¡Oh, Tuberculosis, Gran Musa!
Desde que la peña no se muere de tisis la literatura ya no sabe qué hacer. El suelo abierto bajo los pies... Como el cine desde que ya no se fuma, una chufa también.
«Los adioses» va de unos pueblerinos metomentodo y de un tísico que recibe cartas de dos mujeres. Una tiene la letra bonita, la otra, como tiene mucho dinero o bien es analfabeta, o ambas cosas al tiempo, se ve que manda primero que se las pasen a máquina. Los pueblerinos quieren saber. Pero el
tísico no suelta prenda. Craso error. Los pueblerinos se vengan
sembrando maledicencias y cuchicheo avieso por doquier. Ya conocemos el dicho: «Pueblo chico, infierno grande». Pero, ¡ay!, en el pueblucho de alma cerril no tienen en cuenta que al tísico todo ese veneno y abyecto cabestrismo le importan un comino, entre otros motivos, porque hace ya tiempo que se viene muriendo... Pero el caso es darle a la sin hueso. La novela habla de eso, de cómo los seres humanos pueden hacer de este mundo la caca que es con sólo una mirada torva. Así que con la lengua viperina ya ni os cuento.
Hay muchas teorías sobre qué dos mujeres son las que le escriben al tísico. Yo digo que una es la mujer, la doña, y la otra, no la amante, sino... ¡la hermana! El meollo está en saber cuál de las dos le parió el hijote. Pero Onetti no suelta prenda tampoco.
Onetti grande. Onetti crack.
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