Releo Nocilla Dream para poder releer Nocilla Experience, todo y no saber para cuándo esperar Nocilla Lab —¡y lo que me importa, amigos!— porque a Fernández Mallo o se le lee actualizado, lo que se dice upgradado recién, o mejor no se le lee, emplea uno ese tiempo en cualquier otro sinsentido de andar por casa y así la declaración anual de entropía le sale a devolver, que no negativa. En realidad todo responde a un capricho idiota, un azar antojadizo cuyas raíces ni me planteo, bien que hago. Releo a Mallo y releo también a Lem, Solaris, masterpiece como ya no las tallan, y leo además un Roth, a Zweig y a un Apollinaire de trincheras y enchochado. Todo sin orden y con total desconcierto, todo al tiempo, un no parar. Total, ¿para qué? Para dármelas de Quijote, no sé cuándo, y justificar en tanta letra y tanta miopía una locura que sin embargo me viene de otro lado, un lado o arista de esquina que no voy a cruzar ni vosotros, ninguno, por tanto, columbraréis siquiera (y aquí, venga, todos a tirar de DRAE).
Conque releo la primera entrega narrativo-nocillesca-pospoética, como decía, y encuentro que todo encaja mejor y hay más perlas subrayables pero el conjunto cae con un estrépito de zapatilla Nike un número corta, ese chiste que ya no es tan bueno como lo recordábamos, algo así como un espejo hecho añicos en el alquitrán recién horneado, cientos de flashes minúsculos chisporroteando en la retina al ritmo de la reflexión solar. Así, por ejemplo, Mallo escribe: "El amor es un trabajo difícil, amar es lo más difícil que he hecho en toda mi vida", y yo aplaudo frenético y mi quitaría la gorra si estuviese en posesión de semejante objeto; y más adelante dice: "Samantha jamás había estado con un hombre a esa hora en la habitación. De repente, como otra vida", frase que me da de vueltas, pero que de inmediato mi subconsciente empitonado se encarga de arruinar con este "cierto, como otra vida, pero no necesariamente mejor", y es que uno será como es hasta los restos... Y ya, fin de la nocilla por hoy, o no, sólo un detalle, que a lo que él llama Transhumanismo lo llamo yo Posthumanismo, y de ese burro no me bajo, porque sí, porque me da la gana y porque suena mejor lo mío, qué carajo, aunque recuerdo que una novia que tuve a toda esta chundarata ballardiana y neocárnica la llamaba Transhumancia, más que nada por tocarme los huevos en sentido no literal, y ahora que caigo va a ser verdad que tanto onanismo tecnológico-nietzscheano está por derivar en cosa de mucho rumiar la pava y poco cardar la lana.
Me disperso...
Sigo dándole vueltas, no obstante, al asunto de Joanna Cassidy, no vayáis a pensar que no me preocupa el asunto. Casi tanto como el agujerazo de ozono o separar mis residuos domésticos, todo un reto para el hombre cibermúndico. El tiempo que no empleo en leer, releer o volverme loco de dolor sentimentaloide lo gasto en edificar y reedificar planes A y B para que cuando llegue el momento nada esté a trasmano de mis propósitos. Eso será dentro de diez años, mes arriba mes abajo, y aunque ahora mismo la mejor de mis opciones para dejar a Deckard fuera de combate sigue siendo la zancadilla arrabalera y a correr, tengo tiempo aún, dos lustros, de modo que ya se me ocurrirá algo más elegante, confío... El caso es que yo tendré 41 entonces y ella andará por los 37, bien guapa y madura y con el genio replicante a flor de piel —esto último, de hecho, como toda mujer que ha dejado atrás los veintitrés—. No está mal el apaño, sobre todo cuando caes en la cuenta de que para ese entonces muy probablemente ya habrás quemado dos terceras partes de tu pila conejera duracel... Está claro que tendré que prepararme también un buen discurso. Y mantenerme en forma, qué duda cabe... O eso, o empezar a fumar, que siempre da caché.
Las cuatro y cuarto de la madrugada, compañeros, y esto da puta pena, me marcho al sobre, a ver si Morfeo reparte suerte.
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