Toda la poética y a la vez toda la épica de Una educación siberiana se encuentra ahí, en el síndrome stevensoniano, en Mr. Hyde. Es el gran atractor. El lado oscuro de la fuerza, Pequeño Saltamontes. Como con los Corleone, lo mismo. ¿Quién no quisiera dar rienda suelta a su genieciello maligno? Vivir el lado salvaje hasta las últimas consecuencias. Lo contrario de coger el mismo autobús todos los días para ir a fichar y apurar la estrecha noche del domingo para echar el polvo del mes, con suerte el de la semana. Vivir a tope el lado izquierdo de la niebla, pero bajo un código de honor. Honor. He ahí la palabra que hace saltar la banca. Criminales con honor. No nos va a dar de sí el siglo para tanto antihéroe... El corazón y a la vez la trampa de todo el asunto. Ser los malos y a la vez los buenos de la película. De ahí su seducción, su erótica, sobre todo para aquellos todos, la inmensa mayoría, que se conforman con ser buenos corderos en un mundo sin otro código deontológico que el sálvese quien pueda. Nikolái Lilin ha tenido la habilidad de convertir en novela de una vida la suya y la de todos los suyos, honorables criminales, urcas siberianos, con un verismo fresco libre de todo artificio, y eso es precisamente lo que al tiempo convierte su obra en un mecanismo peligroso y terrible de brillante literadura, ya que cuestionarse si Lilin inventa o bien tira de memoria sólo parece admitir como respuesta la navaja de Ockham.
No hay comentarios:
Publicar un comentario