El verano es tiempo de barbecho bloguesférico, más que nada de andar pateando la Red de arriba abajo a la caza y captura de ese vuelo por un euro que nos lleve de aquí y nos traiga, tasas incluidas, de cualquier ninguna parte. Nos quite de este calorazo indecible y nos meta en otro aún mayor, las más de las veces cocotero y tropical y orillado de malarias. Pero sarna con gusto no pica, dicen, así que la picada de un mosquito malayo hasta las trancas de fiebres supongo que tampoco. De ahí que uno pueda sentirse aquí y ahora como en casa, con poco o ningún temor de asfixiar al respetable con la insana peste de sus recién quitadas zapatillas. ¿Acaso alguien anda transitando estos alrededores?... Y es que hay pies y sobaquinas y alientos que son peores que cien cajas de Pandora, mas no hay qué ni hay problemática cuando no hay universo del otro lado, que toda la basca ha regresado al mundo real por tres semanas, regalándose una tregua más que merecida de tanta ciberpamema y tanta virtuhostia.
Yo, en cambio, escribir, lo que se dice escribir, escribo poco, nada y menos y cuarto y mitad de lo que me pide la muela del juicio que me dejé en no sé qué placenta, pero algo escribo, con todo, y ese algo es esto, esta basura que sostiene lo justo mi cordura al tiempo que apuntala mi indolencia: cada cual se automedica la maldición como buenamente puede y le parece y mi bolsillo no da para grandes exhibiciones antibióticas ni estupefacientes, pero para papel y lápiz y café todavía me alcanza.
Lo que es una pena es que pudiendo ser tantos seamos tan pocos, y de esos pocos, tantos tan contundentemente malos. Tanta medianía me da de arder... Escribir fue siempre cosa proselitista, eclesial y de derechas, cosa de ricos, vamos, que fueron a quienes únicamente se les enseñó la letra, sin sangre además, que ésa, la sangre, corrió toda de cuenta de la soldadesca garrula y el campesinado analfabeto. Con el tiempo y los siglos y la mucha hemoglobina sembrando barros conseguimos dar la vuelta a todo aquello, pero luego vino la ESO y vino Operación Triunfo y después aún vinieron Risto Mejide y sus condenados libros, y a partir de ahí sí que ya se hizo el acabóse... En plena era de las telecomunicaciones prima el volumen de datos transmitido y se premia la velocidad de transmisión, pero la calidad de la información transimitida ya no es un valor. Teniendo la capacidad de comunicarnos en tiempo real con un fulano que está en nuestras antípodas para decirle que estamos bien, que somos felices y comeremos perdices, va y le mandamos un jodido smiley sonriente... ¡Pero qué coño!
Será que me estoy haciendo mayor y retrógado y cuando no me duele el coxis me duele la rabadilla —que viene siendo lo mismo aunque no sea igual—, que ésta ya no es realidad para viejos, pero cada carta en mi buzón que no es una factura se me antoja pica en Flandes y cada correo electrónico que no es un maldito telegrama me parece una exquisitez de la mayor clase. Las contadísimas excepciones no dan lugar para abrigar ninguna esperanza pero sí al menos han de ser una digna lectura mientras agotamos la espera.
Llegará el día, lo sé, en que sellos y libros y plumas estilográficas sean sólo meros objetos de coleccionismo, pero para ese entonces espero haber muerto hace mucho, y mi biblioteca y mi correspondencia y todos mis bártulos de escritura arderán después de mí... Eso si es que mis herederos no se las dan de Max Brood y me hacen la púa malvendiéndolo todo a un trapero o a un Boba Fett de la cultura.
1 comentario:
¬¬'...
:)
:D
XDDDDD
Si ej que.... ¿se puede decir más con menos?
Y lo bonito que será ver cómo todo arde.
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