El horror en diferido
Finiquita uno las ochenta páginas de estos Medallones en el poco ferrocarril que separa dos estaciones de media distancia, por un poner. En su defecto cualquier sala de espera de sanidad pública también haría esas veces. Es la suya una inconfundible arquitectura de sprint, de punto y final y se acabó y no se te ocurra buscarme ni en las contrarrelojes ni en la media montaña, así que mucho menos en la escalada. Un destapar el tarro de las esencias única y exclusivamente cuando está todo hecho. Apuntillar la faena sobre el doler y el sufrir y el sudar de los otros... Aunque quizá estoy siendo severo. Sólo quizá.
Es ésta, por tanto, lectura que destaca, ante todo, por su complexión asténica y frugal, todo y que aún no sé decirme si se asimila como postre o bien como aperitivo. Creo que más bien lo segundo. Difícil sentir este libro como otra cosa que una nota al margen, a pie de página, dentro del enorme edificio de la literatura del exterminio. De modo que sí, uno podría sentir la llamada, querer saltar desde Medallones a otros importantes libros del genocidio si es que aún no conocía la Trilogía de Auschwitz de Primo Levi, La escritura o la vida de Semprún, Sin Destino de Kertesz o Una mujer en Birkenau de Smaglewska, la lista sería larga... Pero muy difícilmente se sentirá a gusto andando el camino inverso.
Publicado en 1946, al calor del recién descubierto horror de la solución final, Medallones es un constructo tan al tiempo pseudoperiodístico como pseudoliterario, edificado a partir de los sumarios instruidos por la Comisión de Investigación de los Crímenes Hitlerianos, de la que Zofia Nalkowska, autora del libro, formó parte. Nalkowska edifica su discurso sobre diminutas estampas embebidas de un horror en el que el lector —este lector—, no obstante, jamás llega a identificarse, quizá porque Nalkowska fue testigo de los hechos en tercera persona y a posteriori, nunca víctima de los mismos, y ese detalle, cuando estamos hablando de la literatura del genocidio, es esencial. La primera persona del torturado singular se impone.
Así las cosas, el valor de un libro como Medallones, tan distanciado del centro del horror —a pesar de su loable intención primera—, cuando ya presenciamos y sentimos en carne propia el verdadero centro de la oscuridad y del absurdo a través de Primo Levi, no puede ser sino el de curiosidad histórica y poco más. Lo que en 1946 fue necesaria denuncia, en 2010, visto lo visto, andado lo leído, es ruido y redundancia. La edición en castellano del libro de Nalkowska, por tanto, parece llegar demasiado tarde al lector español, sus páginas envejecieron definitivamente en todos estos años, se antojan superadas.
Texto publicado originalmente en Galatea.cat el 16/11/2009
1 comentario:
Confieso la tremenda pereza que me produce todo lo judío. Y no creo que sea por antisemitismo, sino más bien por cansinos. Y así probablemente me esté perdiendo algo interesante, aunque tal vez no sea este libro.
Por cierto, lo del negro sobre blanco y no azul se agradece.
Publicar un comentario