La cosa va de cine, que es lo único que apetece —y acontece— estos días. Doy por hecho que los amantes del buen cine ya lo habrán asimilado e incluso evacuado, tal como se les coló por la bandeja de entrada del oído procedieron a meterlo en su trituradora de documentos estúpidos. Aun así hay que señalarlo, no sólo porque es mucha más la gente que gusta y disfruta del mal cine, también porque hasta hay para quienes el cine —bueno, malo o del uzbekistán— es sencillamente un pretexto para devorar palomitas fuera de casa y pipas dentro de ella. Así que ahí va: el Oscar fue para Penélope, lo que en sí ni me indigna ni me ofusca pero me descoloca un tanto, puede que hasta dos. Que le otorguen prestigio —si es que se le puede aún llamar prestigio— semejante por hacer de verdulera histérica, es decir, de sí misma, de mujer a una vaginísima loca pegada, tiene bemoles, porque para empezar, si nos ponemos puristas, eso ni siquiera es actuar. Pero es lo de menos, porque lo de más es la película, que no es tal, que es un spot de noventa minutos pagado por los ayuntamientos de Barcelona y Oviedo del que lo mejor que se puede decir es que no está mal como folleto turístico, y lo peor, que el buenazo de Woody debería empezar a considerar el buscar residencia. De todos modos yo creía que el cine publicitario ya tenía sus premios, que no son estos, los Oscar, pero igual me equivoco.
También vi El lector, que bien podría haberse titulado El encoñado —por lo visto hoy el asunto va de vaginas— y que cuenta con ganas y hasta cierto estilo la historia de un pobre chavalín adolescente que pierde el sieso por meterla en un chochillo madurito y nazi. El invento fue muy bien durante la primera hora y hasta confieso que las escenitas de carnalidad me subieron lo que es bilirrubina y lo que no; después del calentón ya discurrió todo bien y fácil y por los trillados senderos hasta los créditos y yo me fui a casa tan contento. Si hay que añadir algún pero, no obstante, me pido la vez, porque lo del Oscar a la Winslet por este papel sí me parece excesivo y asaz entrecomillable: ¿acaso para hacer creer al respetable que uno es analfabeto a de estar poniendo todo el rato cara de deficiente mental? No son la misma cosa. Con todo, por la escena del culo se lo hubiese dado, el premio, el Oscar, pero me da que el culo aquel no fue el suyo, que era una doble de pandero, porque a las edades y las caderas de la Winslet —por bien que se conserve la moza— se necesita grúa para tener los mofletes traseros tan en el sitio. Las damas me perdonen.
Y lo mejor de la semana pues vaya, el que se quedó sin premio, que no sin prestigio, Mickey Rourke, que de un tiempo a esta parte, atracón de botox mediante, tiene más que cara que nunca de Bukowski, no como cuando aquélla, Barfly, en la que sólo estuvo a la altura al, digamos, ¿40 %?, y pese a todo estaba divertida mientras no saliera Faye Dunaway en el encuadre. Bien. The Wrestler me hinchó la vena gorda del fracaso, del loser que llevo dentro, me lo pasé pipa. Si la lucha libre fuese un deporte con posibles, o simplemente un deporte, sin más, puede que hasta me hubiese puesto más cardíaco que cualquier Rocky. Conque tuve que cambiar envalentonamiento inducido por catarsis. Me pareció de órdago, en lo concreto, ese final, simbólica y literalmente en el aire, porque sí, porque está bien, porque a lo mejor los tontunos quince minutos de gloria warholianos los más de nosotros la espichamos y ni los olemos, pero al fin y al cabo está en nuestras manos, nuestras cabezas huecas, sentirnos al tiempo Dios y Ayatolá de todo lo creado por tres cochinos segundos, aunque sea en plan estrella rutilante de un pozo de mierda o el acostumbrado basural humano.
Lo que se dice follarse el mundo justo antes del último aliento... aunque nadie ande mirando. Eso mola. Aunque luego la película no sea nada del otro jueves, pero al menos le da un poco de vidilla al canino de la rabia, la mala hostia cojonera. Y molar, moló también la Tomei, actuación mediocre inclusive, pero con los años y las carnes mucho mejor llevados que la Winslet. Puestos a prestigiar contorsionismos yo le hubiese dado el Oscar grande a las cuclillas de la Tomei —también a sus pitones de auténtico Aconcagua—, el chico al culo falso de la Winslet y a la Penélope gritona la mandare de vuelta al Barrio Chino, a fotografiar putas sonrientes y vender lechugas.
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