Resistencia en el flanco débil

abril 13, 2009

Pescado frío



Supongo que por mucho que haya uno leído y releído a Ballard es siempre un trago difícil, todo y que muy probablemente se antoje peor de lo que en realidad es: se te queda hecho un ovillo de espino en el fondo del pecho, justo en mitad del corazón derrotado y las inagotables reservas de autocompasión barata: la muerte del afecto... Lágrimas sensibleras y cuchilladas de dolor que de uno salen y en uno se quedan.

Lo único que diferencia una noche en la que escribes de una en que obvias hacerlo es la dosis de rabia. También, por supuesto, la impotencia, esa bomba lapa adherida a la voluntad. Si ambas superan cierta masa crítica el artefacto estalla, el individuo explota. Detono. Primera del singular. Sucede esto.

¿Y luego qué? Luego nada. Fin de la subasta y fin del espectáculo, pasemos al siguiente lote... Son las dos menos veinte de la madrugada de un 13 de abril como podrían ser las doce menos cinco de un 26 de febrero del 2019 y Deckard acabase de dejar lista de papeles a Joanna Cassidy, la replicante Zhora —¡qué guapa y qué estupenda estarás entonces, Joanna!—. Para cualesquiera de los posibles entonces que pudiesen devenir de este preciso ahora, sí o sí, ya habré muerto. Si no por fuera, sí desde luego por dentro. Si tuviese exmujer lo más seguro es que me acabase llamando "pescado frío". Pero resulta que no...

Todo parece declinar hacia cierta área de doméstica catástrofe, niágara de vidas desperdiciadas entre la terapia de sofá y una dieta de microondas. Los libros se han callado, son poco más que una nueva capa de pintura en las paredes, polícromos lomos silenciados. A la tele se le han comido la lengua también, la tengo muteada, me acompaña, lo que se dice, a base de patéticos resplandores. En meses sobrevendrá el apagón analógico y al fin podré tirarme a la basura con ella. Pero antes una conocida marca de condones anuncia orgasmos femeninos con las lenguas y las pollas en off... Al final va a resultar que Zygmunt Bauman va a tener razón, pero tendrá que darse prisa, de lo contrario tal vez nunca me dé tiempo de comprar —que no leer— su Polvos Líquidos.

Escuchar, si es que en verdad escucho algo, escucho las mismas guitarras y baterías que hace apenas cuatro años, más por azar que por consecuencia, pero ahí están. Veranos más luminosos aquéllos, por descontado. Cada día futuro que se desangra deslustra al precedente en su hemorragia, no hay lejía que ataque semejante cantidad de evisceraciones.

Todo proceso depresivo tiene la ventaja de no cansarte en lo físico; la corriente de marasmo e indolencia, como río manriqueño de aguas ciclotímicas, te lleva hasta desencadenarte... ¿Podría quitarme de en medio en este instante? Eso sería dar la oportunidad de verter lágrimas a quien no las merece. La capacidad de llorar a tumba abierta, como las cruces de hierro, se ganan a cara de perro en el campo de batalla del día por venir. Y si Malcolm Lowry le dio con tanto afán al ukelele seguro que fue por no ladrarse un tiro en la jeta alcoholizada...


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