Lo pongo aquí y volveré a ponerlo donde fuere menester, hay que ver qué bueno es Graham Greene, coño. La de años que me he pasado sin leer todo lo suyo, eso es lo que pica. Qué gilipollas.
Viajes con mi tía es un alegato contra lo british. Todo lo british. Ser british y sentirse british apesta como una mala cosa, ser british es una atonía, ser british es aburridor. No te da apenas el sol y siempre está húmedo, hay que llevar paraguas en todo momento, se bebe té en lugar de café y se folla siempre con la luz apagada y en la del misionero. Eso si se folla. Greene pudo dimitir del catolicismo algunos años —más tarde, a las puertas de la muerte, le entró el canguelis y volvió a comulgar, por si aquello de las moscas... No seré yo quien me atreva a reprocharle el feo—, pero pudo dimitir del catolicismo, como decía, pero jamás le alargó lo suficiente el pundonor como para hacerse saltar los sesos de lo british. Él lo supo. Fue consciente. Por eso se lanzó este ladrillazo, este boomerang, este responso de Viajes con mi tía contra la cabeza, a ver si por un casual se acertaba en plena mochera y se le iba tanta estirada tontería.
A George Cukor le gustó tanto cómo Greene puso a caer de una burra a sus camaradas british que hizo una peli que podría estar bien ver cualquier día de éstos, si es que alguna vez volvemos a oír llover.
Lo opuesto de lo british es lo hardcore. Folla siempre, folla mucho, folla bien y no mires con quién. Folla hasta los noventa años. Habrá quienes a eso lo llamen fornicación, pero se trata de gente a la que toda la sed de vida se les desagüa por el diccionario mojigato.
Lo opuesto de lo british, como decía, es fumarse las flores en lugar de sentarse a verlas crecer.
Travels with my aunt (1969) de Graham Greene
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