De La vida cotidiana de Daniel Gascón me gusta todo, casi todo, la cubierta no, la cubierta me parece una chufa, lo siento, no ayuda nada al libro, a venderlo, se entiende, a hacerlo apetecible para el bolsillo ajeno, no siempre lector, pero sí, siempre, anhelado, siempre un norte, ese norte del norte de tantos, desde editores a libreros, aunque todo esto sea arena de otro costal, marketing, billetes arrugados, así que hablemos de literatura, de lo que hay de cubierta adentro, o debiera. Daniel Gascón es un nombre bastante de puta madre para firmar libros. Se me antoja. Y La vida cotidiana me parece también un título bastante de puta madre para un libro, sobre todo si es que hablamos de un libro de relatos en los que el protagonista y narrador acaba siempre en la cama con un montón de chicas buenorras e intelectuales y con estudios superiores, que ninguna de ellas sabe ni quién es Federico Moccia, oyes; algo que sin duda le pasa cada día a cualquier mindundi, que forma parte de su vida chunga y cotidiana, está visto. Además el tipo es de Zaragoza y ambienta sus relatos en Zaragoza, no en Madrid ni en Barcelona ni en la puta Roma de los cojones, en Zaragoza, ciudad que me encanta y a la que hace ya dos años que no he vuelto y eso me tiene también un tanto encabronado, lo reconozco. Los cuentos de La vida cotidiana son cuentos de escritor y de escritura, ah y eso, cuentos de mojar el churro. Mojar el churro mucho. Está bien eso, mola: joven escritor que escribe sobre qué tipo de vida es ser joven escritor y andar todo el día mojando mucho el churro... Yo me compraría un libro que hablase de eso. ¡Coño!, de hecho, ¡lo he comprado! ¡Y hasta lo he leído! No es moco de pavo. Porque por encima de todo prevalece un detalle que se pondera cada vez menos. Que sus cuentos están bien escritos. Ustedes no sé, pero yo pienso seguir de cerca a este maño follarín...