"Una sonrisa, por favor". El libro éste. Librito en plan femenino y en plan memoriógrafo de Lumen. Lumen. Ya saben: La Editorial Mujer de este país. (Y de Circe qué me dices, patán... ¡Calla! De Circe hoy no toca hablar...)
Este librito son las casi memorias de Jean Rhys. Pero Jean Rhys empezó a recordarlas muy tarde o bien recordaba muy despacio. Le alcanzó la muerte y sólo tenía dos capítulos en condiciones, al que siguen un puñado de notas desparramadas. Subtotal: apenas 190 páginas a interlineado bien tocho. Factura resumida: Una mierda gorda: Buen libro que nos perdimos.
El primera susodicha parte o cuasicapítulo es su infancia en las antillas, en la que descubrió algo parecido a la felicidad, dentro de una infancia poco o nada enviadiable, todo y crecer en un ámbito paradisíaco y en cierto modo acomodado, ya que por lo visto todo su alrededor, especialmente su madre, se empeñaba en hacerle la zancadilla, a la pequeña Jean, pobre, ella que no se metía con nadie. Así se fue gestando poco a poco un síndrome de patito feo que marcaría el resto de su vida.
La segunda parte o cuasisegundocapítulo la componen, de un lado, sus años jóvenos y primorescentes en Inglaterra primero, donde, en esencia, se sintió profundamente infeliz y descubrió que la vida es un asco, y más tarde en París, capital de la luz y de los franceses y de los cafés más míticos del orbe que, sin embargo, sirven un café que no debería tenerse por tal, y en la que ella, Jean, ya no fue tan infeliz, algo es algo, todo y que la vida seguía siendo escasamente soportable y además ya cada año era menos primorescente que el anterior —esto es de ley.
Las notas desparramadas y heterogéneas y escritas al trampantojo del final son en esencia un cagarse en los ingleses que tampoco tiene desperdicio. Una risa.
Lo vi en un mercadillo, el libro: "Una sonrisa, por favor". Se refiere a su madre, que le decía a su pequeña Jean que sonriera para una foto. Pero Jean no sonríe o sonríe a destiempo o no sonríe como al fotógrafo o a su madre —de Jean— les hubiese gustado que sonriera, y automáticamente a la pequeña le cae una lectura de cartilla... En general no pasa nada porque alguien te sugiera que sonrías en una foto, es el lugar común y lo que se espera y no hay nada particularmente siniestro en ello. Pero aquellos que insisten en que sonrías, y te obligan a sonreír, y de nuevo insisten (¡sonríe, coño!), e incluso llegan al paroxismo de querer repetir la foto si tu sonrisa —o no sonrisa— no cumplen sus expectativas, de ésos sí, de esas almas inquisitoriales hay siempre que desconfiar.
"Hostie Pute", me dije: Jean Rhys, la de los Sargazos, aunque yo su "Ancho Mar de los Sargazos" no me lo he leído aún, pero todo aquél al que le suena de algo Jean Rhys sabe que su libro es Sargasso Sea, y todo aquél al que nada le dicen estos Sargazos, la mayoría —y, ay, tantos de ellos echando fotos—, responde que quién coño fue esa señora, pasapalabra... El caso es que al principio dudé un poco. La cubierta es horrible. La cubierta es un asesinato. Nadie pagará el crimen moral de esa cubierta nunca, ya lo sé, pero yo acuso igual, por si cae algún rayo ajusticiador... ¡Pero qué cubierta, Santo Cristo!
¿Así que qué hago? Lo cojo, paso de él, le prendo fuego... En el fondo soy un buenazo y con mechero a cuestas no suelo andar, de modo que lo cojo y empiezo a husmearlo. Nada más abrirlo me topo con la foto de la Mujer Sargazo devolviéndome la mirada desde la sobrecubierta y sus ventipocos años, a lo mejor ni los venti... (A todo esto: ¡Los libros con sobrecubiertas molan un montón! "Sobrecubiertas". Qué palabrazo transatlántico, titanesco. Los libros con sobrecubiertas inmediatamente te instalan en una sensación de lectura de viaje desahogado, travesía con posibles y criados... Sobrecubiertas... Los libros en rústica y pliegos pegados con cola, sin embargo, ni aun los provistos de solapas, no son todos sino vuelos en clase turista apretujada)
En resumiendo: que Jean Rhys está reguapa. "Hostie pute", me digo, qué reguapa, me lo llevo. ¿Por qué no pusieron esa foto en la cubierta en lugar de aquella perpetración gráfica? Sin duda habrían vendido más ejemplares. O muchos más ejemplares. O quién sabe, tal vez hubiesen vendido toda la maldita tirada. Consulto "casadelbookpuntoconn" y veo que aún se puede comprar. Quiero decir: el libro se editó en 2009 y a día de hoy sigue disponible, si quiesieras y tuvieras el valor o la sinrazón, aún podrías pagar 17 euros por esa portada de mierda. Yo pagué sólo 2, claro... Yo soy un tipo listo... Primero ponía 7 euros. Pero enseguida el estólido 7 había sido tachado y sustituido por un ingenuo 5, que a su vez, bastante tiempo después, había sido tachado a su vez y a su vez sustituido por un resignado 3, que a su vez, supongo que también tiempo después, pero menos, había vuelto a ser subsumido, esta vez por un 2 del todo resignado, al que a su vez seguía la siguiente addenda: "Por favor, acaba de una vez con esto". Miré al vendedor. Éste a su vez también me miraba (¿No os da asco y vomitera cuando la escritura se convierte en miradas que se devuelven una y otra vez, como una vulgar pachanga de tenis? La culpa la tienen el gran Nietzsche y el aún más gran Sergio Leone): pese a todo, no percibí abismo alguno que nos mediara. Aun así aquella mirada no me cuadraba con aquella caligrafía. Ahí pasaba algo. Empecé a darle vueltas. ¿Aquello lo había escrito el vendedor o bien lo había escrito el propio libro, al borde de la desesperación? Un misterio. Pero en cualquier caso saltaba a la vista que la portada horrenda se estaba cobrando su peaje.
Pero tampoco nos entreguemos a la candidez, luego está el hecho de que Lumen no haría tal cosa. Lumen es la Fémina Editorial por antonomasia y no haría semejante cosa, antes muerta, antes prefiere no vender (¡mentira!), antes prefiere que su libro no se lea (eso vale), antes eso que poner la foto de la reguapa chica-mujer en su portada (aunque lo haya hecho tantas veces, igualmente), sin contar además conque la idea que acabo de sugerir es polítcamente del todo incorrecta y probablemente del todo machista, y habrá quien ya se habrá puesto a afilar sus cuchillos. Vale, vale, bien, soy un gusano abyecto. Habéis ganado. Pero luego por editar buenos libros con portadas de pesadilla nadie saca la artillería...
Me leí el libro en un par de días. Antes que nada tuve que afrontar el dilema de si quitarle las sobrecubiertas. Eso me ahorraba la abominación gráfica pero a la vez me quitaba la oportunidad de ir dándole tientos a la Rhys reguapa de tanto en cuando. Así que decidí seguir el viaje en transatlántico.
Me bastaron pocas páginas para decidir que la Rhys escribe bastante de putamadremente: "Hostie pute", me dije, qué bien entra esto. Como un lingotazo. Los mejores 2 euros invertidos de toda la semana. Excluyendo el pan. Desde Umbral sabemos que es jodido vivir sin literatura, aunque hay tantos que lo consiguen y algunos de ellos hasta poseen cámaras fotográficas —quién lo entiende—; pero en cambio es imposible sobrevivir sin la barra de pan.
Jean Rhys escribe sobre sí desde la cima de sus últimos días con una franqueza serena, limpia, cristalina. No hay lugar para el ego del escritor. Ni para la cháchara del escritor. Ni para las trampas del escritor. Ni para los desvaríos intelectualoides del escritor. Ni para los compadreos de escritores entre escritores. Quizá porque Rhys nunca fue ni quiso ser escritora. Sólo necesitó escribir. Escribir para no entregarse a la marea. Ni siquiera para que la vida no le pasase por encima —que lo hizo—, sólo tal vez, quién sabe si no para otra cosa que frenar el impacto de su embestida: un inútil dique contra el Pacífico, como dijera la Marguerite Duras.
Es el destilado de una sensibilidad tan frágil expuesta a la luz directa y tan dañida de la realidad. Una placa fotográfica prácticamente velada y sin sonrisa, pero que al tiempo, inopinadamente, no hace otra cosa que despertar llana simpatía: "No me caen bien los niños. No me cae bien la gente. He sido profundamente infeliz casi toda mi vida. Me han hecho sentir fea e incapaz. Me han hecho sentir egoísta. Me han hecho sentir un bicho raro. Siempre. Todos. En todas partes. He sido incapaz de adaptarme. He sido incapaz de comprender por qué tenía que adaptarme... Pero seguí aquí, pese a todo, haciendo mi difícil camino. Ganándome mi particular derecho a la muerte".
Esto último no está en el libro, aunque sí está, quiero decir que no está literal, las comillas son una licencia; que lo he escrito yo pero me lo dictó ella, desde ese no-lugar tan bien ganado. Gracias.
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