Resistencia en el flanco débil

enero 03, 2022

Zaleski, "Detective Gandulón"

 


 

Sherlock Holmes como enfermedad, como patología, la sinrazón victoriana, el disparate y el trastorno, y la cabeza, eso también, la cabeza orbitando una y otra vez, desbocada pero elíptica, en torno al 221B de Baker Street. La madre que me parió. A la parafilia aún no he llegado, pero no lo descarto, las noches son largas y tengo el sueño cada vez más ligero. Conque dadme tiempo. Sherlock Holmes: la Monomanía.

Uno de los desarreglos principales de estar uno tan mal de lo suyo de la cabeza por causa de la época victoriana en general, del hijo pródigo de Sir Arthur Conan Doyle en particular, es que te acabas tirando al coleto cualquier cosa que apeste a Sherlock Holmes, aunque sea mínimamente, aunque esa minimidad o nimiedad o bagatela odorífera sea del todo insoportable y a todas luces deletérea. Me da lo mismo. Si apesta a Holmes, yo me lo trago. Paradentro.

Mas, ¡ah, tunantes!, no creais que no os estoy ya oyendo venir a mentarme el consejillo gratuito de la semana: "¿Pero eso te quita un MONTÓOON de tiempo para leer OTRAS COSASSS, no? Cosas que DE VERDAD sí valen la pena, ¿NOOO..?". Bueno, miento en realidad, les oigo pero no les oigo, y eso pasa porque ustedes están todos ahí, del otro lado, y ocurre que son cuatro o cinco, no más, o lo más probable son nadie, son ninguno, amén de que eso tampoco es que importe demasiado, ya que para estos aferes ya tengo yo a mis voces, todas, que me lo van chivando todo, cada una a su ritmo, cada una en su tiempo, aunque acabe pasando en tantas ocasiones que las se alían y conspiran y después aprietan el acelerador, las muy cabestras, y es entonces que a mí me toca ir corriendo a por la pastilla. Pero no se preocupen, por eso no va a quedar: les respondo: a mí invertir el tiempo mío asqueroso de la perra vida ésta en leer mierda y bazofia, holmesiana o no, pastiche o no pastiche, me es completamente uno y lo mismo y del todo indiferente, vamos, que me viene dando igual la puta cuestión es LEER, a ver si nos vamos entendiendo, porque yo hace años que decidí que sí o sí iba a leer todos los libros del mundo, TODOS, del primero al último, inclusive todos los por escribir, y vaya si lo voy a cumplir, en ésta o en la vida del otro barrio, pero denlo por hecho, ustedes todos, ustedes cinco, ustedes cuatro o ustedes ninguno, eso no hay Dios ni hay Satanás que lo derogue. Así que mucho ojito con andarse comprando los libros míos de mi absurda biblioteca en los rastros y en los mercadillos a precios de carcajada cuando la espiche, no sea que cualquier medianoche de estas les venga a visitar a ustedes, para leer mis libros, se entiende, y les acabe arruinando el sueño y la duermevela, y que no me dé también por estirarles de las sábanas o de las piernas. Tal que así, ¡Zas!, ya como de propina.

Y tal vez habrá algún espíritu listo y observador, avispado en lo gramático, que se haya apercibido de que me arranqué a perorar esta cosa abominable tratándoles de tú y ahora, sin embargo, que me enseñoreo fanfarrón mientras a la par les amenazo, tan sobrenatural y fantasmático, estoy en cambio tratándoles de ustedes. No es un error. Es a propósito. In media res del negocio decidí que quedaba mucho más fetén así. Más gentelmán. Más del asunto.

Toda esta introito sin medida para decir que me leí "El Príncipe Zaleski", ese pastiche holmesiano. ¿Sí? Sí. Pues ya ves tú qué cosa.

El pastiche holmesiano es el hueso pelado y el pan duro que roemos los pirados de Baker Street en el lapso que media entre que leemos un Holmes auténtico y lo ponemos en la bandeja de "Urgente Olvidar", para así poder volver a disfrutarlo cuanto antes; es nuestro pervitín, nuestra metadona. Ahora bien, qué cabe o no dentro del pastiche holmesiano, no esta vez entendido como sucedáneo sino como categoría, o más llanamente, como "etiqueta". Hoy más que nunca habitamos un mundo de etiquetas, y para más colmo prácticamente no hay ninguna que no sea una embustera. Así que qué: ¿Puede llamarse pastiche  holmesiano a cualquier texto de tenor detectivesco y telón victoriano? ¿Tiene que protagonizarlo necesariamente un Holmes? ¿Aunque no se llame Holmes, llámese Sholmes? ¿Es obligatorio un Watson? ¿Reglamentario un Lestrade? ¿Moriarty es Morirty siempre o descansa y se dedica al voluntariado los fines de semana? ¿Puede decirse pastiche de algo que se publica cuando el concepto mismo de "pastiche" pertenece aún, y exclusivamente, al campo semántico de lo gastrónomico y lo zampabollos? Y sobre todo y por encima de las de atrás: ¿Puede hablarse de pastiche holmesiano si el susodicho texto sale a la luz cuando aún Doyle y su Holmes no han conquistado la categoría de Mito, pero ahí ahí andan, escalándolo bien?... Interrogantes. Misterios. Casquería literaria... Quién cojones querría siquiera escuchar semejante volumen de sandeces, conque mucho menos responderlas. Mejor quedémonos con el abecé aquél, tan ortopédico pero tan infalible, de que pastiche holmesiano es y será siempre todo aquello que se edite como "Pastique Holmesiano: (La Etiqueta ©)".

M. P. Shiel da a la imprenta lo suyo del Zaleski en 1895, justo un año después de que Conan Doyle asesinase a Holmes, harto ya del pestazo a tabaco de pipa asfixiando el salón de las visitas; o lo que es igual: cinco años antes de que el amigo Doyle se viera en la obligación de resucitar a nuestro bienamado Sherlock, si es que no quería nuestro buen doctor que la turbamulta fanática de enfebrecidos irregulares y adictos del Strand Magazine le prendiese candela a la consulta. Es una bola en dejada que suelto ahí, colgando blandamente en el centro de la bruma, por si hubiere raqueta que se avenga a rematarla de bolea...

El esquema general es más o menos el que sigue: de un lado tenemos al Príncipe Zaleski, que es un todoterreno, el Victoriano Total, aunque en realidad surgió no sabemos cuándo de la Madre Rusia y, tras innúmeras aventuras y desventuras pateando el mundo, acabó recluído por voluntad propia en una umbría y decadente torre-castillo-abadíadeCarfax, que noche a noche se va derrumbando sobre sí misma, como los muros de la nefanda Casa Usher. Zaleski es la ubicua cabeza pensante, la insuperable mastermind, un tipo que lo sabe todo y todo lo ha visto, no se le escapa una, ha hollado todos los lupanares y escapado mal que bien de todos los inefables armarios, dio la vuelta al mundo cien veces, vino, fue, se dejó llevar y transportar, vio y casi venció, pero a la ciento y una vuelta algo en el ínterin le hizo "crack": "bufff, dijo, saben qué, ya estoy hasta los cojones, aquí me planto", abandonándose de este modo a la vida ermitaña, los neblinosos atardeceres al calor de la crepitante chimenea, y qué se yo, verlas venir, en definitiva, inundado su espíritu de reseca melancolía. Zaleski es Holmes con una muy buena pizca del Dupin de Poe más unas no tan reconocibles migajas del hermano mofletudo de Dorian Gray (lo que se viene entendiendo por un pastiche avant la lettre, vamos). Y del otro lado tenemos a Shiel, M. P. Shiel, el propio autor, Shiel, quien se escribe a sí mismo, se desmateria en la vida al tiempo que se literatuliza en el texto para protagonizarse Watson. Torpe y bobo y bonachón, como no podía ser de otro modo (qué asco me doy por utilizar este pustuloso lugar común, amigos todos). Zaleski y Shiel son amigos y residentes en la Pérfida Albión, no del todo íntimos pero aun así tan compadres. Zaleski ha renunciado a la vida y ha renunciado a los periódicos. No quiere saber una mierda de la civilización de los hombres, que lo ha dañado tanto, pero se aburre un taco, así que de tanto en cuando llega Shiel de la City y le expone cotilleos y acertijos y rompecabezas nefandos. Acto seguido Zaleski escancia el zumo de la solución del enigma desde lo alto de la prensa de su cerebro privilegiado, y Shiel, tan atónito como ávido, lo recoge en un cáliz y le da un epicúreo sorbo. Y pongo un ejemplo:

       —Hombre, Shiel, querido amigo, cuánto tiempo, gracias por la visita..., son tan lúgubres las noches en estos fríos aposentos...

      —Qué hay Zaleski, colega, venía a ver si me podías echar un cable, que no encuentro las llaves del coche.

       —Oh, Shiel, qué decepción la mía, por un instante pensé que me traía un verdadero desafío, o al menos a echarnos un ajedrez, usted y yo..., son tan largas las horas en éste mi oscuro y menguado retiro...

      —Yaaaa..., nooo..., si ya lo siento, Zaleski..., pero es que necesito el coche, que he quedao.

     —Oh, qué lástima y qué inoportunidad, mi buen Shiel... Sea pues... Si no ando errado hoy es lunes, por lo que anduvo usted ayer hasta bien entrada la tarde zascandileando por esos obsolescentes mercadillos y almonedas, cohorte de feriantes malhadados y quincalleros de la lignina, sediento de librillos de viejo, poniéndose las manos perdidas de mugre y dejándose prácticamente en ellos su entera semanada, en ocasión y coyuntura de que los domingos y feriados la zona azul en Whitechapel es gratuita... También observo a raíz del pulsátil vaivén de su vena carótida que ahora mismo su presión arterial es exactamente de 16/9 y 82 pulsaciones, no en vano hace entre cinco y siete minutos que se subió esa a todas luces innecesaraia pero, ¡ay!, tan deliciosamente barroca cantidad de escaleras, y además no hay día que diga no a una generosa porción de pudin en la sobremesa; estamos hablando, pues, de una presión moderadamente alta aunque no todavía en exceso preocupante, mi querido amigo, sin embargo tal vez debiera empezar a contemplar la posibilidad de abstenerse de algún que otro postre, ya que por supuesto yo mis escaleras ni las puedo ni las pienso cambiar... En sumatorio, también se me apareció usted hoy con un baqueteado ejemplar de "El inmarcesible candor de Fu Manchú" bajo el brazo, obviamente adquirido ayer en aquellos innominables antros de perdición libresca, a los que es tan dado, y que, no queda otra opción, tenía premeditado empezar a leer mientras hervía la tetera... Así las cosas, mi buen amigo, la luz sobre el estrecho enigma con el que hoy viene a calentar mi soledad no observa, en puridad, misterio alguno... Esto es: Sax Rhomer se coló esta pasada noche en sus habitaciones, aprovechando su inatacable capacidad para el ronquido, y no sólo le robó las llaves del coche, también le limpió toda la reserva de opio del mes, el muy truhán, que tan incautamente guarda en el segundo cajón de su escribanía... Estimado Shiel, confío que sabrá disculparme esta indiscreción, es algo que conozco desde hace tiempo, compañero, mas aunque hubiese estado dispuesto a confiármelo, tampoco le habría sido posible, no en vano compruebo desde aquí su escasa sudoración, su apenas temblor y la casi impercepitible dilatación de sus pupilas, resultando en ello meridiano que aún no está con el mono, mi buen Shiel, así que es falta ésta, la de su opio, que en modo alguno hubiera podido rebelarme en esta velada, ni aun siendo su voluntad, que no la iba a ser tampoco, ya que hasta lo menos pasado mañana, jueves a más tardar, no ha de sentirse en el prurito, el acucie y la desesperada necesidad de echar mano de la droga...

       —Hostia, Zaleski...

       —...

     —Mi coche... Mi opio... Pero... Oiga, Zaleski, si Sax Rhomer ahora mismo cuenta sólo 12 años, aún no ha podido él escribir nada de Fu Manchú... ¡y además tampoco yo subí aquí con libro ninguno!

      —No en este universo, mi estimado Shiel...,  no en este universo, qué duda cabe, pero hay otros, como usted más temprano que tarde imaginará, muchos mundos más que no están en éste... Así que me temo que será de recibo empezar a dar por perdidas sus pertenencias. Aunque no se apure ni entristezca, mi buen amigo, todo tiene remedio en esta vida, bien lo sé y bien lo conocerá. Si es tan amable, tenga la bondad y acépteme usted este... cigarro...

         —Oh, Zaleski, qué gran putada... Supongo que ahora no me va a quedar otra que cambiarme de coche... Qué me recomiendas, tú que lo sabes todo. Un diésel de segunda mano para ir pasando, o me gasto el pastonaco en un híbrido enchufable...

       —¿¡Ehmnnm?!... Jojojo..., Jajaja..., "¿híbrido enchufable?"... Ohhh, mi muy buen Shiel, no sé ni qué de diantre me está usted hablando... Pero sepa en cualquier caso, estimado colega, que éste mi eslavo culo hace más de diez años que no se mueve de este cómodo butacón junto al fuego. Yo no viajo ya nunca. Jamás. Pero si fuere menester hacerlo, que no pienso hacerlo, tome nota, mas si fuere menester, como decía, yo sólo viajaría en simón...

Porque ésa es otra. Sherlock Holmes vendía su servicios como "detective consultor". Yo he pasado este año no menos de diez veces por consulta y con suerte he conseguido una analítica y dos radiografías y ninguna mirada a los ojos... Pero qué me dicen de Sherlock... Él es aceptar el caso y dejarse de chimeneas y butacones, siempre lo encuentras en algo, siguiendo el rastro, husmeando la pista; y tampoco es que le haga falta; también él lo sabe todo; también es un Victoriano Premier; también ya está en posesión de la respuesta antes incluso de que el enigma llame a su puerta; pero el menda se lo curra igual, se lo trabaja; sea porque es un culo inquieto; sea porque es hombre de ley a quien no le gusta estafar a la peña; sea porque es un adicto a la morfina y las paredes se le vienen encima; (Aquí todo el mundo se droja que es un gusto, ya lo ven); pero al menos él está constantemente metido en el meollo de la cosa; demostrando cierto cochino interés, no sé; que si ahora le lanzo un hueso al perrazo de Baskerville; que si luego le frustro la fiesta al Javi Tebas de los Pelirrojos; que si ahora voy y me lanzo cataratas abajo, a este Moriarty pegado...

O lo que es lo mismo: Sherlock era un tío del puerto, un tío de acción, mientras que lo de Zaleski era más detección por retención de prefiramos no saber qué.

Claro que también Zaleski fue lo primero que Shiel escribió, que no está mal, ya ven que entrego el brazo a torcer, pero aún andaba entrenando, como aprendiendo a volar, y vaya si aprendería; mas este Zaleski suyo primerizo se lee con interés pero no con fruición. No está mal como entrante, o como lenitivo, pero en modo alguno puede convencer como primer plato, para holmesiano irredentos y no.


 


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