Las galletones estos, con pepitas de chocolate como pezones de musa meyeriana, son un vicio y una desconsideración que me permito, no obstante, sólo porque en lo que va de año he perdido más kilos que años me quedan a este lado del absurdo, y visto lo visto, ¿por qué cojones no iba a darme el gustazo de ponerme una vez más —y van...— de buen año?, ¿abandonarme por enésima vez a la cara de pan? Tanta gente chunga gastádose los cuartos en ChufliPark y MoñoAventura, carajas por el estilo, cuando todos tenemos la mejor montaña rusa a la simple y sola distancia de un llenar la despensa de azúcares colesterólicos e insanas levaduras.
Lo que nunca he acabado de comprender muy bien es lo de los veganos, no sé, si el dios creador de toda esta engañifa que llamamos vida hubiese querido que nos alimentásemos únicamente de zanahoria y col y zumo de zarzaparrilla, digo yo que al menos nos habría dotado también de la capacidad de follar como conejos...
Ahora son las cuatro de la tarde, aunque esto lo colgaré no sé cuándo, y el café me ha salido demasiado fuerte, o bien la leche ni es leche ni es lefa de semental traspapelada, porque a las vacas de aquí ya ni siquiera les dan a probar malas hierbas de los arcenes de las autopistas. Nuestras lecheras ya sólo catan lo mejor de lo mejor: clembuterol cortado con dormidina. Luego pasa lo que pasa, que te sale un vástago con tres tetillas y un cojón de menos y en lugar de denunciar a las autoridades miras mal a la parienta, como si entreverando con soterrado pánico el dintel de la puerta.
Miro con saña de asesino y entrecejo de psicópata la última galleta del paquete que no hace ni una hora que desvirgué y no sé bien si decidirme, si avalanzarme sobre esta última ciudadela de lujuria papilar y desenfreno gustativo. Vuelvo a pensar en Solaris, no la peli de Soderbergh, ni la novela de Lem, sino en el planeta-dios que era como un niño tonto y autista y potente y con taras evidentes en los isquiotibiales. A todos nos pone jugar al doctor Frankenstein, modelar el mundo y a cuantos nos rodean a imagen y semejanza de la última y más gorda de nuestras deposiciones matinales, ya sea por amor o por venganza o simplemente por abulia . Y ahí es donde entra la comida.
Yo no he visto en la naturaleza obesidad y morbidez en las carnes despendoladas más allá de la mano del hombre, es decir, de su gazuza, su ansia mayúscula y circunfleja de devorar. Gatos gordos, perros gordos, simios sapiens hinchados y a punto de reventar como para llenar con uno sólo de sus estómagos kilométricos el más grande museo de los horrores. Comemos demasiado y vivimos demasiado y en general se lee muy poco, sobre todo a Céline.
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