La bella state (1949) de Cesare Pavese
Por supuesto, lo mejor del bello verano de Pavese es el personaje de Ginía, Ginetta, su psicología, cómo Pavese es capaz de meterse en su mente, crearla para nosotros, mostrarnos su interior: sus dudas, sus miedos, sus pudores, su carácter forjado a fuego en la naturaleza rural y pedestre de una ciudad que pese a sus fábricas y talleres sigue siendo provincias, sus ademanes de niña tonta en uns casos, sus pensamienos de mujer madurada en otros. Sólo un hombre que ha nacido y crecido en la aldea profunda podría hacer un retrato así, sólo un hombre con una sensibilidad finísima podría trasladarlo de una manera tan ajustada y soberbia al sexo opuesto. Señal de escritor con mayúsculas.
No ostante, la razón íntima por la que releemos este librito maravilloso no es Ginía, es el estudio de Guido y Rodrigues, sucio y desordenado, helado, la chimenea al fondo, consumiendo leña, los vasos a medias de vino, la cama deshecha... Releemos el bello verano precisamente por lo contrario, por su invierno, que tan bien conocemos, con el que tanto nos identificamos, ese largo clima frío, oscuro, cetrino, en que perdimos la inocencia, la sed de alegría, durante el cual añoramos el último verano, el bello verano, los veranos todos, inclusive el estío final, único, durante el cual fuimos felices, sonreímos, soñamos de verdad que otra vida era posible. Verano que sabemos no se repetirá, que no regresará después de ninguna primavera, porque nuestro estado normal, tras el desengaño, la estación de los que sobreviven a sus sueños es y será siempre el invierno.
Pavese sobre el Po
Pavese sobre el Po
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