Kurt Vonnegut tenía allá por el 2004 más años de los que es higiénico y razonable cumplir en éste nuestro bienamado baño de lágrimas. Déjemonos de correctos politiquismos, de dirigidas biempensancias, y arrojemos de una vez al más que merecido fuego purificador a todos aquellos mequetrefes que dicen sandeces como que haber alcanzado con creces las seis décadas es estar echo un chaval... Convengamos que rebasados los 70 lo normal es estar hecho un guiñapo.
Kurt
Vonnegut, pues, estaba hecho un guiñapo humano, pero su cabeza y su
ánimo y su espíritu crítico resistían aún el embate de los años, las
administraciones republicanas y el alzheimer.
De
todos modos, aunque dormía pocas horas, lo cual le dejaba mucho tiempo
libre para escribir y fumar como un poseso, Vonnegut se traía una novela
entre manos que no le salía, que se le había encasquillado en el ápice del paladar escribidor. El título
de la novela de marras era «Si Dios estuviera vivo hoy». O al menos eso es lo que él mismo afirmaba.
Como
Dios redivivo no se dejaba escribir, Vonnegut afilaba la pluma y el
ingenio escribiendo graciosas invectivas contra Bush, la Humanidad
contaminatriz y los académicos del Nobel, por un poner. Lo más divertido de Vonnegut
es que siempre es capaz de propinarte un bastonazo en pleno rostro y
aparentar que él no ha sido, que ha sido otro, quién sabe quién, aquél
que corre por allá, pero él desde luego no, dónde va a parar, él sólo pasaba por allí... «Un hombre sin patria» reúne esas gráciles patadas en el escroto de nuestra especie.
Una
de las cosas que siempre me llamó la atención de Vonnegut es la de que
estaba constatemente recibiendo cartas de lectores. «Kurt, mira lo que
me pasa. Acónsejame qué hacer en este caso, Kurt»... O bien, «Kurt, querido amigo, estimado siempre, me has
salvado la vida millones de veces»... O incluso, me imagino, cosas como «Estimado señor Vonnegut, ¿qué es lo que
tiene usted exactamente contra el
punto y coma?»... Entrañables misivas de ese palo o palos semejantes... Desde luego es una cosa que sólo se me hace
meridianamente imaginable en Estados Unidos.
¿Por
qué ningún editor sin escrúpulos ha editado ya un volumen con esas
cartas? ¿Y con las respuestas de Kurt?... De hecho, se me ocurre que si
esas cartas aún no han sido violentadas y fagocitadas por la maquinaria
editorial es por la sencilla razón de que jamás existieron. Vonnegut era un maldito cachondo... Lo mismo me ocurre con la novela inacabada de Kurt, «Si Dios estuviera vivo hoy». Si de verdad hubiese existido quimera semejante los editores ya se las habrían empescado para vendérnosla en tapa dura, rústica y e-book... aunque sólo constase de diez cochinas páginas.
Claro
que siempre cabe la posibilidad de que los herederos del buen Kurt, su esposa, sus hijos, fuesen personas hechas y derechas, íntegras,
inasequibles a la fáustica tentación del demonio editorial...
Tampoco
hay que preocuparse demasiado, antes o después la esposa fallacerá,
luego espicharán sus hijos, y entonces vendrá el turno de los nietos, esos
monstruos sin memoria a los que Vonnegut tanto lamenta no poder legar
un planeta Tierra en condiciones.
Ya se sabe, en esta puta vida todo lo que no es absurdo es paradoja.
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