Resistencia en el flanco débil

enero 31, 2022

Alucinario Enero 2022

El albur de un escalofrío...

«En el año 1858 el mayor de los hijos, John Allman, regresó repentinamente a la región y se hizo conducir a la isla. Encontró la casa cerrada y sombría. El barquero que lo había llevado a la isla rehusó acompañarlo más allá de la orilla diciendo:

  —Mejor sería que regresara por donde ha venido, señor John. Los vivos son los vivos y los muertos son los muertos; estos últimos, sobre todo, desean que se les deje en paz».


 

 

 

 

«El lecho del Diablo», Jean Ray

 

Doppelgänger/DoppelHandker...

«Al pasar por delante de un sombrío café, he vuelto a ver por un instante, detrás de la barra, a mi doble: un susto demasiado exquisito para quedar desconcertado; un desconcierto demasiado irreal para exteriorizarlo —sigo andando». 


 


 

 

  

 

«El peso del mundo. Un diario», Peter Handke


Abejera humana...

«La frescura con olor a mar en la sombra de la cabina, de la que en circuntancias distintas habría disfrutado tanto, no le produjo ningún placer. Se desnudó mecánicamente. Todos aquellos cuerpos desnudos en las terrazas, aquellos torsos bruñidos que emergían del agua, aquella ruidosa promiscuidad de hombres y mujeres, aquella mezcolanza de formas y de carne joven y vieja, más allá de cualquier pudor, le produjeron la sensación desagradable de una gusanera: el aspecto de la vida indiferenciada, bullidora».

 


 


 

 

 

«La isla», Giani Stuparich

 

La muerte que nos habita...

«Días sin oreja izquierda. Días en que enmudece todo un hemisferio, callan los soles, duermen los caballos, se ausentan los políticos, no pasan las muchachas. Se me ha tapado el oído izquierdo, por unos días o para siempre (habrá que ir a Olaizola, a ver qué dice), y ando por el mundo sin una oreja, no porque me la haya cortado —nada de Van Gogh, nada de literatura, aquí se trata de la vida—, aunque, de todos modos, no me atrevo a mirarme a los espejos, por si es verdad que no tengo oreja, y me peino el pelo para ese lado, por ocultar lo que no sé si no existe.

Del hemisferio del mundo no me vienen noticias, ni músicas, ni lo que esa muchacha me lee en el periódico, con una urgencia que está en su juventud más que en la noticia.

Del hemisferio izquierdo no me vienen orquestas. De ese lado se han muerto Bach y Mahler, "Beethoven me da más música —decía Gide—, pero Chopin me da mejor música." El último clásico era un romántico. Las guerras del mundo topan, por mi izquierda, contra un muro de silencio, contra una tapia de sordera. Aquí fracasan los caballos y pierde grito la sangre. El mundo se ha pacificado por mi izquierda.

Me estoy muriendo de la parte izquierda. Porque la muerte no es un disparo de la luz ni una mano agónica en la noche. La muerte se va instalando en nosotros, haciendo nido, nidos, como las gaviotas en un farallón marino. Un oído tapiado, un ojo sangriento, una mano en la que duele la mano interior, una garganta que sube y baja contra la segur del frío, un intestino que se desploma como una deflagración secreta.

La muerte, sí, va haciendo hospedaje en nosotros. Acabaremos por dejarle la casa entera». 


 

 

   

 

«La belleza convulsa», Francisco Umbral

 

Mentira en bucle...

«Me pareció que todo aquello lo había tenido que ver, oír y oler una infinidad de veces, como el disco que los vecinos de arriba ponían cada noche a una hora determinada; como una película que a uno le hacen ver en el infierno, siempre la misma, y aquel olor en el aire, a café, a sudor, a perfume, a licor, a cigarrillos. Lo que yo decía..., lo que decía Ulla, se había dicho ya innumerables veces, y era inexacto, las palabras sabían a falso en la lengua; era como las cosas que yo le había contado a mi padre sobre el mercado negro y sobre mi hambre; cuando aquello se expresaba, ya no era cierto...»



 

 

 

 

 

«El pan de los años mozos», Heinrich Böll

 

El talento inútil...

«En otro tiempo, esto es, hace ya algunos años, una muchacha muy despierta y avispada me dijo, susurrándome al oído extremadamente sensible, que estaba profundamente convencida de que yo ponía más pasión en la escritura que en la vida, que me comportaba con más vivacidad sentado al escritorio que en la vida cotidiana, con lo que tal vez quería hacer alusión a algo "muy peculiar" que creía advertir, a saber: que la irrealidad aparente tiene para mí más importancia, es decir, es mucho más real que eso que tanto se elogia y glorifica y que de hecho existe y llamamos realidad. Puede que con las palabras que me dirigió hablara inconsciente e involuntariamente al soñador o al poeta. Oh, cuánto rencor me guardará, señorita, por atraverme a ser poeta, pues ser poeta significa nada más y nada menos que ser el mueble más inútil e inservible que uno pueda imaginar, y es en calidad de tal que me inclino con afecto ante usted, quitándome naturalmente el sombrero en el supuesto de que llevara uno».


 




 

 

 «Diario de 1926», Robert Walser

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