Pablo D'Ors. Mis problemas y subjetividades y berrinches con Pablo D'Ors. Algún júbilo también, que conste, no soy tan cabrón, pero vamos, que no salí contento, Pablo, devuélveme la entrada.
Pablo D'Ors es sacerdote, escritor, meditador y librepensador. Todavía no sé qué en orden. Aún no lo he leído a fondo. Me quedan los tochanacos. Paciencia, Pablo. Soy un lector lento dentro de un vividor más lento todavía. Tampoco sé hasta qué punto es combinable y concomitable ser librepensador y súbdito de Dios. Supongo que es posible. Supongo que es hasta probable, aunque me cueste creerlo, pero eso ya es casi más un prejuicio mío que otra cosa, porque soy ateo cuando me pongo gallito, agnóstico cuando me entra la cagalera, y en realidad el único olor de santidad que me infunde respeto es el de San Gutenberg. También es nieto del gran Eugeni D'Ors, aunque en eso Pablo no tiene ninguna responsabilidad. Y otra cosa curiosa que tiene es que todo lo que escribe lo va agrupando en forma de trilogías, todas ordenaditas, y de esto sí es enteramente responsable, Pablo, aunque entre tanto orden y tantas disciplina termine por barruntarse el ascendente materno y germánico de su señora madre, María Luisa Führer. Va en serio: "Führer". ¿Hasta que punto la vocación filial pudo estar relacionada con la mala reputación del apellido materno?... El chiste es malo y bastante cretino, cierto, pero no deja de tener su aquél.
Pero me voy por las ramas. Zollinger. Pablo estuvo a punto de ganar el Herralde de novela con una cosa intitulada "Las ideas puras" —que años después, en su impulso germánico-ordendor, incluiría en una de sus trilogías, rollo George Lucas pero quiero entender que en plan honesto— y Jorge se quedó con su matrícula. Una cosa guapa que tiene el Herralde de novela es que es capaz de nombrar subcampeones a tíos tan dispares y opuestos como Pablo D'Ors y Alberto Olmos en años prácticamente consecutivos y seguir adelante como si nada. Eso también debe ser librepensancia. O no. Cualquiera sabe. Pero Alberto (Alb para los amigos) tiene pinta de ser un tipo bastante impracticable mientras que Pablo apesta a buenazo que echa para atrás. Quizá eso explique que Alb no haya vuelto a publicar en Anagrama mientras que Pablo sí:
—Pablo, esta vez no ha podido ser, macho, pero tú traéme lo próximo que tengas, que te lo saco fijo.
—Pues píllole la palabra, don Jorge —respondió Pablo—, algo le traeré, usted no padezca...
Y Pablo le trajo Zollinger: "Andanzas del impresor Zollinger". Y don Jorge cumplió su palabra: "número 347 de Narrativas Hispánicas (2003)".
—¿Sólo esto me traes? Joder. No es gran cosa, Pablo—dijo Jorge contrariado.
—En el pote pequeño está la sana confitura, don Jorge.
—No sé si quiero seguir editando a un escritor que dice "pote", Pablo...—ya en plan suspicaz.
—Usted perdone, don Jorge... Pues en el "frasco" o "receptáculo"...
—Bueno, venga, vamos... Hostia puta...—qué remedio.
Herralde estaba mosca porque Zollinger no era una novela, ni siquiera una novela corta, con suerte era un cuento largo. 140 páginas a interlineado gordo: "Esto no lo puedo sacar yo a más de 12 euros, Pablo, tú quieres arruinarme o qué te pasa".
(Ahora voy a hacer un paréntesis ((jaja)) para hablar de esto: Herralde y sus colecciones. Don Jorge y sus formatos. Arde Troya. Y sigo: Están las colecciones punteras, a saber, Panorama de Narrativas para las lenguas foreign y Narrativas Hispánicas para el campeonato doméstico. Y luego está le línea outlet para gente sin espacio en casa o gente de ordinario paciente a la que en general nada le cuesta esperar a leer un libro que ya no es novedad, y que se apellida, la colección, tal que Compactos —aunque yo encuentro que el nombre Lisergia le pega más—. Pues bien. Cuando el libro es pingüe como un Petete, don Jorge lo saca con un largo y un ancho "X," pero cuando el libro es enteco como un Zollinger, entonces lo saca con un largo y un ancho "Y". De modo que hay libros color crema de un alto y un ancho y libros color crema de un alto y ancho diferente. Y lo mismo pasa con los libros grises. Y lo mismo ocurre con los libros negros —colección Argumentos—. Y lo mismo pasa con la colección Lisergia —Compactos—, que tiene su alto y ancho "A" para los libros caros y su alto y ancho "B" para los no tanto —porque barato no me lo parece ninguno—. ¡Y ningún maldito alto ni ancho encaja con ningún otro en todas sus malditas colecciones!... Esto, amigos, a mí me da igual, me resbala por completo, yo para encontrar un libro determinado —"W"— en mi casa tengo que hacerme con los servicios de un espiritista... Pero hay gente ahí afuera, en el mundo cabal, a la que agrada y incluso encuentra disfrute en ordenar civilizadamente sus libros, don Jorge, ¡y a buen seguro un no insignificante porcentaje de ellos padece alguna suerte de TOC!)
Entonces: ¡¿Vas a hablar ya de una puta vez de Zollinger o no, pirado?! Cierto. Se me va la olla.
Sigamos:
Mi principal problema con Zollinger es que es una parábola, y quien dice parábola dice lectura de cartilla, y a mí por lo general las lecturas de cartilla me tocan bastante las narices, porque no creo que a nadie se le dé tan bien esto de vivir como para andar dando lecciones, a no ser que disponga de información reservada o las respuestas de los exámenes, entonces eso ya es otro cantar, aunque al mismo tiempo no deja de ser hacer trampas. A lo mejor es que el bueno de Pablo entiende que tiene alguna suerte de vía directa con Dios o puerta giratoria conducente a lo Superior, y por tal motivo se piensa en la tesitura y la bondad de allanarnos el tortuoso camino con sus recomendaciones. Claro que esto de no saber yo al margen del texto que Pablo es sacerdote, tampoco lo podría decir. Así que yo también estoy haciendo trampas. La vida está llena de tramposos. La vida en sí es una maldita trampa. Que cada cual la pifie a su manera.
No sé, en la contraportada del libro venden lo de la parábola como una cosa guay. Un Haber en lugar de un Debe. Pero no lo es. A mí desde luego no me lo parece. Claro que si a este libro le quitas la monserga, estoooo, quiero decir... la parábola, entonces no queda mucho a lo que hincar el diente.
Otra cosa que me da de arder, Pablo, es la portada. Un dibujito tuyo de cuando fuiste chico y tierno y te sorbías los mocos, esa entrañable etapa artística de nuestra vida en la que todos los seres humanos tienen cabeza de glande y manos de patata. ¿De quién coño fue la idea? Mecagoentodo. A vueltas con las cubiertas de mierda. Qué cojones os pasa... Quiero decir: La cubierta no es el libro, vale, bien, pase... Pero elegir cubiertas desastrosas y del todo horripilantes es ir directamente contra el lector, y por ende contra el libro. Dejad de joder de esta manera.
Pero no todo va a ser leña. Más allá del tono general de sonsonete y moralina que me da la fiebre, soy capaz de reconocer que la cosa está bien escrita y tiene un buen manojo de ideas e imágenes con las que me quedo sin dudar, y es por eso que voy a seguir leyendo más de lo suyo. Pasa el corte. Lo que más me pone es que el conjunto remite a Kafka, remite a Zweig, remite a Roth, a Werfel, a Hesse, a Broch, a Wasserman... Desprende fragancia a literatura austrohúngara que es un gusto. Y eso ya es todo un qué y es principalmente lo que me ha sostenido sobre las páginas. Claro que es un qué más mérito de todos aquellos escritores increíbles que de Pablo.
Eso por no mencionar que en aquella época la escuela en el Imperio Austrohúngaro era otro percal, eso tú los sabes bien, Pablo, allí no se andaban con chiquitas, no se "daba Plástica", allí "se enseñaba Dibujo", y si a ti se te ocurría presentar moñegotes como el de tu cubierta al Der Meister te daba un palo con el reglote...
Así que nada más, Pablo, quedamos en paz, pero que sepas que a la primera oportunidad me cambio a la edición de Impedimenta.
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