, esos monstruos sin memoria a los que Vonnegut tanto lamenta no poder legar un planeta Tierra en condiciones.
 
Ya se sabe, en esta puta vida todo lo que no es absurdo es paradoja.
 
 


 

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