Una lengua que tuviera el brillo y la dureza de una hoja de sable
Antoni Casas Ros, El Teorema de Almodóvar
Recién salido de la ducha, entregado al café de la noche, a esta soledad de fresco junio entrando por la terraza, todo parece más saludable de lo que en realidad es. ¿Quién no necesita engañarse al menos un par de veces al día? Pero el tiempo no cesa para nadie. Porque el tiempo no es. Y lo que ni es ni ha de ser no se detiene... Música. Nadie alrededor. El teclado. Una división entera de ideas y conceptos paracaidistas en la cabeza, sobrevolando las zonas de aterrizaje de mis obsesiones, hace minutos que tienen luz verde, los pilotos de mis circunvoluciones siguen dando vueltas, una, dos, tres pasadas, las que sean necesarias hasta que el primer pensamiento de la cordada decida que ya no tiene miedo, que se acabó el especular sobre si lanzarse al fin sobre el objetivo de las teclas puede ser o no una orden desobedecida, una plegaria desatendida. Dar rienda suelta de una vez a lo que no puede ser de otra manera. No sólo el tiempo observa sus singulares prerrogativas, y quizá eso podría llegar a erigirse en pequeña magia, uno de nuestros ínfimos inconquistables arrebatos. Ser en todo momento un dios desesperado y morir en consecuencia, arrebolado sobre el abismo de todos los segundos. Eso es plenitud.
Pienso en el hombre sin cara y no puedo evitar a John Hurt bajo el maquillaje del Hombre Elefante en la sala de exposiciones de mi cabeza. También he pensado en la máscara pelirroja que Bogdanovich le encasquetó a Eric Stoltz, lo reconozco. ¿Qué estará haciendo? Ahora mismo, mientras yo escribo esto, bebo este café, la noche se abate sobre mí en un picado definitivo, de auténtico as del aire. ¿Qué estás haciendo ahora mismo, Antoni? Tal vez duermes. Bebes tequila. Andas de putas. O bien durmiendo la mona. Quizá garrapateando párrafos, tú próxima novela. Puede que buscándote por enésima vez la nariz en el fondo vacío del centro del infierno. Que es el recuerdo. Que es el Tiempo: "El deseo de que nuestra vida sea grandiosa de una vez. De que surja por fin una gran pasión, aunque haya de destruirnos". Esto lo dices tú y yo lo suscribiría si es que hubiese lugar para que un nombre, el mío, el de cualquiera, pudiese significar alguna suerte de diferencia, de distancia; profundidad. Demasiado cínico como para intentar siquiera reconquistarme. Demasiado frío como para andar tentando la divinidad. Mil soles apagados dentro, ninguno de ellos ascua. Pese a todo, me miro en el espejo y me reconozco.
El secreto reside en la audacia y debe ser siempre punta de lanza de toda acechanza. El sable no sólo en la lengua, por supuesto también en el par de ojos destructores, la peligrosa mirada. No se pueden avivar las cenizas de una supernova decapitada sin entregar a las llamas cientos, puede que miles de daguerrotipos en sepia de nuestros íntimos sueños. Matarse uno mismo muy pronto para así comenzar a vivir... Para eso no es necesario dejarse el rostro arruinado para siempre contra un volante. Bastaría con asumir que cualquier segundero es una derrota. Ahí lo difícil, el mal trago. Renunciar a sabiendas de que no habrá más oportunidad... No hace falta ser el fantasma de la ópera ni el Innombrable para devenir dios desesperado. Luz verde. Saltar o no. Los justos arrestos y arrojarse al centro del vacío, sin la seguridad de que recién aterrizados nos aguarde fiesta ninguna. Vivir en lo normal, a secas, no tiene por qué ser una tragedia menor.
Pero, como digo, quién no necesita engañarse un par de veces cada día, incluso tres. Por lo demás, de acuerdo.
2 comentarios:
Más de una vez he tenido este librejo sobre las manos, tratando de decidir qué hacer, con su publicitado misterio y toda la pesca... pero nunca me he decidido a nada.
El ??? continúa.
Cruzaré el páramo y compraré el libro. Te escribiré.
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