Noto que me he hecho y sorprendido viejuno, por ejemplo, en que no alcanzo a columbrar en qué insospechado momento o transición de segundos una gran parte de la literatura de terror, horror o simplemente «de miedo» que yo conocía, derivó en llamarse y etiquetarse como Weird Fiction o Ficción Extraña, tal que así, en un abrir y cerrar de ojos, y al siguiente parpadeo lo que pasará es que estaré ya fiambre, tiesito y en la caja, aunque falta por saber si me alcanzará la vida en muerte para levantar mis huesos machucados de la sepultura y vagar por las noches estirándole al durmiente personal de la manta...
En esta colección de cuentos de Gwendolyn Kiste, finalista de un Bram Stoker —que se llevaría Joe Hill—, hay también un buen puñado de fantasmas, fantasmas weird, pero sobre todo hay un buen puñado, aún mayor, de mujeres weird, mujeres extrañas, raras, insólitas, también excepcionales, por qué no, pero ante todo muy solas, y sólo hasta cierto punto bastante desamparadas, víctimas de una sociedad demasiado normal, para la que no están hechas, ni lo estarán nunca, y debe ser por este determinismo que casi todas las mujeres de Kiste acaban huyendo, desapareciendo o abandonando voluntariamente un mundo cuyo propósito último fue siempre el de asimilarlas antes que comprenderlas, o siquiera, al menos, darles un poco de espacio.
Son 14 cuentos. By Dilantando Mentes Editores (Great Weird descubrimiento...):
«Algo prestado, algo azul»: La protagonista de este relato da a luz pájaros en lugar de bebés. He aquí un hecho bastante raruno, ¿cierto? El marido la abandona, claro, eso lo primero. La sociedad la margina y la inunda de maledicencias, eso lo segundo. A la humana sociedad no le gusta que las mujeres paran otra cosa que bebés. Sin plumas. Sin Pico. Bebés sonrosados y lo más normales posible. Y no es que la humana sociedad le haga ascos a los freaks, eso ya lo sabemos, pero sólo los tolera si es que están bien vigilados y contenidos y generan sus buenos ingresos. Como en los circos. En la televisión. O en yutub. Se me ocurre. El caso es que la protagonista de este relato quiere poder educar a sus hijos, sus pájaros de sus entrañas, sus polluelos. Pero la humana sociedad eso no lo quiere ver ni en pintura. Y esto sólo se explica, entiendo, porque la humana sociedad aún no ha ideado cómo convertir semejante anomalía en dividendos... A mí los pájaros me dan mucho respeto, porque siempre veo en ellos el dinosuario que fueron. Si miro atentamente la foto de la autora de estos cuentos creo que sí tiene un poco jeta de pájaro...
«Las diez cosas que hay que saber sobre las diez preguntas»: La siguiente gran pandemia tras el covid será la gente que decide desaparecer de este mundo. Se las pira, sin más. Sin duda es gente juiciosa que por fin ha llegado a la verdad esencial de que esto no hay quien lo soporte, para qué esperar la muerte cuando puedes sencillamente esfumarte y ya. Pero para la gente que se queda en este valle de lágrimas ése aún es un plato difícil de tragar. Sobre todo si quien desaparece es tu media naranja... Este no sé si cuento o manual de instrucciones explica la historia de dos amigas que aspiraban a ser algo más que amigas, pero el poder atractor del Absurdo se mete por medio... El suicidio entendido como extinción silenciosa —a la par que juiciosa.
«Un réquiem en una bañera»: Otra que se suicida. A la Kiste le pone mucho escribir el suicidio. La que se quita de en medio ahora es la hermana de la narradora, quien para no perder lo último que le queda de su hermana, pues no se le ocurre otra cosa que conservar la bañera llena de su sangre una vez retirado el cadáver. Litros de lirismo malsano que sólo pueden darse en norteamérica, donde, ya se sabe, cualquier persona con la justa sensibilidad poética puede permitirse el lujo de sacrificar uno de los baños de la casa para convertirlo en altar.
«Todas las manzanas se han marchitado hasta volverse grises»: Es la reescritura malevolente del cuento de Blancanieves. Me ha gustado mucho este cuento. Sobre todo la nada sutil y del todo clara voluntad de la Kiste de no crear un solo personaje masculino que no sea un cretino hijo de puta. Funny.
«El hombre que habita en el sagrario»: Este cuento son las cartas de amor de una adolescente al fantasma que habita en su armario, sagrario, mueble sueco o qué se yo... El fantasma no le hace ni puto caso, pero ella sigue erre que erre con su devoción espectral-platónica... Los años pasan y la chica se hace mujer. Deja domesticar su esencial y salvaje alma femenina por las convenciones de la sociedad patriarcal. O lo que es lo mismo y aún peor: se convierte en esposa. Y aún peor o lo que es lo mismo: se deja preñar por un hombre (ése sucio animal)... Es demasiada presión para una niña que siempre quiso vivir la magia del amor con un espectro. Así que no le queda otra que emprender la huída hacia adelante, metiéndose en el sagrario, armario, ikea item, o yo qué sé qué oscuras maderas...
«A ver si me encuentras, mami»: Uf, este cuento no sé. Los cuentos de menos de 4 páginas son casi siempre un tiro en el pie. Menos cuando los firmaba Fredric Brown... Y aún te diría que hasta cuando los firmaba Fredric Brown... Hay una madre. Y una hija. La hija desaparece. O se la llevan. El caso es que la madre la perdió de vista y la Kiste le lee la cartilla. Por haberse dejado sustraer a la niña y por haberse dejado embarazar, eso sobre todo... Por suerte es una cartilla corta... Filfa.
«Audrey llega de noche»: Otro gran cuento de fantasmas con final, aunque no del todo inesperado, bastante satisfactorio. Comenzamos a entrever los estilemas de la autora, a saber: amigas muy amigas o hermanas muy hermanas que acaban separadas; el hombre como mal necesario; el hombre como mal innecesario; el hombre, ese sucio animal; la maternidad es una esclavitud; el matrimonio es una trampa; nosotras lo valdremos siempre, aunque nos suicidemos mucho... He de reconocer que cuando el fantasma de Audrey se trepa a la cama de la narradora da un poco de cague.
«Un campamento de verano de cinco días»: Distopía. En un futuro no muy muy lejano, a las niñas rebeldes las llevan a un campamento para lavarles el cerebro a base de drogas y dieta keto. Si no te portas bien no te vuelven a dejar probar los hidratos de carbono en tu puta vida... Las protagonistas son un par de hermanas hermanísimas, por supuesto también amiguísimas. Una de ellas es rebelde y lo otra es sólo lista. Ni que decir tiene que la segunda salva el culo a la primera y el Gran Hermano te Vigila es engañado y abre, finalmente, el grifo de los macarrones a la boloñesa y el pan blanco...
«Una piel dulce como la miel»: La visión y versión de la Kiste sobre el vampirismo no podría ser otra cosa que una banda de, ¿lo adivináis?, amazonas outsiders de la noche que sacrifican hombres (esos sucios animales), para arrancarles la piel a tiras y, literalmente, hacerse con ella unas mascarillas integrales. A todo esto, y por el mismo precio, también nos brinda una historia de amor tóxico y otra de amor verdadero en poco más de 15 sanguinolentas páginas. Muy outré.
«A estas alturas, probablemente me habré ido»: Conste en acta que sigo pensando que la mayoría de cuentos de menos de 4 páginas son y serán un tiro en el pie. Pero el agujero en la alpargata que deja éste es muy divertido...
«A través de la Tierra y el Cielo»: No sé, supongo que será porque soy hombre (ese sucio animal) y se me argumentará, con razón, que en esta cuestión no puedo ser muy objetivo, pero cansa ya un poco tanto tópico negativo de la masculinidad. Querida Gwendolyn, reguapa, me tienes que no sé si lanzarme a las vías del tren o reservar quirófano para una emasculación...
«Las princesas en sus torres»: Deconstrucción del cuento de Rapunzel de los Grimm. Obviamente, como no podía ser de otro modo en Kiste, el salvador enamorado de la princesa encerrada en la torre también es mujer. Celebración Queer. Tan bella como instrascendente (sobre todo a mis ojos de hombre —¡sucio animal!—, ya un poco harto de tanta androfobia).
«Y su sonrisa desligará el Universo»: Junto con el siguiente y último de la serie, el más logrado y vivo relato del libro. Una pequeña delicatessen a caballo entre la pesadilla surrealista, el tributo cinéfilo y el horror ontológico. Aunque en el posfacio se menciona el libro «Parpadeo» de Theodore Roszak como clara referencia, yo no puedo dejar de pensar en el «Arrebato» de Iván Zulueta. Todos te añoramos, Sharon Tate...
«La novia de Lázaro»: Cada alma en este mundo tiene sus fantasmas, mayores y menores, y está claro que entre los grandes miedos de Gwendolyn Kiste la palma se la lleva el pavor a sentirse encadenada y domesticada. Todos sus cuentos, de algún modo, versan sobre frágiles pájaros, frágiles pájaras en puridad —y perdón por el chiste tan malo, pero era inevitable—, que pierden su belleza y su esencia, y en el camino también la vida, al verse privadas de la libertad y las alas de su libre albedrío, si es que semejante cosa en verdad existe... No es de extrañar, pues, que la última mujer de Kiste en este libro sea una Ícaro que se prende en llamas para no seguir eternamente esclava de una jaula de oro, la del matrimonio, la de la vida normal a un hombre unida, demasiado cómoda, y por demás inconcebible.