Resistencia en el flanco débil

agosto 10, 2023

La casa deshabitada de Charlotte Riddell

 

 


   Hace tanto puto calor que las circunvoluciones me gotean como baba por lo afuera del cerebro, así tal, las neuronas hechas crema, a ver cómo coño hablo yo ahora de este librito de fantasmas punidores.

   Digo fantasmas pero digo mal, digo errado, digo cagada, es mi cerebro licuado el que habla. Sólo hay uno. Fantasma. Singular. Pero eso sí. Muy punidor. Muy cabronaco. Muy hijodetal. Ahí sí. Para no cagarla en esto la cabezota disminuida todavía me alcanza.

   Nos cuenta la introito de los de Valdemar que la Riddell, además de muy escribidora de sus tochos victorianos, fue también muy mujer de sus variopintos negocios, no siempre voyantes, no siempre exitosos, lo que no lastraba para nada su connatural ímpetu empresarial. ¡Que tuvo hasta su propia revista, la muy emprendedora! Pero que hoy ya sólo se la recuerda por sus historias de lo terrorífico y lo feérico. Y tampoco es que se la recuerde mucho. Tanto es así que ésta su «Casa Deshabitada», número 70 de su línea de bolsillo, 1997 —ha llovido algo, poco, pero algo—, lleva añísimos descatalogada y en Valdemar aún no consideran negocio viable el reeditarla.

    Por suerte yo me peté una clase de Morfosintaxis Española I (6 créditos) para irme a la librería más cercana y comprármela como novedad. Como en aquél tiempo audaz aún no tenía el cerebro hecho fosfatina ya supe entonces que 26 años después podría al fin leerla como mandan los cánones de este tipo de historias, es decir, tan a gustico estirado en el sofá, en modo rebequita, la copa de oporto muy a mano, la chimenea crepitante en el yutube, y un gato atrapando mis extremidades inferiores con el peso de su sueño. ¿Soy o no soy una auténtica lumbrera?

   Lástima que los tempos finales no acabe de ajustarlos bien y en lugar de en invierno acabé leyéndolo en el verano del Fin de los Días es ahora...

   En esencia, «La casa deshabitada» ni siquiera es una historia de fantasmas ni de casas encantadas. Es una novela sobre la Renta. La vida con Renta. La vida sin Renta. La Renta que se evapora. La Renta que no me alcanza. El sueño húmedo de la Renta. En el mundo victoriano, lo sabéis vosotros tan bien como lo sé yo, todo giraba en torno a la Renta, la dote, las libras esterlinas, el mucho patrimonio, el poco patrimonio, el nada patrimonio, el cómo medrar y cenar todos los días de restaurante sin dar un palo al agua... Al final toda la triste historia de la hominidad se reduce y se resume en algo tan simple y tan burdo y tan prosaico como seguir el rastro del cochino dinero.

   La Riddell, que fue mujer de ver los dineros volar, sabedora de esta gran y unívoca verdad, nos sirve el cuento de un muerto cuya fiebre por sus dineros, o mejor aún, por los dineros que se le adeudan, le permiten trasponer las fronteras de lo sobrenatural para, noche tras noche, atormentar el sueño y descanso de los vivos con su ultraterreno y pertinaz: «¡Buuuuuhhh! ¿Señores, qué hay de lo mío?»

   Conque ya os podéis imaginar la moraleja subyacente: mucho cuidado con los bizums que dejáis a deber, no sea que no volváis a pegar ojo en vuestra torticera vida... 

    


 

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