Lo bueno y al mismo tiempo lo malo de leer «Psicosis» hoy día, si no viviste aislado y ajenado en las timbambas toda tu vida, es que la novela, en propiedad, ya no la tienes que leer, te limitas simplemente a hacer un "descubra las siete diferencias", que además, en este caso, me da que no llegan ni a siete.
Lo mejor del libro de Robert Bloch es el discurrir interno de Norman Bates que, como es lógico, en la peli de Hitchcock se nos escamotea, porque de lo contrario adiós al suspense. El cerebro podrido de Bates es una montaña rusa en sempiterno desastroso último viaje a la culpabilidad, el morbo, el puritanismo integrista y las lecturas médicas y ocultistas exacerbadas, que gasta tanto tiempo en intentar borrar las huellas de los crímenes cometidos por su madre —realmente él cree que los ha cometido ella— como en calificar de «perra» a cualquier que mujer se le aparezca por delante.
Robert Bloch intenta más que veladamente escribir un libro que denuncia la fragilidad de nuestra «máscara oficial» y el a veces estríchisimo palmo de tierra que para todos puede mediar entre la razón y la locura: nadie es todo cuanto aparenta ser y, bajo ciertas circunstancias, hasta el más normal puede desviarse hacia la senda tenebrosa. Pero lo que en realidad le salió, no sé hasta qué punto deliberadamente, fue el retrato seminal del asesino psicópta (recordemos, corría el 1959), sobre el que luego Hitchcock (1960) haría crecer la planta carnívora y totémica del Psychokiller como mito cultural de masas.
Con ello, entre los dos, consiguieron que la fuente del Horror pasase del Más Allá al íntimo Más Acá del fondo retorcido de la psique humana, dejando como correlato que no hay Mal que no empiece y acabe en los hombres.
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