El primer y ulterior deber de la novela es secuestrarlo a uno, del mundo y de sí mismo: que consientas en aparcar en un segundo plano la realidad propia para priorizar la vida mentida de la página; que olvides que habías quedado esta tarde a las tres, y no has aparecido, o te acuerdes pero te dé igual ser un malqueda; que el café que pusiste al fuego mucho más de media hora atrás ya debe haberse evaporado y te vas a tener que comprar una cafetera nueva... En fin, sabe uno que ha encontrado un novelista de bandera cuando, libro tras libro, espaciados en el tiempo, no le encuentras uno malo; aún los primeros, cuando el oficio se está ensayando; aún los finales, cuando el tiempo y los años han convertido la vida en un chicle masticado, todo suena igual y parace imposible no repetirse. Cuando todos sus libros, en definitiva, del primero al último, te llevan al huerto.
Incluso a sus novelas menos buenas, a lo sumo, les vas a encontrar algunos peros, pero nunca lagunas. Un buen novelista nunca va a dejar que te ahogues, que tropieces, que te caigas, cuidará de ti, te acompañará a lo largo del texto, sirviéndote de guía, fuego y resguardo ante la lluvia: sostén. Haciendo camino junto a él nunca te va a dar por bufar y contar cuántas páginas te quedan para el próximo capítulo.
Graham Greene, por ejemplo. No es ningún prodigio en casi nada —salvo en crear personajes memorables y hacerlos hablar de modo que no los olvides en tu puñetera vida—, pero sus novelas, todas, vienen a uno para quedarse. Eso sin contar que fue el mejor poniendo títulos: con la simple pero hábil combinación de los vocablos más ordinarios acababa siempre por sacarse del magín una combinación ganadora para sus portadas, a saber: «El otro y su doble», «Una pistola en venta», «El ministerio del miedo», «Un caso acabado», «El que pierde gana», «El revés de la trama», «El factor humano», «El final de la aventura»...
Y «El poder y la gloria», por supuesto, otro caballo ganador desde el miso título. En 1938 Graham Greene se dio un voltio por México para ver si era verdad que los mexicanitos revolucionariegos estaban aprovechando un nuevo tiempo de cheque en blanco salvaje para asesinar curitas. De ese viaje surgieron dos libros, el reportaje «Caminos sin ley» (1939), y la novela «El poder y la gloria» (1940), primer gran libro suyo y, a decir de muchos, probablemente el mejor.
Decir que un determinado libro de Graham Greene es el mejor el libro de Graham Greene es mucho decir, ancho decir; osado. Yo no me atrevo a tanto. Por suerte me quedan aún muchos libros del señor Greene por leer. Pero sí me alcanza el conocimiento y la arrogancia lectora para aseverar que estamos ante un libro incontestable. Antes o después hay que leerlo. Esto es un porque sí.
Y eso que, en apariencia, su mecanismo, que no es otro que el de sus estupendos personajes y su conversar, no debería funcionar. Traiciona el principio de verosilimilitud y echa abajo cualquier intento de pacto de ficción. A pesar de lo cual funciona. Funciona mucho. Funciona inopinadamente bien. Desde el curita rufián y beodo al dentista extranjero y acabado, pasando por el militar ateo e inflexible, el haragán palúdico, hasta el último de los aldeanos pacatos y más temerosos del Poder del Estado que de la Gloria de Dios... En esta novela todos los personajes hablan un castellano perfecto y sin fisuras. Nadie duda. Ninguna lengua titubea. No lugar para sombra alguna de provincianismo. Da igual su extracción social, su posición, su educación o ineducación, o el escalón ocupado en la cadena trófica. Todos saben qué decir en cada momento y cómo decirlo de la mejor forma posible. Esto es irreal y debería sacarnos automáticamente de la novela. Pero, oh misterios, no sucede.
¿Por qué? Porque todo nos llega a través del filtro y caja de resonancia del cerebro british de nuestro querido amigo Graham Greene, que nos va chivando & transcribiendo & editando tan elegantemente y sin mácula el flujo de sus vivires y hablares ordinarios, cobardes y míseros. El tremendo mérito de Greene es que apenas se note el eco de su voz, o que, aun notándose, nos importe tan poco.
Su pericia para llevarnos de la mano hasta el final de las consecuencias de sus historias es envidiable, capaz de convertir una pura novela de ideas, que en manos de cualquier otro habría apestado a pasquín barato, en una obra cumbre de la literatura.
Finalmente, tras la última línea, que tanto la fe como la razón hayan perdido su batalla frente al corazón lector es lo de menos. Una y otra vez Graham Greene escribe novelas de ideas para decirnos, en última instancia, que las ideas son poco más que juguetes rotos. Sabe que el hombre, en tanto hombre, no puede dejar de defender ideas, al mismo tiempo que asume que éstas son imposibles, auténticas quimeras, no en vano su realización material en esta Tierra está supeditada al oficio de los hombres.
3 comentarios:
Comparto contigo tu devoción por Green. Me gustan todas las que he leído y son muchas, pero es verdad que El poder y la gloria se pasea ahora menos por las librerías, no sé entiende muy bien por qué, será que el tema no vende.
Bueno, está claro que los mexicanitos lindos y sus revoluciones de alpargata y siesta no son tan atractivas para el gran público como "el gentleman spion", aunque en mi opinión bastaría con que Libros del Asteriode, Impedimenta o Acantilado la reeditaran con una portada bien rechula. de las que ellos saben hacer, para que a las pocas semanas el libro estuviera en todos los instagramses lectrices del orbe. Así de veleta todo...
Está claro.
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