Resistencia en el flanco débil

noviembre 04, 2024

La estancia oscura (The Dark Chamber, 1927) de Leonard Cline

 


 

     La estancia oscura a la que alude el título es la desmemoria. O el sueño reparador. La desconexión necesaria para mantenerse a este lado de la cordura. Sin la capacidad de dormir y olvidar nuestro cerebro podría, tal vez, recordar a la perfección todos y cada uno de los momentos de nuestra vida. Y no sólo eso. Rememorar y retrotraer todas las vidas y formas de vida que nos precedieron desde al albur de los tiempos. En tales circunstancias, ¿acaso no estaríamos a un paso de la Divinidad? De una monstruosa e insostenible Divinidad, por otro lado...

    En mi cabeza le doy vueltas al chicle de si ésta es o no una novela de terror, ya ni siquiera me planteo la encrucijada de si es o no una buena novela, que no lo es, por supuesto, por mucho que agradase a Lovecraft, y a veces lo elástico del chicle me alcanza hasta para pasear por la incertidumbre de qué destino hubiese tenido este libro si al solitario de al Providence no le llega a dar por hablar bien de él... Obviamente tiene elementos que, mejor aprovechados, habrían dado para una gran novela de horror ontológico. Desde luego, si Cline hubiese sido un escritor más competente, muy probablemente «La estancia oscura» no habría necesitado de los parabienes de Lovecraft para acumular lectores a sus espaldas, se habría defendido por sí misma.

    Su problema principal es querer tocar demasiados palos, y si hay un género que no perdona la dispersión, ése es sin duda el terror. La historia gana y pierde impulso en la misma medida que su narrador, Fitzalan, se va dejando llevar por diferentes impulsos y meandros: ahora el miedo, después el deseo, el amor entre medias, una pizca de culpa por aquí, otro de hálito creador frustrado por allá, para volver en última instancia al horror primero y al amor redentor después. Y la cosa no se sostiene porque ninguna de esas emociones acaba teniendo ni la suficiente fuerza ni el suficiente protagonismo.

    Aunque semejante amalgama no termine de cuajar, sin embargo, mantiene aciertos lo justo notables para acabar sosteniendo el libro en pie. Estoy pensando en la propia mansión, Mordance Hall, que, a la manera de la mítica casa Usher, acaba reflejando en su soledad y lobreguez finales la decadencia moral de sus disolutos moradores; por supuesto pienso también en Richard Price, hombre de acción convertido en decrépito monstruo debido a su inveterada obsesión por el ejercicio de la memoria; pienso en ese enorme edificio de tres plantas incrustado en la roca, que sirve de almacén a los recuerdos y archivos de Price, un hombre que lleva 35 años sin vivir la vida porque decidió que su única prioridad debía ser recuperar la esencia y la fotografía exacta de los 40 que ya había agotado; pienso incluso en el fiero y negro perrazo, Tod, trasunto de muerte ya desde su mismo nombre, pero que, inopinadamente, nos guarda alguna que otra sorpresa para el final.

    No obstante, el verdadero hallazgo de «La habitación oscura» es el contraste entre exterior e interior, o la acción corrosiva del tiempo sobre el espacio, con su abanico de estaciones, todas ellas, empero, disfrazadas de invierno, ovillándose sutilmente sobre una mansión que no conoce la luz eléctrica y a la que, poco a poco, se le van apagando todos los fuegos, hasta dejarla congelada de frío y de desolación. Incluso cuando finalmente la primavera llega y se produce el deshielo, ya es tarde, el invierno persiste, su humedad ha calado en la casa, pudriéndola, y sus ocupantes han enfermado fatalmente, de frío, de locura y de desamor.

    Resulta curioso, pues, que Leonard Cline no fuese capaz de legarnos una buena novela de horror acorde a su tiempo, pero sí en cambio una bello retablo gótico de extraña atmósfera, en pleno siglo XX, cuando ya se suponía que todos los castillos azotados por la tempestad estaban gozando de su más que merecidos años de jubilación.

 

 


 

octubre 30, 2024

El Enigma de las Palabras Muertas (Dying Words, 2006) de Shaun Hutson

 



    El primer enigma de la cosa ésta es cómo coño un libro que en shakespiriano se intitula "Dying Words" se acaba traduciendo en quixotesco como «El Enigma de las palabras muertas», la responsabilidad de esta sandez, como sabemos, fue indirecta pero enterita del ínclito Dan Brown. 

    Otra cosa que ni se entiende, por marciana, es que novela semejante saliese al mercado español bajo el auspicio de Minotauro, lo que demuestra, junto con otros no menos marcianos títulos de su catálogo en aquellos años (muchos de ellos, como éste que nos ocupa, en su Colección Hades), lo perdida que anduvo la dirección del sello en los años que sucedieron a la compra de la mítica editorial del gran Paco Porrúa por parte de Grupo Planeta.  

    El resto de sandeces, es decir, la novela entera, fue toda ella, sí,  culpa directa de Shaun Hutson. Que quién coño es Shaun Hutson. Pues Shaun Hutson es y será siempre el autor de la novela que nuestro querido Juan Piquer Simón convirtió en la truñopeli de las babosas asesinas: «Slugs. Muerte Viscosa». Si no sabes de qué peli te estoy hablando, amigo mío, no sé en qué dilapidaste tu adolescencia, pero tengo claro que videoclubs no pisaste ni uno...   Por lo demás, quién sabe, algún día puede que hasta me le lea la novela y todo.

    La que sí leí fue ésta, "Dying words", que es una cosa bastante mala y bastante reaccionaria, pero me interesaba la idea central de la trama, del enigma de marras, y que, en resumiendo, viene a exponer que, en ciertas circunstancias, la escritura puede cobrar vida, cuerpo, carne y sangre y, ya puestos, las más homicidas y sanguinarias intenciones.

    Al margen de esta idea, que me parece lo mejor y prácticamente lo único salvable del libro, uno asiste con cierta sonrisa cómplice a los pequeños ajustes de cuentas para con la industria editorial que Hutson va perpetrando a lo largo de sus páginas. No conforme con irse ventilando, uno a uno, y de las formas más cafres y gore imaginables, a un editor, un crítico literario y una relaciones públicas (editorial), Hutson guarda el peor de los finales para Frank Denton, un escritor de terror superventas que dejaría en pañales al gran Sutter Cane de John Carpenter. Cuesta muy poco imaginarse el estudio de Hutson mientras escribía esta novela, con la cara de todo un Stephen King sonriente colgando de la pared, a modo de diana, y seis o siete dardos perforándole los ojos miopes...

    Otra cosa muy interesante que le encuentro a perder el tiempo escribiendo sobre estos libros de mierda es que tirando del hilo del internete me topo con cosas surrealistas y del todo psicotrónicas, como que al bueno Shaun Hutson, a parte de encargarle la novelización UK de "The Terminator",  le invitaron también a meter la cuchara en escrituras mercenarias tan chachis como novelizar pelis de la Hammer:  "Twins of Evil", "The Revenge of Frankenstein", "X The Unknown"... 

    Joder. Ganarte las garrofas haciendo eso es muchísimo más divertido que escribir tu propia mierda. ¿O qué? 

      


"Slugs, muerte viscosa", de Juan Piquer Simón


octubre 26, 2024

Carcoma (2021) de Layla Martínez

 


    Vaya por delante que este me parece un libro trascendente, no sólo por su valor intrínsecamente literario, que es mucho, también y probablemente incluso más por la altura de su vuelo como fenómeno más allá del puro texto. Optar a ganar el National Book Award con esta pequeña novela de terror, probablemente el mayor galardón de las letras estadounidenses, no es ninguna minucia. Porque se trata de una primera novela. Porque su autora cuenta sólo 37 años. Obviamente, porque el libro está escrito en lengua no inglesa. Porque transcurre en una Cuenca profunda que allá, en las Altas Américas, ni siquiera es topónimo que pueda calificarse de antípoda, aunque en realidad, y a la postre, comprobaremos que no sucede en lugar ninguno. Y, sobre todo y final, porque, al menos en apariencia, es un libro de género, y se vende como tal, aunque nuevamente a la postre esta adscripción podría cogerse muy con pinzas.

    «Carcoma» es la historia de un matriarcado maldito. La historia de cuatro mujeres, cinco en realidad, porque la Casa es también mujer, y probablemente la madre y semilla de toda la estirpe, esclavas del odio, que las roe por dentro hasta consumirlas, hasta dejarlas en el frágil y podrido esqueleto, como la carcoma del título. Mujeres atrapadas en una una casa también maldita, que no las suelta sino es para hacerlas desaparecer en el limbo, ya que ni siquiera muriendo podrán escapar a su yugo espectral.

    El libro de Layla Martínez habla de la extorsión silenciosa, y de cómo su inmediata consecuencia, el odio, escanciándose gota a gota en el interior de sus protagonistas, acaba tomando cuerpo y sangre en forma de venganzas, magia negra y horror sobrenatural. La extorsión del patriarcado. La extorsión de las clases pudientes. La extorsión del paisaje vaciado. Y, cómo no —y para variar, ya tardaba, siempre lo mismo...—, la extorsión de los vencedores de una guerra civil que lo impregna todo de indecencia, y son esta Tierra y este suelo contaminados de ignominia y vergüenza, sobre los que se asientan los cimientos de una casa cuya sombra arrojará desgracia tan adentro como afuera de sus paredes durante generaciones.  

    Como decía al principio, no le puedo poner ni un pero al libro, creo que hace muy bien todo lo que pretende y, por supuesto, ha conseguido muchísimo más de lo que seguramente imaginaba, obviamente si una historia traspasa fronteras de la forma que ésta lo ha hecho es porque toca las teclas adecuadas, y la música suena bien en muchas cabezas.

    Diferente es que mi cabeza está ya muy trastornada, y cuando yo me asomo a este libro, ante todo y sobre todo, es porque se trata de una historia de casa maldita no anglosajona, y cuando termino el primer capítulo, maravillado, diciéndome que al final hasta va a ser verdad que lo es, de auténtico terror, con su casa maldita y todo, ¡y en castellano ibérico nada menos!, nada de lo que viene después está al nivel de las expectativas suscitadas.

    Habrá que seguir buscando... En Daria Pietzrak. Quizá...

 

 


octubre 20, 2024

Y su sonrisa desligará el Universo (And her smile will untether the Universe, 2017) de Gwendoline Kiste

   


    Noto que me he hecho y sorprendido viejuno, por ejemplo, en que no alcanzo a columbrar en qué insospechado momento o transición de segundos una gran parte de la literatura de terror, horror o simplemente «de miedo» que yo conocía, derivó en llamarse y etiquetarse  como Weird Fiction o Ficción Extraña, tal que así, en un abrir y cerrar de ojos, y al siguiente parpadeo lo que pasará es que estaré ya fiambre, tiesito y en la caja, aunque falta por saber si me alcanzará la vida en muerte para levantar mis huesos machucados de la sepultura y vagar por las noches estirándole al durmiente personal de la manta...

    En esta colección de cuentos de Gwendolyn Kiste, finalista de un Bram Stoker —que se llevaría Joe Hill—, hay también un buen puñado de fantasmas, fantasmas weird, pero sobre todo hay un buen puñado, aún mayor, de mujeres weird, mujeres extrañas, raras, insólitas, también excepcionales, por qué no, pero ante todo muy solas, y sólo hasta cierto punto bastante desamparadas, víctimas de una sociedad demasiado normal, para la que no están hechas, ni lo estarán nunca, y debe ser por este determinismo que casi todas las mujeres de Kiste acaban huyendo, desapareciendo o abandonando voluntariamente un mundo cuyo propósito último fue siempre el de asimilarlas antes que comprenderlas, o siquiera, al menos, darles un poco de espacio.

    Son 14 cuentos. By Dilantando Mentes Editores (Great Weird descubrimiento...):

    

    «Algo prestado, algo azul»: La protagonista de este relato da a luz pájaros en lugar de bebés. He aquí un hecho bastante raruno, ¿cierto? El marido la abandona, claro, eso lo primero. La sociedad la margina y la inunda de maledicencias, eso lo segundo. A la humana sociedad no le gusta que las mujeres paran otra cosa que bebés. Sin plumas. Sin Pico. Bebés sonrosados y lo más normales posible. Y no es que la humana sociedad le haga ascos a los freaks, eso ya lo sabemos, pero sólo los tolera si es que están bien vigilados y contenidos y generan sus buenos ingresos. Como en los circos. En la televisión. O en yutub. Se me ocurre. El caso es que la protagonista de este relato quiere poder educar a sus hijos, sus pájaros de sus entrañas, sus polluelos. Pero la humana sociedad eso no lo quiere ver ni en pintura. Y esto sólo se explica, entiendo, porque la humana sociedad aún no ha ideado cómo convertir semejante anomalía en dividendos... A mí los pájaros me dan mucho respeto, porque siempre veo en ellos el dinosuario que fueron. Si miro atentamente la foto de la autora de estos cuentos creo que sí tiene un poco jeta de pájaro... 

    «Las diez cosas que hay que saber sobre las diez preguntas»: La siguiente gran pandemia tras el covid será la gente que decide desaparecer de este mundo. Se las pira, sin más. Sin duda es gente juiciosa que por fin ha llegado a la verdad esencial de que esto no hay quien lo soporte, para qué esperar la muerte cuando puedes sencillamente esfumarte y ya. Pero para la gente que se queda en este valle de lágrimas ése aún es un plato difícil de tragar. Sobre todo si quien desaparece es tu media naranja... Este no sé si cuento o manual de instrucciones explica la historia de dos amigas que aspiraban a ser algo más que amigas, pero el poder atractor del Absurdo se mete por medio...  El suicidio entendido como extinción silenciosa —a la par que juiciosa.

«Un réquiem en una bañera»: Otra que se suicida. A la Kiste le pone mucho escribir el suicidio. La que se quita de en medio ahora es la hermana de la narradora, quien para no perder lo último que le queda de su hermana, pues no se le ocurre otra cosa que conservar la bañera llena de su sangre una vez retirado el cadáver. Litros de lirismo malsano que sólo pueden darse en norteamérica, donde, ya se sabe, cualquier persona con la justa sensibilidad poética puede permitirse el lujo de sacrificar uno de los baños de la casa para convertirlo en altar.

«Todas las manzanas se han marchitado hasta volverse grises»: Es la reescritura malevolente del cuento de Blancanieves. Me ha gustado mucho este cuento. Sobre todo la nada sutil y del todo clara voluntad de la Kiste de no crear un solo personaje masculino que no sea un cretino hijo de puta. Funny.

«El hombre que habita en el sagrario»: Este cuento son las cartas de amor de una adolescente al fantasma que habita en su armario, sagrario, mueble sueco o qué se yo... El fantasma no le hace ni puto caso, pero ella sigue erre que erre con su devoción espectral-platónica... Los años pasan y la chica se hace mujer. Deja domesticar su esencial y salvaje alma femenina por las convenciones de la sociedad patriarcal. O lo que es lo mismo y aún peor: se convierte en esposa. Y aún peor o lo que es lo mismo: se deja preñar por un hombre (ése sucio animal)... Es demasiada presión para una niña que siempre quiso vivir la magia del amor con un espectro. Así que no le queda otra que emprender la huída hacia adelante, metiéndose en el sagrario, armario, ikea item, o yo qué sé qué oscuras maderas...     

«A ver si me encuentras, mami»: Uf, este cuento no sé. Los cuentos de menos de 4 páginas son casi siempre un tiro en el pie. Menos cuando los firmaba Fredric Brown... Y aún te diría que hasta cuando los firmaba Fredric Brown... Hay una madre. Y una hija. La hija desaparece. O se la llevan. El caso es que la madre la perdió de vista y la Kiste le lee la cartilla. Por haberse dejado sustraer a la niña y por haberse dejado embarazar, eso sobre todo... Por suerte es una cartilla corta... Filfa.

«Audrey llega de noche»: Otro gran cuento de fantasmas con final, aunque no del todo inesperado, bastante satisfactorio. Comenzamos a entrever los estilemas de la autora, a saber: amigas muy amigas o hermanas muy hermanas que acaban separadas; el hombre como mal necesario; el hombre como mal innecesario; el hombre, ese sucio animal; la maternidad es una esclavitud; el matrimonio es una trampa; nosotras lo valdremos siempre, aunque nos suicidemos mucho... He de reconocer que cuando el fantasma de Audrey se trepa a la cama de la narradora da un poco de cague.

«Un campamento de verano de cinco días»: Distopía. En un futuro no muy muy lejano, a las niñas rebeldes las llevan a un campamento para lavarles el cerebro a base de drogas y dieta keto. Si no te portas bien no te vuelven a dejar probar los hidratos de carbono en tu puta vida... Las protagonistas son un par de hermanas hermanísimas, por supuesto también amiguísimas. Una de ellas es rebelde y lo otra es sólo lista. Ni que decir tiene que la segunda salva el culo a la primera y el Gran Hermano te Vigila es engañado y abre, finalmente, el grifo de los macarrones a la boloñesa y el pan blanco...

«Una piel dulce como la miel»: La visión y versión de la Kiste sobre el vampirismo no podría ser otra cosa que una banda de, ¿lo adivináis?, amazonas outsiders de la noche que sacrifican hombres (esos sucios animales), para arrancarles la piel a tiras y, literalmente, hacerse con ella unas mascarillas integrales. A todo esto, y por el mismo precio, también nos brinda una historia de amor tóxico y otra de amor verdadero en poco más de 15 sanguinolentas páginas. Muy outré.

«A estas alturas, probablemente me habré ido»: Conste en acta que sigo pensando que la mayoría de cuentos de menos de 4 páginas son y serán un tiro en el pie. Pero el agujero en la alpargata que deja éste es muy divertido...

«A través de la Tierra y el Cielo»: No sé, supongo que será porque soy hombre (ese sucio animal) y se me argumentará, con razón, que en esta cuestión no puedo ser muy objetivo, pero cansa ya un poco tanto tópico negativo de la masculinidad. Querida Gwendolyn, reguapa, me tienes que no sé si lanzarme a las vías del tren o reservar quirófano  para una emasculación...

«Las princesas en sus torres»: Deconstrucción del cuento de Rapunzel de los Grimm. Obviamente, como no podía ser de otro modo en Kiste, el salvador enamorado de la princesa encerrada en la torre también es mujer. Celebración Queer. Tan bella como instrascendente (sobre todo a mis ojos de hombre —¡sucio animal!—, ya un poco harto de tanta androfobia).

«Y su sonrisa desligará el Universo»: Junto con el siguiente y último de la serie, el más logrado y vivo relato del libro. Una pequeña delicatessen a caballo entre la pesadilla surrealista, el tributo cinéfilo y el horror ontológico. Aunque en el posfacio se menciona el libro «Parpadeo» de Theodore Roszak como clara referencia, yo no puedo dejar de pensar en el «Arrebato» de Iván Zulueta. Todos te añoramos, Sharon Tate...

«La novia de Lázaro»: Cada alma en este mundo tiene sus fantasmas, mayores y menores, y está claro que entre los grandes miedos de Gwendolyn Kiste la palma se la lleva el pavor a sentirse encadenada y domesticada. Todos sus cuentos, de algún modo, versan sobre frágiles pájaros, frágiles pájaras en puridad —y perdón por el chiste tan malo, pero era inevitable—, que pierden su belleza y su esencia, y en el camino también la vida, al verse privadas de la libertad y las alas de su libre albedrío, si es que semejante cosa en verdad existe... No es de extrañar, pues, que la última mujer de Kiste en este libro sea una Ícaro que se prende en llamas para no seguir eternamente esclava de una jaula de oro, la del matrimonio, la de la vida normal a un hombre unida, demasiado cómoda, y por demás inconcebible.

 



 


octubre 15, 2024

Más tenebroso de lo que piensas (Darker than you think, 1948) de Jack Wiliamson

 

 


    Muchos años yo detrás de un queriendo y no pudiendo acometer esta novela. Seguro que si hubiese albergado en mí el poder de transformarme por las noches en un perrancano lobisome de los infiernos, como sí hace su protagonista, me la hubiese ventilado en menos de lo que se tarda en levantar la pata y marcar de meados esa farola de ahí...

    En principio esta novela es una reescritura del mito licantrópico. O un esclarecimiento. Un vestir el mito a la luz del siglo XX, que, en cierto modo y si me apuro, acaba siendo en esencia un teñirlo de blanco con agua oxigenada hasta dejarlo casi exangüe. 

    La luz de la razón del siglo de la violencia y de la era atómica dice, por ejemplo, que el hombre lobo, el hombre bestia, nuestra Hyde mitad, tan potente y latente como irracional, puede reducirse a leyes de matemática y enunciados de antropología. Not bad.

    Jack Williamson, escritor eminentemente de ciencia ficción, intenta con la figura del lobo hombre un poco lo mismo que hizo Richard Matheson en «Soy Leyenda» con el vampiro, pero sólo le sale a medias, es decir, que le sale la mitad en la que es competente, que es la de la ciencia, pero fracasa en la del terror, porque con el terror lo que sucede es que no basta con saber escribir y medio dominar el explicarse, hay que tener un algo más en el tarro de las esencias, que es la alquimia dificilísima del escalofrío, al alcance de no tantos.

    Que a pesar de este doble suspenso en atmósfera y capacidad para la inquietud la historia se lea tan bien como se lee, no debe entenderse sino como una gran virtud dentro de su estrecho fracaso.

    El hecho de que «Más tenebroso de lo que piensas», vistos los resultados, no pueda ni deba servirnos como cuento de terror, no es óbice para que no asumamos con una nada sutil sonrisa socarrona el quizá mucho más terrorífico subtexto —por tan ineluctable verdad—que emerge de esta historia, y que no es otro que hasta en el reino de los Superhombres, los Superlobos, las Superbestias y los cualesquiera otros Supermesiánicos Elegidos, los hombres proponen y las mujeres disponen. Así que nada nuevo bajo el sol de la dictadura de las feromonas...



 

mayo 24, 2024

Los maléficos (The Doomsters, 1958) de Ross Macdonald

 


    Mola mucho cuando sales de una librería de viejo con dos bolsas a reventar de libracos y resulta que uno, ¡maldita sea, al menos uno!, de los veinte o treinta que te llevaste, no sabes bien por qué motivo, lo empiezas ese mismo  día, hasta lo acabas esa misma semana, es una sensación fantástica, de poderoso autoengaño; por un momento podrías llegar a a pensar que no estás tan mal de lo tuyo de la bibliofrenia, después de todo, incluso podrías llegar a pensar, ni que fuese por un segundo, que le pegaste un buen mordisco en el culo a la entropía.

    «Los maléficos», séptima novela de Lew Archer, en edición de Martínez Roca, número primero y bautismal de aquélla, su colección Crim, allá por el 86, cuando lo de Chernóbil, también se puede encontrar en la edición más reciente y con nueva traducción en la Serie Negra de RBA, aunque ahí la intitularon «Los malignos», pero a mí la que me gusta es ésta de los años 80 (aunque si me topo con la otra también me la pillo, lo mío sí que es estar fatal).

    Se habla muy poco de Ross Macdonald. Se escribe muy poco de Ross Macdonald. ¿Por qué? ¿¡POR QUÉ DEMONIOS!? Tan poco. De Ross Macdonald. Con lo bueno que es... Sois una pandilla de cabrones.

    Ni siquiera Pierre Lemaitre lo menciona en su «Diccionario apasionado de la Novela Negra», pero luego va el tío y le dedica tres paginazas a John Grisham... ¡Anda, Pierre querido, vete a cagar!

    Las novelas de Ross Macdonald son de lo mejorcito de su tiempo por dos motivos:

    Motivo 1: Lew Archer, el detective empático. Como hijo natural de los dos grandes tótems de la novela negra norteamericana, Hammett y Chandler, Archer aspira a ser un tipo duro y solitario, pero al mismo tiempo no puede sustraerse a dejar que las penas y miserias del otro acaben determinando sus decisiones. Es lo que yo denomino, a través de sus propias palabras en «La mueca de marfil», la Ley de Archer: «Estoy de lado de la justicia cuando puedo distinguirlo. Cuando no, estoy con la víctima...». Es por esto que en muchas ocasiones Archer se acaba rebelando contra sus clientes (resultaron ser unos canallas), o bien se acaba metiendo en casos e investigaciones en los que, a priori, nadie en el sano juicio de su egoísmo se enfangaría (el inocente parece a todas luces culpable). Esto último es la base y el arranque de «Los maléficos»: sólo Archer es capaz de empatizar con el loco, que al final no estaba tan loco como todos lo querían pintar.

 

    Motivo 2: su discurrir metafórico. Ross Macdonald es una especie de Príncipe de los malabares estilísticos, en esto es un claro afluente de Papá Chandler, que sería el Rey, solo que mientras el rey se muestra en ocasiones excesivo y ampuloso, su sucesor al trono opta siempre por la sencillez, precisa y mínima. Digamos que Macdonald es la versión lite de Chandler. Ningún detective privado piensa como piensan Marlow o Archer, en ese destilado constante de aceradísimas y contundentes metáforas y comparaciones, ¡así ni siquiera discurren los verdaderos poetas!, pero nos da igual, es lo que los hace al tiempo tan inverosímiles como fascinantes. Y por eso los leemos...

     

     Algunos botones de muestra, con el que hacerse buen traje:

    

    "Cuando volví en mí me hallaba en la cuneta, junto a las señales de los neumáticos que había dejado mi coche. Al levantarme, los campos, que parecían un tablero de damas, se colocaron en su sitio a mi alrededor, con un leve balanceo. Me sentía curiosamente pequeño, como un alfiler clavado en un mapa".

 

    "Mildred no le prestó la menor atención. Subió al Buick, aguardó hasta que el camión hubo dejado vía libre y trazó una amplia curva ante mí. Me preocupó ver cómo trataba el coche y cómo se trataba a sí misma.  Se movía y conducía inconscientemente, como alguien que estuviera solo en el espacio negro".


    "Se sentó en la banqueta del piano y sacó un cigarrillo que yo le encendí. Luces gemelas ardían en las profundidades de sus ojos. Sentí cómo ardían sus emociones detrás de su fachada profesional, como fuegos atómicos rodeados por muros. No ardían por mí, sin embargo".

 

    "Durante un rato ninguno de los presentes dijo nada. El tictac del pensamiento continuaba como un pequeño punto de sutura en mi conciencia o a pocos milímetros por debajo de ella, tratando de unir los harapos y los andrajos ensangrentados del día".


    "La mayor parte de mis horas de trabajo las pasaba esperando, hablando y esperando. Hablando con personas corrientes en vecindarios corrientes sobre casos corrientes, esperando que la verdad aflorase a la superficie. Acababa de vislumbrarla hacía sólo unos instantes, y debía notárseme en los ojos".

 

    "Ostervelt se situó en el umbral y lanzó tres balas tras él en fuego rápido, más rápido de lo que corre cualquier hombre. Debían ser balas muy pesadas. Grantland fue empujado y zarandeado por los impactos, hasta que sus piernas ya no estuvieron debajo de él. Creo que murió antes de estrellarse contra la calzada. «No debería haber corrido —dijo Ostervelt—. Soy tirador de primera. Pero sigue sin gustarme matar a un hombre. Es demasiado fácil cargarse a uno y demasiado difícil cultivar uno".

 

    "Por una vez en mi vida no tenía nada y no quería nada. Entonces pensé en Sue y el pensamiento me atravesó, cayendo como una pluma en el vacío. Mi mente lo recogió y corrió con él y alzó el vuelo. Me pregunté dónde estaría Sue, qué haría, si habría envejecido mucho mientras permanecía emboscada en el tiempo, o si habría cambiado el color de su luminosa cabeza".  





enero 22, 2024

Las Mejores Historias de Terror II (Nightmares, 1979)



    Qué días aquéllos, ¡ay!, ya no volverán, en los que las visitas al quiosquero (las mañanas de densa niebla) te regalaban naturalezas muertas tan excitantes a la par que sugerentes como un hacha ensangrentada clavada en un tocón, de cuyo otro extremo pendía la calavera del hombre pelopaja...  

    Segunda entrega de las antologías de Martínez Roca en su colección Super Terror (nº4), que tomó como base la antología "Nightmares", 1979, selección a cargo de Charles L. Grant, aunque sólo traía la mitad de los relatos de aquélla (la otra mitad vendría en el nº7 de la colección).  Soy tan gilipollas que me los he leído todos: 


    «Soportar a los niños» de Stephen King: Hay pocos autores tan capaces de hacer recaer la maldad sobre los niños como Stephen King. El King es el king por algo. Los niños son monstruos. Su maestra, a su manera, también lo es. La grandeza del cuento reside en la nunca resuelta incertidumbre sobre cuál de los dos bandos es el más hijo de puta. Qué monstruo es real y qué monstruo no, si es que no son reales todos ellos... Este relato se incluyó posteriormente en el tochanaco recopilatorio Kingiano al uso, intitulado «Pesadillas y alucinaciones».   

    «Un, dos, tres» de Bill Pronzini: ¿Qué pasa cuando estás solo en casa pero en realidad tienes la sensación de que hay alguien más, de que no estás solo en casa, pero hay alguien, ¡oh Dios Mío!, eso parece, aunque luego no, qué va a haber alguien, ¡hombre!, ¡sí, ¿no?, jaja qué tontería!, pero fijo que alguien se me ha colado dentro, lo presiento, ¡que no hombre, que no!, si al menos me hubiese comprado un perro... ¡o un gato!... ¡O una mangosta!... ¡Pero a ver si va a ser que sí que hay alguien, no me jodas... o no... o sí... ¡¡¡O susto!!!?...  El genial creador del Detective "Sin Nombre", nos trae ahora a un siniestro Allanador (sin nombre también). 

    «Hija del dorado Oeste» de Dennis Etchison: Un estudiante desaparece en misteriosas circunstancias. Sus restos son encontrados poco después en una cuneta, todo él mutilado y como medio digerido de cintura para arriba. Sus dos mejores amigos deciden investigar. Craso error. Las mismas lamias (en el cuento, clan-de-mujeres-serpiente-venidas-a-la-civilización-desde-Sacramento) que devoraron a su amigo se los desayunan también a ellos... Siempre es curioso comprobar cómo los autores norteamericanos, tan huérfanos de Historia, y por ende de Folclore, se las apañan para hackear la mitología universal y ponerla al servicio de sus ficciones, muchas veces con buen tino.

    «El árbol» de Steven Edward McDonald: Vudú. Jamaica. Horror caribeño. Un espíritu malo habita dentro de un árbol. Alguien lo manda talar. Se viene el chungo. El espíritu malo campa a sus anchas. Sale una abuela y empieza a revolver entre las gallinas. Magia negra. Santería. Hechizos. Se saca del magín otro espíritu más chungo aún y se las apaña para encerrarlos a los dos en otro árbol y que allí dentro empiecen a darse de hostias entre ellos. Sólo puede quedar uno y todo aquel rollo... Madre mía... Me costó mucho acabar este relato. Yo es que cuando salen brujas hablando criollo desconecto.

        «La masa sin voces» de Arthur L. Samuel: Muere un violinista que fue rechazado en cierta orquesta, entendemos que injustamente o por tráfico de influencias, pero antes de espichar hace prometer a su amigo (¿su hermano?, ¿su amante?, ¿su lutier?, ni idea) que matará a toda la sección de cuerda de aquella orquesta mediante una bomba fétida. O asín.

    «Compañero de asiento» de Chelsea Quinn Yarbro: Chica guapa norteamericana vuela de regreso al yanki hogar después de un verano pateando la vieja Europa. La chica es guapa pero también es un poco rara. Ha ido a visitar el castillo del conde Drácula. Los vampiros de las pelis clásicas le hacen tilín. También ha renunciado a casarse y en su yanki y retrógado hogar creen que a lo mejor les ha salido un poco tarada, por aquello de que "la mujer americana, sin familia y sin matrimonio, ni es mujer ni es ná"... También resulta que su apuesto compañero de fila en el avión, que al principio parecía muy seductor, luego va y es un insolente. Ella se hace la ofendida el resto del vuelo y él aguarda su momento. Aterrizan. Él la invita a cenar porque en realidad es un vampiro de verdad y se la piensa merendar. Ella acepta la invitación todo y que en el fondo desconfía, pero lo que le ocurre, aún más en el fondo, es que es sencillamente idiota. Fin... Este relato forma parte de la enorme saga iniciada con Hotel Transylvania, con la que la Yarbro viene pagando la práctica totalidad de sus facturas since 1978. 27 novelazas y casi una docena de relatos para decirnos que el Conde Saint-Germain fue un viejo vampiro aristócrata europeo. Esto no es terror, ni del bueno ni del malo. Esto es pastiche guasón con colmillos del mercachina, pero da el pego —y el pegote... 

    «Campos» de Jack Dann: Muy buena mierda, ésta, Jack. He de reconocer que empieza floja pero poco a poco se te va metiendo en la vena... Stephen, un joven entre la vida y la muerte debido a terribles quemaduras establece un insólito y sobrenatural vínculo con Josie, la madura enfermera que lo cuida. Ella ejerció como enfermera durante la Segunda Guerra Mundial y fue testigo de la liberación americana de algunos campos de exterminio. Ahora Stephen sueña cada noche que es un judío prisionero de los nazis. Sobrevivir a la barbarie del holocausto en el sueño podría significar la diferencia entre la vida y la muerte en el presente. 

    «La anacoreta» de Beverly Evans: En la introducción nos dicen que éste fue el primero publicado por su autora, parece que su carrera no alargó más que otros pocos cuentos, lo cual es una pena, porque "The Anchoress" es una auténtica cabronada, que por sí mismo ya justifica toda la antología. Mamá nunca superó la muerte de Papá, y así fue como acabó convirtiéndose en una loca de la albañilería... Insania, gótico americano, amor necrófilo, filicidio y toneladas de mortero. Poe hubiese sonreído y el gran Alberto Laiseca le dio la vuelta de tuerca definitiva.       

    «Transferencia» de Barry N. Malzberg: Haciendo honor a su apellido, el bueno de Barry tuvo a bien colarnos esta cosa bastante mala (jaja)... Tenemos a un asesino en serie que ya desde pequeño sabe que está destinado a cargarse a mucha gente. Como que lo lleva en los genes. Como que hay un gran depósito de monstruosidad en su interior. Entonces, a medida que pasa el tiempo y crece (y mata personas), el tipo va retirando poco a poco ese depósito de maldad del banco de su interior enfermo para depositarlo, "lleno de roja liquidez", en los bolsillos de sus manos asesinas, mediante cada vez más regulares y cuantiosas transferencias de saldo. Y así hasta que llega el día que ya no le queda un duro de malignidad que retirar y termina el cuento (gracias a Dios), y ya no sabemos qué más pasa (ni nos interesa tampoco), pero habrá que suponer que el menda se queda sin blanca. La psicopatía entendida como balance contable...    



La Anacoreta de Beverly Evans, por Alberto Laiseca


 

enero 20, 2024

El Reparador de Biblias de Tim Powers

 


 

    Tim Powers. Uno de los renovadores de la literatura fantástica durante los años noventa y primeros dos mil, antes de que George R. R. Martin arrasara con todo (¿Para bien? ¿Para mal? Arrasara con todo...) Este librito. 96 páginas. Editorial Gigamesh. Forma parte de esa escueta colección de ediciones no venales que el señor Alejo Cuervo se sacaba de la imprenta para regalar a sus clientes, mayormente los vientitrés de abril, cuando lo de la rosa y el libro. Atención: No eran anticipos de lanzamientos ni primeros capítulos de novelas por venir. Eran libros completos. Libritos. Pero completos. For free. Yo al señor Alejo Cuervo históricamente lo vengo criticando mucho, principalmente por su mala costumbre de quedarse tan gran parte de mi dinero, pero díganme un otro editor o librero en este país que regale libritos completos al personal, ya sea el día del libro u otro día cualquiera. Pues eso.

    Estas 96 páginas contienen cuatro cuentos de Tim Powers, que es un autor que al señor Alejo Cuervo le ha encantado siempre, le viene encantando mucho, y es por esto que ha acabado publicándole prácticamente todo. Incluidos estos cuatro cuentos, que no sé muy bien, por otra parte, si merecen tal atributo, porque son cuentos sin presentación, les falta la primera parte de todo cuento, que sólo tienen nudo, y, con suerte algunos tienen hasta desenlace, y cuando no hay suerte, pues ya lo que te encuentras es otro nudo y otro nudo y otro nudo, y así hasta que mueres o desistes, lo que pase primero.

 

         «Dondequiera que se oculten»: Dos veces me he leído este cuento. No me he enterado de nada. Ya no lo intento más. En la contracubierta te dicen que «aborda el tema del viaje en el tiempo desde una perspectiva tan original como inquietante». Muy bien. Pero es que cabe la posibilidad de que quien escribió esto tampoco se  acabara de enterar de una mierda. Conque no sé...

    «Un alma embotellada»: Éste sí está chulo. Una historia de fantasmas. O como si el Dean Corso de «La Novena Puerta» de Pérez-Reverte se hubiese encamado, en lugar de con El Diablo, con el fantasma de una escritora siniestra. Un escritora poetisa. Un escritora cabrona. Un escritora asesina.     

    «El camino de bajada»:  Una estirpe de espíritus o entes o, mayormente, despreciables genios borrachuzos, vienen siendo unos imperecederos hedonistas hijos de mil padres, mediante la vil práctica de ocupar el cuerpo de un bebé nonato —expulsando de paso su nonata e inocente alma al limbo del no ser—, expoliar los años de juventud de ese cuerpo viviendo a mil vicios por segundo, y suicidarse en última instancia, una vez el cuerpo está ya hecho cisco y fosfatina, para inmediatamente volver a nacer al mundo ocupando el cuerpo de un otro y siguiente bebé. Una inquietante relectura del mito de Halloween entre vapores etílicos y okupas de cuerpos.

    «El reparador de biblias»:  Éste no sé. Éste yo creo que podía haberle quedado muy bien, y probablemente el mejor, a poco que el señor Powers le hubiese dado por picar un poco más de piedra. Pero resultó que no. Hay días que nos da por trabajar y hay días, los más, que no hacemos otra cosa que buscar un pretexto para escaparnos a terminar el día en el bar. ¿Quién podría reprochárselo? El caso es que este relato es una red confeccionada con el mejor de los mimbres, pero falla la urdimbre, los agujeros son demasiado grandes. Si te lanzas sobre ella no para el golpe y tus huesos machucados besan la tierra, pero, ojo,  tiene esta frase: «... cuando oyó tres golpes en la puerta: el primero, vigoroso; los otros dos, apenas un roce. Se dio cuenta de que, como no estaba cerrada, el visitante la había abierto sin querer», que me parece una manera tan acertada y poco habitual de describir con literatura el esencial descompás y la natural asincronía con que la realidad se las apaña para entorpecer y sabotear insidiosamente el devenir de los hombres.

 


 

enero 18, 2024

Psicosis II (Psycho II, 1982) de Robert Bloch

 


    Lo primero que quiero escupir aquí es que me encanta el subtítulo: «El Regreso de Norman». Repito: ME. ENCANTA. EL. SUBTÍTULO. Oye, que tú lees Piscosis II y lees Robert Bloch y ves a un Anthony Perkins terminal desventrándote con la mirada y fijo que lo primero que piensas es: me da que esto va del regreso del abuelo de la prima del panadero... ¡Pues No! Va del regreso de Norman Bates, ¡a que no te lo esperabas, pedazo de cabra!... Y para mayor escarnio va y te lo ponen entre paréntesis, así como en chivándote por lo bajini las respuestas del examen, ya si eso en el bar ta me vas pagando una napolitana y un cafelito...

    A mí que los editores nos traten a los lectores como si fuésemos todos unos completos borderlines es una cosa que, mira, aun tan acostumbradísimo, nunca deja de sorprenderme. Creo que en el fondo saben que comprar, compramos muchos libros, pero leer, pues a lo mejor en el fondo apenas leemos uno, o tres, o cinco, o ninguno, y desde que acabas de leer ese uno o ninguno hasta que te vuelves a leer ese-otro o ese-ningúntro-nunca-más, pues ya en ese intervalo de tiempo, qué quieres que te diga, pues a lo mejor ha sucedido que te has vuelto GILIPOLLAS. Y es por eso que nos tratan así, nos hablan así, ya desde la cubierta o la contracubierta —que por otra parte es lo único que en verdad les importa que leamos—, como si fuésemos unos disminuidos. 

    Es una teoría.

    Ahora bien. Psicosis II. Robert Bloch. 1982. Este libro. Yo no sé bien qué pretendió Robert Bloch con este libro. Si se le había acabado la pasta. Si se lo encargaron. Si la noche pasada le habían levantado la radio del coche. Si qué... El caso es que el asunto principia con Norman escapándose del manicomio y cargándose dos monjas. Se huele la goleada. Pero luego enseguida tira la defensa para atrás  y empieza a especular con el resultado. De repente Bloch ya no quiere escribir más sobre Noman Bates. Ahora quiere ridiculizar el mundillo de Hollywood. Me las vais a pagar, dice, hijos de puta, dice. Cabrones, dice. Bloch había sido guionista allí muchos años. Y ahora había llegado el momento de morder la mano que da de comer... Jaja... Qué divertido... Lo que pasa que ni como chiste ni como venganza le acaba saliendo una invectiva muy allá. 

    Yo creo que en realidad Bloch nunca quiso escribir este libro. Me da muy fuerte este pálpito. Pienso que en su fuero interno Bloch sabía que convertir a Norman Bates en una desbocada máquina de matar suponía no sólo rendirse a la moda por un puñado de dólares, sino también, y mucho peor, traicionar al personaje y traicionarse a sí mismo. Bates fue y había sido siempre un enfermo antes que un psicópata. Y así decidió dejarlo.

    Y es por esto que Psicosis II, la película, 1983, nada tiene que ver con Psicosis II, el libro, y es por esto también que lo del «Regreso de Norman» no es sólo una perogrullada, además es mentira.

 


enero 17, 2024

La Casa y el Cerebro (The House and the Brain, 1859) de Edward Bulwer-Lytton

 


    Me he leído otra vez la novelilla ésta del Bulwer-Lytton, la había leído en 2013, joder, no hace tanto tiempo, ¿no?, pues no recordaba nada... Eso hace que me dé cuenta de cuán importante —al tiempo que tan intrascendente— es que una vez acabada la lectura me siente aquí a soltar al alimón estas chorradas, así pasados los años puedo acudir aquí y releerlo y, bueno, seguiré sin recordar nada de nada, pero al menos me echo unas risas.

    Dentro del vasto a la par que conspicuo inventario de la literatura espectral, las historias que más molan son, dónde va a parar, las de mansiones encantadas y caserones malditos, no en vano por lo general la primera noche es siempre gratis y te puedes jincar un par de copichuelas de oporto —o la botella entera— al calor de la chimenea antes de que toquen las doce campanadas en el carillón y el primer ente ectoplásmico haga acto de presencia en lo alto de las escaleras. A partir de entonces ya todos a correr...

    «La casa y el cerebro» empieza con una especie de Willy Fogg que dice que 80 días no, pero que una noche entera en la casa embrujada en cuestión sí se la pasa, por sus huevos. Y para allá que se va, pero no acude solo, no, el muy truhán, que mete en el fregado al fiel criado y al fiel perro. Llega la noche y enseguida comprobamos que la casa está muy mal de lo suyo de los fantasmas, que es muy chunga, la casa, aunque todo lo que se viene apareciendo es en realidad muy poco "terrifying", muy filfa, son como sombras negrísimas que se mueven y presencias viles que te cogen de la pechera y te aprietan el gañote. Aun así el criado se caga en seguida las patas abajo y se las pira sin decir aquí te quedas. El perro en cambio no se las pira, ya que no es un maldito cobarde, el perrazo se queda, porque aunque está igual de cagado que todos allí, es una bestia mil veces más noble que cualquier simioide. Entonces la casa castiga su fidelidad, la del perro, asesinando a la pobre bestia (Bulwer-Lytton, sábelo bien, ¡eres una mala persona!). 

    Para ese entonces ya podemos barruntar que algo no cuadra, porque los fantasmas no matan perros, eso lo sabe todo el mundo —incluido San Iker—, incluido también el protagonista. Aquí la narración cambia y deja de ser una "Ghost Story". Pasa a ser una "Masonic Story". Bulwer-Lytton le da la vuelta y empieza a escribir en plan hermético, para iniciados, nos hace partícipes sólo de la mitad de la fiesta. Ya no hay fantasmas. Ahora hay una maldición. Un mal de ojo. Se lo echó un tío a la casa: muy chungos los dos, el mal de ojo y el tío, que además es como inmortal y malvado y lo hizo todo a través del sumo poder de su maligna cabeza odiadora. El tipo es un gran hijo de satanás. Lo sabemos porque nos lo dice el protagonista, claro, aunque nosotros ya lo intuíamos desde que se cargó al perro...

    Al final hay como un enfrentamiento de intelectos brillantes. Algo así como un duelo de discursos sabihondos entre el Maligno Mastermind del mal de Ojo Supremo y el Willy Fogg sin perro y sin criado. Y, ¡atención!, el primero hipnotiza al segundo para que sea éste el que, mesmerizado, le revele cuándo será que lo sorprenderá al fin la muerte, de aquí a un par de siglos o evos o qué se yo cuándo, allá por el fin de los días del mundo:

    «—¿Cómo y cuál es el final? Mire hacia el este, el oeste, el sur y el norte.

—En el norte, donde nunca pisó, rumbo al punto contra el que sus instintos lo han prevenido; allí un espectro lo atrapará. ¡Es la Muerte! Veo un buque; está hechizado, ¡lo persiguen!, sigue adelante. Una flota desconcertada navega en pos de él. Entra en la región del hielo. Atraviesa un firmamento rojo de meteoros. Dos lunas están quietas en lo alto, sobre riscos glaciales. Veo un buque encerrado entre desfiladeros blancos; son rocas heladas. Veo a los muertos dispersarse por las cubiertas, rígidos y lívidos, con las extremidades llenas de moho verde. Todos están muertos, excepto un hombre... ¡usted!.»  

     ¡Intempestivo! ¡Esperpéntico! ¡Fantástico! !Joder, Bulwer-Lytton, tanto rollo con la mansión encantada y la novela que nos escamoteaste y de verdad todos querríamos haber leído es ésta del místico fin de los tiempos en el hielo!