Resistencia en el flanco débil

agosto 07, 2022

Tiranizados de la Escalada, Panfletos de la Libertad

 

   Escaladores de la Libertad. Bernadette McDonald. La otra noche me hice una carrera en la media de las córneas leyéndome de un tirón las últimas cien páginas de los escaladores polacos. Con luz insuficiente y un calor que no es de este mundo, aunque todo apunte que haya venido a él para ayuntarse. Pegado al ventilador, adherido a las sábanas pegajosas, mucha agua y total para qué, tal como bajaba por la garganta me salía inmediata y salada por los ojos achinados o se escanciaba echa ardor y vapor y estupor por toda la poror de la piel, tan sudorípara como atónita. Y las páginas venga caer. Y los escaladores polacos venga matarse, uno tras otro, o hasta en grupos de cinco, allá alto y frío e inenarrable, en las aristas últimas de las atroces montañas. Y el ventilador venga échale candela. Y las dioptrías subrepticias venga precipitarse sobre mis próximas gafas...

   Hay un buen montón de peña que sólo lee "Altaïr Literatur" ­—pronúnciese con falso acento teutón de película de espías, es decir, multiplicando por sí misma cada una de las erres—. La Altaïr Literatur son los libros de la gente viajosa y montaraz, de los juan sin miedo andariegos del mundo. Libros del trepar cordados es trepar, de la nautomaquia de los mares agrestes, del dejarse los huesos a secar en mitad de los hielos antárticos y escribir cartas últimas y postits finales a la familia abandonada a su suerte en la metrópoli. Estas letras postreras, en puridad, no sirven de nada práctico, pues el Seguro nunca piensa pagar... 

   Claro que este exclusivismo leedor no nos pilla de nuevas. Hay quien sólo lee libros de highlanders tan muscúleos como amorosos. Quien sólo admite en su menú páginas polares y novelos negros. Quien sólo engulle volúmenes y sagas que vengan de más allá de las intergalácticas puertas de TannHäuser. Quien sólo lee clásicos o lo que otros dizque dijeron son los verdaderos clásicos. O quien sólo compra Blackie Books, que son la mar de monos. Total, que yo debo ser de los pocos gilipollas que me arraso los ojos con prácticamente de todo y por tal acabo no sabiendo nada de nada. (Siga aquí un exemplo práctico: ¿Sabía usted que los polacos fueron los mejores escaladores que ha parido Dios? Pues no, ya ve usted, no lo sabía, a mí es que me ponen más las disaster expeditions a la Antártida... ¡Si hasta creía que Reinhold Messner era alemán y resulta que no va ese barbudo señor y es italiano!... pogre de mí...)

   Aunque la nómina de secundarios y anecdotistas de este libro es larga, no tanta como la de muertos, pero casi casi, los protagonistas principales de este libro son cuatro. A saber:

   Jerzy Kukuczka, alias Jurek, probablemente el mejor de su tiempo, segundo hombre en la historia en subir los 14 ochomiles, tras Messner, aunque a decir y pensar de la mayoría el mérito de Jurek fue mayor que el de Messner, por subirlos siempre por vías nuevas o bien, algunos de ellos, en temporada  invernal, también en algunas ocasiones sin oxígeno. Justo después de conseguir dicho récord, en lugar de volverse para casa con su abandonada familia, no se le ocurrió otra cosa mejor que hacer que precipitarse al vacío en la imposible cara sur del Lhotse en 1989.

   Wanda Rutkiewizc, pionera del himalayismo femenino, y primera mujer en culminar el K2. Ególatra, individualista, manipuladora y dueña de un carácter que, siendo benévolos, podríamos tildar de "difícil", Bernadette McDonald intanta hacerla protagonista del libro todo lo que su ciega admiración le permite, pero hasta ella acaba por darse cuenta de que Wanda era, en esencia, una persona bastante detestable, con lo que parecía un suicidio editorial hacerla única protagonista de nada bueno. Llegada a cierta edad, Wanda no quiso asumir que ni su cuerpo ni su fortaleza ni su técnica le daban para culminar los 6 ochomiles que le faltaban, pereció sola en el Kangchenjunga en 1992, por no querer bajarse de la montaña y querer coronarla a toda costa, cuando estaba claro que su cuerpo ya no daba para ascender ni un metro mas.

   Krzystof Wielicki, lo más cerca que un ser humano puede estar de parecerse a David el Gnomo, pero sólo con mostacho, fue el quinto en culminar los 14 ochomiles, y primero en encimar el Everest en invierno. Su especialidad eran las ascensiones en velocidad, a ser posible también en invierno y a ser posible, también, sin oxígeno o directamente en solitario. A pesar de ese gusto y fiebre por el más sucida todavía es de los pocos de su generación que ha llegado a viejo.

   Voytek Kurtika, el filósofo de las alturas, nunca quiso entrar en la carrera de los ochomiles ni en la de acumular picos como el que se apunta un trofeo de caza. Probablemente el único de la nómina de este libro capaz de entender el alpinismo como algo distinto de un deporte de absurda competitividad, absurdo padecimiento, y aún, y lo peor, más absurda negación del peligro. Lo suyo no era subir por subir, sino transformarse mental y espiritualmente en cada ascensión. No le importaba abandonar una expedición y bajarse de una montaña si el instinto le decía que no era seguro seguir subiendo. Donde otros se obzecaban y enceguecían, tan tercos como sedientos de gloria, muchas veces para perder la vida, Voytek decía basta, y volvía a intentarlo en años siguientes, si es que le daba por ahí. No sólo ha conseguido llegar vivo a la madurez, también puede enorgullecerse de que ningún compañero de cordada perdió la vida en una ascensión en la que él tomase parte. Es probablemente el que mejor encarna el buen espíritu del alpinismo y al mismo tiempo, y en consecuencia, el único que de la lista que no sale en ninguna nómina de récords importante.

   Más allá del encuentro con estas fuertes personalidades, todas ellas memorables aun en sus rincones más oscuros, Bernadette McDonald parece querer constantemente justificar su libro como el testimonio de una generación que adoptó un deporte extremo y lo hizo grande como parte de una estratégica lucha política contra un régimen totalitario. Una suerte de los polacos fueron los mejores himalayistas porque no les quedó otro remedio: la única vía para sacarle las vergüenzas a su gobierno títere y reivindicar el honor de su pueblo era triunfar, sí o sí, allá donde los acomodados escaladores occidentales, hijos de sus respectivas democracias, se cagaban de miedo. No está del todo mal...

   Para mí, sin embargo, lo verdederamente aleccionador  de estas páginas no tiene que ver con un abanderamiento político dado. Es asistir a la lenta pero imparable secuencia de hechos que transforma a una hermandad de jóvenes parias, que escalan montañas juntos para huír de una sociedad que no les ofrece absolutamente nada, en una panda de narcisistas adictos al peligro y a la droga dura de la hipercompetitividad, entendida en el más bajo y peor de los términos. Observar cómo metro a metro, montaña a montaña, cada uno de ellos va alejándose del resto de los suyos, compañeros de cordada, amigos, familia, sólo para seguir apuntándose montañas en el palmarés. Cómo a medida que la escalada pasa de convertirse en deporte minoritario a acaparar letras de molde en los diarios y minutos en los noticiarios, estos hombres y mujeres empezaron a perder su humanidad para convertirse en máquinas orgánicas de padecimiento extremo y extrema obliteración del propio instinto de supervivencia. Y así hasta matarse o matar al compañero que colgaba de ellos. Tantas veces. En tantos años consecutivos. Sin acabar nunca de querer asumir la lección de que muy probablemente el de la gran gloria y la gran épica de un mártir de montaña es un brillo envilecido, que sólo sirve a la propia maquinaria del negocio del deporte y el entretenimiento de masas. 

   No ser capaces de ver esos pérfidos hilos invisibles que no los subían un sólo metro hacia la cumbre, pero en cambio los mantenían encadenados a las montañas, año tras año, hasta, las más de las veces, conducirlos al ciego y último sacrificio. He ahí el verdadero Mal de Altura, y he ahí una tiranía y una dictadura mucho peores, por solapadas, que el régimen totalitario que supuestamente pretendían denunciar. La Banca siempre gana...